Revolucion Del 52
88888888888888810 de Junio de 2015
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La Revolución del 52 —dice el narrador e historiador Adolfo Cáceres Romero— no marca ni el fin ni el inicio de una nueva forma de expresión literaria en Bolivia; aunque sí, desde entonces la visión del hombre y de la realidad son más complejas y elaboradas”, lo que se refleja en los escritos y otro tipo de producciones artísticas.
Más allá de la aparición, en los años inmediatos a la revolución propiciada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario, de obras fundacionales como Los deshabitados de Marcelo Quiroga Santa Cruz y Cerco de Penumbras de Oscar Cerruto, Cáceres coincide con el filólogo Luis “Cachín” Antezana en que los verdaderos cambios en temática y esencia de nuestras letras se dieron antes y después. “Tras la Guerra del Chaco —sostiene este último— se producen y articulan todos los elementos sociales, políticos, ideológico-culturales (ahí entraría la literatura) que finalmente llegan al 52”.
“El cambio de la narrativa tradicional a la nueva se da en 1937 con la aparición de El Occiso, libro de cuentos de María Virginia Estenssoro”, agrega Cáceres, pero Raúl Paredes, docente de la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), cree que “con la Revolución se da algo paradójico y extraño, pues si bien marcó un quiebre, no supuso una renovación, sino más bien un silencio largo y significativo que se rompe en 1958 con las obras de Quiroga Santa Cruz y Cerruto”.
El conflicto bélico con Paraguay, 20 años anterior al levantamiento del 9 de abril, es una referencia concreta, como también fue —a ojos de Cáceres Romero— la Guerrilla del Che Guevara en 1967.
Antezana dice que “la literatura urbana que ahora conocemos tarda, tras el 52, en nacer, con la fuerza que ahora posee. Aunque no faltan antecedentes, hay que esperar a fines de los 1970 para reconocer su arraigo definitivo”.
La periodista paceña Verónica Ormachea ganó la primera mención del Premio Nacional de Novela 2006 con Los ingenuos, una trama amorosa, trágica, ambientada en los días de la Revolución. Pocas otras obras de ficción —algunos cuentos, pasajes de novelas y poesías revolucionarias— se ocupan directamente del suceso que significa la nacionalización de las minas hace —con este miércoles— 56 años.
“Si bien no fue un punto de convergencia —dice Paredes— sí es innegable que después del 52, pese a que el MNR interpeló la conciencia social y política del país, los autores comenzaron a escribir, ya no de manera aislada, sino consistente, sin influencias ideológicas”.
Es así que antes que las obras, con las reformas propiciadas por Paz Estenssoro y sus ideólogos, cambiaron los autores y su forma de pensar, que bien pudieron o no verse reflejadas en libros u otras obras de arte (la cinematografía de Jorge Ruiz, como menciona “Cachín”, o los murales de Miguel Alandia Pantoja y Walter Solón Romero.
Al respecto, el autor cochabambino René Rivera Miranda sostiene que “la Revolución sí influyó en la mentalidad (algo más frugal) de los escritores, más que en su pensamiento. Por eso creo que la Revolución fue más política, económica y social que cultural. En todo caso, no se desprendió una corriente o escuela literaria de este fenómeno”.
Ormachea considera que “las grandes revoluciones, guerras o hechos históricos trascendentes siempre han contado con una gran novela que las refleje. Es el caso de México, donde Fernando del Paso escribió Noticias del Imperio; Rusia, donde Boris Pasternak hizo el Doctor Zhivago; la invasión de Francia a Rusia se reflejó en La Guerra y la Paz, de Tolstoi; la fundación de Israel, Leon Uris en Éxodo, sólo por mencionar unos ejemplos. Creo que a la revolución nacional le hace falta una gran novela, y ojalá Los Ingenuos —que está hecha desde la óptica de los vencidos, para que se conozca el otro lado de la
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