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La oración eficaz del justo puede mucho

jualioMonografía28 de Marzo de 2013

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EVITE ASESINOS

DE ORACIONES PERSONALES

La oración eficaz del justo puede mucho.

Santiago 5.16

Cuando mi esposa, Margaret, y yo nos casamos teníamos un viejo auto Volkswagen. Una fría mañana no mucho después de haberlo comprado, salí y me metí en él para ir a trabajar, pero no arrancaba. Giré la llave y nada sucedió. Todo lo que pude oír fue un débil ruidito seco.

Ahora bien, en ese entonces no sabía nada de autos, ni tampoco ahora. Pero afortunadamente un amigo nuestro sí. Giró la llave una vez, oyó el ruido e inmediatamente comenzó a trepar hasta el asiento trasero del carro.

—¿Qué haces?—le pregunté—. El motor está aquí atrás. Hasta yo sé eso.

—Quiero darle una ojeada a tu batería—dijo al comenzar a tironear el asiento trasero. Y con toda certeza allí estaba la batería.

—Aquí está el problema—dijo—. ¿Ves estos cables? Conectan la batería con el motor de arranque. Pero el lugar por donde los cables se conectan con la batería está oxidado.

Pude ver una blanca costra gruesa cubriendo los lugares que estaba señalando.

—Esa corrosión bloquea la electricidad. Tu motor no arrancará mientras que esa sustancia bloquee la electricidad.

—¿Puedes arreglarlo?—le pregunté.

—Seguro—dijo—. Podemos deshacernos de esta sustancia … no hay problema.

Observé sorprendido mientras tomó una botella de soda y echó un poco en los terminales de la batería. La corrosión desapareció haciendo burbujas. Entonces meneó un poquito con los cables y dijo:

—Trata ahora.

El auto arrancó perfectamente como si nada hubiera sucedido.

Nuestras relaciones con Dios y nuestra vida de oración funcionan de una manera muy similar a la de mi auto en aquella ocasión. Mientras no haya algo en el medio bloqueando nuestra «conexión» con Dios, nuestro poder es ilimitado. Pero cuando permitimos que la suciedad se interponga entre nosotros y Dios, estamos perdidos. Y no importa cuánto tratemos de «girar la llave» en oración, carecemos de poder.

DIEZ ASESINOS COMUNES DE LA ORACIÓN

La mejor manera de no tener basura espiritual que obs-taculice nuestra vida de oración es evitándola. Pero si no la ha podido evitar, lo mejor será limpiarla cuanto antes. He descubierto que hay diez bloqueadores comunes para las oraciones eficaces. Los llamo asesinos de la oración porque se llevan todo el poder de nuestras oraciones e impiden nuestra relación con Dios. Si encuentra que uno o más de estos bloqueadores se ajustan a usted, confiéselos a Dios y pídale perdón para restablecer su conexión con Él.

Asesino de oración #1: Pecados no confesados

El pecado no confesado es quizás el más común de los asesinos de la oración. El Salmo 66.18 dice: «Él no habría escuchado si yo no hubiera confesado mis pecados» (La Biblia al día). Cuando la Biblia habla de mirar el pecado, se refiere al pecado inconfesado. Dios es perfecto y no puede tolerar el pecado en nosotros. Como resultado, le resta el poder a nuestras oraciones.

La buena noticia es que Dios nos perdona cuando confesamos el pecado y este desaparece. Los antecedentes se borran y no tenemos que rendir más cuenta por ellos. Jeremías 31.34 dice: «Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado». No solo Dios perdona nuestro pecado, sino que decide verdaderamente olvidar todos los pasados. En ese momento se restaura nuestra relación y nuestras oraciones vuelven a cobrar poder. Nuestras acciones pasadas pueden aun tener sus consecuencias, pero el pecado en sí recibió perdón.

Si ha confesado su pecado y lo ha rendido a Dios, pero continúa sintiéndose acusado, no es la voz de Dios la que escucha; es la de Satanás, el acusador, atacándole. Siempre recuerde, el perdón de Dios es completo. Primera de Juan 1.9 dice: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados». No deje que Satanás le acuse cuando ya Cristo le ha libertado.

El pecado no perdonado también tiene otras consecuencias. Podíamos decir este salmo a la inversa y esto también sería cierto: «Él habría escuchado si yo hubiera confesado mis pecados». El pecado embota nuestros sentidos y nos separa de Dios. Analice el caso de Adán y Eva: Cuando pecaron, no quisieron andar más con Dios; se escondieron de Él.

