Prometo Fingir Que Me Gustas
karen_belen430 de Noviembre de 2014
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Él
Antes
Cómo conocí a la extraña
Lo que más me encanta de ella son sus ojos: verdes y oscuros, grandes y de pestañas gruesas.
Su boca: rosada sin necesidad de utilizar maquillaje, y un poco rellena, la cantidad justa para besarla y morderla cuanto quiera.
Pero lo que verdaderamente me vuelve loco es su cabello, largo y dorado. Siempre huele bien, es como si lo pasara humectando en alguna cosa con olor floral cada cinco segundos. Delicioso. Es la clase de chica por la que hay que sentirse orgulloso.
Ella pone su pequeña mano sobre la mía, rozando con su dedo pulgar mi palma, otro gesto que me vuelve loco.
—¿Key? —dice, la comisura de sus labios se eleva un poco al notar que la veo embobado, me tiene hechizado—. Cariño, concéntrate. Quiero hablarte de algo.
Asiento con la cabeza, mi sangre viajando al sur de mi cuerpo.
Estoy tan idiotamente enamorado que no me importaría gritarlo.
—Sabes que he estado esperando conseguir una beca en Berlín, ¿te acuerdas?
Vuelvo a asentir.
Ese pequeño vestido que usa hace que mi imaginación se sienta viva.
—Pues... —ella se muerde el labio inferior y yo me enciendo con ese gesto— conseguí la beca.
De repente, sus palabras se filtran en mi cerebro, hundiéndose como cuchillas afiladas apagando el fuego.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo?
—Sí, la semana pasada me avisaron. No quise decírtelo antes porque quería evitarte la molestia, pero...
—¿Cuándo te vas? —esto no pasaba, no tenía por qué estar pasando. ¿Se iba?
—En dos días.
Aparta su mano de la mía y la esconde bajo la mesa.
Mi mundo cae a pedazos, uno por uno.
—Pe... pero no puedes irte...
Si ella se iba yo me moriría.
—Te amo —digo desesperadamente.
—Lo sé, y lo siento —sus ojos se rehúsan a mirarme.
—Entonces me voy contigo.
Veo sus ojos abrirse por completo, niega rápidamente con la cabeza.
—Oh no. No tienes por qué seguirme. Te lo prohíbo.
—Pero... pero ¿por qué?
—Quiero independizarme, no necesito un novio en estos momentos.
—Mía, no me dejes.
Sé que estoy siendo patético y estoy tirando mi dignidad a la basura, pero he pasado siete años junto a ella y no puedo dejar que se vaya así como así.
—Lo siento Key —dice solamente.
Se mueve en su asiento y comienza a levantarse, pero yo hago lo mismo y la retengo por el brazo.
—Mía...
—Mira, tú y yo siempre hablamos de viajar por el mundo. No entiendo por qué te sorprendes de mi decisión por comenzar ahora. No tengo nada que me ancle a esta ciudad.
—¿No tienes nada? ¿Y qué parezco yo? ¿No soy lo suficiente como para que te quedes?
Ella aparta la mirada y trata de aparentar normalidad frente a las demás personas que dejaron su cena por observarnos.
—Key no me hagas esto ahora. Ya acepté la beca y no pienso cambiar de opinión. Estaré comunicándome contigo, no te preocupes. Nada cambiará entre los dos. Solo espérame hasta que vuelva.
Eso me hizo enojar.
¿Quería que la esperara hasta que viniera?
—Yo no voy a poner en pausa mi vida solo por ti.
—¿Ah, no? —alza una ceja dorada y me mira como si acabara de herirla y no al revés.
—Mía... no te vayas. Si me amas no me dejes.
—Lo siento. Esto me duele más a mí que a ti, pero tengo que hacerlo. Mi futuro no se encuentra en este sitio.
—Pensé que yo era tu futuro —digo sombríamente.
Ella suelta un suspiro y mira el lugar exacto en el que mi mano envuelve su brazo. Se aparta de mí y se acicala el cabello.
—Tengo que irme —dice vagamente—. Todavía hay cosas que debo empacar.
Camina elegantemente a través del restaurante y cuando nota que la sigo, hace que uno de los tipos de seguridad me detenga.
—¡¿Qué? ¿Ahora soy un criminal para ti?! ¡Te amaba! —grito, para vergüenza de ella que es vista por todos los comensales del lugar.
Se va, dándome una última mirada apenada mientras yo me rompo en mil pedazos.
Uno de los tipos de seguridad me saca del local una vez que Mía se ha ido en su Lexus color plateado.
Me dirijo a mi auto, golpeando las llantas y desquitándome con el vehículo.
