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Siempre viví una vida tranquila. Tenía buenos amigos, una buena esposa, hijos cariñosos y el empleo de mis sueños


Enviado por   •  22 de Noviembre de 2016  •  Prácticas o problemas  •  1.077 Palabras (5 Páginas)  •  176 Visitas

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Siempre viví una vida tranquila. Tenía buenos amigos, una buena esposa, hijos cariñosos y el empleo de mis sueños. ¿Qué más podría pedir? Era el punto más alto de mi vida. No faltaba nada en mi casa. A pesar de no ser un multimillonario, vivía realmente bien. Disfrutaba de esos “pequeños placeres de la vida” como lo eran llevar a nuestros hijos a su escuela cada mañana, ir de viaje cada verano, y acampar en la montaña con amigos cada mes. Todo era perfecto. Pero todo ese mundo se derrumbó con su muerte. La mujer de mis sueños, con quien había pasado los últimos 15 años de mi vida. La mujer que conocí un día en la secundaria, con  su hermoso cabello negro y sus brillantes ojos verdes que parecían tener la habilidad de ver a través de los pensamientos de cualquier hombre. La mujer que prometí cuidar hasta el día de mi muerte. Ahora yacía tres metros bajo tierra producto de un paro cardíaco fulminante. Me tomó años seguir adelante, recobrar las fuerzas para sostener mi familia sobre mis hombros, volver a juntar todas las piezas que había dejado regadas tras su muerte. ¡Dios! Que difícil ha sido todo desde su partida. Nunca nada volvió a ser igual.

Poco a poco fui aislándome de todos. Tome distancia de mis amigos, de mi familia, incluso ya casi no hablaba con mis hijos. Los viajes terminaron, nuestras aventuras en la montaña, las pequeñas risas matutinas, todo eso había acabado. Mis hijos ahora tomaban el autobús a la escuela. Solo salía de la casa para dirigirme al trabajo, y viceversa. Había perdido todo interés en las relaciones sociales que mantienen a una persona “cuerda”. Ahora vivía en un eterno estado de depresión y soledad.

Intente acudir a psicólogos para mejorar mi estado, o al menos volver a ser una persona funcional. Pero todo fue en vano, no importó cuanto lo intenté, nada funcionó. Terapias, sesiones, tratamientos experimentales contra la depresión. Nada servía. Incluso ahora había perdido la capacidad de dormir. Vivía un infierno.

Una mañana antes de ir al trabajo, pude sentir que algo andaba mal conmigo. Respirar significaba ejercer una fuerza sobrehumana. Por más aire que aspiraba, mis pulmones no parecían hincharse como deberían hacerlo. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí alarmado y preocupado. Rápidamente conduje al hospital, en cuanto llegué, me hicieron todos los estudios pertinentes. Para mí sorpresa, los resultados no arrojaban ningún resultado negativo, por lo que solo procedieron a colocarme oxígeno y atribuyeron el problema a un “posible ataque de ansiedad”.

No lograba comprenderlo, nunca había tenido un ataque de ansiedad en mi vida. Era una persona sin estrés. Después de todo ¿cómo puede alguien sin el mínimo interés en lo que lo rodea, sentir estrés?  ¿De qué rayos hablaban los doctores? “Disculpe, -procedí a decirle a una de las enfermeras que tenía a mi lado- ¿Podría explicarme a que se refieren cuando dicen que mis pulmones están bien? Quiero decir, apenas puedo respirar. Obviamente hay algo mal con ellos.” La enfermera me miró con cierta incertidumbre y respondió: “Señor, realmente no sé qué pueda estar causando esa sensación de ahogo que siente, pero todos los estudios muestran que sus pulmones están completamente sanos”. Me invadió un sentimiento de amargura: “¿Cómo puede decir tal cosa? Están mal, cada minuto me cuesta más respirar”.

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