A los jovenes, A los médicos, A los científicos, A los abogados
IUSsef22 de Abril de 2014
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A los jóvenes
A los jóvenes me dirijo, que los viejos (me refiero, claro, a los viejos de corazón y pensamiento) dejen esto y no cansen sus ojos leyendo lo que de nada les será útil.
Te supongo de pensamiento libre de dogmas y tabúes que han intentado imponerte tus maestros, que no temes al demonio, que no vas a oír parlotear a curas y ministros y que tampoco eres un simplón; uno de esos tristes productos de una sociedad en decadencia que presumen pantalones bien cortados con gestos simiescos en los parques e incluso a su temprana edad sólo desean placer y ocio a cualquier precio. Te supongo, por el contrario, con corazón y mente libres; por esta razón a ti me dirijo.
A LOS MÉDICOS
Mañana un hombre vestido pobremente vendrá a buscarte para ir a ver a una mujer enferma. Te conducirá a una de esas callejuelas estrechas donde los vecinos de enfrente casi pueden darse la mano sobre las cabezas de los transeúntes. Subes en una atmósfera hedionda a la temblorosa luz de una lámpara mal ajustada. Subes dos, tres, cuatro, cinco tramos de sucias escaleras; y en una habitación oscura y fría encuentras a una mujer enferma tendida en lo que parece una cama cubierta de sucios trapos. Marchitos y pálidos niños tiemblan bajo escasas ropas y te miran con grandes ojos muy abiertos, incluso admiración. El marido ha trabajado toda su vida 10 u 11 horas diarias en no importa qué. Ahora lleva desempleado tres meses. Estar desempleado no es raro en su oficio; pasa todos los años, pero antes, cuando estaba desempleado, su mujer salía a trabajar ayudando en las labores de hogares mas afortunado, quizá llego a lavar tus camisas y tu uniforme, esa bata que portas con tanto orgullo; ahora lleva en la cama dos meses, y la miseria oprime a la familia con todo su rapaz horror.
¿Qué recetarías a esa mujer doctor? Has visto inmediatamente que la causa de su enfermedad es una anemia general, falta de buenos alimentos, falta de aire fresco. ¿Le recetarás un buen filete cada día? ¿Un poco de ejercicio en el campo? ¿Un dormitorio seco y ventilado? ¡Qué ironía! Eso ya lo habría hecho, de poder, sin esperar tu ayuda. Si tienes buen corazón, trato franco y pareces honrado, la familia te contará algunas cosas. Te dirán que la vecina que está al otro lado de la pared, cuyas toses atraviesan el ladrillo y te destrozan el corazón, es una pobre planchadora; que un tramo de escaleras más abajo todos los niños tienen fiebre; que la lavandera que ocupa la planta baja no llegará a la primavera; y que en la casa de al lado aún están peor ¿Qué dirás tú a esos enfermos? Les recomendarás dieta abundante, cambio de aires, menos trabajo agotador… ¿te gustaría poder hacerlo? Pero no te atreverás y saldrás de allí con el corazón destrozado y una maldición en los labios.
Al día siguiente, cuando piensas aún sobre el destino de los habitantes de aquella miserable casa, tu colega te dice que el día anterior vino un hombre a buscarle para que fuese a ver a la propietaria de una casa rica, a una dama agotada por noches de insomnio, que dedica toda su vida a engalanarse, a hacer visitas sociales, asistir a bailes y reñir con un marido estúpido. Tu amigo le ha recetado una forma de vida menos banal, dieta más selecta, paseos al aire libre, humor equilibrado y, para compensar un poco la falta de trabajo físico útil, le recomendó algo de gimnasia. La una está muriendo por no haber tenido comida suficiente ni descanso bastante en toda su vida. La otra se “consume” porque nunca ha sabido lo que es el trabajo.
Si eres una de esas personas sin carácter que se adaptan a todo, que a la vista de los espectáculos más viles se consuelan con un suave suspiro, acabarás acostumbrándote gradualmente a esos contrastes y a favorecer tu apatía, cobardía y mezquindad, sólo pensarás en seguir en las filas de los buscadores de placer y en no rozarte nunca con los desvalidos o en el mejor de los casos, dar unas migajas, una limosna, una “caridad”. Pero si eres un hombre honesto, si traduces tu sentimiento en acción voluntaria, si en ti la cobardía y mezquindad no han aplastado al la solidaridad, volverás un día a casa diciéndote: No, es injusto: esto no puede seguir así, no basta curar enfermedades; debemos prevenirlas. Una vida algo mejor y un desarrollo intelectual eliminarían de nuestras listas la mitad de los pacientes y la mitad de las enfermedades… ¡Al diablo la medicina! Aire, buenos alimentos, menos trabajo agotador… es por aquí por dónde hay que empezar. Sin todo esto, la profesión de médico no es más que farsa e hipocresía, sin esto los médicos no son más que un montón de falsos que se pavonean vestidos de blanco que miran con lastima de arriba hacia abajo al desafortunado y al desvalido.
