LA IMPORTANCIA DE DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL PROFESORADO
carmorata19 de Enero de 2013
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LA IMPORTANCIA DE DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
EN EL PROFESORADO
Natalio Extremera y Pablo Fernández-Berrocal
Universidad de Málaga, España
1. INTRODUCCIÓN
Educar la inteligencia emocional de los estudiantes se ha convertido en una tarea necesaria en el
ámbito educativo y la mayoría de los docentes considera primordial el dominio de estas habilidades para el
desarrollo evolutivo y socio-emocional de sus alumnos. En otro lugar, se ha defendido y desarrollado la
importancia de desarrollar en el alumnado las habilidades relacionadas con la inteligencia emocional en el
ámbito educativo (Fernández-Berrocal y Extremera, 2002), se ha realizado una revisión de las medidas
actuales de evaluación de la inteligencia emocional que son aplicables al aula (Extremera y Fernández-
Berrocal, 2003a) y se ha llevado a cabo una recopilación de los principales hallazgos científicos que
vinculan una adecuada inteligencia emocional con mejores niveles de ajuste psicológico (Extremera y
Fernández-Berrocal, 2003b; Extremera y Fernández-Berrocal, en revisión). Sin embargo, a veces se piensa
de forma errónea que las competencias afectivas y emocionales no son imprescindibles en el profesorado.
Mientras que para enseñar matemática o geografía el profesor debe poseer conocimientos y actitudes hacia
la enseñanza de esas materias, las habilidades emocionales, afectivas y sociales que el profesor debe
incentivar en el alumnado también deberían ser enseñadas por un equipo docente que domine dichas
capacidades. En este artículo analizaremos algunos datos que demuestran que la inteligencia emocional es
un conjunto de habilidades que el docente debería aprender por dos razones: (1) porque las aulas son el
modelo de aprendizaje socio-emocional adulto de mayor impacto para los alumnos y (2) porque la
investigación está demostrando que unos adecuados niveles de inteligencia emocional ayudan a afrontar
con mayor éxito las contratiempos cotidianos y el estrés laboral al que se enfrentan los profesores en el
contexto educativo.
2. EL DOCENTE COMO MODELO Y PROMOTOR DE LA INTELIGENCIA
EMOCIONAL DEL ALUMNO
Una de las razones por la que el docente debería poseer ciertas habilidades emocionales tiene un
marcado cariz altruista y una finalidad claramente educativa. Para que el alumno aprenda y desarrolle las
habilidades emocionales y afectivas relacionadas con el uso inteligente de sus emociones necesita de un
“educador emocional”. El alumno pasa en las aulas gran parte de su infancia y adolescencia, periodos en
los que se produce principalmente el desarrollo emocional del niño, de forma que el entorno escolar se
configura como un espacio privilegiado de socialización emocional y el profesor/tutor se convierte en su
referente más importante en cuanto actitudes, comportamientos, emociones y sentimientos. El docente, lo
quiera o no, es un agente activo de desarrollo afectivo y debería hacer un uso consciente de estas
habilidades en su trabajo.
Los profesores son un modelo adulto a seguir por sus alumnos en tanto son la figura que posee el
conocimiento, pero también la forma ideal de ver, razonar y reaccionar ante la vida. El profesor, sobretodo
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Revista Iberoamericana de Educación (ISSN: 1681-5653)
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en los ciclos de enseñanza primaria, llegará a asumir para el alumno el rol de padre/madre y será un
modelo de inteligencia emocional insustituible. Junto con la enseñanza de conocimientos teóricos y valores
cívicos al profesor le corresponde otra faceta igual de importante: moldear y ajustar en clase el perfil
afectivo y emocional de sus alumnos. De forma casi invisible, la práctica docente de cualquier profesor
implica actividades como (Abarca, Marzo y Sala, 2002; Vallés y Vallés, 2003):
· la estimulación afectiva y la expresión regulada de los sentimientos positivos y, más difícil aún,
de las emociones negativas (e.g., ira, envidia, celos,...);
· la creación de ambientes (tareas escolares, dinámicas de trabajo en grupo,...) que desarrollen
las capacidades socio-emocionales y la solución de conflictos interpersonales;
· la exposición a experiencias que puedan resolverse mediante estrategias emocionales;
· o la enseñanza de habilidades empáticas mostrando a los alumnos cómo prestar atención y
saber escuchar y comprender los puntos de vista de los demás.
