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Pedro Paramo


Enviado por   •  4 de Abril de 2013  •  3.386 Palabras (14 Páginas)  •  247 Visitas

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INTRODUCCIÓN

En Pedro Páramo la tierra es lo más importante, es la fuente de riqueza. Los hombres se matan por ella, y Pedro Páramo es quien más engaña y asesina. Todo ocurre más o menos en los primeros tres decenios del siglo XX en alguna región del centro-occidente de México, durante los últimos años de la dictadura de Porfirio Díaz quien gobernó casi ininterrumpidamente entre 1876 y 1910, y durante los tiempos de la Revolución mexicana, cuya fase militar transcurrió entre 1910 y 1929. También es importante la guerra cristera, que de 1926 a 1929 ensangrentó el corazón geográfico del país: a ella se incorpora el conservador padre Rentaría después de que el cura de Contla le niega la absolución por haber humillado las esperanzas espirituales de Comala frente a los imperios materiales del cacique. Sin embargo, es también sabido que Rulfo tenía en mente, como trasfondo de su obra, la historia de México en una extensión más amplia: el encomendero en la Nueva España sería el predecesor del cacique.

Pedro Páramo es un hombre muy afortunado para una novela que cuenta los nudos fundamentales de cierto destino individual: el de un cacique. Ahora bien, éste tiene de tal modo a una comarca en sus manos que, cuando decide cruzarse de brazos en venganza, la región entera decae y acaba despoblándose, hasta convertir a Comala en uno de esos pueblos fantasmas como los que visitó Juan Rulfo en los años cuarenta, que habrían contribuido a inspirar el escenario de la novela.

De esa forma, unidos a tal punto los destinos del poderoso y del pueblo, el título alude a la suerte final de ambos: la dura piedra y el desierto asfixiante.

DESARROLLO DEL TEMA

Esta novela empieza a escribirse cuando un hombre llamado Juan Preciado va a Comala, porque su madre le dijo que ahí vivía su padre, un hombre llamado Pedro Páramo. Este hombre le promete a su madre ir a verlo el día en que ella muriera. Todavía antes le había dicho: “No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… el olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”.

Fue así como rumbo a Comala veía el aire caliente de Agosto, envenenado por el olor podrido de las saponarias, y entonces quería ver aquello a través de los recuerdos de su madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros, ya que ella siempre quiso regresar, pero ahora el fue en su lugar, llevando los ojos con los que ella miró, porque le dio sus ojos para ver: “Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche.”

Por el camino encontró a un arriero que también iba para Comala y le preguntó que a qué iba; él le respondió: “Voy a conocer a mi padre, no lo conozco pero sé que se llama Pedro Páramo”. Fue así como conoció al otro hijo de su padre.

Conforme iban avanzando sentía más calor y en un momento aprovechó para preguntarle al arriero si conocía a Pedro Páramo y quién era, fue entonces cuando le respondió: “Es un rencor vivo”.

Al llegar a la Media Luna le preguntó por el pueblo, que se veía tan solo, como si estuviera abandonado, como si no lo habitara nadie. Y así era, el arriero le respondió que ahí no vivía nadie. Entonces muy extrañado le preguntó por Pedro Páramo. Al responderle se quedó helado: “Pedro Páramo murió hace muchos años”.

Al cruzar una bocacalle vio a una señora envuelta en su rebozo que desapareció como si no existiera. Y nuevamente la mujer del rebozo se cruzó frente a él y le dijo: “Buenas noches”. Él le gritó: “¿Dónde vive doña Eduviges?”. Y ella señaló la casa que estaba junto al puente. Fue en ese instante en que todo se quedó en silencio y recordó lo que le había dicho su madre:”Allá me oirás mejor: Estaré más cerca de ti. Encontrarás la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.”

Llegó a la casa del puente orientándose por el sonar del río. Tocó la puerta pero parecía que el aire la hubiese abierto, y escuchó una voz que le decía: “pase usted”, y entró.

-“Soy Eduviges Dyada, pase usted.”