Además de hacernos huir de Dios, el pecado también hace que nos aislemos de otros creyentes. En Life Together [La vida juntos], Dietrich Bonhoeffer escribió:

El pecado demanda la posesión del hombre. Lo retira de la comunidad. Mientras más aislada esté la persona, más destructivo será el poder del pecado sobre ella y más desastroso será este aislamiento. El pecado desea permanecer en oculto. Huye de la luz. En la oscuridad de lo inexpresado envenena todo el ser.

El pecado aparta a la persona de la comunidad de los creyentes y, al estar lejos de otros cristianos, evita que recibamos el beneficio de rendir cuentas. Es un círculo vicioso. Como reza el refrán: la oración evita que pequemos y el pecado evita que oremos.

Si está albergando pecado en su vida, confiéselo ahora y reciba el perdón de Dios. Despeje lo que está evitando que se comunique con Dios.

Asesino de oración #2: Falta de fe

La falta de fe tiene un impacto increíblemente negativo en la vida del cristiano. Sin fe la oración carece de poder. Incluso Jesús no pudo realizar ningún milagro en Nazaret porque la gente no tenía fe (Marcos 6.1–6).

Santiago, el hermano de Jesús, revela el efecto que la falta de fe produce en la oración. Santiago 1.5–8 dice:

Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.

Qué increíble revelación es esta para el corazón del infiel. La palabra doble ánimo habla de una condición en la que la persona se divide emocionalmente casi como si tuviese dos almas. Esa condición hace a la persona inestable y la incapacita para escuchar a Dios o recibir sus dones.

La fe es realmente un asunto de confianza. Jesús dijo: «Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis». Las personas muchas veces son remisas a poner su confianza en Dios. Pero cada día confían en otros sin cuestionar, ostentando una fe que a Dios le agradaría recibir de ellos. Piénselo. La gente va a los doctores cuyos nombres no pueden pronunciar, reciben una receta que no pueden leer, la llevan al farmacéutico a quien nunca han visto, obtienen una medicina que no conocen, ¡y entonces se la toman!

¿Por qué es mucho más fácil confiar en estos desconocidos que confiar en un Dios que es fiel y amoroso en todos los aspectos? La respuesta está en dónde ponemos nuestra confianza. Mucha gente pone su confianza en sus amigos, cónyuges, el dinero o en ellos mismos. Sin duda, cualquier cosa menos Dios los defraudará, pero aun la mínima cantidad de fe en Él puede mover montañas.

Asesino de oración #3: Desobediencia

Recuerdo una tarde cuando tenía diecisiete años y estaba acostado en mi cama leyendo la Biblia. Hacía como un mes que había rededicado mi vida a Cristo y aceptado el llamado a predicar. Ese día estaba tratando de memorizar 1 Juan y me encontré con este versículo: «Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él» (1 Juan 3.21–22).

De pronto pareció como si Dios hubiera abierto una puerta en mi mente y algo sonó. Me inundé de entendimiento. Aun lo recuerdo vívidamente porque fue uno de esos momentos especiales de iluminación que una persona experimenta en momentos cruciales de su vida. Al volver a leer el versículo, circulé la palabra porque en mi Biblia. Me di cuenta de que recibimos de Dios porque le obedecemos. Esa es la condición que debemos cumplir para poder acercarnos a Él en oración.

Si vamos a desarrollar una creciente relación con Dios y llegar a ser personas fuertes en la oración, debemos obedecer. Mantenernos alejados del pecado no es suficiente. Tampoco la fe. Si nuestros labios confiesan que creemos, pero nuestras acciones no lo demuestran con un despliegue de obediencia, esto prueba la debilidad de nuestra creencia. La obediencia debe ser el resultado natural de la fe en Dios. Quien obedece a Dios, confía en Él y le obedece.

Norman Vincent Peale contó una historia de su niñez que revela la manera en que la desobediencia obstaculiza nuestras oraciones. Cuando niño una vez se consiguió un puro. Se dirigió a un pasillo trasero donde imaginó que nadie lo vería y lo encendió.

Al fumarlo descubrió que no tenía buen sabor, pero sí le hacía sentirse adulto. Al exhalar el humo notó que un hombre venía por el pasillo en dirección a él. A medida que el hombre se acercaba, Norman se percató horrorizado que era su padre. Era muy tarde para tratar de tirar el puro, por lo tanto, lo escondió detrás de él y trató de actuar de la manera más natural posible.

Se saludaron y para consternación del muchacho, su padre comenzó a conversar con él. Desesperado por distraer la atención de este, el niño divisó una cartelera cercana que anunciaba un circo.

«¿Puedo ir al circo,

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