Narcotráfico colombiano
goritasDocumentos de Investigación5 de Diciembre de 2011
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¿Quién disputa al narcotráfico colombiano su lugar temible en la mitología de la América Latina de hoy?; ¿Y quién duda del sitio central del cártel de Medellín, que convirtió a la ciudad, "la más bella, la más activa, la más hospitalaria del país", en sinónimo de la devastación, los carrobomba, los muertos por doquier, los periodistas perseguidos, los abogados cínicos y aterrados, los jueces enfrentados al "plata o plomo", las comunidades asoladas por la policía que mata para prevenir o negar que lo ha hecho? Y en los numerosos niveles del cártel Medellín o el de Cali participan los dispuestos al nuevo pacto fáustico que bien podría enunciarse así: "Concédeme, oh narco, las sensaciones ilimitadas a mi alcance, los fragmentos o los espacios vastos del dinero y la sexualidad frenética; permíteme que cambie mi expectativa de vida por la orgía de jactancias y miedos, el despilfarro, el alcohol, la droga (si lo permiten los patrones), el dominio sobre la vida ajena, tan extinguible. A cambio, te daré mi alma, o su equivalente: la indiferencia ante la posibilidad de morir joven, o de pasarme encerrado la mayor parte de la vida". Del pacto fáustico se desprenden los sicarios adolescentes, los matones, los capos y un ser excepcional, en la cumbre del narcotráfico, Pablo Escobar, nacido en 1949 y acribillado en una persecución el 2 de noviembre de 1993, mientras huía por los tejados.
Pablo Escobar Gaviria, El Doctor Echavarría, incluye en sus 44 años de trayectoria, la condición de senador suplente, la responsabilidad de cientos de asesinatos, el control sobre el narco, la propiedad de la hacienda Nápoles cuyo zoológico contiene hipopótamos y jirafas y en cuyo portal se exhibió museográficamente la primera avioneta transportadora del primer cargamento de heroína. Pablo Escobar: el benefactor de los pobres barrios ("En la cumbre de su esplendor se erigieron altares con su retrato y les pusieron veladoras en las comunas de Medellín"), el fugitivo por excelencia, el perseguidor por antonomasia, el redactor de textos precisos, el desconfiado que fue su propio jefe militar, su propio jefe de seguridad, de inteligencia y de contrainteligencia. Si alguien —en la época del Clan Ochoa, de Gonzalo Rodríguez Gacha El Mexicano, de Rodríguez Orejuela— ha encarnado la pesadilla interrumpida del narco en América Latina es Pablo Escobar, el jefe de los Extraditables, del grupo que quiso constituirse, con éxito diverso, en un Estado dentro del Estado, en el voraz poder alternativo de capacidad de compra sólo rivalizada por su despliegue de intimidaciones y ejecuciones. Pablo Escobar: el gran señor feudal del nuevo medioevo de la droga.
Hasta ahora, lo usual, en la ya abundante literatura sobre el narcotráfico, es detenerse en las carreras rápidas y omnívoras de los capos, en sus extravagancias, su religiosidad (el otro pacto fáustico: "Creo devotamente para tener contactos en el Más Allá"), su crueldad extraordinaria. En Noticia de un secuestro, su magnífico regreso al periodismo, Gabriel García Márquez elige la perspectiva de las víctimas, de las piezas involuntarias del juego criminal, en la etapa en que Pablo Escobar encabeza las maniobras para evitar ese infierno del narcotraficante, la deportación a Estados Unidos, a las celdas de máxima seguridad sin ninguna de las ventajas y canonjías que la realidad latinoamericana le cede a los delincuentes de pro. (Uno recuerda inevitablemente a Juan García Abrego, que en la escalerilla del avión resiste, grita, forcejea hasta lo último, al tanto del fin de sus privilegios, de la deshumanización brutal que le aguarda a él, que nunca creyó en los derechos humanos de nadie.)
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