Hilario Becerra
DanVanRoReseña3 de Marzo de 2016
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Corría el año 1796 aproximadamente cuando en la localidad de San José del Morro nacía Hilario Becerra, un hombre que había quedado asentado en la historia del pueblo.[pic 2]
Don Hilario dijo haber nacido sido alumno de los jesuitas de quienes heredó una cultura demasiado adelantada para aquellos tiempos.
Logró desempeñarse como constructor y especialmente, como tallador de madera. Ya en su juventud, con esta actividad, se hizo una gran fortuna.
Poseía unas cuantas “leguas” de campo, en muchas de las cuales pastaban miles de cabeza de ganado también de su propiedad. Ni hablar de la gran cantidad de monedas de plata y oro que tenía enterradas.
Su vestimenta de todos los días era de “paisano aindiado” y como calzado usaba ojotas o ushuta. Pero cuando viajaba a la capital provincial, se ponía las mejores ropas y usaba unos botines de búfalo que traía de Brasil, los cuales les resultaban incómodos por no estar acostumbrados a ellos. Era un calzado que no cualquiera lo tenía porque era muy costoso.
Si bien era un hombre afortunado en el dinero, o sabría como definirlo en el amor. Durante sus charlas en la pulpería, solía contar que se había casado “nada mas que ocho veces, aparte de las amiguitas que tenía ocultas”. Un número bastante elevado para aquella época en que la poligamia ya no se usaba y el divorcio todavía no existía. Sólo era cuestión de viudez, cuando de esposas legítimas se hablaba.
Lo curioso de la situación era que “las mujeres casadas con él le duraban relativamente poco y casi todas murieron por accidentes un tanto raros”, escribe Humberto Silvera, y agrega: “una se ahogó con un pelón, otra se cayó aun barranco, a otra la aplastó una cumbrera, y la última se estranguló con las tranzas”. Con esta última esposa Don Hilario tuvo dos hijos, quienes lo acusaban de asesino y le decían: “Usted la mató a nuestra mamita apretándole las trenzas, nosotros lo vimos”.
Peleas con los indios. En 1840, Hilario formó parte de las Tropas de Línea, que tenían su asiento en el Fortín del Morro. Se enroló como voluntario para cuidar la frontera contra los indios ranqueles establecidos en el sur de San Luis. Don Hilario era todo un experto con la daga y la lanza. Comentaba que cuando veían venir el malón salían las tropas a campo abierto y formaban un cuadro. Tenían los fusiles preparados pero no podían disparar sin la orden estricta del comandante. Si desobedecían, tenían una pena que podía llegar del cepo y la estaqueada hasta el fusilamiento.
Entre varias de las anécdotas que solía comentar Don Hilario figura un entrevero que tuvo con un indio, durante un enfrentamiento, “se me vino uno derechito a mil, muy bien montado el salvaje y rayó el pingo”. Es decir que lanzó el caballo a toda carrera y lo sujetó violentamente haciéndolo girar como trompo sobre las patas. Contaba que el indio se afirmó en el “matungo” y le fue a tirar el lanzazo a menos de un metro. En ese momento no había orden de hacer fuego, pero Don Hilario veía que ya lo ensartaba, le dijo: “Dios te ayude indio” y le disparó con el fusil. Rápidamente se acercó el comandante, que en ese entonces era el capitán Torres, calificado como más bravo que cien indios juntos, y preguntó: “¿Quién carajo disparó sin orden?”.
“Yo mi comanante, porque ya me clavaba el infiel” respondió Hilario Becerra.
El comandante le dijo gritando: “Mejor que te hubiera ensartao y no desobedecer a tu superior, pues no había orden de disparar. Y si te salvas de cuatro tiros, del cepo no te salva nadie pa’ que aprendas a obedecer”.[pic 3]
Cuando volvieron al fortín, victoriosos de la derrota que le habían dado a los “clinudos”, tal como llamaban a los indios, el comandante mandó a Don Hilario al cepo más o menos dos horas. “Luego me sacó, y como éramos muy amigos, juntos rumbiamos pa’ la pulpería a tomar un trago y comentar la derrota que le dimos a los infieles, como si nada hubiera pasado”, solía decir Don Hilario.
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