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Romeo Y Julieta

danitza289724 de Agosto de 2013

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romeo y julieta

William Shakespeare

Romeo y Julieta

Traducción de Marcelino Menéndez Pelayo

Personajes de la Tragedia

PERSONAJES

ESCALA, príncipe de Verona

PARIS, pariente del Príncipe

MONTESCO

CAPULETO

Un viejo de la familia Capuleto

ROMEO, hijo de Montesco

MERCUTIO, amigo de Romeo

BENVOLIO, sobrino de Montesco

TEOBALDO, sobrino de Capuleto

Fr. LORENZO, de la Orden de S. Francisco

Fr. JUAN, de la Orden de S. Francisco

BALTASAR, criado de Romeo

SANSÓN, criados de Capuleto

GREGORIO, criados de Capuleto

PEDRO, criado del ama de Julieta

ABRAHAM, criado de Montesco

Un boticario

Tres músicos

Dos pajes de Paris

Un oficial

La señora de Montesco

La señora de Capuleto

JULIETA, hija de Capuleto

El Ama de Julieta

CIUDADANOS DE VERONA, ALGUACILES, GUARDIAS

ENMASCARADOS, etc. CORO

La escena pasa de Verona y en Mantua

PRÓLOGO

Coro

En la hermosa Verona, donde acaecieron estos amores, dos familias rivales igualmente nobles habían derramado, por sus odios mutuos, mucha inculpada sangre. Sus inocentes hijos pagaron la pena de estos rencores, que trajeron su muerte y el fin de su triste amor. Sólo dos horas va a durar en la escena este odio secular de razas. Atended al triste enredo, y supliréis con vuestra atención lo que falte a la tragedia.

ACTO I

ESCENA PRIMERA

Una plaza de Verona

SANSÓN Y GREGORIO, CON ESPADAS Y BROQUELES

Sansón

A fe mía, Gregorio, que no hay por qué bajar la cabeza.

Gregorio

Eso sería convertirnos en bestias de carga.

Sansón

Quería decirte que, si nos hostigan, debemos responder.

Gregorio

Sí: soltar la albarda

Sansón

Yo, si me pican, fácilmente salto.

Gregorio

Pero no es fácil picarte para que saltes.

Sansón

Basta cualquier gozquejo de casa de los Montescos para hacerme saltar.

Gregorio

Quien salta, se va. El verdadero valor está en quedarse firme en su puesto. Eso que llamas saltar es huir.

Sansón

Los perros de esa casa me hacen saltar primero y me paran después. Cuando topo de manos a boca con hembra o varón de casa de los Montescos, pongo pies en pared.

Gregorio

¡Necedad insigne! Si pones pies en pared, te caerás de espaldas.

Sansón

Cierto, y es condición propia de los débiles. Los Montescos al medio de la calle, y sus mozas a la acera.

Gregorio

Esa discordia es de nuestros amos. Los criados no tenemos que intervenir en ella.

Sansón

Lo mismo da. Seré un tirano. Acabaré primero con los hombres y luego con las mujeres.

Gregorio

¿Qué quieres decir?

Sansón

Lo que tú quieras. Sabes que no soy rana.

Gregorio

No eres ni pescado ni carne. Saca tu espada, que aquí vienen dos criados de casa Montesco.

Sansón

Ya está lista la espada: entra tú en lid, y yo te defenderé.

Gregorio

¿Por qué huyes, volviendo las espaldas?

Sansón

Por no asustarte.

Gregorio

¿Tú asustarme a mí?

Sansón

Procedamos legalmente. Déjalos empezar a ellos.

Gregorio

Les haré una mueca al pasar, y veremos cómo lo toman.

Sansón

Veremos si se atreven. Yo me chuparé el dedo, y buena vergüenza será la suya si lo toleran.

(Abraham y Baltasar)

Abraham

Hidalgo, ¿os estáis chupando el dedo porque nosotros pasarnos?

Sansón

Hidalgo, es verdad que me chupo el dedo.

Abrabam

Hidalgo, ¿os chupáis el dedo porque nosotros pasamos?

Sansón. (A Gregorio)

¿Estamos dentro de la ley, diciendo que sí?

Gregorio (A Sansón)

No por cierto.

Sansón

Hidalgo, no me chupaba el dedo porque vosotros pasabais, pero la verdad es que me lo chupo.

Gregorio

¿Queréis armar cuestión, hidalgo?

Abraham

Ni por pienso, señor mío.

Sansón

Si queréis armarla, aquí estoy a vuestras órdenes. Mi amo es tan bueno como el vuestro.

Abraham

Pero mejor, imposible.

Sansón

Está bien, hidalgo.

Gregorio (A Sansón)

Dile que el nuestro es mejor, porque aquí se acerca un pariente de mi amo.

Sansón

Es mejor el nuestro, hidalgo.

Abraham

Mentira.

Sansón

Si sois hombre, sacad vuestro acero. Gregorio: acuérdate de tu sabia estocada. (Pelean).

