Un Cuento

Y de repente desapareció

Era de noche y la luna brillaba más que nunca. Recuerdo muy bien ese paisaje: las montañas del norte, el pasto verde, los arboles grandes y el pantano. Mi nombre no lo sabía y sigo sin saberlo. No sabía que estaba haciendo ahí o como había llegado y no recordaba nada más que una cosa: a esa mujer. Esa mujer que me perseguía en los sueños, que paseaba por mis recuerdos, que me enloquecía por las mañanas. Reconozco que era muy hermosa, su piel pálida, sus ojos verdes, su pelo negro, su nariz respingada. Me volvía loco. Creo que solo tenía una imperfección en su cara, y era una lastimadura que atravesaba su ojo izquierdo. Según lo que puedo deducir no había sido hace mucho que se había lastimado ya que seguía sangrando desaforadamente. No sabía quién era o porque estaba en mi cabeza y lo único que conocía de ella era su amor, su amor eterno, lo mucho que me había amado y lo mucho que la había amado yo. Si, ahora lo recuerdo mucho mejor, ese amor clandestino, esas mañanas de tristeza, esos días de felicidad… después de un rato la vi en las montañas, paseando, pero ella no me vio a mí. Mi cuerpo me impulsó a seguirla, quería verla de cerca, tocarla, sentir su respiración en mi cuello. De la nada empezó a correr. La seguí. Corrimos durante dos o tres horas. Estaba por alcanzarla, por tocarla, por abrazarla. Y de repente desapareció. Desapareció todo, no quedo nada. Desaparecieron las montañas, el pasto, el pantano, la luna, el cielo, los arboles y… y ella, esa mujer bellísima, desapareció.

Desperté en una camilla hace más o menos cinco minutos. Estoy empezando a olvidar todo. Lo único que recuerdo es una cara. Una cara hermosa, a decir verdad. Ojos verdes, piel pálida, pelo negro, nariz respingada y algo que me llama mucho la atención: una lastimadura, que sangra y sangra, sin parar.

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