Las Ferias De MAdrid
Deth123420 de Octubre de 2014
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LAS FERIAS DE MADRID
Lope de Vega
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Personas que hablan en ella:
• GUILLERMO, buhonero
• PIERRES, buhonero
• LUCRECIO,caballero
• ADRIÁN, caballero
• CLAUDIO, caballero
• BELARDO, viejo
• VIOLANTE, dama, su hija
• PATRICIO, su marido
• Dos MUCHACHOS
• Un MUCHACHO que vende aguardiente
• Tres VILLANOS
• ROBERTO, caballero
• LEANDRO, caballero
• ALBERTO, caballero
• EUFRASIO, dama
• TEODORA, su criada
• EUGENIO, dama
• Un ESCUDERO viejo
• ISIDRO, lacayo
• Un LADRÓN
• Un ALAGUACIL
• ESTACIO, paje
• FREGONA
• HOMBRE, embozado
• MORENO
• Dos CRIADOS
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JORNADA PRIMERA
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Salen GUILLERMO y PIERRES, buhoneros
GUILLERMO: ¿Que en esa acera pusiste
tú aparato y tienda, Pierres?
Guarda que el lance no yerres
que en la de enfrente tuviste.
No te fue mal otros años
Con el puesto que te di.
PIERRES: Antes, por ganar, perdí;
hay un provecho y mil daños.
GUILLERMO: Pues la luz, ¿no es de importancia?
PIERRES: Sí, pero tiene aquel lado
descubierto y me han robado
la mitad de la ganancia.
GUILLERMO:¡Qué bien nos dio de comer
el amigo!
PIERRES: ¡Largo cuenta!
A fe que tiene pimienta,
pero no para beber.
Conocíle yo en Amberes,
pobre y de bellaco talle,
que vendía por la calle
hilo, antojos y alfileres,
y agora está rico a costa
de nuestras pobres haciendas.
GUILLERMO: ¿Descubriremos las tiendas?
PIERRES: Ganar quieres por la posta.
GUILLERMO: Mal me fue por la mañana.
PIERRES: Descubre, que dio la una.
GUILLERMO: Espero mejor fortuna
si esta tarde no se gana.
Descubren las tiendas, y sale LUCRECIO
LUCRECIO: ¡Oh, pesia tal con el pesado yugo,
que a fuerza quiere ya romper el cuello
y que ha de ser un vulgo mi verdugo!
Colgada veo de un sutil cabello
toda la fuerza del cabello mío.
Rómpase ya, que gusto de rompello
Maldiga Dios aqueste desvarío
de ferias o de diablos, que me tiene,
antes que entre el invierno, helado y frío.
Todos los años por aciago viene
la fiesta de este santo, como martes,
y para todos es fiesta solene.
Sale ADRIÁN
ADRIÁN: ¿Úsase, por ventura, en otras partes
aquesta negra feria o borrachera,
grande invención de un bachiller en artes?
Paréceme esta plaza a la quimera,
compuesta de oro, paños y cebollas:
aquí cuelga un tapiz; allí, una estera.
También se venden perlas como pollas,
y como rica seda, verde esparto,
camas de campo y coberteras de ollas.
LUCRECIO: ¿Dónde bueno, Adrián?
ADRIÁN: Cansado y harto.
LUCRECIO: ¿De ver la feria?
ADRIÁN: Más de huír la feria.
LUCRECIO: ¿Huír? ¡Mala señal!
ADRIÁN: No tengo un cuarto.
LUCRECIO: ¿Por Dios, que ha sido general miseria!
En cueros he quedado.
ADRIÁN: Así nacistes;
tendréis menos calor.
LUCRECIO: Y más laceria.
Contadme, pues, las ferias que le distes
a la señora doña
ADRIÁN: Quedo; basta,
no la nombréis.
LUCRECIO: ¿Parece que la vistes?
ADRIÁN: Dile de ferias una gran canasta.
LUCRECIO: ¿Qué tantas fueron?
ADRIÁN: No, la cesta sola.
LUCRECIO: Empeñado quedáis.
ADRIÁN: Mucho se gasta.
LUCRECIO: ¡Ah, quién fuera serpiente que la cola
metiera en los oídos al encanto
de un ¡"Dadme ferias, dadme ferias"! ¡Hola!
¿Qué es aquesto, señor? ¿Dice algún santo,
algún doctor, algún antiguo o nuevo,
que esto tenga razón?
ADRIÁN: De vos me espanto.
¿No lo recibe el vulgo? Yo lo apruebo,
que pone leyes como el rey.
LUCRECIO: ¡Ah, carga
de vil pobreza, que a los hombros llevo!
Reciba el vulgo que la calza larga
llegue al tobillo, y la camisa, al hombro
adobada y tiesa, que parezca adarga;
y los sombreros, como yo los nombro,
panes de azúcar, y que chico y grande
se igualen en vestir, que no me asombro,
todo lo sufro bien; pero no mande
que la feria de aquél que compra y vende
tan recebida entre mujeres ande.
Si el otro vende y compra, no se entiende
que, porque él lo dé sin alcabala,
aquella ley aquésta comprehende.
Si mi dama quiere alguna gala,
para dársela yo, ¿qué es de importancia
que lo mande la feria?
ADRIÁN: Es ley.
LUCRECIO: Es mala.
Feria, ¿qué dice?
ADRIÁN: Pueblos son en Francia,
¡por Dios!, que habéis de dar o ser un necio.
LUCRECIO: Por dar lo soy.
ADRIÁN: Apruebo la ignorancia.
LUCRECIO: El que la hacienda tiene a menosprecio,
gaste, deshaga, trueque, cambie, corte,
aquesto compre, aquello ponga en precio;
pero el que vive, como yo, en la corte
de sólo su milagro, ¿no es forzoso
que en dar lo que no tiene se reporte?
ADRIÁN: ¡Por Dios, que andáis, Lucrecio, escrupuloso!
¿Con el vulgo os tomáis?
LUCRECIO: ¿Pues no?
ADRIÁN: Dejadle,
que es monstruo de mil formas espantoso.
Confieso yo que os quieran y de balde,
sí aquesto puede ser, que en amor puede,
y tiene la pobreza el padre alcalde.
Y cuando tanto bien se le concede
al pobre enamorado, que su dama
de sólo puro amor pagada quede.
¿No veis? Que sale el pajecillo, el ama,
la vecina, la deuda, hermana o prima
con quien ha de cobrarse nueva fama.
Y que como a las tales no lastima
el regalo que hacéis a la parienta,
y cada cual el interés estima,
si no las contentáis, está la cuenta
tan en la mano y la ocasión tan cierta,
que habéis de veros en notable afrenta.
Luego, la moza que os abrió la puerta,
os la cierra con mil inconvenientes
y en todo un año no la halláis abierta.
La hermana dice luego que las gentes
murmuran de aquel hombre, y que es mal hecho
abrir la boca a tantos maldicientes,
y que es hombre galán, mas tan estrecho
como de la cintura del dativo,
y que es un hombre honrado y sin provecho,
y que hay otros cien mil, y algún cautivo,
hombre de gusto, honor, hacienda y talle,
que en dar la suya no se muestra esquivo.
Una y otra comienzan a alaballe,
y alábanle de suerte, que en dos días
le dejan sin la dama y en la calle,
donde, si hacéis más llanto que Macías,
se han de reír de vos.
LUCRECIO: Amigos vienen.
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