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Reflexión


Enviado por   •  30 de Agosto de 2014  •  724 Palabras (3 Páginas)  •  151 Visitas

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Me pidieron que escribiera una columna, entonces, mientras esperaba el taxi para irme a casa a pensar, recordé el poder que tiene la palabra y la responsabilidad que hay en cada ser humano que ejerce este oficio. Casi nadie sabe realmente hasta qué punto una sola persona puede influir en la toma de decisiones de otras miles.

Lo que les voy a contar sucedió en Barranquilla hace ya trece años, cuando yo apenas empezaba en el mágico mundo de la radio. Una compañía de blanqueadores nos pidió hacer una campaña conjunta en la que iríamos con un gran camión lleno de premios a barrios marginados de la ciudad.

Siendo DJ de una emisora muy popular, fui la encargada de liderar dicha campaña y un día salimos rumbo a uno de los barrios más necesitados de Barranquilla. Estando ahí, la gente se acercaba a cambiar su tarro vacío de blanqueador por un utensilio de cocina. Todo marchaba en calma, cuando una mujer bajita, de piel blanca y ojos llenos de angustia se me acercó y me dijo: “¿Usted es Camila la de la emisora, verdad? Yo la reconozco por la voz, ¿será que me puede acompañar a mi casa un momento?, tengo algo muy importante que decirle”. Yo tuve que decidir entre quedarme en el sitio para seguir con la actividad o seguirla y saber de qué se trataba tal urgencia. Llegué a su casa, apenas a medio construir, sin muebles y con una cortina que ocultaba un pequeño cuarto. Me dijo que estaba apenada por no pedirme que me sentara, pero a falta de un sofá, solo podía ofrecerme un viejo ladrillo. Le dije que no se preocupara y que me contara su historia. Se fue hacia una vieja nevera, alzó los brazos y sujetó, como un tesoro, a un radio que a duras penas emitía alguna señal.

Me dijo que ella era enfermera, que había nacido en Medellín, pero que consiguió trabajo en un hospital de Barranquilla. Hasta ahí me pareció todo normal, hasta que me contó que su vecina, madre de un niño cuadripléjico, decidió un día cualquiera botar al menor a la calle, porque no tenía cómo sostenerlo. Ella, al ver la magnitud del hecho, se llevó al pequeño a su casa y tuvo que renunciar a su trabajo para cuidarlo, por lo que se dedicó a lavar la ropa de la gente del barrio. Me miró de nuevo con sus ojos cansados y llenos de lágrimas y me recordó que lavar ropa en un barrio pobre era poco o nada rentable, por lo que decidió matarse y matar al niño. Me levanté de mi improvisada silla y pregunté en silencio: ¿qué tengo que ver yo en todo esto? Y como si ella me hubiera escuchado, comenzó a decir: “El día que me iba a matar, usted estaba al aire en la emisora, nos pidió a los oyentes que cerráramos los ojos, porque sonaría una canción que hablaba de Dios, de nunca rendirse, de dejar en sus manos toda dificultad. Entonces yo cerré los ojos, la escuché atenta y sin abrirlos esperé a que terminara la canción. Después de eso decidí no quitarme la vida, ni quitarle la vida al niño y aquí

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