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Sukoshi yüki (Pequeña Valiente)


Enviado por   •  7 de Enero de 2013  •  1.080 Palabras (5 Páginas)  •  313 Visitas

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Lo único que recuerdo, es que mi madre una vez me explicó por qué me había puesto Rosie, en vez de llamarme con un nombre oriental, como era debido con todas las niñas de Japón. Dijo que creía que mi padre era Inglés, y que esa era la razón por la cual yo era diferente. Pero eso si, yo a él nunca lo conocí. En vez de eso, tuve un sustituto al cual nunca me atreví a llamar “Padre”. Todos le decían Kozue.

Ella se llama Akemi. Eso, en nuestra lengua, significa “Brillante y Hermosa”. Realmente lo era, brillante y hermosa, una especie de luna asoleada.

Pero un día alguien intentó apagar su luz.

Kozue. El nombre del mal.

Ella no era su única esposa. Tenía cuatro, y todas vivían en habitaciones separadas.

Cada una de ellas, le había dado hijos varones. Lo que él quería.

Mi madre no. Solo me tenía a mi, hija de un padre desconocido, posiblemente occidental. Varias veces intentaron concebir, pero el interior de Akemi no funcionaba como era debido, y sus intentos siempre fallaban.

Kozue fue la persona más oscura que logré conocer en mis años de vida. Era de estatura mediana, pelo hirsuto y oscuro, ojos pequeños y hundidos, y unas finas arrugas le surcaban la piel. No eran arrugas de la edad. Eran arrugas de amargura. Nunca en su vida me llamo Rosie, sino que me decía “On nanoko” (niña en japonés). ¿La razón? Porque me odiaba. Me odiaba por ser la hija de Akemi, me odiaba por ser una intrusa, y más por ser de sexo femenino.

De todas formas decidió hacer de mi madre su concubina, por el simple hecho de que su belleza lo abrumó. Todas sus otras esposas eran mujeres estiradas y horribles, llenas de joyas, perlas y pieles que él les proporcionaba. Mi madre no. Ella siempre se negó al lujo que Kozue les regalaba, como le regala uno un hueso roído a un perro.

Siempre fue una mujer inteligente, y eso la llevó a aceptar compartir marido con cuatro mujeres que siempre la odiaron y nunca la respetaron. Estábamos en la calle y no teníamos otra solución. Era eso, o morir de hambre. Nosotros habitábamos en Sendai, y no había ningún pariente allí, ni dinero para viajar, absolutamente nada excepto nuestros cuerpos y la ropa que llevábamos puesta.

Siempre, toda la vida ocurrieron tragedias en Sendai. Es como si Dios hubiera inventado un lugar en la tierra que está destinado al caos y la tragedia. Esa es mi ciudad.

Vivimos así muchos años, hasta que me convertí en una adolescente madura.

El día de la oscuridad. Eclipse eterno.

Dormíamos. Una sacudida nos despertó. Corrimos en la oscuridad. El techo se desmoronó. Todos quedamos sin hogar, todo lo que yacía sostenido por pilares alcanzó el suelo. El peor terremoto que podía recordar.

Akemi no estaba. En un principio (mientras corría) pensé que me seguía, pisándome los talones.

Pero no era así. Las otras esposas estaban ahí, los niños también, y Kozue. Pero de mi madre, no había rastros.

Nunca le dirigía la palabra a Kozue, mas ese día me colgué de sus ropas implorándole que fuera a buscar a Akemi.

En un principio se negó. Dijo que era imposible remover los escombros, dijo que tenía otras esposas y que no necesitaba de ella. Dijo que Dios era justo y que si no había

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