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SOCIOLOGÍA Y SOCIEDAD

TORRESELITO23 de Mayo de 2013

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SOCIOLOGÍA Y SOCIEDAD

Los hombres existen colectivamente. Viven en aldeas, pueblos y ciudades en donde habitan muchos otros hombres; forman familias y establecen parentescos, tienen amigos, vecinos, compadres y compañeros de trabajo, se relacionan unos con otros de agrupaciones culturales o religiosas, escuelas lo equipos deportivos y comparten creencias, hábitos y costumbres.

No sólo por una necesidad de compañía sino para asegurar su propia subsistencia, los hombres requieren de otros hombres. Tanto la producción de bienes, como su intercambio o distribución son tareas que involucran a más de un individuo, y que en la medida en que se vuelven más complejas conducen a una serie cada vez más amplia de relaciones humanas.

La elaboración de un objeto cualquiera; por ejemplo, de una prenda de vestir implica una larga serie de procesos en los que intervienen muchos hombres: desde la producción de la materia prima – el cultivo del algodón, el cuidado del gusano de seda o de las ovejas que aportan la lana – hasta su transformación en vestido. Hombres y mujeres transportaron y vendieron la materia prima; otros hombres y mujeres tejieron, tiñeron y diseñaron la tela; otros más la cortaron y cosieron. Finalmente otros la llevaron hasta el lugar en donde, sujeto a ciertas características fijadas por la moda o el gusto vigentes, el vestido se ofreció en venta a sus posibles compradores. Tal vez en alguna época pasada este proceso fue más simple: las familias elaboraban en casa su propia ropa, utilizando los materiales que tenían a su alcance, y si había algún sobrante lo llevaban al mercado local para su trueque por algún satisfactor básico. Sin embargo, la diversificación de las tareas en la época actual ha conducido a una interrelación humana cada vez mayor y más complicada.

En una época u otra, la organización de la vida colectiva- con sus diversos grados de complejidad, sus formas de vinculación, sus sistemas de dominación, sus expresiones culturales y sus particulares nacionales o regionales – conforman una sociedad.

No hay una sola sociedad. Hay muchas sociedades, de acuerdo con el momento histórico en que se vive y según las características geográficas, políticas, económicas y culturales de la región o del país en que cada una se desenvuelve. Por ello podemos hablar de una sociedad china bajo el imperio de la dinastía Tang y de la sociedad mexicana en tiempos de la colonia; de la sociedad colombiana o de la sociedad occidental del siglo XX.

En todos los ejemplos anteriores nos referimos a formas de organización colectiva de los individuos en determinadas circunstancias históricas, económicas y políticas. Estamos ante grupos que van más allá de la pequeña o mediana organización con fines muy precisos para abarcar un conjunto humano mucho más extenso, ligado por razones de supervivencia física, de identidad cultural y de dominación política.

La sociedad de alumnos de la Facultad de Ingeniería, el partido Mexicano Socialista, el Club de Leones o las Damas Vicentinas constituyen solamente grupos organizados dentro del conjunto amplio de la sociedad. Para existir, esos y otros grupos con diversos grados y modalidades de organización requieren de una asociación colectiva más amplia y compleja.

Las sociedades varían en distintas épocas y distintas latitudes. Ya en la primera mitad del siglo XVIII el barón de Montesquieu, influido por los avances de la física y la biología, se propuso realizar un estudio científico de la organización social e intentó encontrar en las diferencias climáticas una explicación a las variaciones entre sociedades.

Montesquieu y el Espíritu de las Leyes.

Montesquieu ha sido considerado como el verdadero fundador de la sociología, juicio éste que se basa en su empeño por encontrar las causas profundas que explican la diversidad de las costumbres y de las leyes que rigen a los hombres.

Precursor del iluminismo francés, Charles Louis de Secondat, barón de la Brede y de Montesquieu (1689 – 1755) fue un intelectual fecundo y versado en muy distintas ramas del saber de su tiempo. Fue presidente vitalicio del parlamento de Burdeos y realizó numerosos viajes a Inglaterra y al resto de Europa. Su título de Conde – que le permitía disfrutar de una renta regular – le abrió las puertas de los salones de parís después de su ingreso a la academia Francesa en 1726.

Montesquieu escribió el Espíritu de las leyes, su libro más renombrado, en 1748. Era una obra de madurez, Muchos años antes había iniciado sus trabajos de reflexión política y crítica social con las Cartas Persas (1721), a las que seguirían las Consideraciones sobre las causas de la grandeza y la decadencia de los romanos (1734).

