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Jesucristo


Enviado por   •  21 de Octubre de 2014  •  2.987 Palabras (12 Páginas)  •  158 Visitas

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EL DISCURSO MAESTRO DE JESUCRISTO

ELENA G. DE WHITE

PREFACIO

El Sermón del Monte es una bendición del cielo para el mundo, una voz proveniente del trono de Dios. Fue

dado a la humanidad como ley que enunciara sus deberes y luz proveniente del cielo, para infundirle

esperanza y consolación en el desaliento; gozo y estímulo en todas las vicisitudes de la vida. En él oímos al

Príncipe de los predicadores, el Maestro supremo, pronunciar las palabras que su Padre le inspiró.

Las bienaventuranzas son el saludo de Cristo, no sólo para los que creen, sino también para toda la familia

humana. Parece haber olvidado Por un momento que está en el mundo, y no en el cielo, pues emplea el saludo

familiar del mundo de la luz. Las bendiciones brotan de sus labios como el agua cristalina de un rico

manantial de vida sellado durante mucho tiempo.

Cristo no permite que permanezcamos en la duda con respecto a los rasgos de carácter que él siempre

reconoce y bendice. Apartándose de los ambiciosos y favoritos del mundo, se dirige a quienes ellos

desprecian, y llama bienaventurados a quienes reciben su luz y su vida. Abre sus brazos acogedores a los

pobres de espíritu, a los mansos, a los humildes, a los acongojados, a los despreciados, a los perseguidos, y les

dice: "Venid a mí y yo os haré descansar".

Cristo puede mirar la miseria del mundo sin una sombra de pesar por haber creado al hombre. Ve en el

corazón humano más que el pecado y la miseria. En su sabiduría 4 y amor infinitos, ve las posibilidades del

hombre, las que puede alcanzar. Sabe que aunque los seres humanos hayan abusado de sus misericordias y

hayan destruido la dignidad que Dios les concediera, el Creador será glorificado con su redención.

A través de los tiempos, las palabras dichas por Jesús desde la cumbre del monte de las Bienaventuranzas

conservarán su poder. Cada frase es una joya de verdad. Los principios enunciados en este discurso se aplican

a todas las edades a todas las clases sociales. Con energía divina, Cristo expresó su fe y esperanza, al señalar

como bienaventurados a un grupo tras otro por haber desarrollado un carácter justo. Al vivir la vida del Dador

de toda existencia mediante la fe en él, todos los hombres pueden alcanzar la norma establecida en sus

palabras.

E. G. de W. 7

EN LA LADERA DEL MONTE*

Mas de catorce siglos antes que Jesús naciera en Belén, los hijos de Israel estaban reunidos en el hermoso

valle de Siquem. Desde las montañas situadas a ambos lados se oían las voces de los sacerdotes que

proclamaban las bendiciones y las maldiciones: "la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro

Dios... y la maldición, si no oyereis".* Por esto, el monte desde el cual procedieron las palabras de bendición

llegó a conocerse como el monte de las Bendiciones. Mas no fue sobre Gerizim donde se pronunciaron las

palabras que llegaron como bendición para un mundo pecador y entristecido. No alcanzó Israel el alto ideal

que se le había propuesto. Un Ser distinto de Josué debía conducir a su pueblo al verdadero reposo de la fe. El

Monte de las Bienaventuranzas no es Gerizim, sino aquel monte, sin nombre, junto al lago de Genesaret donde

Jesús dirigió las palabras de bendición a sus discípulos y a la multitud.

Volvamos con los ojos de la imaginación a ese escenario, y, sentados con los discípulos en la ladera del

monte, analicemos los pensamientos y sentimientos que llenaban sus corazones. Si comprendemos lo que

significaban las palabras de Jesús para quienes las oyeron, podremos percibir en ellas nueva vida y belleza, y

podremos aprovechar sus lecciones más profundas.

Cuando el Salvador principió su ministerio, el concepto que el pueblo tenía acerca del Mesías y de su obra era

tal que inhabilitaba completamente al pueblo para recibirlo. El espíritu de verdadera devoción se había

perdido en las 8 tradiciones y el espiritualismo, y las profecías eran interpretadas al antojo de corazones

orgullosos y amantes del mundo. Los judíos no esperaban como Salvador del pecado a Aquel que iba a venir,

sino como, a un príncipe poderoso que sometería a todas las naciones a la supremacía del León de la tribu de

Judá. En vano les había pedido Juan el Bautista, con la fuerza conmovedora de los profetas antiguos, que se

arrepintiesen. En vano, a orillas del Jordán, había señalado a Jesús como Cordero de Dios que quita el pecado

del mundo. Dios trataba de dirigir su atención a la profecía de Isaías con respecto al Salvador doliente, pero

no quisieron oírlo.

Si los maestros y caudillos de Israel se hubieran sometido a su gracia transformadora, Jesús los habría hecho

embajadores suyos ante los hombres. Fue primeramente en Judea donde se proclamó la llegada del reino y se

llamó al arrepentimiento. En el acto de expulsar del templo de Jerusalén a los que lo profanaban, Jesús

anunció que era el Mesías, el que limpiaría el alma de la contaminación del pecado y haría de su pueblo un

templo consagrado a Dios. Pero los caudillos judíos no quisieron humillarse para recibir al humilde Maestro

de Nazaret. Durante su segunda visita a Jerusalén, fue emplazado ante el Sanedrín, y únicamente el temor al

pueblo impidió que procuraran quitarle la vida los dignatarios que lo constituían. Fue entonces cuando,

después de salir de Judea, principió Cristo su ministerio en Galilea.

Allí prosiguió su obra algunos meses antes de predicar el Sermón del Monte. El mensaje que había

proclamado por toda esa región: "El reino de los cielos se ha acercado",* había llamado la atención de todas

las clases y dado aún mayor pábulo a sus esperanzas ambiciosas. La fama del nuevo Maestro había superado

los confines de Palestina y, a pesar de la actitud asumida por la jerarquía, se había difundido mucho el

sentimiento de que tal vez fuera el Libertador que habían esperado. Grandes multitudes seguían los pasos de

Jesús y el entusiasmo popular era grande. 9

Había llegado el momento en que los discípulos que estaban más estrechamente relacionados con Cristo

debían unirse más directamente en su obra, para que estas vastas muchedumbres no quedaran abandonadas

como ovejas sin pastor. Algunos de esos discípulos se habían vinculado con Cristo al principio de su

ministerio, y los doce vivían casi todos asociados entre sí como miembros

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