-¿De modo que usted es hijo de ella?

-¿De quién? Respondió.

-De Doloritas.

- Sí, pero ¿Cómo lo sabe?

-Ella me avisó que vendría. Y hoy precisamente; que vendría hoy.

-¿Quién? ¿Mi madre?

Sí. Ella

Le mostró su cuarto, y doña Eduviges le preguntó: ¿Y hace cuanto que murió?

-“Hace ya siete días.”

-“Entonces se ha de sentir sola, ya que nos hicimos la promesa de morir juntas”

Doña Eduviges le preguntó si nunca le había hablado de ella; él le respondió que no. Ella muy extrañada le dijo que esto fue porque él debió haber sido su hijo no de doña Doloritas, ya que un amasador llamado Osorio le dijo que esa noche no debía estar con ningún hombre porque estaba brava la luna, y como esa noche era su noche de bodas, con Pedro Páramo…

Llegó corriendo a verme y me dijo:

-“Anda tú por mí, no lo notará.”

-Claro que yo era mucho más joven que ella. Y un poco menos morena; pero eso ni se nota en lo oscuro.

Y después de tanto rogarle, fue, porque a ella también le gustaba Pedro Páramo.

- “Quizá tu madre no te contó esto por vergüenza.”

Don Pedro siempre regañaba a doña Doloritas. Ella siempre se levantaba al amanecer y Pedro la gritaba: -“Esto está frío, esto no sirve”. Y al pasar el tiempo sus ojos humildes se endurecieron.

Después de un tiempo ella empezó a extrañar a su hermana, y una tarde mirando el campo vio pa sar una parvada de zopilotes, pero ella veía uno en especial que se mecía por el cielo y ella pensaba:

-“Quisiera ser zopilote para volar y ver a mi hermana”.

Y Pedro le dijo que no se preocupara, que le prepararían sus maletas. Y se despidió de él.

Doloritas se fue al amanecer y yo (doña Eduviges), le preguntaba a Pedro por ella y él solo contestaba:

“Quería más a su hermana, allá debe estar más a gusto; pero no pienso seguir inquiriendo por ella”.

Entonces le dije yo:

-“¿De qué vivirán?”

Y él le contestó:

-“Sólo Dios lo sabe”.

Al seguir narrando, en cierta parte sacudió la cabeza doña Eduviges como si se despertara de un sueño, pues juraba que había escuchado al caballo de Miguel Páramo. Fue entonces cuando le preguntó Juan:

“¿Vive alguien en la Media Luna?”. Y ella le respondió que no…

Doña Eduviges recordó el día en que Miguel Páramo fue a despedirse de ella; cuando le contó que había estado por última vez en su caballo el Coronado, donde acabaría muerto por querer brincar unas piedras que tenía el camino.

Al día siguiente fue uno de los mozos de Pedro Páramo a decirle a doña Eduviges que Miguel Páramo había fallecido y que su patrón le suplicaba su presencia.

En la misa de Miguel Páramo, el padre no quiso dar la bendición al cuerpo de éste. Fue entonces cuando Pedro Páramo, hincado, se acercó al sacerdote y le dijo:

-“Queremos que nos lo bendiga”.

El padre le respondió que no ya que había muerto sin encontrar la gracia del Señor.

Don Pedro le dijo al padre que perdonara a su hijo por haber matado a su hermano y haber violado a su sobrina Ana.

El padre recogió las monedas una por una y se acercó al altar…

-“Son tuyas”- dijo.”- “Él puede comprar la salvación. Tú sabes si este es el precio. En cuanto a mí, Señor, me pongo para decirte: Condénalo” y cerró el Sagrario.

