ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Juicio De Valor


Enviado por   •  15 de Noviembre de 2012  •  7.024 Palabras (29 Páginas)  •  336 Visitas

Página 1 de 29

Lo más preciado*

9

Cuando bajé del avión, el hombre me esperaba con un pedazo de

cartón en el que estaba escrito mi nombre. Yo iba a una conferencia

de científicos y comentaristas de televisión dedicada a la aparentemente

imposible tarea de mejorar la presentación de la ciencia en la

televisión

comercial. Amablemente, los organizadores me habían

enviado

un chofer.

–¿Le molesta que le haga una pregunta? –me dijo mientras esperábamos

la maleta.

No, no me molestaba.

–¿No es un lío tener el mismo nombre que el científico aquel?

Tardé un momento en comprenderlo. ¿Me estaba tomando el

pelo? Finalmente lo entendí.

–Yo soy el científico aquel –respondí.

Calló un momento y luego sonrió.

–Perdone. Como ése es mi problema, pensé que también sería el

suyo.

Me tendió la mano.

–Me llamo William F. Buckley.

(Bueno, no era exactamente William. F. Buckley, pero llevaba el

nombre de un conocido y polémico entrevistador de televisión, lo

que sin duda le había valido gran número de inofensivas bromas.)

Mientras nos instalábamos en el coche para emprender el largo

recorrido, con los limpiaparabrisas funcionando rítmicamente, me

dijo que se alegraba de que yo fuera “el científico aquel” porque

tenía muchas preguntas sobre ciencia. ¿Me molestaba?

No, no me molestaba.

Y nos pusimos a hablar. Pero no de ciencia. Él quería hablar de

los extraterrestres congelados que languidecían en una base de las

Fuerzas Aéreas cerca de San Antonio, de “canalización” (una manera

de

oír

lo que hay en la mente de los muertos... que no es mucho,

por lo visto), de cristales, de las profecías de Nostradamus, de

astrología,

del sudario de Turín... Presentaba cada uno de estos portentosos

temas con un entusiasmo lleno de optimismo. Yo me veía

obligado

a decepcionarle cada vez.

* Publicado en El mundo y sus demonios. México: Planeta, 1997, pp. 17-39.

Carl Sagan

10

–La prueba es insostenible –le repetía una y otra vez–.

Hay una explicación mucho más sencilla.

En cierto modo era un hombre bastante leído. Conocía los dis-

tintos matices especulativos, por ejemplo, sobre los “continentes

hundidos” de la Atlántida y Lemuria. Se sabía al dedillo cuáles

eran las expediciones submarinas previstas para encontrar las columnas

caídas y los minaretes rotos de una civilización antiguamente

grande cuyos restos ahora sólo eran visitados por peces

luminiscentes

de alta mar y calamares gigantes. Sólo que... aunque

el océano guarda muchos secretos, yo sabía que no hay la más

mínima

base oceanográfica o geofísica para deducir la existencia

de

la Atlántida y Lemuria. Por lo que sabe la ciencia hasta este

momento,

no existieron jamás. A estas alturas, se lo dije de mala

gana.

Mientras viajábamos bajo la lluvia me di cuenta de que el hombre

estaba cada vez más taciturno. Con lo que yo le decía no sólo

descartaba

una doctrina falsa, sino que eliminaba una faceta preciosa

de su vida interior.

Y, sin embargo, hay tantas cosas en la ciencia real, igualmente

excitantes y más misteriosas, que presentan un desafío intelectual

mayor... además de estar mucho más cerca de la verdad. ¿Sabía algo

de las moléculas de la vida que se encuentran en el frío y tenue gas

entre las estrellas? ¿Había oído hablar de las huellas de nuestros

antepasados encontradas en ceniza volcánica de cuatro millones de

años de antigüedad? ¿Y de la elevación del Himalaya cuando la India

chocó con Asia? ¿O de cómo los virus, construidos como jeringas

hipodérmicas, deslizan su

ADN

más allá de las defensas del organismo

del anfitrión y subvierten la maquinaria reproductora de

las

células: o de la búsqueda por radio de inteligencia extraterrestre

o

de la recién descubierta civilización de Ebla, que anunciaba las

virtudes

de la cerveza de

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (52.4 Kb)  
Leer 28 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com