(Llegan Benvolio, y Teobaldo)

Benvolio

Envainad, majaderos. Estáis peleando, sin saber por qué.

Teobaldo

¿Por qué desnudáis los aceros? Benvolio, ¿quieres ver tu muerte?

Benvolio

Los estoy poniendo en paz. Envaina tú, y no busques quimeras.

Teobaldo

¡Hablarme de paz, cuando tengo el acero en la mano! Más odiosa me es tal palabra que el infierno mismo, más que Montesco, más que tú. Ven, cobarde.

(Reúnese gente de uno y otro bando. Trábase la riña)

Ciudadanos

Venid con palos, con picas, con hachas. ¡Mueran Capuletos y Montescos!

(Entran Capuleto y la señora de Capuleto)

Capuleto

¿Qué voces son esas? Dadme mi espada.

Señora

¿Qué espada? Lo que te conviene es una muleta.

Capuleto

Mi espada, mi espada, que Montesco viene blandiendo contra mí la suya tan vieja como la mía.

(Entran Montesco y su mujer)

Montesco

¡Capuleto infame, déjame pasar, aparta!

Señora

No te dejaré dar un paso más.

(Entra el Príncipe y su séquito)

Príncipe

¡Rebeldes, enemigos de la paz, derramadores de sangre humana! ¿No queréis oír? Humanas fieras que apagáis en la fuente sangrienta de vuestras venas el ardor de vuestras iras, arrojad en seguida a tierra las armas fratricidas, y escuchad mi sentencia. Tres veces, por vanas quimeras y fútiles motivos, habéis ensangrentado las calles de Verona, haciendo a sus habitantes, aun los más graves e ilustres, empuñar las enmohecidas alabardas, y cargar con el hierro sus manos envejecidas por la paz.

Si volvéis a turbar el sosiego de nuestra ciudad, me responderéis con vuestras cabezas. Basta por ahora; retiraos todos. Tú, Capuleto, vendrás conmigo. Tú, Montesco, irás a buscarme dentro de poco a la Audiencia, donde te hablaré más largamente. Pena de muerte a quien permanezca aquí. (Vase)

Montesco

¿Quién ha vuelto a comenzar la antigua discordia? ¿Estabas tú cuando principió, sobrino mío?

Benvolio

Los criados de tu enemigo estaban ya lidiando con los nuestros cuando llegué, y fueron inútiles mis esfuerzos para separarlos. Teobaldo se arrojó sobre mí, blandiendo el hierro que azotaba el aire despreciador de sus furores. Al ruido de las estocadas acorre gente de una parte y otra, hasta que el Príncipe separó a unos y otros.

Señora de Motesco

¿Ir has visto a Romeo? ¡Cuánto me alegro de que no se hallara presente!

Benvolio

Sólo faltaba una hora para que el sol amaneciese por las doradas puertas del Oriente, cuando salí a pasear, solo con mis cuidados, al bosque de sicomoros que crece al poniente de la ciudad. Allí estaba tu hijo. Apenas le vi me dirigí a él, pero se internó en lo más profundo del bosque. Y como yo sé que en ciertos casos la compañía estorba, seguí mi camino y mis cavilaciones, huyendo de él con tanto gusto como él de mí.

Señora de Montesco

Dicen que va allí con frecuencia a juntar su llanto con el rocío de la mañana y contar a las nubes sus querellas, y apenas el sol, alegría del mundo, descorre los sombríos pabellones del tálamo de la aurora, huye Romeo de la luz y torna a casa, se encierra sombrío en su cámara, y para esquivar la luz del día, crea artificialmente una noche. Mucho me apena su estado, y sería un dolor que su razón no llegase a dominar sus caprichos.

Benvolio

¿Sospecháis la causa, tío?

Montesco

No la sé ni puedo indagarla.

Benvolio

¿No has podido arrancarle ninguna explicación?

Montesco

Ni yo, ni nadie. No sé si pienso bien o mal, pero él es el único consejero de sí mismo. Guarda con avaricia su secreto y se consume en él, como el germen herido por el gusano antes de desarrollarse y encantar al sol con su hermosura. Cuando yo sepa la causa de su mal, procuraré poner remedio.

Benvolio

Aquí está. O me engaña el cariño que le tengo, o voy a saber pronto la causa de su mal.

Montesco

¡Oh si pudieses con habilidad descubrir el secreto! Ven, esposa.

(Entra Romeo)

Benvolio

Muy madrugador estás.

Romeo

¿Tan joven está el día?

Benvolio

Aún no han dado las nueve.

Romeo

¡Tristes horas, cuán lentamente camináis! ¿No era mi padre quien salía ahora de aquí?

Benvolio

Sí por cierto. Pero ¿qué dolores son los que alargan tanto las horas de Romeo?

Romeo

El carecer de lo que las haría cortas.

Benvolio

¿Cuestión de amores?

Romeo

Desvíos.

Benvolio

¿De amores?

Romeo

Mi alma padece el implacable rigor de sus desdenes.

Benvolio

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