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Todo Sobre El Perdón

geoconda3920 de Marzo de 2014

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EL DESAFÍO DEL PERDÓN

Cada una de nosotras puede ser herida. Es un hecho de la vida. Viva con la gente por mucho tiempo, y ésta la desilusionará. Será ignorada y olvidada. Sus necesidades serán dejadas a un lado y sus sentimientos aplastados. Será calumniada y traicionada; algunas veces inocentemente y otras a propósito. Y no porque usted se merezca sobremanera sufrir, sino simplemente porque es un ser humano viviendo con otros seres humanos en un mundo imperfec¬to. Porque desde la caída hay tres cosas que siguen siendo ciertas:

• La vida no es justa.

• La gente nos va a herir y decepcionar.

• No siempre vamos a entender por qué.

Si se toman juntas, estas tres realidades son una receta para el dolor. Peor, pueden llevar a la destrucción. Ya que si se deja que la herida y la decepción crezcan, se convertirán en resentimiento. El resentimiento si no es frenado, se endurecerá en amargura. Y la amargura destruye. Como alguien dijo: "La amargura es como beber veneno y esperar que la otra persona se muera".

Quizá por eso Jesús le dio tanto valor al perdón. Él sabía por experiencia propia que la gente realmente puede decepcionar. Que dice una cosa y hace otra. Que besa en la mejilla y apuñala por la espalda... o promete lealtad eter¬na en la orilla del mar, pero niega a su amigo en la fogata. Se inclina para pro¬clamar a alguien como rey un día y pide que lo crucifiquen al siguiente.

Como usted y yo, Jesús fue herido por los seres humanos a su alrededor. La Biblia nos asegura "que fue tentado en todo" (Hebreos 4:15); lo cual con toda seguridad significa que fue tentado a responder insultos. Tentado a eje¬cutar venganza. Tentado a alejarse de la gente para evitar ser herido.

No es de extrañar que Cristo le haya dado tanta importancia a enseñar el perdón. Porque aunque entendía completamente nuestra respuesta natural al dolor, también sabía lo que hace la falta de perdón: que no sólo destruye las relaciones humanas, sino que nos separa de Dios (vea Mateo 6:14-15)- Así que mientras la falta de perdón quizá haya tentado a Cristo, Él resistió. Perdonó incluso a los que lo mataron. Al hacerlo, le presentó la misericordia de Dios al mundo. En lugar de darles su merecido a sus enemigos, Jesús puso a un lado su derecho de vengarse y entregó su vida.

Y somos llamadas a hacer lo mismo.

Lamentablemente, el perdón es completamente extraño a nuestra naturaleza humana. Se siente mal, injusto. "¿Y qué va a pasar con ellos? — Preguntamos señalando con el dedo— ¿Qué va a pasar con lo que ellos me hicieron?

Uno de los descubrimientos más sorprendentes que he hecho al estudiar la Palabra de Dios es lo personal que es esta instrucción. Casi siempre, se trata de mi respuesta; se enfoca en lo que se supone que yo debo hacer sin importar lo que la otra persona pueda estar haciendo. Cuando alguien me golpea en una mejilla, sin importar si tiene razón o no, debo ofrecer la otra mejilla para recibir más castigo. Cuando alguien me robe el abrigo, debo darle también el suéter (Lucas 6:29). En lugar de vencer el mal cobrándomela, se dice que debo vencer el mal haciendo el bien (Romanos 12:21). Y cuando alguien me lastime o me decepcione de alguna manera, soy llamada a renunciar a ser vengada o que se me haga justicia.

¡Ay!

El cristianismo es radical, ¡un estilo de vida radical! Y en ninguna otra es más radical que en este mandamiento tremendo de perdonar incondicionalmente.

EL COSTO DEL PERDÓN

En su excelente libro Perdón total, R. T. Kendall dice como Dios lo ha desafiado personalmente en el aspecto de perdonar a la semejanza de Cristo. Dolido por la herida de una injusticia inesperada, compartió los detalles con un pastor amigo suyo que no tenía relación con la situación. Pero en lugar de la compasión que hubiera esperado, Kendall recibió firmes instrucciones de su amigo piadoso.

—Debes perdonarlos totalmente —le dijo Josif.

—No puedo —respondió Kendall

—Sí puedes, y debes hacerlo —insistió Josif.

No fue un consejo sencillo que escuchar y seguir. Kendall escribe:

Sorprendentemente, antes de la reprimenda de parte de mi amigo, mi espíritu resentido no me había molestado tanto [... Supuse que como nadie es perfecto y que todos pecamos en cierta medida cada día, la amargura de mi co¬razón no era peor que la transgresión de cualquier otra persona. Además, pensaba que Dios entendía completamente y que se identificaba con mis circunstancias particulares... Pero con toda misericordia, el Espíritu Santo me habló por medio de las palabras de Josif ese día. Al principio, estaba enojado; me sentía humillado. Pero fue un momento decisivo para mí, y cambió mi vida. Nunca volví a ser el mismo.

