Niños De La Calle
valeriiaa1 de Octubre de 2014
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Introducción.
El interés que motiva este estudio sobre los niños de la calle es esencialmente teórico más que prescriptivo. Nos proponemos describir, desde una perspectiva comparada, tres dimensiones de la vida cotidiana de estos niños cuyo análisis nos permitirá evidenciar si dicho grupo constituye una clase social definida. Es de notar que usualmente los niños de la calle son clasificados simplemente como niños en pobreza o como parte de los sectores vulnerables, tendencia que no contribuye a su ubicación dentro del sistema de clases. Otra corriente (Bhalla y Lapeyre, 1999) a nuestro juicio algo más precisa los ubica dentro del sector de los excluidos socialmente también integrada por otros grupos como las personas sin hogar, los comerciantes informales, los desempleados crónicos y otros. Nuestro enfoque toma a los excluidos como una clase social y nos obliga a estudiarlos de acuerdo a un enfoque relacional.
A diferencia de algunos autores que desde hace más de una década vienen negando el valor del análisis de clases o privilegiado las categorías de raza, etnia y género en los estudios sobre estratificación social (Bauman, 1982; Pakulski y Waters, 1996; Bradley, 2000), sostenemos que el concepto de clase es muy útil siempre que tome en consideración nuevas corrientes teóricas y las novedosas condiciones históricas dentro de las cuales se desenvuelven los agentes. Esto implica abandonar la antigua aproximación estructural y reificada de las clases a favor de un acercamiento al proceso de su formación fundado en términos flexibles y con amplio espacio para la agencia social (Savage, 2000).
De aquí que hayamos desarrollado un nuevo enfoque sobre las clases sociales que entiende su naturaleza a partir de la intersección de tres sistemas principales: el sistema económico, el sistema Cultural-identitario y el sistema de la acción social. [2] El sistema económico contiene, a su vez, dos dimensiones de análisis. Uno concierne a los rasgos esenciales del capitalismo contemporáneo. Nos referimos a la vigencia de procesos como la flexibilización, precarización, y fragmentación del trabajo, los enormes flujos de capital, la creciente importancia del conocimiento, el diseño y la publicidad en la actividad productiva y las nuevas formas de organización que asume el sistema corporativo. El otro, a la la división del trabajo referida a como diversos grupos se incorporan al esfuerzo productivo con base al tipo de capital que poseen. [3] La Clase Capitalista posee esencialmente capital económico; es decir, posee los medios –capital, tierra, maquinaria- que permiten la realización del proceso productivo a mediana o gran escala; la Nueva Clase Media posee dos tipos de capital: capital cultural y capital simbólico. Siguiendo a Bourdieu (1986) sugerimos que esta clase logra posicionarse ventajosamente en la división del trabajo en virtud de los conocimientos adquiridos en las instituciones educativas (capital cultural) y muy especialmente en la habilidad que posee para crear y manipular símbolos (capital simbólico); la Clase Media posee capital específico: es decir, un capital que le permite desarrollar un conjunto de actividades que giran alrededor de la organización de información, más no del análisis requerido para extraer sentido de ella. Este capital se obtiene usualmente en el bachillerato, en las escuelas de comercio, los colegios comunitarios o es auto-adquirido. Nos referimos a actividades relativamente rutinarias como la organización, registro, clasificación, almacenamiento y actualización de datos, procesamiento de órdenes de compra y venta, despacho, entre muchas otras. La Clase Trabajadora y el Campesinado poseen también un capital específico que les permite, mediante el dominio de ciertas destrezas manuales, participar en la división del trabajo. Por ultimo, tenemos a los Excluidos cuya limitada y marginal participación en la división del trabajo, y su misma sobrevivencia, dependen de su capacidad para desarrollar, acumular y explotar capital social. Por capital social entendemos siguiendo a Putman (1995) aquel capital consistente de redes y relaciones sociales que permiten a una persona o grupo lograr ciertos objetivos. Estas redes implican un alto nivel de confianza y reciprocidad entre los agentes. El capital social genera valor para quienes participan de el y opera mediante varios canales: acceso a la información relevante, ayuda mutua, formación de redes sociales fluidas y creación de identidades compartidas. [4]
Las teorías tradicionales de clase suponen que determinadas formas de participación en la economía, especialmente en el sistema de la propiedad, generan respuestas distintivas en los agentes sociales. La sociología marxista sostiene, por ejemplo, que la experiencia material de clase moldea los valores y actitudes (conciencia) de los agentes productivos de forma tal que dichos valores y las prácticas resultantes reflejan directamente los intereses en juego. No obstante, se ha observado que el proceso de formación de la identidad de clase es difuso y no responde a un patrón mecánico. En vez, su dinámica esta mediada por procesos culturales profundos que resultan en prácticas de conformidad o de resistencia muy variadas e irregulares. [5] Estas prácticas comprenden entre muchas otras la acción de clase de la teoría tradicional manifestada en el curso de coyunturas específicas donde la identidad de clase se dispara frente a situaciones que cuestionan la legitimidad de determinados intereses, las protestas callejeras desorganizadas, los movimientos sociales e inesperadas formas de política cultural e indentitaria (Fantasia, 1988). Así pues, la investigación sobre el sistema de clases sociales debe examinar además de los aspectos económicos mencionados, dos sistemas adicionales: el sistema cultural-identitario que media las perspectivas resultantes de la posición objetiva en la división del trabajo y el de la acción social expresado en múltiples y complejas manifestaciones políticas del interés económico.
