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Relato Carta


Enviado por   •  27 de Marzo de 2015  •  2.466 Palabras (10 Páginas)  •  238 Visitas

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Una carta cualquiera

Enero 14 de 2015

Hoy hace una tarde agradable, un viento fresco acaricia las mejillas y dobla con suavidad la hierba del parque. Desde mi ventana tengo una vista grata. Niños que corren por el césped y ancianos apacibles que los observan desde las bancas. Nadie tiene prisa. Hay perros juguetones que saltan de un lugar a otro, que persiguen, alborozados, a sus dueños. El parquecito está limitado por una calle en la que transitan pocos vehículos así que el ruido de estos se oye lejano, apenas como un rumor. Para todos los que están en ese pequeño fresco la vida es cualquier cosa menos un fardo. Más tarde, estoy seguro, todos volverán a sus casas con una sonrisa en el rostro.

Estoy en el apartamento de un par de amigos, esposos. Él fue un compañero de luchas hace unos 10 años. Yo era el representante de los estudiantes de la Universidad y él el representante de la más importante de las sedes de ella, la de Bogotá, la que concentraba el 70% de los estudiantes. Pertenecíamos a corrientes políticas distintas, él era una especie de anarquista, enemigo de cualquier forma de organización y yo, sin ser comunista, pertenecía a una organización en la que la mayoría de sus miembros sí lo era. Ella, que no era activista, era su noviecita de entonces, la que lo acompañaba en todas sus gestas a excepción de esas en las que se presumía podían haber disturbios. Ninguno de los dos está en casa. Teníamos previsto visitar a unos conocidos e irnos a tomar cerveza. “Estoy manos libres” me había dicho él, “Lorena no vuelve de donde la mamá hasta el jueves por la noche.” También me había dicho, sin darme detalles, que me llevaría a un sitio “espectacular”. Por la manera como le brillaron los ojos cuando me dijo eso último supuse a qué clase de lugar se refería. Pero bueno, eso era ayer, cuando suponíamos que hoy estaría en buenas condiciones.

Te decía que no me siento nada bien. No sé si la gripa la pesqué allá o acá. Fíjate, te había dicho que el clima de mi ciudad es muy mutable. Los metereólogos del IDEAM nunca aciertan en nada. Hace unos meses padecimos una ola de calor muy fuerte, digo fuerte para los estándares de Manizales: temperaturas que en los días más calurosos alcanzaron los 28 y 30 grados. Un pandemonio. Las señoras y sobre todo las señoritas de piel pálida, salían con sombrillas. Todos cargaban en sus manos o en sus morrales una botella de agua y las estaciones de radio informaban sobre el descenso en el nivel de los embalses y los posibles incendios forestales en las zonas rurales. También mencionaban las recomendaciones para que nosotros, paramunos impenitentes, no fuéramos excesivamente afectados por el inclemente sol. Se dijo entonces que esa temporada se prolongaría hasta marzo de este año. Todo era por efecto del llamado fenómeno de El Niño. Y apenas tres semanas después comenzó una temporada de frío ártico y de lluvias copiosas y constantes. En las madrugadas los termómetros descendieron hasta los 9 o 10 grados. Siempre duermo con una cobija, en esas semanas añadí otra y me puse calcetines. Me decía que si sentía frío yo, cierta belleza tropical probablemente se hubiera convertido en una estatua de hielo (¿Recuerdas Mi vida con la ola, el cuento de Octavio Paz?) Así es el clima allá. Esos cambios tan bruscos tienen como efecto epidemias de gripa, unas cuatro o cinco en el año. Casi nunca dejo de ser víctima en ellas.

Pero esta gripa está durando más de lo habitual y parece ser que me está afectando los bronquios. Respiro con dificultad. Parezco un fuelle viejo y cansado. La esposa de mi amigo me dio antes de irse, un jarabe que según ella era buenísimo para descongestionar las vías respiratorias. Me supo a lejía y no me sirvió de nada. De modo que estoy pensando si mañana en la mañana me voy a buscar la sede de mi EPS en esta ciudad o si me devuelvo para Manizales. Estas cosas de los bronquios o de los pulmones, te lo confieso, me ponen algo inquieto.

Hace 9 años tuve a la parca respirándome en la nuca y haciéndome carantoñas en las orejas. Te contaré cómo fue. Tenía una gripa atroz entonces pero también muchos compromisos. No paraba de estornudar y padecía de una tos seca, de esa que con sus accesos le da a uno la sensación de que todo se le desajusta en su interior. Tenía una reunión a las 5 de la tarde en alguna casa del Centro. Estaban convocados a ella líderes de sindicatos y organizaciones sociales. Se trataba de hacer un análisis político de la coyuntura del momento y de sondear la posibilidad de construir una organización política alternativa. Yo sentía que no debía faltar y me dije que sería un muñeco de feria y no un hombre, si permitía que un pequeño trastorno de salud se interpusiera entre la necesidad de organización popular y yo. Sabía que no era nada conveniente que me duchara pero no deseaba llegar oliendo a rayos. Las toilette de los grandes señores del siglo XIX o las abluciones, como las llamaban en algunos sitios, me parecían un sucedáneo insuficiente. Y eso de los vaqueros en el viejo Oeste que al levantarse reducían sus hábitos higiénicos a un poco de agua en la cara me resultaba algo chocante (no lo eran, valga la pena decirlo, las bailarinas de “burlesque” que los acompañaban antes de esos menesteres higiénicos). Así que decidí ponerme bajo la ducha y esperar el agua caliente. Solo que de ella solo cayó hielo líquido. Algún desperfecto debió de haber tenido el condenado aparato.

Luego de la reunión, que resultó bastante animada aunque muy poco productiva, debí marcharme de inmediato para la casa. La noche era muy fría. Lo que hice, sin embargo, fue quedarme en un parque con dos amigos calaveras tomando brandy hasta las 2 de la madrugada. Hasta un par de porritos nos metimos subrepticiamente.

Al día siguiente estaba peor y ya había superando el ciclo de duración habitual de mi gripa. Mi novia de entonces casi me echa cuando le conté los desmanes del día anterior (bueno, le oculté lo del brandy y la bareta, solo le dije que nos habíamos quedado a la intemperie dirimiendo algunas controversias). Me dijo que era un irresponsable y que por pensar en esas “maricadas políticas”, me olvidaba de todo, hasta de que tenía novia. Intenté explicarle que era una redundancia inútil que luego de lanzar un universal como “todo” añadiera algo más, pero me lo impidió su enojo. Pese a la reprimenda fue a una droguería y me compró pastas. Pero un día después me sucedió algo extraño: se me desvió un ojo, comencé a ver doble. Cuando fui por urgencias a uno de los hospitales de la ciudad me dijeron, luego de unos breves exámenes, que tenía una fuerte pulmonía y que debía

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