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gabyxjimenez30 de Septiembre de 2014

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La verdadera dimensión ética de los Derechos Humanos está en el derecho universal a la Igualdad. Si como seres humanos somos iguales en esencia -espiritualmente-, es natural que todos tengamos derecho a la Igualdad de Deberes y Derechos. Es comprensible entonces que la igualdad se sintetice en la rectitud moral que debe existir entre lo que sentimos y pensamos, entre lo que pensamos y decimos, y entre lo que decimos y hacemos. Solo hasta el día que seamos coherentes, podremos exigir con plena autoridad moral igualdad de deberes y derechos. Cuando no hay coherencia entre lo que sentimos y pensamos, pensamos y decimos, decimos y hacemos, existe falsedad, mentira, hipocresía: falacia. Aunque todos los seres humanos tenemos libertad de conciencia para decir lo que no hacemos, y enseñar lo que no sentimos, ninguna persona tiene derecho a fingir lo que no siente, o hacer lo contrario de lo que afirma. La autoconciencia es la que establece la diferencia entre quien hace lo que dice, y quien predica lo que jamás practica. El hombre es un árbol donde sus palabras son las hojas y sus hechos los frutos. Cuando sus palabras no se apoyan en el testimonio de sus actos, son como las hojas secas cuando sopla el viento, que caen al suelo dejando al descubierto los frutos sanos de las buenas obras, o los podridos de las malas obras. La verdad como la mentira se reconoce por los hechos, por la práctica. Las palabras de los hombres –verbales o escritos-, solo tienen valor eterno hasta que se hacen vivas, y las lecciones que encierran forman unidad con la mente y el corazón, de quien las pronuncia. ¿Cómo puedo probarle al juez que lo que dicen mis labios de mí mismo (ma), es cierto o falso? ¿Cómo puedo atestiguarle a mi prójimo, que lo que digo de él es verdad o mentira? ¿No es acaso, por medio de mis obras? O son las dos: lengua y manos, voz y voto, precepto y ejemplo, o no es ninguna. Delante de la verdad no existe la palabra, sin la evidencia de la obra. Una sola en ausencia de la otra –teoría sin práctica-, es falsedad, hipocresía. La coherencia que exista entre pensamiento y obra, es la prueba material que confirma lo que dice la palabra. Conmigo, es diciendo y haciendo, confiesan los labios de una persona honrada. Cuando no existe coherencia entre la lengua y la mano, es evidencia de falacia: mentira, falsedad. A las personas se les juzga por lo que hacen, no por lo que dicen. Las palabras solo sirven para establecer los hechos, atenuándolos o agravándolos, pero jamás para sustituirlos. Se equivoca lamentablemente quien supone que el sonido que produce la lengua y que se lleva el viento, o la simple creencia mental sin la evidencia de las obras -falacias-, atestiguan o evidencian lo que nunca hicieron. El aire que se lleva el viento y la imaginación especulativa -falacias- no prueban que exista auténtica rectitud entre el sentir y el pensar, ni genuina coherencia entre el hacer y el decir. La coherencia que debe existir entre lo que sentimos y lo que decimos, así como entre lo que decimos y hacemos es rectitud moral. La conciencia debe ser genuina expresión de lo que siente nuestro corazón, como única prueba con la cual podemos saber si nosotros mismos somos honestos o hipócritas. La inmensa mayoría de líderes modernos no solo han dedicado su vida a mover la lengua predicando lo contrario de lo que hacen, sino a algo peor: a enseñar en el sagrado nombre de Dios lo que no se practica, en evidente pecado de blasfemia. Todo acto externo genera una consecuencia interna, y viceversa, todo acto interno genera una consecuencia externa. Nadie puede escapar de las dolorosas consecuencias de sus actos mentales cuando no coinciden con sus obras corporales –karma-.

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