Sociologia Escuela Y Sociedad
caritosp1 de Septiembre de 2014
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La escuela y la sociedad: interdependencia
y efectos recíprocos
Un subsistema social tan denso, tan extendido, con tanta historia y con fuertes tendencias al crecimiento
permanente (el desarrollo del sistema escolar no tiene límites preestablecidos) no tiene sentido
en sí mismo. Decíamos antes que para entender lo que sucede dentro del sistema educativo estamos
obligados a mirar lo que sucede afuera. Y esto no porque las prácticas e instituciones educativas sean
una simple “variable dependiente” de la sociedad (de la economía, de la política, etc.), sino porque existe
un conjunto complejo de interacciones e infl uencias recíprocas entre la educación escolar y otros
espacios sociales signifi cativos.
Si las sociedades (los gobiernos, las familias, los estudiantes, etc.) realizan una inversión signifi cativa (aunque
nunca sufi ciente) en la educación escolar es porque se espera algo de ella. En verdad, en ocasiones
se espera demasiado de la educación escolar. Como dice un colega italiano, “de tanto cargar la barca de
la escuela corremos el riesgo de hundirla”. En efecto, no hay mal social cuya solución no le competa en
parte a la escuela, desde la delincuencia hasta el desempleo, pasando por la corrupción, la incivilidad, la
enfermedad, etc. La escuela debe habilitar a las nuevas generaciones a insertarse en el mercado de trabajo,
debe desarrollar en ellas una ética y una moral pública y privada, debe formar buenos ciudadanos,
participativos, honestos, capaces de velar por su salud y la de sus hijos, de respetar las reglas del tránsito y
las reglas de la convivencia “civilizada”. Tantas (y tan diferentes y hasta opuestas) son las expectativas que
se depositan en la escuela, que éstas contrastan con los recursos que efectivamente se invierten en ella.
La educación, entonces, aparece como una institución sobre-demandada y al mismo tiempo, sub-dotada.
Más allá de los excesos y expectativas exageradas (es obvio que los grandes problemas sociales como
el desempleo, la concentración de la riqueza, la violencia social, la enfermedad, la degradación del medio
ambiente, la corrupción, etc., no se solucionan solo con más y mejor educación!), es cierto que el
sistema escolar solo tiene sentido si produce ciertos efectos tanto en la subjetividad de los individuos
que la frecuentan como sobre el conjunto social.
Para hacer más compleja la relación entre educación y sociedad, no sólo hay que preguntarse acerca de
cuáles son los efectos de la educción (sobre la economía, la política, la estructura social, etc.). También
hay que analizar cuánto y de qué manera, determinados factores sociales (la estructura y dinámica de la
familia, la economía, la estructura social, la cultura, la política, etc.) infl uencian los procesos, prácticas
y productos escolares. Cuando se piensa en los efectos de la educación, esta aparece como “variable
independiente”, cuando de refl exiona acerca de los modos en que ciertas dimensiones sociales determinan
parcialmente lo que sucede en la escuela, ésta aparece como “variable dependiente”. Sin embargo,
para entender la relación es preciso considerar estas dos dimensiones de análisis, reconociendo
siempre que cada ámbito social tiene su dinámica relativamente autónoma, considerando que el grado
de la misma no se puede determinar “teóricamente” de una vez para siempre, sino que cambia según
determinadas circunstancias y condiciones históricas y sociales.
La sociedad infl uye sobre la escuela
Es oportuno recordar que prácticamente todo lo que sucede en la sociedad se siente en la escuela. Esto lo
saben y lo viven cotidianamente todos los docentes. Los cambios en la estructura y dinámica de la familia,
el desempleo, la violencia, la difusión de los medios de comunicación de masas, la liberación de la condición
de la mujer, el desarrollo de la ciencia y la tecnología, la globalización de la economía, las dictaduras,
el autoritarismo y la corrupción política, etc. son procesos que se viven en el ámbito escolar. Éste ya no es
un ámbito protegido, un lugar sagrado donde sólo hay alumnos y docentes. En la escuela se encuentran
niños, adolescentes y profesores de carne y hueso, no simplemente “roles” de alumnos y docentes. Cada
agente escolar llega con todo lo que es, con todas sus vivencias, con sus angustias, necesidades, fantasías,
capacidades, lenguajes, etc., que ningún delantal puede ocultar o reprimir. La subjetividad de los agentes
escolares es cada vez más diversa y compleja y en gran parte se forma fuera del ámbito de las instituciones
escolares. Ya está lejos el tiempo de la escuela como espacio sagrado y protegido desde donde se
irradia la civilización sobre un medio ambiente defi nido como bárbaro. Si esto es así, el docente debe ser
un profesional capaz de entender el mundo que vivimos para entender lo que sucede en el aula y actuar
en consecuencia.