Pero cuando aprendas a mirar solidariamente, sin lastimas, es decir; horizontalmente. Ese mismo día comprenderás al socialismo. Desearás conocerlo totalmente, y si solidaridad no es para ti una palabra vacía de significado, si aplicas al estudio de lo social tu mente de filósofo de la Naturaleza, acabarás en nuestras filas, y trabajarás, como nosotros, por traer la revolución social.
A los jóvenes
A los jóvenes me dirijo, que los viejos (me refiero, claro, a los viejos de corazón y pensamiento) dejen esto y no cansen sus ojos leyendo lo que de nada les será útil.
Te supongo de pensamiento libre de dogmas y tabúes que han intentado imponerte tus maestros, que no temes al demonio, que no vas a oír parlotear a curas y ministros y que tampoco eres un simplón; uno de esos tristes productos de una sociedad en decadencia que presumen pantalones bien cortados con gestos simiescos en los parques e incluso a su temprana edad sólo desean placer y ocio a cualquier precio. Te supongo, por el contrario, con corazón y mente libres; por esta razón a ti me dirijo.
A LOS CIENTÍFICOS
Intentemos comprender primero lo que buscas al consagrarte a la ciencia. ¿Es sólo el placer (inmenso sin duda) que obtenemos estudiando la naturaleza y ejercitando nuestras facultades mentales? En ese caso te pregunto: ¿En qué se diferencia el filósofo que persigue la ciencia para poder llevar una vida más grata del borracho que sólo busca la gratificación momentánea que le proporciona la ginebra? El filósofo ha elegido, sin duda, mucho más sabiamente su placer, pues le permite una satisfacción mucho más honda y perdurable que la del ebrio. ¡Pero eso es todo! Ambos persiguen el mismo fin egoísta: gratificación personal.
Pero no, tú no deseas llevar esa existencia egoísta. Trabajando para la ciencia deseas trabajar para la humanidad toda; esa idea te guiará en tus investigaciones. ¡Una maravillosa ilusión! ¿Quién no la abrazó por un momento al entregarse por primera vez a la ciencia?
Pero, si piensas realmente en la humanidad, si es el bien de la especie humana lo que buscas, se te plantea un interrogante formidable; porque advertirás que en nuestra sociedad actual la ciencia no es más que un artículo de lujo, destinado a hacer más placentera la vida de unos cuantos y que es inaccesible a la gran mayoría de seres humanos.
La ciencia nos dice cómo hemos de vivir para preservar la salud de nuestros propios cuerpos, cómo mantener en buenas condiciones a las aglomeradas masas de nuestra población. Pero ¿no ha sido acaso todo el abundante trabajo hecho en estos dos campos letra muerta en los libros? Sabemos que así ha sido ¿Por qué? Porque la ciencia sólo existe hoy para un puñado de individuos privilegiados, porque la desigualdad social, que divide la sociedad en dos clases (esclavos del salario y acaparadores del capital) convierte todos los logros de la ciencia que supondrían facilitarían una mejor calidad de vida a la población en la más amarga ironía para el 90% de la especie.
En la actualidad, no necesitamos ya acumular verdades y descubrimientos científicos, lo que importa es propagar las verdades ya adquiridas, practicarlas en la vida diaria, convertirlas en herencia común. Tenemos que ordenar las cosas de modo que toda la especie pueda asimilarlas y aplicarlas de modo tal que la ciencia deje de ser un lujo y se transforme en base de vida cotidiana. Lo exige la justicia. Y los principios éticos más elementales de la ciencia.
La ciencia sólo realiza auténticos progresos cuando sus verdades hallan un medio dispuesto y preparado para su recepción a favor de la sociedad en general. La teoría del origen mecánico del calor permaneció ochenta años enterrada en archivos académicos hasta que este conocimiento de la ciencia física se propagó lo bastante para crear público capaz de aceptarlo. Tres generaciones hubieron de pasar para que las ideas de Erasmo Darwin sobre la variación de las especies pudiese recibirlas favorablemente su nieto y admitirlas los filósofos académicos e incluso entonces hizo falta la presión de la opinión pública. El filósofo es siempre, como el poeta y el artista, producto de la sociedad en que enseña y se mueve.
Si comprendes estas verdades, entenderás que lo más importante es impulsar un cambio radical en este estado de cosas que condena a casi todo el resto de los seres humanos a seguir igual que hace cinco o diez siglos: como esclavos y máquinas que ignoran las verdades establecidas. Y el día en que estés imbuido de esta verdad amplia, profunda, humana y sólidamente científica, ese día perderás tu gusto por la ciencia “pura”. Empezarás a buscar medios de lograr esta transformación y adoptarás inevitablemente la causa socialista; dejarás los sofismas y te unirás a nosotros. Cansado de trabajar para proporcionar placeres a ese pequeño grupo, pondrás tus conocimientos y tu abnegación al servicio de los oprimidos.
Y ten por seguro de que el sentimiento
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