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Postmodernidad


Enviado por   •  29 de Agosto de 2014  •  10.154 Palabras (41 Páginas)  •  148 Visitas

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Desde un análisis dialéctico del fenómeno posmoderno, Follari refuta la posición racionalista antiposmoderna que considera la posmodernidad como un antónimo de la modernidad y que considera a la primera como continuidad de la segunda. En efecto, la posmodernidad no es una elección teórica abstracta, señala el autor, sino un estilo cultural que responde a condiciones socioculturales. La deslegitimación de la modernidad surge de su misma concreción, en el agotamiento del impulso emancipatorio de la razón, ejemplificado en los desenlaces totalitarios y despersonalizadores tanto del marxismo como del positivismo.

Para una comprensión compleja de lo posmoderno, realiza la distinción entre posmodernismo - neoliberalismo, y modernidad hegemónica - posmodernidad -“modernidad negativa”.

Pensar la posmodernidad

Roberto Follari

A pesar de evidentes diferencias, es cierto que quienes sostenemos la existencia de lo posmoderno en la actualidad, compartimos algunos diagnósticos con autores que rechazan a la noción de posmodernidad y critican a quienes la sustentamos. A menudo concordamos sobre aspectos centrales de la contemporaneidad política, como la pérdida de capacidad crítica de muchos intelectuales, y el atolondramiento colectivo inducido en gran medida desde el peso constitutivo que hoy guardan los mass media.

Pero la lectura teórica de la relación de estas cuestiones con la de lo posmoderno, es definidamente diferente. Y ello, en la medida en que tales autores muestran (como es habitual en quienes hablan desde un racionalismo “antiposmoderno”) una radical incomprensión del fenómeno sobre el cual se establece la discusión.

Lo vamos a señalar sumariamente, dado que son cuestiones que he desarrollado ya en diferentes contextos, y que también han expuesto otros autores en algunos casos 1. La lectura por nosotros planteada sobre lo posmoderno ya en 1989, ha alcanzado ciertos puntos en común con la sugerente interpretación que –por su propia parte- plantea Fredric Jameson al respecto 2.

1. Lo posmoderno no es “lo contrario” de lo moderno, sino su rebasamiento (Vattimo). Es la modernidad misma que en su autocumplimiento invierte sus modalidades y efectos culturales. El descrédito de la razón, la ciencia y la técnica no ha surgido de una “negación simple” de éstas, sino de su concreción histórico-factual, de surealización.

Lo anterior, trabajado ya por Heidegger en Sendas perdidas,3 implica que la modernización científico-técnica continúa, y que su deslegitimación proviene precisamente de su exacerbación y despliegue. Por tanto, es erróneo culpar al irracionalismo de la caída del prestigio de la razón y el fundamento. Estos han caído como fruto del avance científico y técnico a cierto nivel de su presencia en la organización de la vida social.

La televisión, el Internet, los viajes intercontinentales en pocas horas, los videojuegos, son todos efectos tecnológicos de la modernización que carnavalizan la percepción y destituyen el yo centrado, en el sentido de la mentalidad posmoderna. Todo ello es fruto de la modernidad racionalista, como lo son también las totalizaciones universalistas de la razón que llevaron a su negación por vía de la reivindicación de lo singular y de la diferencia. E incluso es a la modernidad misma a quien se deben lasnegaciones antirracionalistas que desembocaron en estado práctico hacia lo posmoderno: las vanguardias artísticas enfrentaron el autoritarismo de las nociones burocráticas del tiempo, el espacio y la representación. Hoy, estetizan la existencia, pero desde la banalización que la publicidad televisiva realiza de aquellos intentos artísticos de rebeldía. Esta pérdida del impulso emancipatorio opera precisamente por el fracaso de la razón para hacer del progreso, la libertad y la solidaridad otra cosa que buenas palabras, en nombre de las cuales a menudo se escondieron el totalitarismo y la barbarie. Hoy se hace difícil convencer de las bondades de esos valores, si no se es capaz de problematizar su vigencia en relación con las nuevas realidades socioculturales.

Lo anterior importa que los “racionalistas” suelen ignorar el lugar decisivo que le cabe a la razón universalista en su propio colapso. No advierten la necesariedad del proceso histórico de autocumplimiento por el cual la razón organizó la cultura, y produjo su necesaria negación primera y rebasamiento posterior. Es el proyecto científico-técnico de dominio del mundo –aquel al cual la razón occidental se liga- el cual ha promovido como resultado –en su propia imposición- una cultura que resiste a sus principios iniciales. La cultura posmoderna no existe porque existan autores que estudien lo posmoderno, o que sean posmodernistas (ambas cosas, por cierto, no son necesariamente lo mismo): existe porque hay factores estructurales que llevaron al agotamiento de los efectos progresivos de la razón moderna.

2. Retomando el punto anterior, no es que exista cultura posmoderna como fruto de la mala enseñanza de filósofos y artistas posmodernistas. Pensar esto, es situarse en el peor de los espiritualismos, que pondría a la teoría en un lugar de constitución de opinión pública y de estilos colectivos de existencia que está a años luz de poseer (y no sólo en esta época de descrédito de lo intelectual). Nunca la teoría ha sido otra cosa que un fruto conceptualizado de tendencias culturales en acto en la sociedad. De modo que poco se ganaría con acallar las voces de los autores posmodernistas: la cultura posmoderna de lo visual, el universo cotidiano “light”, no dependen en absoluto de ellos.

Por tanto es en el plano práctico-político, en el espacio colectivo de la construcción de opinión, donde debe trabajarse la cuestión. Pero asumiendo que no hay lugar para el simple voluntarismo. Las condiciones epocales dependen de factores estructurales no elegidos por los actores sociales. Por ello, es de advertir que la cultura posmoderna ha llegado para quedarse, nos gusten o no los valores que ella vehiculiza. Y aquellos que queremos reinstalar el peso de ciertos valores generales como la solidaridad o la autonomía decisional (me incluyo entre ellos), deberemos asumir que estos valores no son “naturales” y no hallarán ninguna imaginada espontánea reinscripción. Deberán instalarse dentro del conflicto actual de las interpretaciones, y dentro de formatos que los hagan interesantes y convocantes para los actuales estilos “zapping” de percepción. Lo cual plantea -soy conciente de ello- no pocas paradojas y perplejidades.

Pero lo peor sería ignorar la peculiaridad cultural del presente en nombre de un “deber ser” apriorístico según el cual la modernidad racionalista

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