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UNA ESTACIÓN DE AMOR PRIMAVERA


Enviado por   •  11 de Junio de 2014  •  1.155 Palabras (5 Páginas)  •  201 Visitas

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UNA ESTACIÓN DE AMOR

PRIMAVERA

Era el martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso, ya al

oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpentinas miró al carruaje de

delante. Extrañado de una cara que no había visto en el coche la tarde anterior,

preguntó a sus compañeros:

–¿Quién es? No parece fea.

–¡Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosa así, del doctor

Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece...

Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una

chica muy joven aún, acaso no más de catorce años, pero ya núbil. Tenía, bajo

cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese blanco mate y raso

que es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules, largos,

perdiéndose hacia las sienes entre negras pestañas. Tal vez un poco separados,

lo que da, bajo una frente tersa, aire de mucha nobleza o gran terquedad. Pero

sus ojos, tal como eran, llenaban aquel semblante en flor con la luz de su belleza.

Y al sentirlos Nébel detenidos un momento en los suyos, quedó deslumbrado.

–¡Qué encanto! –murmuró, quedando inmóvil con una rodilla en el

almohadón del surrey. Un momento después las serpentinas volaban hacia la

victoria. Ambos carruajes estaban ya enlazados por el puente colgante de papel, y

la que lo ocasionaba sonreía de vez en cuando al galante muchacho.

Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas, cocheros y aún al

carruaje: las serpentinas llovían sin cesar. Tanto fue, que las dos personas

sentadas atrás se volvieron y, bien que sonriendo, examinaron atentamente al

derrochador.

–Quiénes son? –preguntó Nébel en voz baja.

–El doctor Arrizabalaga... Cierto que no lo conoces. La otra es la madre de tu

chica... Es cuñada del doctor.

Como en pos del examen, Arrizabalaga y la señora se sonrieran francamente

ante aquella exuberancia de juventud, Nébel se creyó en el deber de saludarlos, a

lo que respondió el terceto con jovial condescendencia.

Este fue el principio de un idilio que duró tres meses, y al que Nébel se creyó

en el deber de saludarlos, a lo que respondió el terceto con jovial

condescendencia. Mientras continuó el corso, y en Concordia se prolonga hasta

horas increíbles, Nébel tendió incesantemente su brazo hacia adelante, tan bien

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Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte

que el puño de su camisa, desprendido, bailaba sobre la mano.

Al día siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se

reanudaba de noche con batalla de flores, Nébel agotó en un cuarto de hora

cuatro inmensas canastas. Arrizabalaga y la señora se reían, volviendo la cabeza

a menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de cabeza a menudo, y la joven no

apartaba casi sus ojos de Nébel. Este

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