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La Señorita Nicotina


Enviado por   •  3 de Diciembre de 2013  •  593 Palabras (3 Páginas)  •  429 Visitas

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LA SEÑORITA NICOTINA

Se fueron a almorzar a un restaurante donde les dieron huevos a “la Malmaisori”, pollo con gelatina, crema de guindas, helado y un disgusto espantoso, porque la cuenta subió más que Napoleón después de la campaña de Italia.

Acabado el almuerzo, ella se dio a conocer.

_Me llamo Nicotina _dijo.

_ ¿Cómo? ¿Eres tú Nicotina, la famosa Nicotina: la que envenena, la que se infiltra en el organismo, la que destroza la garganta y los bronquios, la que llena de extraños tatuajes los pulmones, la que hace perder la memoria, la que ensucia el estómago y arruina la salud y el bolsillo?

_Yo soy_ murmuró muy bajito. Pero, ¡Bah!, han exagerado mucho. Se hacen furibundas campañas contra mí… y créeme: no soy tan mala como parezco. Amo hasta la vejez a miles de hombres sin que les ocurra nada malo. Esos mismos médicos que despotrican contra mí me adoran. Porque soy la mujer más deseada del globo… Millones y millones de hombres me rinden culto.

_Pero tú les intoxicas.

La señorita Nicotina sonrió y repuso dulcemente.

_Y, ¿qué amor no intoxica, amigo mío?

Y el sintió la comezón de probar un amor que de tal manera fascinaba a los humanos, y exclamó en un susurro delirante.

_Nicotina, Nicotina…

Diez minutos después tuvo el primer vómito.

Pasaron los años y la señorita Nicotina –eternamente joven desde que, siglos atrás llegase a América- seguía siendo el amor más firme de aquel hombre: ese amor del que no se puede desistir.

Su cariño le agotaba, y al mismo tiempo le daba energías. Sus caricias le envenenaban lentamente; pero nunca habría podido prescindir de ellas. Al despertarse por las mañanas, se apoderaba de Nicotina, que había velado su sueño desde la plataforma de la mesita de noche. Mientras se afeitaba, Nicotina estaba a su lado; al salir a la calle salía acompañado de Nicotina; durante su trabajo, Nicotina le acompañaba, y cuando una idea se resistía a surgir, o él luchaba para darle forma, allí estaba Nicotina para inspirarle con un beso largo y absorbente; y cuando el dolor o la preocupación le asaltaban era también Nicotina la que le distraía arrojando lejos las ideas negras.

Otras veces, en el teatro, por ejemplo, donde las autoridades no dejaban entrar a Nicotina, él se agitaba molesto, desasosegado e inquieto, y no bien llegaba entreacto, corría al vesstíbulo y allí volvía a encontrar a Nicotina y cruzaba largos párrafos con ella.

Había amigos que al presentarle a Nicotina le decían displicentemente:

_Gracias. No

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