Al igual que cualquier otro modelo de clases, el nuestro es relacional: parte de la premisa de que las relaciones de clases implican cooperación (producción) y conflicto (contradicciones). Con respecto a los excluidos socialmente –grupo donde pensamos debe ubicarse a los niños de la calle- nuestro modelo asume que su posición relacional es de opresión. Es decir su participación dentro del sector informal esta marcada no por la explotación económica clásica sino por la coerción de las agencias del Estado.
En lo que sigue, intentaremos acercarnos a nuestro objeto de estudio según los temas relevantes para este nuevo enfoque de clases. Luego de una sección cuantitativa sobre el problema, veremos en secciones sucesivas: a. los motivos económicos y sociales que impulsan a un considerable número de niños a ir a las calles; b. la ubicación de los niños en la división del trabajo, c. la experiencia social de la vida en la calle y el desarrollo de capital social como herramienta para sostener un modo de vida y d. Las implicaciones políticas de la vida infantil en las calles. En la conclusión discutiremos nuestros hallazgos a la luz del enfoque teórico planteado.
1. Aproximación cuantitativa al tema de los niños de la calle
La cuantificación de los niños de la calle se ha visto afectada severamente por problemas conceptuales. Usualmente se distingue entre el concepto de niños en la calle y el de niños de la calle. Los primeros serían todos aquellos niños que trabajan en las calles y regresan a su hogar en la noche. Se calcula que existen unos 150 millones de estos niños al nivel global. Los segundos serían aquellos niños que viven todo el tiempo en las calles. El número de estos niños podría contarse en unos 90 millones al nivel global (Shorter y Onyancha, 1999).
No obstante, establecer una diferenciación clara entre ambas categorías de niños es realmente difícil. La revisión de la bibliografía sugiere que la mayoría de los niños de la calle, aun aquellos que duermen en ella, visitan su hogar con alguna frecuencia. El número de niños que efectivamente vive y duerme en la calle de manera permanente sería mucho menor que aquel reportado por organismos nacionales e internacionales encargados de velar por el bienestar de la infancia. En Caracas, por ejemplo, se estima que un 60% de los niños de la calle han perdido el vínculo familiar (Albano, 2002). Ello nos deja con el inconveniente de no tener una idea aproximada del número de niños de la calle y nos obliga a tomar la mencionada cifra de 90 millones, pero entendiendo que se trata de un mero aproximado (Hetch, 1998).
Una definición más cónsona con la experiencia real de los niños de la calle los vería como niños que trabajan y roban para vivir (Por norma el trabajo se desarrolla en los sectores más subsidiarios de la economía informal), que están fuera de la escuela, que carecen de los cuidados básicos de salud y seguridad y de la protección ofrecida por un familiar o tutor (Consortium for Street Children, 2003). De Benítez (2003) considera adicionalmente que los niños de la calle viven en condiciones que no son las apropiadas para su desarrollo físico y emocional. Se trata de ambientes callejeros donde privan normas opuestas a las de la sociedad oficial. También estima que estos niños son muy vulnerables a los abusos del sistema de judicial y que están comparativamente más expuestos a contraer una serie de enfermedades graves. Según la autora, estas condiciones operan de manera simultánea para
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