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300 días en Afganistán: Un relato personal

nataliamu9512 de Junio de 2013

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Tomado de El Malpensante

El texto que sigue, excepcionalmente largo incluso para las dilatadas tradiciones de esta revista, cumple sin embargo con medidas también excepcionales de calidad e interés que nos llevan a publicarlo de un tirón: es la versión muy personal de lo que vio y vivió una joven médica colombiana durante algo más de 300 días en Afganistán, adonde llegó el 9 de septiembre de 2002 y de donde partió el 15 de julio de 2003.

300 días en Afganistán

Natalia Aguirre Zimerman

Una alfombra mágica moderna

No sé ni por dónde empezarles a contar lo que he visto en los últimos tres días. Salí de París hacia Dubai porque la carretera de Pakistán a Afganistán está muy peligrosa, ya que en estos días es el aniversario del bombardeo sobre Kabul y se teme que ocurran incidentes conmemorativos. Salí con cuatro acompañantes: Petra (una logística holandesa como de mi edad), Yoerguen (un anestesiólogo alemán queridísimo que iba rumbo a Sri Lanka), al que decidimos llamar "Yogurt" para podernos acordar, Alain (un cuarentón reportero de msf) y Katrina (la partera neozelandesa). Desde el check-in se vio lo ostentoso de la aerolínea. Los tags para las maletas eran rojos, de plástico grueso, blandito y súper bien diseñado.

Cuando llegamos a Dubai a la 1:30 a.m., nos bajamos, y en emigración vimos una gente de fantasía. Unas mujeres africanas, negras como el carbón, de 1,90 m de estatura y ropa de colores muy fuertes, con vestidos enormes y tocados como medio tribales en la cabeza. Estas africanas, además de imponentes, tenían una voz de tono muy bajo y miraban con la cara en alto. No tengo ni idea de su nacionalidad pero viajaban solas. Luego vimos toda clase de musulmanas, con toda clase de trapos en la cara y rayones en las manos. Había una especialmente triste. Parecía ser la esposa de un duro saudita, barrigón, de atuendo blanco. Tenía toda la cara cubierta con un velo gris oscuro; las manos, blancas e impecables, adornadas con joyas ultra costosas; los zapatos, de tacón y negros. Detrás de ellos un maletero traía tres french poodles blancos, grandes e impecables, iguales a la dueña.

Como era de esperarse, el equipo pasó tranquilo por inmigración, pero como yo tengo pasaporte colombiano y no tenía visa, me sacaron a un lado y se me enfrió todo. Pensé: me van a deportar y mínimo me voy de violada en la prisión local de Dubai. Afortunadamente, un viajero experimentado que me acompañaba les echó el cuento de que era sólo por una horas y que yo era de un equipo humanitario. La carreta funcionó y me dejaron salir hacia el hotel. Por cortesía de los Emiratos Árabes nos alojamos en un hotel lujoso y bastante miamesco (como todo en Dubai, ¿o será que en Miami todo es arabesco?). Tres horas más tarde regresamos al aeropuerto, me monté en el vuelo de Naciones Unidas, un Fokker medio destartalado, y llegué a Afganistán.

Aterrizaje

Uno llega hasta Kabul desde una altura mayor de la normal porque, al igual que Medellín, la ciudad está metida entre montañas y tiene una en la mitad. Cuando el piloto piensa que ya está cerca a la pista, se tira en picada y uno cree que se va a matar. Pero no, todo lo tienen bien calculado para que no nos tumben (por motivos de seguridad uno nunca sabe a qué horas sale o llega, porque los talibanes derriban los aviones a punta de rockets). El avión vuela muy bajito y en el último momento lo aterrizan con una precisión impresionante. Lo primero que uno ve en la pista son los cadáveres de cientos de aviones, y los esqueletos de buses y carros, dispuestos a ambos lados de la pista. Algunos muy oxidados (como si pertenecieran a una guerra pasada); otros parecen recientemente fusilados, y los carros en que viaja la población están premórtem. ¿Cómo describirles la ciudad? Hagan de cuenta que están en Tolú luego de la bomba de Hiroshima, y de que no ha llovido en cuatro años. Todo es café grisoso (salvo la gente), y la ciudad tiene varicela. Todos los frentes de las casas y edificios muestran cicatrices de los tiros de los Kalashnikov porque como las construcciones son de ladrillo terroso, se les cae el pedazo del lado del huequito.

Nos recibieron los conductores de msf y nos llevaron a la casa.

La casa es en realidad una serie de edificios que pertenecieron a un hombre muy rico, hace muchos años, rodeados por un muro alto que impide mirar hacia afuera. Tiene dos pisos. Es un monstruo de casa, de aproximadamente diecisiete cuartos (apenas normal para una familia afgana rica). Tiene ocho baños con agua caliente. Los muebles son de los años sesenta, y en cada cuarto hay una lámpara enorme de cristal, tipo araña, y un tapete persa. En la biblioteca hay televisor, grabadora, libros (para mi pesar casi todos en francés), juegos, como billar afgano y Scrabble (pero los franceses no saben bien inglés y no pueden jugar) y rompecabezas.

