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La mujer del lazo azul

Robert HD SherwoodTarea4 de Enero de 2016

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La mujer del lazo azul

Mi estado de ánimo, como tal desde hace ya unos cuatro años era el mismo. Me sentía monótono, en una y cada una de las cosas que debería hacer. En cada hora, cada día, cada semana; mes con mes mis actitudes no eran más que las sobras del ayer; a diferencia que desaparecía uno o dos, que el cielo era azul o solía tonarse a un gris oscuro, con gotas de lluvia o lienzos pincelados de sol.

“Nada podía ser peor”, antipático de esperar las doce del día, y así librarme del sofocante calor de las calderas postradas a presencia de mi merced, carbón tras carbón, rocas negras de abundante color teñían de palidez mis ásperas y cansadas garras.

No podía esperar más.

No podía aspirar a más.

Bien habían sido inculcadas las palabras de mi longevo padre a mis quince presenciados años de vida:

- “desperdicias valioso tiempo detrás de polvosas páginas, eso no te dejará nada para tu vida futura”.

Concluyo lastimosamente que tenía razón, escuchaba y listaba con reprocho una y cada una de sus palabras, pero sin intención der creerlas o afirmarlas. Claro, era un joven y ciego muchacho que no se dejaba doblegar por comentario alguno, ni siquiera de su más cercano creador. Pensando que podía tener a petición de sus palabras al inmenso mundo,

Para mí solo.

Para mi fin propio.

El tiempo pasaba pero las palabras quedaban, ahí marcadas en mis oídos como lunares a mis espaldas; las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Así durante un largo tiempo, un muy largo tiempo, lustroso diría yo, de poco o más de unos cinco años. Una vida inicia y otra acaba, llegó tal partida, tal huida de este miserable mundo era la mejor paz para mi padre; que no era motivo de dudar o tan siquiera pensar, un paro cardiaco a una edad avanzada era una forma tan cotidiana en la genealogía de mi familia.

Dicho esto y aquello debo decir más, mi señora madre de tan cansada edad no dejaba de sollozar por la injusta perdida del honorable, mi honorable padre.

Tristeza para mí.

Tristeza para todos.

Tristeza para mi madre.

Tristeza para todos.

Tristeza para mi padre

El difunto ya es otro.

Debería dejar mis estudios para emprender riquezas miseria a mi hogar; nido de mujer y dos hijos. Escombros de familia quedad en el olvido desde la partida de aquel padre recuerdo de todos.

Debería tomar su lugar en tan repulsivo monstruo.

Debería dejar mi mundo para viajar a otro.

Debería cambiar los libros por palas y carbón.

Debería cambiar tiempo de estudio por tan cansada profesión

Dejemos los sentimentalismos unos cuantos párrafos rumbo abajo, para poder corromper mis palabras con amargos trastos de miseria. Así desde las 6:15 de la mañana partir a la infiera entrada a mi sublime abismo, aquella fabrica que atormentaba el sabor de mi aire y la templanza de mi ser. Era el causante de mi deseo libertador, propagado poco a poco durante mi silencio abrumador; montañas y montañas de oscuro espesor, montadas a los alrededores del opaco repudio opresor.

Mi triste paraíso

Mi infierno paraíso

Tanto parloteo tedioso que escribo, palabras y palabras que tienden o parecen a no acabar, son simplemente el comienzo de tal historia de tristeza y misericordia, amor y desolación, de locura

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