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JUAN PABLO VISCARDO Y GUZMAN

danitx29 de Abril de 2013

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JUAN PABLO VISCARDO Y GUZMAN

Una vida no contada

JUAN FERNANDO GAMERO MEDINA

La historia de la dominación española se puede resumir en cuatro palabras: ingratitud, injusticia, esclavitud y desolación.

Juan Pablo Viscardo y Guzmán.

PROLOGO

No pretendo con este libro hacer un aporte histórico pero sí una contribución en el aspecto literario en torno al prócer Viscardo y Guzmán.

Al humanizar a Juan Pablo en esta novela, quiero facilitar al lector el imaginárselo jugando con niños de su edad, embroncándose con jóvenes de un colegio rival cuando estudiaba en el Cuzco, conversando de la actualidad política con sus amigos en sus tiempos de novicio, o confiando sus profundas depresiones a sus ocasionales amigos.

Era el análisis de las noticias que ávidamente recibía, lo que motivaba las conversaciones con su hermano Anselmo y con sus compañeros de colegio, dando muestras de su prematura madurez.

Más tarde, ya en el exilio, su avidez se extendió a las bibliotecas europeas y hacia sus muy bien enterados informantes –quienes por vía epistolar- lo mantuvieron completamente actualizado.

Hay personajes que se han creado ucrónicamente para llenar vacíos tan importantes como lógicos de entender y que el amable lector los identificará sin mucho esfuerzo y con mucha comprensión.

Se ha querido poner en el tapete el momento de quiebre, cuando Juan Pablo, quien hasta el momento había tenido un razonamiento meditado y prudente sobre la emancipación de Hispanoamérica -que siempre lo consideró indispensable para el desarrollo– tiene, como factores de ese quiebre, la rotunda y sistemática negativa del gobierno español –por los años 80- a otorgarle facultades para que administre su herencia y, sumado a ello, la sublevación de Túpac Amaru. A partir de ese momento su rebeldía y su insistencia no conocerán descanso hasta el día de su muerte.

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Mi especial agradecimiento y admiración a mi distinguido amigo e ínclito Pampacolquino el señor Salvador Rodríguez Amézquita quien es el autor intelectual y espiritual de esta novela. Con sus consejos y amplio dominio del tema, contribuyó enormemente a la culminación de esta aventura novelística. Su monumental obra Monografía de la Villa de Pampacolca, donde hace una detallada y documentadísima genealogía de la familia Viscardo y Guzmán y de otras, despertó en mí el interés en este personaje y que luego me llevó a extender mis fuentes de información.

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Es en esta búsqueda que encuentro valiosos aportes de grandes estudiosos del prócer, por lo que debo agradecer a Cristóbal Aljovín, Patricio Aranda, David Brading, Manuel Burga, Percy Cayo, Luis Chiquihuara, Javier de Belaúnde, Agustín de la Puente y Candamo, Carlos Deustua, José Gálvez, Luis Miguel Glave, Gustavo Gutiérrez, Teodoro Hampe, Jeffrey Kleiber, Gabriel Lostanau, Pablo Macera, Felipe Mac Gregor, Manuel Marzal, Miguel Maticorena, Armando Nieto, Scarlett O’Phelan, Gonzalo Portocarrero, Eusebio Quiroz, Patricio Ricketts, Claudia Rosas, Fernando Rosas, Augusto Ruiz, Lizardo Seiner, Merle Simmons, Gustavo Vergara y Carmen Villanueva.

Merece especial mención el valiosísimo -y al parecer– singular aporte del libro del Conde Fabraquer, La expulsión de los jesuitas, obra que fue editada en España alrededor de 1870 (el mal estado de este ejemplar no permite leer algunas líneas de la portada). De este libro me he permitido insertar en un Apéndice, la correspondencia que se entabló entre Carlos III y el Papa Clemente XIII y que consta en los archivos de la Real Academia de la Historia, España.

En este mismo libro, (del Conde Fabraquer) en la página 120, refiriéndose a las muchas causas por las que Carlos III expulsa a los jesuitas, existe un párrafo que a la letra dice:

“Finalmente, para no detenerse en cosas menores, se halló que intentaban someter a una potencia extranjera cierta porción de la América Septentrional, habiéndose conseguido aprehender al jesuita conductor de esta negociación con todos sus papeles que lo comprobaron”.

¿A qué jesuita se refiere? ¿Cuál es esa potencia extranjera? ¿Cuál es esa porción de América Septentrional? ¿Qué decían esos papeles?. En fin, abundante material para los estudiosos del prócer.

Mayo de 2006.

Los orígenes del prócer

El cielo chupacrino se había convertido esa tarde en un inmenso lienzo donde la naturaleza, con maestría incomparable había creado grandes arreboles que luego giraban a dorados y anaranjados para luego estallar en otros diminutos que viraban a violetas y fucsias y en un juego inaudito y colosal, intercambiaban fulgores y destellos; finalmente el sol se abrió paso e iluminó los bien cultivados perales de don Bernardo Viscardo de Guzmán.