Ya comencé a trabajar. Hasta hoy me tocó trabajar en ropa prestada porque tenemos restricciones severas de movimiento dentro de la ciudad, e ir al bazar está totalmente prohibido. Así que tuve que conseguir mi primera shwar kamize por medios no muy santos, que no les puedo contar porque la holandesa sabe español, el mail es compartido y me hago deportar si me pillan. La ropa es feísima, color mugre (eso lo camufla a uno muy bien en este polvero); gruesa, porque el invierno está por comenzar, y la pañoleta gigantesca (según las reglas).

Fui a las tres clínicas que me toca supervisar porque básicamente estoy aquí para organizar dos servicios de maternidad en dos clínicas rurales que no los tenían y que estaban destruidas. Una ong alemana las está reconstruyendo, y nosotros nos encargamos de habitarlas y ponerlas a funcionar y de convencer a la población de que vengan a parir al hospital. La razón básica es que la mortalidad materna en Afganistán es la más alta del mundo: ¡1,7 por cada cien partos, lo que significa que se muere una de cada 60 mujeres que tiene un hijo! Éste es un indicador muy claro de lo mal que viven las mujeres en este país. El promedio de vida de una mujer es de 45 años, y la mayoría no sabe leer ni escribir. En conclusión, estoy al frente de un hospital veterinario.

Exquisiteces

En la casa somos muchos y tenemos dos cocineros que se llaman Khan y Zaman. Son unos encantos, no hablan ni una palabra de inglés o francés, pero no importa porque son unos genios para cocinar y ya me los amigué para no pasar trabajos. Todos los días nos tienen una canasta de frutas frescas para el desayuno (melón, uvas, peras, manzanas y bananos), y a las 12:30 venimos de las clínicas y nos tienen pan afgano fresco. Éste se llama nan (se pronuncia como nun, o sea monja en inglés). Es largo, aproximadamente de 60 cm, y plano, y de ancho tiene como 20 cm. Lo fabrican en hornos, en las panaderías de las viudas de la guerra, y es como pan árabe pero más oscurito (me sueño con un frasco de queso crema Colanta para untarle). Este pan es multiusos. Sirve solo, como comida en sí mismo; de base, como una arepa, o para envolver carne, como un tamal. De plato fuerte siempre hay carne de res, cabra, cordero y muy ocasionalmente pollo. Todos los días hay ensalada tipo "mi mamá", o sea, de las que tienen todo medio deshidratado, berenjenudo, tomatudo y pimentonudo. Por ejemplo: el almuerzo de hoy fueron unos seudorraviolis de espinaca cubiertos con carne y queso. Siempre tenemos postre: ayer fue pie de banano con Nutela. Hace dos días fueron cubitos de "queso urraeño" con pedacitos de pistacho y almendras. Hace más días me dieron una réplica exacta de colaciones pero más chiquitas. En el corazón tenían una almendra tostada.

Cualquier cosa que le pedimos a Khan, él nos la consigue en el mercado negro porque Seguridad de msf nos tiene recluidos en Alcatraz. Khan llega todos los días en bicicleta (único medio de trasporte del 99,9% de los kabulíes) con la canasta cargada de encargos que recibimos como si fueran cartas de la novia para un soldado en Vietnam. Lo otro que se come, pero que no he probado porque no me dejan salir a la calle, son los kebabs (pinchos). Estos berraquitos atraviesan cualquier cosa o a cualquiera con un palo y lo ponen a asar. Hay kebabs de carne, vegetales, cebollas, mixtos, etc. Tal como yo lo esperaba, la comida de este país es exquisita.

Fisonomías

No hay tal cosa como el afgano promedio. No existe. Los afganos son personas de múltiples procedencias. Hay tribus que se originaron en Mongolia, algunas con raíces en lo que ahora es Rusia, y otras se subieron de Pakistán. Cuando uno sale a la calle, ve cuatro tipos de etnias claramente definidas.

Los tajiks (hermosísimos), altos, cejones, con la piel medio clara. Tienen los ojos claros (verdes, azules o miel) y cuando te miran, sientes que te están interrogando. A los niños tajiks yo los miro y los miro y los miro porque tienen en los ojos unas rayitas rojas (en vez de las cafecitas que tenemos los colombianos), que salen desde la pupila, y algunos son pelirrojos.

Los pashtun son oscuros, cejones, muy velludos, con la mandíbula grande y los ojos miel. Vienen de Pakistán y fueron los que dieron origen a los talibanes.

Luego están los hazara, de la zona central de Afganistán, muy discriminados (son de segunda categoría para los demás). Son primos de los mongoles, por lo cual son achinados y no les crece pelo en la cara. Durante el régimen talibán fueron tratados muy mal. Por ejemplo: los talibanes les exigían a los hombres tener una barba que les llegara hasta el pecho. Como se podrán imaginar, a los hazara no les crece barba, entonces en la calle les cascaban por violación de los mandatos.

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