Las Manchas Del Ocelote
fedeale3016 de Febrero de 2015
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Las manchas del ocelote.
Cuenta una hermosa leyenda mexica que hace mucho tiempo, cuando los hombres no habían iniciado su peregrinaje desde Aztlán, habitaba en el centro de México un hermoso animal: el ocelote. Su piel era toda dorada y suave al tacto, sus ojos oscuros y tenía un carácter suave; trataba bien al resto de los animales. No se alimentaba de ellos, pues prefería comer frutos y las raíces de diversas plantas.
Su ocupación favorita, luego de tomar agua en las orillas del lago, era tenderse en la hierba y mirar atentamente al cielo. Una a una veía salir a todas las estrellas. Las conocía por su nombre y ubicación en el espació; así sabía de Citlalpul (Venus), de Orión y de la Nauhxihuitl o Cruz del Sur. Le gustaba tanto verlas, que se consideraba su amigo y guardián. Pero a quien amaba y veneraba en verada era a la señora Meztli, la hermosa Luna.
Sucedió que una de tantas noches en que contemplaba extasiado la belleza del cielo, vio aparecer una estrella refulgente con una larga cauda o cola.
-Una intrusa- Pensó.
Le pareció que en realidad deseaba opacar con su belleza a la propia Luna y detesto a la nueva estrella, a la que comenzó a vigilar de cerca, noche tras noche.
Cada vez se acercaba más a la Tierra y su brillo era más y más intenso, su cola parecía no tener fin, era como si quisiera ocupar todo el cielo.
La noche siguiente, mientras veía sin parpadear a la nueva estrella, el ocelote escuchó la voz de Citlalpul que le decía:
-Hermano ocelote, todas las noches te he observado y creo adivinar lo que siente tu corazón, ¿verdad?-oyó que le preguntaba Venus-. Pero no te preocupes, así como llegó, también desaparecerá- le dijo
-No me agrada que la forastera sea más grande y luminosa que su señora Meztli, la reina de la noche- le contesto el ocelote. Y casi sin pensarlo, grito:
-Escúchame, señora, tú, la nueva estrella. No me agrada que estés en el mismo cielo que mi amada Luna y mis hermanas, las estrellas. Quiero que te alejes de una vez y para siempre-le exigió cansado de la presumida.
-¿Quién eres tú para hablarme de esa manera? ¿No sabes que estoy aquí para que admires mi belleza, y no para que me ofendas con tus necias palabras?- le contesto la nueva estrella.
-Soy el ocelote y no te tengo miedo. Tú no eres la señora del cielo y yo jamás te adoraré. Eres una intrusa- le dijo el animal, enojado, mientras echaba destellos por sus ojos.
Dice la leyenda que, entonces, el cometa, que era a quien el ocelote creía una estrella intrusa, parpadeó, enojadísimo.
-Ahora verás- le dijo. Y sin pensarlo dos veces, arrojó flechas y piedras para castigar a quien se atrevía a insultarlo.
Todo fue tan rápido e inesperado que el ocelote no tuvo tiempo de buscar refugio en su cueva. Algunas chispas de fuego alcanzaron la piel del animal, que aulló de dolor. Grandes manchas negras aparecieron entonces en ella.
-¡Así aprenderás a no insultar a Citlalmina, la estrella que tira flechas!- contestó ofendida, y luego se alejó para siempre.
El ocelote estuvo varios días escondido en su cueva. Después, cada mañana despertaba y llegaba hasta las orillas de la laguna para verse reflejado en las aguas. Sin embargo, su piel jamás volvió a brillar con la antigua y hermosa tonalidad dorada.
Cuentan que no sólo cambió la piel del ocelote, sino también su carácter, pues desde su enfrentamiento con el cometa se volvió agresivo e inquieto, con temor a salir de su guarida. La diosa Meztli, la amada luna del ocelote, compadecida del sufrimiento de su fiel amigo y defensor, le otorgó la facultad de poder ver de noche. Es por ello que ahora duerme de día y busca su alimento sólo cuando su amada luna brilla en lo alto del cielo.
Así que ahora ya lo sabes, los antiguos mexicanos creían que las manchas del ocelote fueron
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