MUSEOS DE VENEZUELA
nacarit7830 de Junio de 2013
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QUIEN ES ABOGADO.
El autor Ángel Ossorio plantea que la abogacía no es una consagración académica, sino una concreción profesional. Explica que el título universitario no es de abogado, sino de licenciado en derecho.
Dentro de este marco de ideas para poder ejercer la profesión de abogado, debe dedicar su vida a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los tribunales, explica que quien ponga en práctica esto será todo lo licenciado que quiera pero abogado no.
Un verdadero abogado debe creer en sí mismo, en sus ideas, en lo que dice su yo interior, no se deja llevar por la crítica, el doctrinarismo o la injusticia. Siempre actúa como lo dicta su moral, y aunque puede consultar las opiniones de los autores y leer jurisprudencia, debe hacer exactamente lo que le indica su conciencia, no debe dejarse llevar por el resarcimiento económico que puede obtener de tal o cual caso.
En esta perspectiva se ha creado una falsa imagen pues se piensa que un abogado es bien visto cuando defiende criminales famosos, aun a sabiendas que son culpables de los delitos de los que se les acusa. En algunos casos son delitos gravísimos, homicidio de niños, abusos de mujeres y ancianos, tráfico de drogas, con las cuales cercenan la conciencia de nuestra juventud.
Este abogado, consciente de la culpabilidad de su cliente, aun así lo defiende porque la remuneración económica es jugosa. Pero en este momento, me pregunto yo: y dónde está la conciencia de este abogado y si hubiera sido su familia la afectada, también lo hubiera defendido, no previene que si ayuda a este criminal a obtener su libertad, otros más pueden ser futuros afectados.
A diario se encontrara el abogado con la injusticia. En cada tribunal, en cada fallo, en los clientes, en lo que le rodea, pero no por eso el abogado se debe convertir en u ser injusto, ya que son sus actuaciones los que hablaran bien o mal de él. No existirán las excusas, ya que solo él, será responsable de sus fallas o aciertos.
En tal sentido es importante señalar que un buen abogado no debe ser vanidoso, aunque esto a mi juicio, no solo se aplica a la carrera de derecho sino para la vida personal, al contrario de vanidoso, debe ser digno, orgulloso, no debe titubear al momento de tomar una decisión y si vacila, mejor es que renuncie para no parecer payaso, el mejor aliado del buen abogado es su fuerza interior, su conciencia debe elevarse al resto de la sociedad y si en algún momento duda sobre cometer una injusticia debe cambiar de oficio. En su conclusión, el abogado es, el que ejerce permanentemente la abogacía aplicando sus principios éticos.
Ossorio considera que la abogacía no es una consagración académica, sino una concreción profesional. Y dice que nuestro título universitario no es de "abogado", sino de "licenciado en derecho". Y que para poder ejercer la profesión de "abogado". Debe dedicar su vida a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los tribunales. Y quien no haga esto será todo lo licenciado que quiera pero abogado no.
En su conclusión, el abogado es, el que ejerce permanentemente la Abogacía. Los demás serán solamente licenciados en derecho, pero nada más.
La lectura de este primer capítulo, el hecho de estudiar la licenciatura de Derecho y Ciencias Políticas, no le adjudica per sela calidad de abogado a una persona.
Los abogados deben soportar los calificativos peyorativos que sobre ellos recae gracias a la mala fama que tiene su profesión, comentarios que van de lo ridículo a lo ofensivo.
Es una profesión que en vez de estar consagrada académicamente, está un poco mal vista por la sociedad. A mi juicio esto carece de justicia, porque tal vez haya licenciados en derecho que tratan de ser "juega vivos", pero son los más los que se apegan a la ley y a la justicia. Dentro de todo, la sociedad no puede catalogar una profesión de buena o mala por la actuación de sus protagonistas, ya que ella misma debe hacerse un mea culpa de los valores que enseña a sus conciudadanos.
Esto lo ejemplarizamos cuando en las aulas de clases no se enseña a discernir, a valorar a los demás, a reflexionar ni a tener un punto de vista crítico de las cosas. Tal vez en todos los casos no sea así, porque a título personal me ha tocado el privilegio de aprender con excelentes catedráticos, verdaderos maestros del derecho, pero a su vez ha habido profesores que intentan crear estudiantes mecanizados, memorizado res de conceptos, como muy bien lo señala Osorio: "el bagaje cultural del alumno más aprovechado no pasa de saber decir de 25 maneras – tantas como profesores – el concepto del derecho..." Este comentario del autor me causo pavor al observar que no está lejos de la realidad, pero allí interviene el mismo alumno al convertirse en agente autodidacta, lo que no se le enseña, trata de aprenderlo por otros medio, no se conforma.
