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SOBRE EL ELOGIO


Enviado por   •  27 de Noviembre de 2013  •  616 Palabras (3 Páginas)  •  195 Visitas

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se quitase la toga para hacer notar a los jueces que lo viste el mejor sastrede la ciudad.El abogado debe saber sugerir al juez tan discretamente los argu-mentos para que le dé la razón, que lo deje en la convicción de que los haencontrado por sí mismo.Sin probidad no puede haber justicia; pero probidad quiere decirtambién puntualidad, que sería una probidad de orden inferior, utilizableen las prácticas secundarias de administración ordinaria.Dígase esto también del abogado cuya probidad se revela en laforma modesta, pero continua, en la precisión con que ordena los legajos,en la compostura con que viste la toga, en la claridad de su escritura, enla parsimonia de su discurso, en la diligencia con que cumple el deber depresentar los escritos en el día señalado.Y esto, sin ofensa de nadie, dígase también de los jueces, cuya pro-bidad no consiste solamente en no dejarse corromper, sino también, porejemplo, en no hacer esperar dos horas en el pasillo a los abogados y a laspartes citadas para dar principio a una prueba testimonial.En la Sala de un alto Tribunal asistí una vez a un episodio que medejó cierta amargura: no por mí, espectador, sino por la dignidad del oficio.Se había puesto de pie para hablar un anciano abogado, conocidopor su valer y también por cierta meticulosa verbosidad de su oratoria,

PIERO CALAMANDREI

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producto de su habitual diligencia, y acaso también de la edad. No bienhabía empezado, cuando el joven presidente, más conocido por su faltade paciencia que por su tolerancia, lo interrumpió sarcásticamente: —Ya lo veo. Es usted uno de esos abogados que, cuando empiezana hablar, quieren poner en nuestro conocimiento hasta las comas...El viejo abogado, sin mostrar que advertía siquiera el desaire, seinclinó: —Señor presidente, no tengo nada más que decir.Y renunció al uso de la palabra.Al salir, me preguntaba yo: ¿Qué es peor para la buena marcha dela justicia, un abogado locuaz o un magistrado irascible?Hace cuarenta años que profeso la abogacía, y sin embargo no po-dría presentarme en audiencia para una discusión sin haberme preparadoantes, escribiendo un breve resumen de lo que habré de decir, lo suficien-temente elástico como para modificado si es preciso y lo suficientementecompleto como para conservar en el discurso el orden y la claridad. Y ca-da vez que tengo que discutir, me siento rejuvenecido; en efecto, antes deempezar siento en el estómago la misma pesadez que experimentabamomentos antes de rendir exámenes, y luego, cuando he comenzado, al-go así como una excitación eufórica que también entonces se apoderabade mí frente a la mesa de los

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