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La Educacion Del Hombre


Enviado por   •  25 de Junio de 2013  •  3.630 Palabras (15 Páginas)  •  280 Visitas

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La educación del hombre

Federico Fröebel

Introducción

Una ley eterna y única gobierna el universo. En lo exterior, la naturaleza la revela; en lo interior se manifiesta en la inteligencia, y además en la unión de la naturaleza con la inteligencia. En la vida se revela de una manera todavía mas clara e indudable: De la necesidad de su existencia están penetradas el alma y la mente del hombre. A esta ley no le es dado dejar de ser, pues lleva el testimonio en sí misma. Por medio del interior de los seres y de las cosas, conduce al hombre a conocer su exterior; y de la propia suerte se sirve también de su exterior para revelar su interior a la inteligencia humana. Es necesario que esta ley, que rige todas las cosas, tenga por base una unidad que influya sobre todo, y cuyo principio sea verdadero, claro, activo, consciente y, como resultado de esto, eterno. La ley que, sea por la fe, sea por el examen, impone esta unidad, ha sido y será siempre reconocida y sancionada por todo espíritu observador, por toda inteligencia elevada.

Esta unidad, es Dios.

Todo proviene únicamente de Dios. Dios es el principio único de todas las cosas.

El fin, el destino de cada cosa estriba en divulgar exteriormente su ser, la acción que Dios ejerce en ella, la manera cómo esta acción se confunde con ella misma, y por último, en revelar y dar a conocer a Dios. La vocación del hombre, considerado como inteligencia racional, le lleva a dejar libre la acción de su ser para manifestar la obra de Dios que se opera en él, para divulgar a Dios al exterior, para adquirir el conocimiento de su verdadero destino, y para realizarlo con toda libertad y espontaneidad.

La educación del hombre no es sino la vía o el medio que conduce al hombre, ser inteligente, racional y consciente, a ejercitar, desarrollar y manifestarlos elementos de vida que posee en sí propio. Su fin se reduce a conducir, por medio del conocimiento de esta ley eterna, y de los preceptos que ella entraña, a todo ser inteligente, racional y consciente, a conocer su verdadera vocación y a cumplirla espontánea y libremente.

Todo el arte de la educación está basado en el conocimiento profundo y en la aplicación de esta ley, única capaz de contribuir al desarrollo y expansión del ser inteligente, y única susceptible de conducir a éste a la consumación de su verdadero destino.

La educación tiene por objeto formar al hombre, según su vocación, para una vida pura, santa y sin mancha: en una palabra, a enseñarle la sabiduría propiamente dicha.

La sabiduría es el punto culminante hacia el cual deben dirigirse todos los esfuerzos del hombre: es la cúspide más elevada de su destino.

La doble acción de la sabiduría consiste para el hombre en educarse a sí mismo, y en educar a los demás con conciencia, libertad y espontaneidad. El ejercicio de la sabiduría se llevó a cabo por el ser individual, a partir de la aparición del hombre sobre la tierra; se mostró con la primera manifestación de la conciencia humana; se reveló más tarde y sigue revelándose aun como una necesidad de la humanidad, por lo que debe ser escuchada y obedecida. Sólo por la sabiduría se obtiene la satisfacción legítima de las necesidades externas e internas; sólo por ella se logra la felicidad.

Precisa que todo el ser del hombre se desarrolle con la conciencia de su origen: he ahí cómo logrará elevar su alma hasta el conocimiento de la vida futura, y sabrá manifestarlo en él desde su paso sobre esta tierra.

La educación y la instrucción que recibe el hombre deben revelarle la acción divina, espiritual, eterna, que obra en la naturaleza toda, y exponer a su inteligencia, al propio tiempo que a sus ojos, esas leyes de reciprocidad que gobiernan la naturaleza y el hombre, uniendo el uno a la otra (1). (Véanse las NOTAS al final de la obra.)

La educación y la instrucción deben hacer reconocer al hombre que el principio de su existencia y el de la existencia de la naturaleza reposan en Dios, y que deber suyo es manifestar este principio por medio de su vida entera.

La educación debe llevar al hombre a conocerse a sí mismo, a vivir en paz con la naturaleza y en unión con Dios; y por alcanzar estos fines, ella se esfuerza desde lugo en elevar al hombre hasta el conocimiento de Dios, de la humanidad en general y de la naturaleza interna y externa, suministrándole más tarde el medio de unirse a Dios, al proponerle el modelo de una vida fiel, pura y santa.

Todo lo que es interno -el ser, el espíritu, la acción de Dios en los hombres y en las cosas- pónese en evidencia por medio de manifestaciones exteriores. No obstante, aunque la educación y la enseñanza se refieran sobre todo a las manifestaciones exteriores del hombre y de las cosas, y la ciencia las invoque como libres testimonios que hacen deducir del interior al exterior, no se desprende de ahí que sea permitida a la educación o a la ciencia la deducción aislada del interior al exterior; antes por el contrario, el ser de cada cosa exige que, simultáneamente, el interior sea juzgado por el exterior, y el exterior por el interior. Así, de la multiplicidad de la naturaleza no se desprende la pluralidad de su principio, la pluralidad de Dios; y porque Dios, su principio, es uno, no hay que negar que la naturaleza sea una cadena de numerosos seres; antes bien, conviene deducir de estas dos premisas, tan opuestas entre sí, que siendo Dios uno en sí propio, la naturaleza, que lo tiene por origen, es eternamente múltiple; y de esta multiplicidad o de esta variedad implicadas por la naturaleza, hay que deducir la unidad de Dios. La negación de esta verdad es la causa de la inutilidad de tantos esfuerzos, de tantos desengaños en la educación y en la vida. Los fallos pronunciados sobre la naturaleza de un niño, en vista únicamente de sus manifestaciones externas, constituyen el motivo de tantas educaciones fracasadas, de tantas malas inteligencias entre los padres y los hijos, de tantos desvaríos de la fantasía, de tantas esperanzas defraudadas.

Que los padres, los tutores y los maestros se penetren de esta verdad, que se familiaricen con ella, que la examinen hasta en sus más ínfimos detalles; pues ella les dará, para el cumplimiento de sus deberes y de sus compromisos, la seguridad y el reposo. Que se persuadan bien de que el niño, bueno en apariencia, no tiene a veces en el fondo nada de bueno, y que en todo su proceder exterior, no está sazonado ni para el amor, ni para el conocimiento, ni para la estima del bien; mientras que el niño, al parecer rudo, tenaz,

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