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Mexico Hacia 1850


Enviado por   •  18 de Enero de 2015  •  15.616 Palabras (63 Páginas)  •  257 Visitas

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MEXICO HACIA 1850

Dirrecición Sartorius Carl Christian

Así como la clase de vegetación determina la fisonomía de la campiña, así también las ciudades llevan impresa la característica de la vida y costumbres del pueblo. Las ciudades mexicanas muestran, a primera vista, un origen común con las naciones románicas del sur de Europa: calles rectas, plazas abiertas, casas de mampostería con azoteas, muchos templos de brillantes cúpulas, extensos monasterios en forma de ciudadelas, montes de Calvario, magníficos acueductos como los de la Roma antigua. . . Esplendor y lujo en un lado, mugre y desnudez en el otro.

Las dos Castillas han suministrado los modelos; allá, lo mismo que aquí, encontramos en las ciudades la misma falta de árboles, la misma ausencia de bellos parques y jardines, de limpios y placenteros alrededores. Pero existe una diferencia importante entre las ciudades de Europa y las de América: las primeras tienen una historia que se retrotrae a los tiempos más remotos; las últimas son modernas y sus monumentos son apenas de ayer. En las ciudades europeas las puertas y murallas, los templos y las fuentes, las casas consistoriales y el castillo con sus torres y sus pretiles con crestería, cada calleja y cada casa son un capítulo de la crónica, una reliquia de la vida íntima del pueblo.

En América esto no ha llegado aún, pero tiene que llegar. El pasado, aquí, pertenece a otro pueblo cuyos monumentos han sido extirpados de la tierra, cuya historia nadie conoce y por cuyos adoratorios nadie demuestra afinidad alguna. En México nadie sabe dónde cayó el infausto Moctezuma, atravesado por las flechas de su propia gente, o dónde era adorada la estatua de Tláloc; difícilmente alguien puede decir en qué lugar saltó Pedro de Alvarado sobre el ancho canal, o dónde estuvo situada la casa de Hernán Cortés.

Pero si en la capital de un gran dominio quedan tan pocos documentos del pasado, ¿que puede esperarse de otras ciudades donde no ocurrieron grandes acontecimientos? Por lo tanto, debemos conformarnos con dejar insatisfecha nuestra curiosidad y mejor contemplar las ciudades tal como son.

Cuando uno se acerca a una ciudad de la Europa moderna, lo primero que ve es la parte más hermosa: los suburbios son nuevos, espléndidos, de buen gusto, adornados con paraderos, avenidas y jardines floridos. En México, los suburbios son pobres y polvorientos, habitados por las clases más humildes. Desperdicios e inmundicias, carroñas de animales y escombros de construcciones se apilan a la entrada de las calles, al lado de paupérrimas chozas, moradas de astrosos vagabundos o de indios semidesnudos. Famélicos perros, bandadas de buitres y zopilotes sitian estas repugnantes barriadas desatendidas, y al pasar por ellas es preciso apresurar la marcha para que nuestros ojos y nuestras narices no recojan una desagradable impresión.

Este es generalmente el caso en las mesetas; pero por contraste, en las ciudades orientales de Jalapa, Orizaba y Córdoba, por ejemplo, los suburbios son un laberinto de huertos frutales, entre los cuales aparecen las techumbres de tejas rojas de las cabañas, destacándose con evidente alegría. Y al entrar en la ciudad misma, encuentra uno las calles pavimentadas y, a los lados, las aceras revestidas de losas de basalto bien dispuestas proporcionan una

agradable caminata a los peatones.

La mayor parte de las ciudades tienen calles derechas que se cruzan en ángulos rectilíneos. Las casas de los ricos son de dos, tres o más pisos; las de la gente pobre, en la mayor parte de los casos, son de un solo piso. La arquitectura es de tipo español, pero los innumerables templos son de los estilos francés e italiano del siglo XVII. Muchos de ellos son imponentes por su grandeza; muchos otros muestran, en su interior, gran sencillez y belleza de proporciones, y como todos son de mampostería con techumbres abovedadas y alias cúpulas, dan una impresión de solemnidad que corresponde a su designio.

Primeramente daremos un paseo por la plaza principal, porque las plazas son siempre el punto focal del esplendor en todas las ciudades mexicanas. El gran templo siempre ocupa uno de los lados del majestuoso cuadrángulo; en los otros tres hay grandes casas cuyos pisos inferiores consisten en anchos portales que van de uno al otro extremo de la calle. En estas arcadas se encuentran las tiendas más finas, almacenes, vinaterías y cafés. El gran edificio situado en el lado opuesto al templo es invariablemente la casa del ayuntamiento o la de gobierno, si se trata de alguna ciudad capital. En el centro de la plaza existe una hermosa fuente o alguna columna, y muchas están también ornamentadas con hileras de árboles que ofrecen un encantador paseo.

En las ciudades menores, el mercado semanal se instala generalmente en la plaza principal, que presenta un escenario muy vivo por los contrastes entre los grupos de personas y por la multiplicidad de mercancías que ofrecen en venta. Difícilmente se encuentra una vista más atrayente que la del mercado de Córdoba, en el estado de Veracruz, los viernes por la mañana. Puede uno instalarse en algún punto de observación en el costado oriental del templo. Desde aquí se observa la bella plaza rodeada por sus majestuosos portales. Los vendedores ocupan el área entera, colocándose en largas

filas con pasillos regulares, de tal modo que los artículos de determinada especie pueden encontrarse juntos. Blancos, indios, mestizas, mulatos y negros, todos con sus vestidos relucientes de limpios, se mezclan en la plaza, formando un conjunto abigarrado. En ningún otro lugar puede encontrarse tal

mezcolanza de rostros de diferentes colores como aquí, precisamente en los límites entre las regiones templada y tórrida. Además de esta animadísima escena, nos encontramos rodeados por un espléndido paisaje tropical. Las alias palmeras y los bananos con sus enormes hojas se mecen en el viento suave, en canto que las severas moles de las montañas de Orizaba que elevan sus conos cubiertos de nieve, constituyen el hermoso fondo.

La plaza pública viene a ser para el mexicano lo que para los romanos era el foro. Aquí, es donde primero se escuchan las noticias de cualquier acontecimiento y aquí, también, se efectúan las festividades cívicas y las de la iglesia y donde se realizan las elecciones y donde se pronuncian los discursos públicos; en esta plaza se alinean los gendarmes y se encienden fuegos de artificio y brillantes iluminaciones y, finalmente, bajo un suntuoso palio se desplaza el grupo inicial en la procesión de corpus Christi. Antes o después de los servicios religiosos, los lugareños acostumbran

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