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Milena


Enviado por   •  3 de Junio de 2014  •  Síntesis  •  1.474 Palabras (6 Páginas)  •  161 Visitas

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Conocí a Milena durante siete años, los últimos de su vida. Ella tuvo la bondad de pedirme ser su médico internista, yo tuve el privilegio de tenerla como paciente.

Al principio la visitaba mensualmente; los 2 últimos años, cuando ya era dependiente de oxígeno y sólo podía desplazarse en silla de ruedas por su disnea, semanalmente, todos los jueves. Una sola vez cambié, por un descuido mío, el jueves por un sábado. Me lo reprochó amigablemente.

La primera vez que la vi en su domicilio a solicitud de otro colega, presentaba fiebre prolongada, tos, disnea y ausencia de respuesta clínica a varios ensayos terapéuticos con antibióticos. Tenía entonces 67 años. Le había sido diagnosticado un síndrome de Sjögren 20 años antes tratado por un tiempo con esteroides. Estaba grave, polipneica, febril, con crépitos, sibilancias y algunos crujidos en ambos campos pulmonares; pero, sin embargo, permanecía lúcida y atingente. Me recuerdo que casi sin consultarle llamé una ambulancia y la hospitalizé. Sin consultarle tampoco mayormente la sometí a varios exámenes de laboratorio, imágenes y biopsias. El diagnóstico era claro: vasculitis pulmonar en etapa de fibrosis inicial. Mejoró en forma importante con esteroides y pude darla de alta después de 10 días. Durante su hospitalización Milena prácticamente no se alimentó y yo no tenía razones médicas claras para explicármelo. Lo supe cuando momentos antes del alta me dijo, afable pero seria: "querido doctor, le agradezco todas sus preocupaciones por mi enfermedad pero de ahora en adelante quisiera pedirle algo que para mí es lo más importante: prométame que nunca más me va a hospitalizar, nunca más me va a separar de mi hermano y mi familia; tendrá Ud. toda mi comprensión en toda circunstancia pero tendrá que saber tratarme en el futuro sin que yo tenga que salir de mi hogar". Al darme cuenta que había violado su voluntad sin siquiera pedir su consentimiento y sin haber dimensionado con claridad la jerarquía de sus valores le pedí excusas por mi inadecuado "celo médico". Cerramos entonces un trato que no necesitó de palabras ni escritos, sólo de una mirada sincera y un apretón de manos que encerraba cariño. Caminamos juntos durante 7 años bajo este trato. En ese tiempo la hice trasladar en una oportunidad a un centro radiológico cercano para comprobar una fractura de húmero y 2 días antes de su muerte le solicité un examen de uremia, hemograma y electrolitos plasmáticos. Creo que cumplí con mi promesa.

En cada visita ella me animaba y conversaba. Me decía que "íbamos mejor" pese a que su deterioro progresivo era obvio. A su daño basal se le agregó hipertensión pulmonar, insuficiencia cardíaca y renal. Hizo múltiples complicaciones, desde luego infecciones, y exacerbaciones de su vasculitis. Se mantuvo lúcida, alegre y gentil hasta el final. O casi. Veinticuatro horas antes de su muerte cayó en sopor. Como mujer muy religiosa, alcanzó a recibir su última comunión con increíble conservación de su intelecto y espíritu. Estaba ya con expectoración hemoptoica, hipotensa, con fibrilación auricular, equímosis, petequias generalizadas y oligoanúrica.

Milena nunca cuestionó mis tratamientos, nunca me discutió la inexorable evolución progresiva de su enfermedad. Nunca supe, ni lo podré saber jamás, qué de menos o de más hice; si gracias a mí Milena vivió 7 años más o si podría, en otras manos, aún estar con nosotros. Lo que sí sé es que cumplimos un compromiso y mantuvimos un respeto mutuo que jamás fue alterado bajo ninguna circunstancia.

Milena falleció de asfixia por destrucción de su parénquima pulmonar. Hasta el último momento, pese a su intensa disnea y angustia que supo reprimir, permaneció con su rostro afable y cariñoso. Nunca escuché de parte de ella ni de su familia una sugerencia para que "acelerase" su muerte y evitara mayor sufrimiento. Nunca lo vi tampoco en sus ojos. Compartíamos, creo yo, un rechazo tácito a cualquier forma de muerte inducida sea cual fuese su teórica justificación. La ayudé, eso sí, dentro de todas mis posibilidades, a aliviar su dolor y angustia. Incluso avalé el empleo de gotas homeopáticas aportadas por una sobrina para calmar su disnea en los momentos más difíciles en el entendimiento que eran inocuas y un buen placebo. El listado de los medicamentos sumaban ya ocho tipos diferentes, algunos de ellos debían administrarse dos o tres veces al día.

Milena falleció en su casa, su habitación, su cama. Junto a su hermano y sobrinas. Al

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