Por otro lado, tampoco podemos dejar toda la responsabilidad del desarrollo socio-afectivo del
alumno en manos de los docentes, especialmente cuando la familia es un modelo emocional básico y
conforma el primer espacio de socialización y educación emocional del niño. Además, incluso cuando el
profesorado se encuentra concienciado de la necesidad de trabajar la educación emocional en el aula, en la
mayoría de las ocasiones los profesores no disponen de la formación adecuada, ni de los medios
suficientes para desarrollar esta labor y sus esfuerzos con frecuencia se centran en el diálogo moralizante
ante el cual el alumno responde con una actitud pasiva (Abarca et al., 2002). Por esta razón, padres y
profesores deben complementarse en estas tareas y, de forma conjunta, proporcionar oportunidades para
mejorar el perfil emocional del alumno. Así pues, los padres en la relación con sus hijos deben adoptar lo
que se conoce como un estilo educativo democrático en contraposición a otros menos beneficiosos como
son el estilo autoritario, permisivo o de no-implicación. El estilo democrático requiere por parte de los padres
una exigencia pero también una receptividad. Por un lado deben exigir el cumplimiento de las demandas
acordes a la madurez del niño, pero a la vez incentivar la toma de decisiones, mostrar cariño y escuchar las
opiniones del niño y conocer sus gustos y preferencias. Esto implica participar de forma activa en el tiempo
que pasan en casa con sus hijos, conocer el tipo de juegos que practican, los programas televisivos o
vídeos que ven, aconsejar sobre los libros que podrían leer, saber los amigos con los que juegan o salen,
interesarse por la música que escuchan, o supervisar el acceso a Internet. Este tipo de actividades
construye la vida emocional del niño o adolescente y en muchas ocasiones, por diversos motivos, los
padres son los grandes ausentes. En el aula, por su parte, los profesores y educadores determinan tareas
de similar valor afectivo y emocional. Cada vez más la sociedad y las administraciones educativas son
conscientes de la necesidad de un curriculum específico que desarrolle contenidos emocionales. Sin
embargo, mientras estas actividades y estrategias pedagógicas no se concreten en un curriculum reglado
establecido en el sistema educativo, la única esperanza para nuestros alumnos es confiar en la suerte y que
su profesor/ra sea un modelo emocional eficaz y una fuente de aprendizaje afectivo adecuado a través de
su influencia directa. Las interacciones profesor-alumno son un espacio socio-emocional ideal para la
educación emocional con actividades cotidianas como:
· Contar problemas o intercambiar opiniones y consejos,
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· la mediación en la resolución de conflictos interpersonales entre alumnos,
· las anécdotas que pueda contar el propio profesor sobre cómo resolvió problemas similares a
los que pasan los alumnos, o
· la creación de tareas que permitan vivenciar y aprender sobre los sentimientos humanos como
la proyección de películas, la lectura de poesía y narraciones, las representaciones teatrales. El
contenido artístico relacionado con la música y la pintura y su posterior debate en clase
desempeñan una función emocional esencial (para una experiencia docente con la poesía y el
desarrollo emocional ver Doreste, 2002 y también El baúl de las emociones,
http://www.juntadeandalucia.es/averroes/~cephu3/emociones/ ).
Con estas actividades el alumno descubre la diversidad emocional, fomenta su percepción y
comprensión de los sentimientos propios y ajenos, observa cómo los sentimientos motivan distintos
comportamientos, percibe la transición de un estado emocional a otro (e.g., del amor al odio), es consciente
de la posibilidad de sentir emociones contrapuestas (e.g., sorpresa e ira, felicidad y tristeza) y cómo los
personajes literarios o de cine resuelven sus conflictos o dilemas personales (Mayer y Salovey, 1997; Mayer
y Cobb, 2000; Sanz y Sanz, 1997). El objetivo final es que con la práctica lleguen a trasladar estas formas
de tratar y manejar las emociones a su vida cotidiana, aprendiendo a reconocer y comprender los
sentimientos de los otros alumnos o profesores, empatizando con las emociones de los demás compañeros
de clase, regulando su propio estrés y/o malestar, optando por resolver y hacer frente a los problemas sin
recurrir a la violencia. En definitiva, enseñando a los alumnos a prevenir comportamientos
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