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La Silla Del Aguila


Enviado por   •  19 de Agosto de 2014  •  2.805 Palabras (12 Páginas)  •  393 Visitas

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Más bien es una historia ficticia, en lugares ficticios, con nombres ficticios, que nos suena tan real, tan verdadero, tan cercano que lo creemos improbable.

Todo empieza con una carta, que yo aprecié como una carta de amor, y sí lo era hasta que al ir avanzando las páginas me di cuenta de que no era amor, porque el amor es desinteresado, el amor no es política y todo en este libro se basa en política, se basa en la vida, los pensamientos, las esperanzas, la vida pero la vida política de un México que aún no sucede, y que espero que no suceda.

La extraña telaraña política se va viendo reflejada en 70 cartas de desamor interesado en la vida política de quienes viven en México, pero que no viven en ellos mismos, y viven más allá. Más allá de las fronteras físicas, morales e imaginativas. Nunca antes había conocido la forma tan desigual de utilizar a alguien para medios tan bajos como el de mentir, si mentir y con que capacidad. Todo es mentira, la política no existe y por lo tanto no hay una forma correcta de hacerlo, y lo digo simplemente por lo que leí, no hay política solo corrupción, no hay política solo avaricia. A eso no se le puede llamar política por que no es propio de la civilización.

Como en las obras de Carlos Fuentes que he podido tener el privilegio de leer, de nuevo este autor oscurece el símbolo del amor, lo oscurece en una mujer que se aprovecha de hombres jóvenes e inexpertos y de hombres que sin ser anónimos pretenden serlo incluso cuando no es preciso. ¿Para qué pasar el día contemplando una taza de café? No estaba vigilando el puerto, estaba vigilando sus espaldas y sus inversiones, los ex –presidentes al igual que la política deben de inexistir o coexistir pero no en este plano o no en este país, ¿cuál es el poder de la silla? ¿Es realmente la silla o la verdadera personalidad de quienes se suben no había sido descubierta?, creo más en la segunda posibilidad.

Un vistazo a la realidad dentro de la ficción, un vistazo a la forma de desaparecer la democracia, un vistazo a la verdadera constitución: a la que sirve para detener la silla coja de un país “mocho”

Son muchos los adjetivos que pueden describir la política mexicana; dramática, impredecible, increíble y una suma infinita (probablemente) de locuciones pueden dar una forma definida a esta disciplina que en nuestro país adquiere matices peculiares que le diferencian del resto. La política es, desde tiempos antiquísimos, la gran acción del ser humano que busca gobernar en beneficio de la sociedad. Sin embargo nosotros, los mexicanos, no sólo la hacemos ideología sino que a veces le llevamos más allá, la encumbramos hasta transformarla en una pasión que esconde en lo más profundo de su ser una bruma incalculable de signos, cacofonías y luces intermitentes que al momento de traducirse en la lucha entre una o varias fuerzas, ahí donde confluyen el ego y otros elementos propios de las batallas por el poder, ahí en el medio de ese mosaico tan complejo, aparentemente conocido pero a su vez poco sabido, estamos nosotros. ¿Quiénes? Nosotros. Los espectadores de un show que se reinventa en cada proceso electoral, cada sexenio, cada lustro, cada mes, cada hora en San Lázaro o el Palacio de Cobián, cada que el poder público fija sus ojos sobre de ellos, los actores de la eterna contienda. Y es esa justamente la perspectiva –la del poder público a través de la opinión pública- que le quita su condición humana a los que aparecen en los diarios, los noticieros, las revistas (de todo tipo, desde prensa rosahasta las más especializadas en el tópico), o cualquier otro medio de comunicación que esté al alcance del pueblo, el (supuesto) principio y fin de todo en la política. ¿Por qué? Porque aquellos que carecen de una vida aparentemente privada alcanzan, ya sea buena o mala, la fama. Se vuelven personajes que conviven diariamente en nuestras mesas a la hora de la comida, en las camas de los matrimonios monótonos e incluso en nuestros trabajos cuando leemos, por ejemplo, La Jornada o El Gráfico (qué cosa tan más cierta esto último). Los palpamos y como si se tratasen de una moneda de un peso, pierden su humanidad, carecen de espíritu o emociones. Se vuelven seres ambiciosos por instinto, sin pasado íntimo ni futuro glorioso. Pierden los motivos, el derecho natural del impulso. Están, solamente, y al mismo tiempo manejan los hilos de nuestra nación. Dejan de ser. Nosotros nos convertimos en jueces y ellos en los acusados que ya sentenciados están inermes en el patíbulo de nuestros días. Hasta que llegó Carlos Fuentes a regresarles el alma y ese balance entre el bien y el mal, esa hipnotizante danza donde oscilan luz y obscuridad. ¿Cómo? Con La Silla del Águila, la novela que nos lleva a las entrañas de una quimera (la política) que ha perdido su brillo, su fantasía… hasta Carlos quien a través de cada página nos recuerda que sea como sea, somos personas, humanos después de todo. ¿Y cómo hace esto? ¿Cómo es que lleva a cabo esta hazaña aparentemente imposible? Lo hace con la ficción, en un México aún inexistente y con una evolución del sistema político que hoy aún se ve lejana pero que no deja de ser una añoranza agradable (dentro de lo que cabe). Nos ubicamos en el año 2020. El PRI es un partido desquebrajado y fraccionado: ni la sombra de sus años totalitarios además de que jamás volvió a Los Pinos. Las sucesiones han ido transcurriendo en una aparente democracia que ha superado episodios como los de 1988 o las sospechas del 2006. Pero aún no se pierden los viejos vicios, las mañas de siempre, las que estigmatizan al funcionario público o a los procesos electorales. Los mismos problemas, pero cierto avance social. Una nación que aparentemente cree. Fuentes lo comienza todo con un hecho inédito: el 2 de enero del 2020 México se levantó sin telecomunicaciones; sin radio, televisión, internet, teléfono o telegrama. Desde aquí se prevé lo que pasará. Cada una de las páginas de La Silla del Águila son un reflejo de un deterioro y una aceptación, misma que es representada por cada uno de los personajes (no tan ficticios) que desarrollan una historia que nunca decae y, sobre todo, todo el tiempo cambia, muta sobre la marcha: sencillamente no deja de sorprender. Es un libro político, cien por ciento político, pues no se sabe qué pasará al final de 411 páginas. A través de este viaje literario se puede realizar un frío y concienzudo análisis sobre la actualidad y, sobre todo, el futuro político de esta República Mexicana justo por lo impactante que resulta la forma en que poco a poco, a través de pasiones y codicias, se tejen las redes que habrán de llevar a unos u otros hasta el máximo grado, el anhelo más grande de cualquier hombre inmerso en la perentoria escena gubernamental del país: La

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