Algo que también llamó mi atención fue leer que solo en la ciudad de Madrid existen aproximadamente 12,000 licenciados en derecho pero no son todos los que se dedican a la profesión permanentemente. Con esto sé que el Licenciado que no se dedica a la profesión en un 100%, podrá ser muy Licenciado pero no un verdadero abogado.
Un verdadero abogado debe creer en sí mismo, en sus ideas, en lo que dice su yo interior. No se deja llevar por la crítica, el doctrinarismo o la injusticia. Debe actuar siempre como lo dicta su moral, y aunque puede consultar las opiniones de los autores y leer jurisprudencia, debe hacer exactamente lo que le indica su conciencia.
No debe dejarse llevar por el resarcimiento económico que puede obtener de tal o cual caso. En Panamá y en el resto de los países, esto es más complicado de lo que aparenta. Un abogado es bien visto cuando defiende criminales famosos, aun a sabiendas que son culpables de los delitos de los que se les acusa. En algunos casos son delitos gravísimos, homicidio de niños, abusos de mujeres y ancianos, tráfico de drogas, con las cuales cercenan la conciencia de nuestra juventud, etc. Este abogado, consiente de la culpabilidad de su cliente, aun así lo defiende porque la remuneración económica es jugosa. Pero en este momento, me pregunto yo: ¿y dónde está la conciencia de este abogado? y si hubiera sido su familia la afectada, ¿también lo hubiera defendido?, ¿no previene que si ayuda a este criminal a obtener su libertad, otros más pueden ser futuros afectados?
A diario se encontrara el abogado con la injusticia. En cada Tribunal, en cada fallo, en los clientes, en lo que le rodea, pero no por eso el abogado se debe convertir en u ser injusto, ya que son sus actuaciones los que hablaran bien o mal de él. No existirán las excusas, ya que solo él, será responsable de sus fallas o aciertos.
Otra cosa que aprendí es que un buen abogado no debe ser vanidoso, aunque esto a mi juicio, no solo se aplica a la carrera de derecho sino para la vida personal. Al contrario de vanidoso, debe ser digno, orgulloso. No debe titubear al momento de tomar una decisión y si vacila, mejor es que renuncie para no parecer payaso. El mejor aliado del buen abogado es su fuerza interior, su conciencia. Debe elevarse al resto de la sociedad, y si en algún momento duda sobre cometer una injusticia, debe cambiar de oficio.
LA FUERZA INTERIOR.
En este capítulo el autor afirma que en el hombre cualquiera que sea su oficio, debe creer principalmente en sí, la fuerza que en sí mismo no halle no la encontrará en ninguna otra parte. Siempre debemos fiarnos en sí mismo, vivir la propia vida a plenitud, siguiendo los dictados que uno mismo se imponga y desatender las críticas de los demás.
En nuestro ser, hallase la fuerza de las convenciones, la definición de la justicia, el aliento para sostenerla, el noble estimulo para anteponerla al interés propio, el abogado tiene que comprobar a cada minuto si se encuentra asistido de aquella fuerza interior que ha de hacerle superior al medio ambiente; y en cuanto le asalten dudas en éste punto debe cambiar de oficio, la fuerza que en sí mismo no se halle no la encontraremos en ninguna otra parte. Esto significa que no debemos esperar nada de la demás gente, ni de otras cosas, no depender de nada más que de nuestros propios recursos para salir adelante.
Nuestro sentido de juzgar, no debe depender de autores o de jurisprudencias, ya que la palabra cordial nos induce a perder el sentido propio a puro recabar los ajenos, cuando nos detenemos a escuchas las opiniones y perjuicios de los demás entonces estamos perdidos, ya que empezamos a dejar de confiar y creer en nuestro propio juicio y a desconfiar en nuestra moral; al final lo único que obtendremos es que ya no sabremos lo que es ética ni donde reside el sentido común.
En la abogacía debe actual el alma sola, porque cuando se hace así es una obra de conciencia. En nuestro ser, se encuentra la fuerza de las convicciones, la definición de la justicia, el aliento para sostenerla, el noble estimulo para anteponerla al interés propio, el sentimiento para templar las armas del combate. En las batallas nada es más irritante que la injusticia; pero debemos controlar la ira, ya que el enojo experimentado en un asunto, influye en otros cien casos.
En conclusión, el abogado tiene que comprobar a cada minuto si se encuentra asistido de aquella fuerza interior que ha de hacerle superior al medio ambiente; y en cuanto la asalten dudas, en este punto debe cambiar de oficio.
No es en
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