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La Esposa De Siempre


Enviado por   •  10 de Marzo de 2013  •  2.017 Palabras (9 Páginas)  •  267 Visitas

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CAPÍTULO 1

La sirena sonaba muy fuerte.

Dolorosa y agonizantemente fuerte.

El sonido era algo vivo, que se metía en la cabeza y traspasaba hasta la médula.

«Que alguien pare eso», pensó ella.

Pero aunque dejó de sonar, el dolor no desapareció.

-Mi cabeza. -susurró ella. -Mi cabeza.

Nadie estaba escuchando. O mejor dicho, nadie la podía oír. ¿Estaba diciéndoselo

a alguien, o sólo estaba pensando?

La gente se agolpaba en torno a ella, mirándola, algunos muy preocupados, otros

por pura curiosidad. Sintió que la levantaban con mucha delicadeza. ¡Pero le dolía

mucho!

-Tranquilos. -dijo alguien, mientras la metían a un vehículo. ¿Un camión? No. Era

una ambulancia. Las puertas se cerraron y se empezó a mover, y aquel horrible sonido

empezó otra vez mientras recorrían a toda velocidad las calles de la ciudad.

Se sintió aterrorizada.

-¿Qué le había pasado?

Trató de decir algo, pero no pudo. Estaba atrapada en el silencio y en su dolor.

¿Había tenido un accidente? En su mente se formaron imágenes de una calle

mojada y resbaladiza, un bordillo y un taxi que se dirigía hacia ella. Oyó otra vez el pito

del coche y el frenazo.

¡No, no! Pensó. Y a continuación su grito se mezcló con el de la sirena y de pronto

se sumió en la oscuridad.

Estaba tumbada de espaldas y se dejó llevar por la, corriente de un sueño.

Fragmentos de frases sin sentido, cayendo a su alrededor, como si fueran copos de

nieve.

-... la presión sanguínea no se ha estabilizado...

-... espera que le hagamos una radiografía, antes de...

Se estaban refiriendo a ella. ¿Pero, por qué? ¿Qué le había pasado? Quería

preguntárselo, quería decirles que dejasen de hablar sobre ella como si no pudiera oírles.

Lo único que le pasaba era que no podía abrir los ojos, porque los párpados le pesaban

mucho.

Se quejó y alguien le apretó la mano, como dándole confianza.

-¿Joanna?

¿Quién?

-Joanna, ¿me oyes?

¿Joanna? ¿Así era como se llamaba? ¿Era ése su nombre?

-... las heridas en la cabeza son impredecibles...

La mano le apretó más.

-¡Dejad de hablar de ella, como si no estuviera aquí!

2

Era una voz muy masculina, como la mano que le estaba tocando. De pronto todos

se callaron. Joanna intentó mover los dedos, apretar la mano que estaba sujetando la

suya, para expresar así su agradecimiento a aquel hombre. Pero no pudo. Su mano no le

respondía.

Lo único que podía hacer era quedarse allí tendida, sin moverse, con su mano en la

mano de alguien que no conocía.

-No te preocupes, Joanna. -le murmuró. -Estoy aquí.

Aquellas palabras la tranquilizaron, pero al mismo tiempo sintió miedo. ¿Quién,

sería aquel hombre?

Sin advertirlo siquiera, se sumió en la oscuridad.

Cuando despertó, todo estaba en silencio.

Se dio cuenta de que estaba sola. No se oía a nadie, y nadie le estaba sujetando la

mano. Se sentía como si estuviera en una nube, pero podía pensar con claridad.

¿Podría abrir los ojos? La posibilidad de no poder abrirlos la aterró. ¿Se habría

quedado paralítica? No. Porque los dedos del pie los movía. Y también sus manos, y sus

piernas...

Joanna respiró, mantuvo la respiración y poco a poco fue expulsando el aire. A

continuación, intentó abrir los ojos, que pesaban como si tuvieran dos losas encima.

La luz de la habitación la cegó. Parpadeó y miró a su alrededor.

Estaba en un hospital. Estaba claro. Había una botella de suero colgada de un atril,

al lado de la cama, conectada a. su brazo.

Era una habitación agradable, grande y llena de luz, además de cestas de fruta y

ramos de flores.

¿Las habrían traído para ella? Tenía que ser, porque no había nadie más allí.

¿Qué le habría pasado? Ni las piernas, ni los brazos los tenía escayolados.

Tampoco le dolían. Si no hubiera sido por aquella aguja clavada en su brazo, hubiera

jurado que se acababa de despertar de una siesta.

Levantó la cabeza y buscó un timbre, para llamar a la enfermera.

-¡Ahh!

Sintió un dolor intenso en la cabeza. Se echó para atrás y cerró los ojos otra vez.

-¿Señora Adams?

Joanna trató de decir algo.

-¿Me oye, señora Adams? Abra los ojos, por favor y míreme.

Aquello le dolía, pero logró abrirlos y vio la cara de una mujer, que

...

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