El padre pregunto a Anita, si sabia que Miguel Páramo, había muerto, y también le pregunto, si estaba segura de que el la había violado, entonces ella le contó que él la había ido a buscar una noche y le dijo,”soy yo Miguel Páramo, no te asustes”, entonces el tío le pregunto se sabia que el había matado a su papá ,y él le dijo –porque no hiciste nada para alejarlo-, los dos hicieron silencio por un gran rato, entonces le cuenta ella, -él vino a pedirme disculpas y a que yo lo perdonará, entonces le dije que la ventana estaba abierta, pues yo estaba acostada, entonces el entro y me abrazo, como si de esa manera pudiera disculparle el que hubiera matado a mi papá, y entonces le sonreí pues me acorde de lo que usted me había dicho –que nunca se debía odiar a nadie y le sonreí, -siguió contándole a su tío- pero después pensé que el no podía verme por lo negro de la noche, después solo sentí encima de mí y comenzaba a hacerme cosas malas, creía que me iba a matar, eso creí.

Pero debes de tener la seguridad, ¿no reconociste la voz? le preguntó, y Anita le contesto que no lo sabia, que ella solo sabia que el había matado a su papá, el tío le insistía, ¿pero tu sabias quien era?, si le dice y también se que debe de estar en lo mas hondo del infierno, pues eso es lo que pido por el, le contaba Anita. Démosle gracias a Dios porque se lo ha llevado de esta tierra, donde causo tanto mal, y pidámosle que lo tenga en su cielo.

Había chismes de que un caballo andaba a todo galope, y no falto quien lo reconociera, y decían que era el caballo de Miguel Páramo.

Más tarde, los trabajadores de Pedro Páramo, Terencio Lubianes y su hermano Ubillado Lubianes estaban adoloridos de los hombros y de los juanetes, ya que su patrón les había, pedido que fueran de zapatos, y pensaban que ni que hubiera sido fiesta.

Entonces el cielo se adueño de la noche, y el padre Rentaría no podía dormir, pensaba que todo lo que ocurría era su culpa por ofender a quien lo sostenía, pues ellos lo sostenían ya que de los pobres no obtenía nada, solamente las oraciones, y estas no le llenaban el estomago, además pensaba, que los había traicionado, pues ellos confiaban en el para que el intercediera con Dios y les fueran perdonados sus pecados, y su alma fuera purificada en el último momento…Todavía tengo frente a mi los ojos de María Dyada, pensaba, pues ella vino a pedirme que salvara a su hermana Eduviges pues ella fue muy buena y al suicidarse, no era justo que perdiera tantos bienes acumulados –recordó- vamos rezando mucho por la salvación padre, le decía María. Tal vez con misas gregorianas, pero para esos necesitamos mucho dinero, ella no lo tenia, el padre le dijo-dejemos las cosas como están y esperemos en Dios.

Doña Eduviges se fue alejando de la mesa, mientras que Juan se fue a recostar en el piso. Dormía entre pausas y de pronto escuchó un grito que decía:

“Ay vida, no me mereces”

Y al poco rato volvió a escuchar otro grito:

“Déjenme, aunque sea el derecho de pataleo que tuvieron los ahorcados”

Al poco rato se abrieron las puertas de par en par; era doña Damiana, una señora

que cuidó a Juan Preciado desde que abrió los ojos. Le preguntó a Juan que como es que había entrado, si no había llave que pudiese abrir la casa de doña Eduviges…

-“Ella me abrió“, respondió.

-“Pobre Eduviges, debe andar penando todavía. Anda vamonos a mi casa, ahí podrás dormir bien.”

Al llegar a casa de doña Damiana, le contó a Juan que su madre había conocido a un tal don Fulgor Sedano, un hombre de 54 años, de oficio administrador, trabajador del padre de Pedro Páramo; ya que el padre de este le había pedido dinero a Doloritas, y para no pagarle se caso con ella, por eso conocía a don Fulgor pues el fue a pedir su mano para Pedro. También doña Damiana le dijo que Media Luna estaba llena de ecos y que como en casa de doña Eduviges habían matado a un hombre, se oían sus lamentos.

Y el pobre de Juan oía, ruido de carretas, lamentos por todos lados, voces, personas que estaban cantando, y hasta a su propia voz. Cuando caminaba, sentía que le iban pisando los pasos. Oía crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Eso le iba diciendo Damiana Cisneros mientras cruzábamos el pueblo. –“Yo no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles.”