En el Espíritu de las Leyes Montesquieu resumió y sistematizó su experiencia como observador de las costumbres y las organizaciones de los pueblos. Su mérito no sólo reside en la búsqueda de un orden inteligible que explicara la diversidad social, sino principalmente en haber creado conceptos y tipologías que le permitieron elaborar una interpretación global de las sociedades.

Por otro lado, sus capítulos acerca de la relación entre el tamaño de las sociedades, las formas de gobierno y las razones o principios que sostienen el poder, así como su análisis de la división de poderes – a partir de la experiencia inglesa- constituyeron puntos de partida del pensamiento de la Ilustración y de la revolución Francesa de 1789.

Documentado en sus propios viajes y en las historias de los exploradores de la época. Montesquieu afirmaba que los temperamentos de los hombres en los países fríos mostraban grandes diferencias con los de los países cálidos. Esa diferencia – decía el pensador francés- obligaba a los gobernantes respectivos a dictar leyes acordes con la naturaleza flemática y esforzada de los habitantes del norte y con la más apasionada y perezosa de los meridionales. Aunque sus apreciaciones son bastante discutibles y en muchas ocasiones derivan de prejuicios hacia otros pueblos, Montesquieu es uno de los primeros autores que se preocupan por la diversidad social, preocupación que justamente constituye uno de los puntos de partida de la moderna sociología.

El Escenario Social.

La sociedad como escenario de las relaciones humanas, con sus regularidades, sus contradicciones y sus conflictos constituye el gran objeto de estudio de la sociología.

Todo aquello que sucede al interior del conglomerado social y rebasa el ámbito de la vida personal del individuo se convierte en un fenómeno susceptible de ser estudiado por el sociólogo. Quizá se trate de un hecho recurrente, de un problema compartido o de un acontecimiento sumamente intenso: el matrimonio entre adolescentes podría ser un ejemplo del primer caso, el desempleo, del segundo caso y un movimiento estudiantil del tercero. En los tres casos las relaciones y las estructuras sociales son el material de trabajo. Es decir, la sociología se ocupa de la forma en que los hombres tienden a relacionarse unos con otros y en que esas relaciones configuran patrones del comportamiento colectivo que explican las particularidades de una sociedad determinada. Para explicar estos comportamientos colectivos busca las causas profundas de la organización social, las ideas y creencias que la sostienen, los problemas específicos que la alteran. De esta manera, el sociólogo estudia la diversidad social, pero también las similitudes entre unas sociedades y otra busca, partir de diferencias y semejanzas, de datos estadísticos, de la observación desapasionada y de la elaboración de conceptos explicativos, el hilo conductor que le permita comprender el complejo proceso social. Ya sea que se ocupe de cuestiones muy específicas o circunstancias a una zona determinada- el divorcio durante las últimas dos décadas, la participación política en el estado de Chihuahua, la migración rural a la ciudad de Guadalajara- o que intente grandes explicaciones- como sería una teoría de las revoluciones o del proceso de urbanización- , su preocupación última es explicar la sociedad en que vive.

Efectivamente, la sociedad, como vida cotidiana e historia en la que todo individuo- inclusive el sociólogo- es un protagonista, constituye el punto de partida, el laboratorio y la evidencia que prueba o rechaza las grandes y pequeñas teorías.

La historia de cada hombre, afirma el sociólogo estadounidense C. W. Mills, es la historia de todos los hombres, por ello, a la sociología corresponde la difícil tarea de relacionar la biografía con la historia; de hacer que la existencia individual de cada uno de nosotros cobre un sentido en la trama de la historia contemporánea, al analizar y explicar las estructuras sociales que dan vida a esta última. En realizar esto radica la “imaginación sociológica”.

Sin embargo, en la medida en que todos formamos parte de la sociedad y tenemos derecho a opinar acerca de ella, la “imaginación sociológica” que proclama Mills no puede ser patrimonio exclusivo del sociólogo. De la misma manera en que el campesino reconoce la proximidad de la lluvia sin necesidad de recurrir a la observación meteorológica, el viejo sindicalista o el político experimentado pueden hacer valiosas observaciones acerca de la vida social. Sus observaciones provienen seguramente de la experiencia pero en la mayoría de los casos están fundadas, quizá sin saberlo, en la teoría de algún pensador social, convertida hoy en conocimiento cotidiano.

C. W. Mills.

“La primera tarea política e intelectual- porque aquí coinciden ambas cosas- del científico social consiste hoy en poner en claro los

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