Como es imposible incorporar en un programa el estudio de todos los cambios que están produciendo
una mutación de la sociedad y la escuela que vivimos, sólo privilegiaremos algunos de ellos, a saber:
a) cambios en la estructura de la familia (asociados a los cambios en los equilibrios de poder de los
géneros y entre las generaciones); b) cambios en el sistema productivo, la distribución del ingreso y la
estructura social.
a) Cambios en la estructura de la familia (asociados a los cambios en los equilibrios de poder de
los géneros y entre las generaciones). En este ámbito las sociedades están viviendo transformaciones
radicales que tienen sus efectos sobre la relación entre las nuevas y viejas generaciones,
en la familia y en la escuela, entre otros ámbitos sociales. En el modelo clásico (etapa fundacional
de los Estados y sistemas educativos modernos) existía una división del trabajo más o menos
explicita y siempre potencialmente confl ictiva (dependiendo de las circunstancias) entre estas
dos instituciones sociales. Ciertas cosas le correspondían a la familia (la primera educación, la
contención afectiva, la alimentación, el desarrollo de hábitos básicos, el aprendizaje de la lengua
materna, etc.). La familia cumplía una función pedagógica implícita, es decir, “formaba” casi sin
premeditación (como dice Humberto Eco: “Creo que nos transformamos en aquello que nuestro
padre nos enseñó en los tiempos muertos, mientras no se ocupaba de educarnos”4). No basta la nostalgia
por la familia del pasado. Hoy la escuela y los maestros necesitan entender las estructuras
y dinámicas de las nuevas confi guraciones familiares. Estas han cambiado y se han diversifi cado
en gran medida por los cambios culturales relacionados con la liberación de la condición femenina,
su incorporación masiva al mercado de trabajo (y al sistema escolar). Hoy muchas familias
(independientemente de su posición social) no están en condiciones materiales de hacerse cargo
de aquellas tareas que realizaban antes de la escuela y durante la experiencia escolar. En muchos
casos, los niños y adolescentes ni siquiera cuentan con adultos responsables que los acompañen
su crecimiento biológico y cultural. En estas nuevas condiciones es difícil que la escuela pueda
seguir esperando que “la familia” se haga cargo de garantizar ciertas cosas que ya no está en
condiciones de dar. Por otra parte, todo parece indicar que ciertas transformaciones culturales y
sociales, han venido para quedarse (por lo menos para las próximas décadas...). Dado este escenario
(que es preciso entender y comprender, aunque no siempre “aceptar”) es preciso que los
actores escolares redefi nan sus responsabilidades y tareas en relación con las nuevas generaciones.
Hoy se insiste en que la escuela debe no sólo instruir (aunque se tiende a “evaluar su calidad”
sobre los aprendizajes “objetivos y medibles” tales como las competencias en lectoescritura y
matemática), sino también educar, en el sentido tradicional del término, es decir, incluyendo el
desarrollo afectivo, social y moral de los niños y adolescentes (función que antes le competía, en
gran medida a la familia).
El docente también debe entender que los niños y jóvenes de hoy son sujetos de derecho. En
otras palabras es preciso comprender el cambio en las relaciones de poder entre “los chicos” y
“los grandes”. En cierto momento del desarrollo del Imperio Romano, se consideraba que jurídicamente,
los padres eran literalmente dueños de sus hijos y ejercían sobre ellos un dominio semejante
al que se ejerce sobre un bien material. Mucha agua ha pasado bajo los puentes de Roma.
Hoy la legislación positiva de casi todos los Estados del mundo reconoce que los menores de 18
años son sujetos con derechos. Pero no hay que creer que éste es un cambio principalmente jurídico.
La ley, en este caso es un reconocimiento a un cambio social que tiene múltiples síntomas.
Hoy los niños (no todos, sino los que viven en determinadas condiciones, por supuesto) tienen
derechos (a la palabra, a la información, a participar en todo procedimiento judicial y administrativo
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