Esta poesía suspendida en el cielo de Chupacra sirvió de marco excepcional a una conversación muy importante, tanto para la pareja que participaba en ella como para todo el Continente Americano, especialmente para la América española.

Gaspar tomó las manos de Manuelita y muy contento, impelido por el maravilloso espectáculo, le dice,

—Manuelita, creo que ya es tiempo que tu padre sepa lo nuestro aunque yo creo que mi padrino Antonio ya se lo habrá contado.

—¡Ahh, mi padre!....él es muy observador y estoy segura que ya lo sabe y si no me ha dicho nada....— y dejó escapar una sonrisita pícara que Gaspar inmediatamente interpreta.

—...es porque no tiene nada en contra— concluyó Gaspar.

—Estás en lo correcto, además, tu le caes bien, será porque te conoce desde que naciste.

—Eso me reconforta y me da valor para pedir tu mano, mi amor...

—Una vez me dijo que a pesar de tus 19 años le parecías un hombre maduro y responsable.

—Entonces no perderé más tiempo, mañana mismo le pediré tu mano, aprovechando que don Francisco y mi padrino están presentes.

En ese instante, una voz cargada de años y muy querida por Gaspar, llama desde la puerta de la casa de don Bernardo,

—¡Gaspar, entrá ya hijo, !, ¿no se dan cuenta que está lloviendo?, ¡Jesús con éstos!

—¡Mamita Magdalena!.... ¡ya vamos!— respondió Gaspar, quien tomando de la mano a Manuelita, la obliga a emprender veloz carrera hasta que jadeantes, llegan a la puerta cogidos siempre de la mano y se dan cara a cara con don Francisco Sea, padre de Manuelita y con don Antonio Sea, padrino de Gaspar.

—Veo que la lluvia no les importa mucho a ustedes— advierte socarronamente don Antonio mientras se alisaba su gran bigote.

Al advertir Gaspar que don Francisco acompañaba con la misma sonrisa el comentario de don Antonio, se arma de valor y decide allí mismo anunciar su relación con Manuelita y pedir su mano. Entran todos al gran salón y después de una ligera carraspeada, Gaspar les habla.

—Padrino Antonio, don Francisco.... tengo algo que comunicarles pero... antes voy por mi madre porque...ella también tiene que...

—Está en la cocina— corta don Antonio para terminar con los nerviosos titubeos de Gaspar. Doña Magdalena se encontraba preparando la masa para unas roscas especiales con las que quería agasajar a sus huéspedes.

—Madre, límpiese usted las manos y quítese el delantal, que la necesito en el salón...debo decirles algo a todos.

—Ya me lo imagino...pero...¡eres tan joven!. En fin, agallas no te faltan y sabes trabajar— comentaba doña Magdalena, demostrando una rapidez mental extraordinaria, mientras se quitaba el delantal y se secaba las manos en el mismo.

—Silvestre, Pedro José, Melchora, Blas...hermanos, vengan— llamaba también a sus hermanos.

Cuando ya todos estaban reunidos, Manuelita permanecía discretamente alejada y oculta detrás de un cortinaje, hecha un manojo de nervios.

—Padrino, don Francisco, madre, hermanos míos— empezó Gaspar — quiero hoy participarles una gran alegría que siento en mi alma, es una alegría producto de un grande y profundo amor que...— y dirigiéndose a don Francisco, continúa, —profeso a vuestra hija: doña Manuelita Sea y Andía— al sentirse aludida, Manuelita sale de su escondite e inmediatamente se acerca a Gaspar quien, tomándola de la mano la presenta ante su padre y continúa hablando,

—En mérito y en nombre de este amor que nos prodigamos, quiero solicitarles la mano de vuestra hija para unirnos en santo matrimonio con la bendición de ustedes y de Dios nuestro Señor.

Luego de unos segundos de silencio, don Francisco responde,

—He visto reflejadas en vos las nobles cualidades de vuestro padre -que Dios tenga en su Gloria- hombre cabal y justiciero, defensor de los naturales, paladín de causas nobles, trabajador incansable y próspero negociante. ¡Qué honor para nosotros que mi adorada hija forme parte de una familia llena de bellas cualidades!— y tomando a ambos por los hombros los lleva delante de un crucifijo y les dice,

—¡Tienen ustedes mi bendición!

—¡Y también la mía!— exclama doña Magdalena Rodríguez Páez y Salcedo de Viscardo y Guzmán.

Todos estallaron en gran algarabía y abrazaban sin cesar a la feliz pareja.

Don Francisco ordenó que sacaran los odres con su mejor vino y luego vinieron los brindis, la música y el baile.

En medio de esta algarabía y encontrándose

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