-“¿También a usted le avisó mi madre que yo vendría?” Ella le respondió que tal vez se había muerto de tristeza por tanto suspirar. Él temió que doña Damiana estuviera muerta y le preguntó:

-“¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana! Y de pronto se encontró solo en las calles. Al único que vio fue a un hombre en las calles…

-¡Ey, tú! Llamó dos veces, pero le respondió su propia voz.

Escuchaba a personas peleándose por tierras de cultivo, por un hombre llamado Filoteo Aréchiga, un hombre peleándose con una mujer llamada Chona... pensó en regresar hasta que unas personas le tocaron los hombros, le dijeron que entrara a una casa y él entró; era una casa con la mitad del techo caída. Las tejas en el suelo. El techo en el suelo. Y en la otra mitad, un hombre y una mujer.

-¿No están ustedes muertos?”- Les pregunte. La mujer sonrió y el hombre me miró seriamente. Está borracho dijo el hombre. Solamente esta asustado, dijo ella. Entre los dos se preguntaban quien era yo, cuando desperté, había un sol de mediodía, encontré en un rincón un tarro de café, y le di unos sorbos.

“¿A dónde fue su marido?

-“No es mi marido, es mi hermano”

-“¿Hace cuanto que están aquí?”

-“Desde siempre, aquí nacimos, solo que mi hermano Donis me hizo su mujer y aquí vivimos porque no me deja salir, ya que según esto estoy manchada del pecado”

-“¿Pero quien la puede ver?, he recorrido todo el pueblo y no he visto a nadie.”

-“Eso cree usted pero todavía quedan algunos: Filomeno, Dorotea, Melquíades, Prudencio, Sóstenes… Lo que pasa es que en las noches se la pasan en su encierro. Si usted viera el gentío de ánimas que andan sueltas por la calle.”

-“Quisiera volver del lugar de donde vine, porque cada día que pasa entiendo menos”

Por el techo abierto vio pasar parvadas de tordos, esos pájaros que vuelan al atardecer antes de que la oscuridad les cierre los caminos. El hombre y la mujer no estaban con él; salieron por la puerta que daba al patio y cuando regresaron ya era de noche. Así que ellos no supieron lo que pasó:

-“Entró una mujer en el cuarto, era vieja de muchos años. Entró y paseó sus ojos redondos por el cuarto, sacó un petate y me dio un té de azahar, porque dijo que tenía miedo y que con eso se me bajaría el miedo”. Pero cuando me di la vuelta sólo estaba el muchacho preguntándome si me sentía bien…”

El veía al arriero diciéndole que buscara a doña Eduviges, según que porque todavía vivía. Luego se despertó en un cuarto a obscuras donde sintió las piernas desnudas de la mujer, y junto a su cara su respiración. Ella le preguntó que si no dormía, y él le respondió que había dormido todo el día.

Al día siguiente le dijo ella que le había dejado algo en la estufa: un pedazo de cecina y tortillas calientes, también le dijo que Donis no regresaría porque ella se lo había visto en los ojos. Todo era porque Donis estaba esperando a que llegara alguien para cuidarla.

-“Vente a dormir aquí conmigo”

-“Aquí estoy bien”

-“Es mejor que te subas a la cama. Allí te comerán las turicatas.”

El calor del cuerpo de la mujer hecho tierra lo hizo despertarse. Salió a la calle pero el calor lo perseguía, le hacía falta el aire.

-“¿Quieres hacerme creer que te mató el ahogo, Juan Preciado?”

-“Tienes razón Doroteo, o te llamas Dorotea”. Si, me mataron los murmullos.

-“Mejor no hubieras salido de tu tierra, ¿Qué vienes a hacer aquí?”

-“Vine a buscar a mi padre, Pedro Páramo”

De pronto comenzó a llover y Juan le dijo a ella que su madre le decía que en cuanto comenzara a llover, todo se llenaba de luces y del olor verde de los retoños… “Mi madre, que vivió su infancia y sus mejores años en éste pueblo y que ni siquiera pudo morir aquí.”

