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Ser Mexicano


Enviado por   •  15 de Enero de 2014  •  1.130 Palabras (5 Páginas)  •  160 Visitas

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El orgullo de ser Mexicana.

Hace mucho tiempo que sueño con mis propias raíces, con el sabor que dejan cuando por las noches las mastico, con el aroma que desprenden cuando me aferro a abrazarlas. Huelen a canela, a café tostado, a tierra mojada, huelen a sopa recién hecha, a esa sensación cuando uno se despierta y respira tranquilo después de una tempestad.

Calor de hogar

Años atrás, cuando me di cuenta de la estirpe de la que provengo y sonreí orgullosa de tener esa fortaleza, me enamoré perdidamente de mi historia aún sin escribir, de mi propia canción aún sin descubrir.

Mi país es de este tipo de mujeres, las que por las mañanas suspiran agotadas después de una noche de sueños bélicos en los que el amor de sus vidas huía. Mujeres que tienen tanta fuerza en las manos que consiguen abrazar a toda su progenie y seguir mezclando el café, batiéndolo y moviéndolo hasta derrumbarse con su olor.

No es debilidad lo que las vence, es la batalla interminable con la vida, la que las enamora, las hiere y al final del día les muestra con un atardecer épico, las miles de brisas que provienen del mar para embriagarlas y hacerlas olvidar.

Mi país es de este tipo de hombres, los que cantan con un ardor incomprensible en el alma compases que desgarran a la madrugada, que la suspenden en el tiempo sin preguntas ni respuestas, que se funden en sombreros y jorongos permaneciendo en la eternidad.

Son estos hombres los que todas las mañanas labran la tierra con un pedazo de bocado en el estómago, son los que se mantienen de pie por dignidad, los que buscan en el futuro la certeza de la felicidad.

Mi país tiene un eterno aroma a tortilla recién hecha y a queso de rancho en las esquinas, a palmadas que aplastan la masa interminablemente. Huele a chile verde, a salsa molcajeteada, a eterno resplandor de un fogón que nunca se termina de apagar.

Los amores aquí se cuecen también al fuego, se terminan de hornear como panes de pulque y al morderlos dejan un dulce brillo en los labios como de miel.

Siempre he creído que es esta forma de amar la que define nuestra nacionalidad. La ansiedad de nuestros besos y la búsqueda tremenda de isletas pérdidas para fundirnos con su suave arena es el motivo por el que caminamos sin seguir un rastro hasta que encontramos en una mirada aquél oasis soñado.

Es un descanso el que buscamos, una hamaca en alguna orilla de la costa en donde podamos recostarnos relajadamente, sin sobresaltos espontáneos, sin miedos escondidos en las esquinas.

Es un poco como las alas de nuestra primera pastorela en la escuela, las mías las hizo mi madre tejiendo noche a noche entre las plumas su amor constante y su eterna amistad. Les pintó pequeños botones dorados que años después de cayeron en algún rincón del cuarto oscuro donde las abandoné.

Es la infancia la que más me ata a mi país, el olor a sopa recién hecha que aspiraba desde las escaleras de la casa de mis abuelos, el mismo que me llevaba levitando hasta la cocina en donde reposaban los platos que íbamos a comer.

Es también el jardín que tan grande veía de niña, mis pies diminutos no alcanzaban a recorrerlo en un solo día y optaba por sentarme en esos escalones rojos a respirar,

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