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Pastel Para Enemigos


Enviado por   •  20 de Agosto de 2014  •  1.416 Palabras (6 Páginas)  •  181 Visitas

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Cuentos para crecer: Pastel para enemigos

Hubiera podido ser un verano perfecto. Mi papá me había ayudado a construir una cabaña en el árbol de nuestro jardín. Mi hermana se había ido a un campamento por tres semanas. Y yo estaba en el mejor equipo de béisbol de la ciudad. Hubiera podido ser un verano perfecto.

Pero no lo era.

Todo iba bien hasta que Claudio García se mudó a mi barrio, justo al lado de la casa de Felipe, mi mejor amigo. No me gustaba Claudio García. Se burlaba de mí cuando me ganaba al béisbol. Cuando hizo una fiesta en su casa para saltar en su cama elástica, ni siquiera me invitó. Pero a mi mejor amigo Felipe, si.

Claudio García era el único nombre en mi lista de enemigos: ni siquiera había tenido una lista de enemigos hasta que él se mudó a mi barrio. Pero nada más llegar él, me hizo falta. La colgué en mi cabaña, donde Claudio García no podía entrar.

Mi papá era un experto en enemigos. Me contó que él, a mi edad, también tuvo enemigos. Pero conocía un truco para deshacerse de ellos. Le pedí que me contara cómo se hacía.

—¿Contártelo? ¡Te lo enseñaré! —dijo papá.

Sacó un viejo libro de recetas de la estantería. Dentro había un trozo de papel muy gastado cubierto con una letra descolorida. Mi papá lo alzó y lo miró de reojo.

—Pastel para enemigos —dijo satisfecho.

Te preguntarás qué es exactamente un pastel para enemigos. Yo también lo pregunté. Pero mi papá me dijo que la receta era tan secreta, que no podía decírmelo. Concluí que debía de ser mágica. Le supliqué que me diera una pequeña pista.

—Solo le diré esto —contestó—: el pastel para enemigos es el método más rápido para deshacerse de ellos.

Por supuesto, eso me hizo pensar mucho. ¿Qué clase de cosas —cosas desagradables— pondría yo en un pastel para un enemigo? Le llevé a mi papá unos hierbajos del jardín, pero él negó con la cabeza. Le llevé gusanos y piedras, pero él me dijo que no los iba a necesitar. Le di el chicle que había estado masticando toda la mañana, pero me lo devolvió.

Salí a jugar solo. Intenté meter canastas hasta que la pelota quedó colgada en el tejado. Me puse a lanzar un bumerán pero nunca regresaba. Mientras tanto, oía los ruidos que hacía mi papá al batir, remover y mezclar los ingredientes del pastel para enemigos. Después de todo, aquel podía llegar a ser un verano fantástico.

El pastel para enemigos sería horrible. Intenté imaginar lo mal que debía de oler, o peor aún, qué pinta iba a tener. Pero, desde el jardín donde buscaba mariquitas, sentí un olor buenísimo. Y, por lo que parecía, el olor venía de la cocina. Estaba un poco confuso.

Entré en la cocina para preguntar a mi papá que había salido mal. El pastel para enemigos no debía oler tan bien. Pero papá era listo:

—Si el pastel oliera mal, tu enemigo jamás querría comerlo —dijo.

Estaba claro que no era el primer pastel para enemigos que hacía.

El cronómetro sonó y mi papá se puso los guantes de cocina y sacó el pastel del horno. Tenía el aspecto de un auténtico pastel. ¡Parecía buenísimo! Entendí el truco.

Pero aún no estaba completamente seguro de que este pastel para enemigos fuera a funcionar. ¿Qué les hacía exactamente a los enemigos? ¿Les hacía caer el pelo, o les daba mal aliento? ¿Hacía llorar a los más bravucones? Pregunté a papá, pero no fue de ninguna ayuda. No me dijo nada.

En cambio, mientras el pastel se enfriaba, me informó sobre mí parte del trabajo.

Me dijo tranquilamente:

—Hay una parte de esta receta que yo no puedo hacer por ti. Para que funcione el pastel para enemigos, tienes que pasar un día entero con tu enemigo. Peor aún, tienes que ser simpático con él. No es fácil. Pero es la única manera de que el pastel para enemigos pueda surtir efecto. ¿Estás seguro de que quieres continuar con el plan?

Por supuesto que lo estaba.

Sonaba horrible. Era espantoso. Pero valía la pena probarlo. Todo lo que tenía que hacer era pasar un día con Claudio García, después desaparecería de mi vista para siempre. Me fui en bicicleta hasta su casa y llamé a la puerta.

Cuando Claudio abrió la purria, pareció sorprendido. Estaba de pie en el umbral de la puerta y me miraba esperando que yo dijera algo. Me sentía nervioso.

...

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