¿Por qué se nos dan órdenes tan inequívocas de perdonar? Lo más segu¬ro es que tiene algo que ver con la manera en que la falta de perdón actúa en nuestra vida.

Rehusarnos a perdonar a los demás es como ponernos en el lugar de Dios sobre su vida. Tomamos el papel de juez, jurado y verdugo. Después de un breve juicio, unilateral, por supuesto, los conducimos por las cavernas oscu¬ras de nuestro corazón para encerrarlos en el calabozo de nuestro resenti¬miento. Cerramos la puerta con candado y la sacudimos bastante fuerte para que sepan lo aprisionados que están. Luego nos ceñimos la llave al cinto. Sa¬camos una silla y nos sentamos para una larga espera.

Porque como pueden ver es imposible mantener a la gente encerrada en falta de perdón sin que nosotras mismas quedemos bajo cautiverio también. La parte triste de todo esto, por supuesto, es que la mayoría de las personas que nos han causado dolor son completamente ignorantes del hecho de están aprisionadas. Es probable que nunca sientan un sólo golpe de nuestro látigo inquisidor o pierdan un minuto de sueño sobre el petate que hemos puesto para ellos en el frío piso de concreto de nuestro corazón. No debilitarán ni palidecerán por la constante dieta de caldo de ira y puré de amargura.

Pero hay grandes probabilidades de que nosotras sí. De acuerdo con un interesante artículo de la revista Newsweek, los científicos están descubriendo que la falta de perdón está vinculada a todo tipo de problemas físicos que van desde el incremento en la presión arterial y enfermedades cardiovasculares a cambios hormonales, deficiencia inmunológica y, posiblemente, disminución en las funciones neurológicas y de la memoria.

Las consecuencias espirituales y emocionales de la falta de perdón pueden ser igual de dañinas. Entre más fuerte sea nuestro resentimiento y más tiempo nos aferremos a él, seremos menos aptas para experimentar gozo. Lo más trágico es que podemos congelarnos, paralizarnos emocionalmente, en nuestro dolor. Por fuera, podremos parecer estar vivas e incluso crecer, pero por dentro somos como la aguja de un viejo tocadiscos, atoradas en el surco de la injusticia que se cometió en nuestra contra. Le repetimos la misma his¬toria al que quiera escucharla. Tocando la misma triste canción para noso¬tras mismas una y otra vez, año tras año.

La temible realidad es que, incluso como cristianas no tenemos que per¬donar. Dios nunca nos fuerza a perdonar. Cuando usted y yo escojamos vivir en calabozos, Él respetará nuestra decisión.

Pero mientras que Dios no nos fuerza a perdonar, no debemos engeñarnos a nosotras mismas pensando que de alguna manera va a bendecir nues¬tra negativa, o que nos protegerá de las consecuencias. Porque nuestros ren¬cores nos van a costar bastante. Si sólo pudiéramos ver lo distorsionada y torcida que se vuelve nuestra vida a causa de la negativa a perdonar y lo pro¬fundamente que afecta nuestro resentimiento a las personas a nuestro alre¬dedor, quizá entonces decidiéramos dejarlo ir.

Ya que la raíz tóxica de la amargura envenena cada aspecto de nuestra vida, dejando nuestro corazón pequeño y seco. Incapaz de dar o recibir amor porque hemos decidido aferramos a nuestro dolor en lugar de dárselo a Dios.

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Cómo evitar el síndrome del alma marchita

El escritor Paul Borthwick identifica a dos tipos de personas: “Almas lozanas” que viven la vida con optimismo lleno de fe y “almas marchitas” que se permiten amargarse y secarse por las dificultades de la vida. Sus nueve sugerencias para evitar el “síndrome del alma marchita” también son claves para desarraigar la amargura de nuestras vidas.

• Evite el chisme.- El chisme encoge nuestra alma porque estamos viviendo a expensa de otros. Construimos nuestra identidad por medio de destrozar a otras personas.

• Suelte la amargura.- Las personas amargadas se marchitan espiritualmente al andar por la vida bajo el peso de “las disculpas que me deben”…

• Corra riesgos… Las almas lozanas dan pasos de fe. Las almas marchitas huyen cuando nadie las persigue. Las almas lozanas le creen a Dios y corren riesgos. Las almas marchitas viven con el temor de lo que pueda suceder.

• Confíe.- Vivir una vida de preocupaciones garantiza el debilitamiento del alma. Cuando tratamos de ser Dios por medio de arrebatar el control, nos marchitamos, porque no podemos soportar el peso. Las almas lozanas viven a gusto con lo desconocido, porque deciden confiar en Dios.

• No viva por las “cosas”.- Mantenga el materialismo a raya en su vida. Los que viven para acumular cosas, sea por comprarlas o por anhelar constantemente lo que no puede comprar, degeneran el alma marchita.

• Domine sus apetitos.- Las personas

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