“Estoy acostada en la misma cama en la que se murió mi madre hace ya muchos años; sobre el mismo colchón”.

De pronto Juan escuchó una voz que hablaba y le preguntó a Dorotea si ella era la que estaba hablando; ella respondió que no que a lo mejor se trataba de la última esposa de Pedro Páramo: Susana.

El siempre la quiso, y esperó más de 30 años para poder casarse con ella.

Y así fue como Dorotea le empezó a contar la historia entre Susana San Juan. Ella en sus últimos momentos sufrió mucho pero más sufrió Pedro Páramo cuando se acercaba el momento de su muerte:

Allá atrás, Pedro páramo, sentado en su equipal, miró el cortejo que se iba hacia el pueblo. Sintió que su mano izquierda, al querer levantarse, caía muerta sobre sus rodillas; pero no hizo caso de eso. Estaba acostumbrado a ver morir cada día alguno de sus pedazos. Vio como se sacudía el paraíso dejando caer sus

Hojas: “Todos escogen el mismo camino. Todos se van.” Después volvió al lugar donde había dejado sus pensamientos.

-Susana- dijo. Luego cerró los ojos- Yo te pedí que regresaras…

“…Había una luna grande en medio del mundo. Se me perdían los ojos mirándote. Los rayos de la luna filtrándose sobre tu cara. No me cansaba de ver tu boca abullonada, humedecida, irisada de estrellas; tu cuerpo transparentándose en el agua de la noche. Susana, Susana San Juan.”

Quiso levantar su mano para aclarar la imagen; pero sus piernas la retuvieron como si fuera de piedra. Quiso levantar la otra mano y fue cayendo despacio, de lado, hasta quedar apoyada en el suelo como una muleta deteniendo su hombro deshuesado.

“ésta es mi muerte”, dijo.

El sol se fue volteando sobre las cosas y les devolvió su forma. La tierra estaba frente a él, vacía. El calor caldeaba su cuerpo. Sus ojos apenas se movían; saltaban de un recuerdo a otro, desdibujando el presente. De pronto su corazón se detenía y parecía como si también se detuviera el tiempo. Y el aire de la vida.

“Con tal de que no sea una nueva noche”, pensaba él.

Porque tenía miedo de las noches que le llenaban de fantasmas la oscuridad. De encerrarse con sus fantasmas, de eso tenía miedo.

“Sé que dentro de pocas horas vendrá Abundio con sus manos ensangrentadas a pedirme la ayuda que le negué. Y yo no tendré manos para taparme los ojos y no verlo. Tendré que oírlo; hasta que se le muera su voz”.

Sintió que unas manos le tocaban los hombros y enderezó el cuerpo, endureciéndolo.

- “Soy yo, don Pedro- dijo Damiana-. ¿No quiere que le traiga su almuerzo?

-Voy para allá. Ya voy.

Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.

CONCLUSIÓN

Esta novela presenta nuevas modalidades; mezcla lo real y lo fantástico, y con ello logra la unidad imprescindible, con un vigor poco común y una fuerza extraña. La capacidad de Rulfo para dar a cada movimiento el ritmo justo hace que el lector más exigente se deje llevar tranquilo por su mano. Este es un texto clásico, no en el sentido de lo inamovible, sino por el contrario, capaz de dialogar con cada nueva generación. Los lectores jóvenes no deben sentirse abrumados ante la grandeza del texto, porque la verdadera literatura sobrevive a su época y se abre siempre a nuevas lecturas. Esta obra fue escrita en 1955.

El legado de Juan Rulfo:

Nunca en la literatura mexicana tan pocas palabras han dicho -y dicen- tanto como en la obra de Juan Rulfo escribió, amenazaba a nuestras letras la insistencia de que ya no podía escribirse nada valioso sobre el campo y sobre de la Revolución mexicana; ahora las amenaza la rutina. Volver al autor de Pedro Páramo es expulsar su herencia perdurable.

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