Mientras pateo por segunda o tercera vez, uno de los sujetos de seguridad se acerca a mí y me entrega un papel doblado.
—De la señorita Mía Makowski —dice simplemente y se va, dejándome solo, con mi dolor.
Veo perplejo hacia el papel y me apresuro a desdoblarlo. Este dice únicamente:
«Espérame, extráñame. Eres mío y yo soy tuya, recuérdalo»
Arrugo el papel con una mano, y luego lo lanzo al suelo antes de seguir pateando los neumáticos.
Esa misma noche conduje como maniático a casa. Me paso varias señales de alto y semáforos en rojo.
Intento llamar a Mía pero ella está ignorando mis llamadas, todas caen al buzón de voz.
Maldigo en voz alta y le doy golpes al volante mientras conduzco. De todas las cosas que pensé que me diría esta noche, que me dejara fue lo último que pasó por mi cabeza.
Vuelvo a llamarla una vez más, pero parece que apagó su celular porque ya no me recibe la señal.
Llamo a su hermana menor, Rosie, pero tampoco me contesta. Ambas me sacaron de sus vidas como si fuera un trapo viejo e inútil.
Mientras manejo por la calle, inconscientemente me doy cuenta que estoy yendo hacia su casa, estoy a unos bloques de distancia.
Me arriesgo a pasarme otro semáforo en rojo con tal de llegar primero que ella y suplicarle aunque sea de rodillas que no me deje. Yo soy capaz de comprar el pasaje de avión para irme con ella aunque ella me haya dejado en claro que no me quiere allí. Y justo cuando paso el semáforo e intento doblar en una esquina, una chica se cruza en mi camino, viendo hacia el suelo y no prestando atención a mi vehículo.
Piso el freno y cierro los ojos lo más fuerte que puedo, intento desviar el auto pero creo que el golpe será inevitable.. Escucho el sonido tan característico de las llantas quemándose contra el asfalto, y solo puedo esperar a que la chica se encuentre bien.
Cuando el auto se detiene, y abro los ojos, la veo a ella, con sus ojos tan abiertos como los míos, parada a un centímetro frente al auto, por suerte está ilesa. Sé que está respirando fuerte porque desde donde estoy puedo ver su pecho subir y bajar, pero en un parpadear ella pone los ojos en blanco y se desmaya frente a mi auto.
Me quedo shock por unos segundos, sin saber qué hacer. Me siento estúpido de solo pensarlo.
Salto fuera de mi camioneta y rodeo el vehículo para inspeccionar los daños que pudo haberse hecho.
Está acostada de lado, con el brazo en una posición extraña. He oído que no es bueno mover a las personas de su sitio porque se pueden hacer más daño, pero esta chica tiene el brazo tan doblado que decido rodarla para que quede boca arriba.
Estoy nervioso, mi corazón latiendo a mil.
No sé qué hacer, no sé a quién llamar. Olvido por completo que existe esta cosa llamada ambulancia y que se supone debería estar informándoles de la chica a la que ¿atropellé?
Me agacho en el suelo junto a ella, recordando esas inútiles clases de primeros auxilios que recibí en la universidad. Tratando de recordar cómo debo tomar su pulso, o si debo hacer respiración boca a boca, pero no es lo mismo hacerlo en ella que en el estúpido muñeco de la clase.
¿Ella necesita un boca a boca siquiera?
Temblando del miedo, coloco dos de mis dedos sobre su cuello, intentando encontrar su pulso. Pero lo único que siento es el tacto de su piel con la mía.
Después de unos eternos segundos, pongo un dedo bajo su nariz para saber si respira.
Gracias al cielo lo hace.
Veo que un par de hombres se detienen en la calle, siendo curiosos en vez de ser útiles.
—¡Alguien llame a la ambulancia! —grito desesperadamente. Uno de los sujetos me dice que él se encargará, y comienzo a impacientarme mientras ruego para no haber causado daños mayores a esta chica.
Ella tiene el cabello marrón, le llega hasta los hombros y es tan lacio que el viento lo arrebata de su cara con facilidad.
No debe ser mayor de veinte años, tal vez tenga dieciocho. Me giro, revisando entre varios de los curiosos que se detuvieron a observar, y busco en los rostros de los presentes si hay alguien que la conozca.
¿De dónde salió esta chica? ¿Se materializó en el aire?
Estoy muerto del miedo. Jamás atropellé nada desde que aprendí a conducir cuando tenía quince años. Pero viene ella y se queda como venado sin rumbo frente a mi auto.
Sé que no la golpeé, probablemente se desmayó de la impresión que tuvo, cayendo sobre su brazo y provocando
...