Acoso escolar, agresión emocional o psicológica
victormontes25 de Julio de 2012
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MARCO GENERAL
Cuando hablamos del acoso escolar nos referimos a situaciones en las que uno o más estudiantes persiguen e intimidan a otro u otra víctima a través de insultos, rumores, aislamiento social, agresiones físicas, amenazas, etc.
Y puede desarrollarse a lo largo de meses incluso años, siendo sus consecuencias ciertamente devastadoras, sobre todo para la víctima, pero también para los espectadores y para el propio agresor o agresora.
En sus orígenes, el acoso escolar ocurre cuando los niños o adolescentes son atormentados continuamente por otros con más poder, ya sea por su fortaleza física o por su nivel social.
El acoso se caracteriza también por el deseo consciente de herir, amenazar o asustar por parte de un alumno frente a otro. Todas las modalidades de acoso son actos agresivos en sentido amplio, ya físicos, verbales o psicológicos, aunque no toda agresión da lugar a acoso.
El acoso en su modalidad de agresión emocional o psicológica es aún menos visible para los profesores, pero es extremadamente doloroso. Condenar a un menor al ostracismo escolar puede ser en determinados casos más dañino incluso que las agresiones leves continuadas. El acoso en su modalidad de exclusión social puede manifestarse en forma activa (no dejar participar) en forma pasiva (ignorar), o en una combinación de ambas.
El acoso también puede practicarse individualmente o en grupo, siendo esta última modalidad la más peligrosa, pues si por una parte los acosadores tienen por lo general en estos casos un limitado sentimiento de culpa, tendiendo a diluirse o difuminarse la conciencia de responsabilidad individual en el colectivo, que se auto justifica con el subterfugio de que no se sobrepasa la mera diversión, por la otra el efecto en la víctima puede ser devastador a consecuencia del inducido sentimiento de soledad.
El problema del acoso escolar se ha caracterizado hasta hace bien poco por ser un fenómeno oculto, que pese haber estado presente desde siempre en las relaciones entre los menores en los centros educativos y fuera de los mismos, no ha generado estudios, reflexiones o reacciones ni desde el ámbito académico ni desde las instancias oficiales.
La consecución del objetivo de lograr un ambiente de paz y seguridad en los Centros educativos y en el entorno de los mismos, donde los menores puedan formarse y socializarse adecuadamente debe tornarse en meta irrenunciable, superando la resignada aceptación de la existencia de prácticas de acoso o matonismo entre nuestros menores, como algo inherente a la vida de los centros escolares e institutos.
No se puede calificar de acoso escolar situaciones en las que un alumno o alumna pelea con otro de forma amistosa o como juego. Tampoco cuando dos estudiantes a un mismo nivel discuten, tienen una disputa o pelean.
Estos son elementos presentes en el acoso escolar:
Deseo inicial obsesivo y no inhibido de infligir daño, dirigido contra alguien indefenso.
El deseo se materializa en una acción.
Alguien resulta dañado. La intensidad y la gravedad del daño dependen de la vulnerabilidad de las personas.
El maltrato se dirige contra alguien menos poderoso, bien porque existe desigualdad física o psicológica entre victimas y actores, o bien porque estos últimos actúan en grupo.
El maltrato carece de justificación.
Tiene lugar de modo reiterado. Esta expectativa de repetición interminable por parte de la víctima es lo que le da su naturaleza opresiva y temible.
Se produce con placer manifiesto. El agresor disfruta con la sumisión de la persona más débil.
Se suele señalar a las víctimas como débiles, inseguras, ansiosas, cautas, sensibles, tranquilas y tímidas y con bajos niveles de autoestima.
En el ámbito familiar las victimas pasan más tiempo en casa.
Dan Olweus (1993) considera que las tendencias de excesiva protección paterna a los niños puede ser a la vez causa y efecto del acoso.
Según Olweus, las víctimas son menos fuertes físicamente, en especial los chicos, no son agresivos, ni violentos y muestran un alto nivel de ansiedad y de inseguridad.
Este autor señala ciertos signos visibles que el agresor elegiría para atacar a las víctimas y que separarían a las víctimas de otros estudiantes.
Serian rasgos como las gafas, el color de la piel o el pelo y las dificultades en el habla.
El agresor una vez elegida la victima explotaría esos rasgos.
Existen dos tipos de victimas.
La activa o provocativa: suele exhibir sus propios rasgos característicos, combinando un modelo de ansiedad y de reacción agresiva, lo que es utilizado por el agresor para excusar su propia conducta.
La victima pasiva: es la más común. Son sujetos inseguros, que se muestran poco y que sufren calladamente el ataque del agresor.
En general las víctimas son sujetos rechazados, difícilmente tienen un verdadero amigo en clase y les cuesta mucho trabajo hacerlos. Son niños aislados que tienen unas redes sociales de apoyo con compañeros y profesorado muy pobres.
Además, el acoso escolar se divide en:
Acoso directo: es la forma más común en los niños, como ya se dijo, hay golpes y maltratos.
Acoso indirecto: o agresión social, suele ser más común entre las niñas y en general a partir de la pre adolescencia. Este tipo consiste en el aislamiento social de la victima por medio de técnicas variadas como difundir rumores, rechazar el contacto social con la víctima, amenazar a otros niños que se llevan bien.
Olweus señala al agresor con temperamento agresivo e impulsivo y con deficiencias en habilidades sociales para negociar y comunicar sus deseos. Le atribuye falta de empatía hacia el sentir de la víctima y falta de sentimiento de culpabilidad.
ACOSO ACTIVO Física Directa
Golpes y heridas
Indirecta
Golpea a sustituto de la victima
Verbal Directa
Insultos
Indirecta
Murmuración
ACOSO PASIVO Física Directa
Impedir un comportamiento
Indirecta
Rechazo a participar en un comportamiento
Verbal Directa
Negativa a hablar
Indirecta
Negativa a conformarse
Agresión
La teoría más popular sobre la agresión mantiene que las personas son impulsadas a atacar a otro cuando están frustradas, son incapaces de alcanzar sus metas o no obtienen las recompensas que esperaban (Berkowitz, 1996). Bandura y Walters (1974) conceptualizan la agresión como un medio socializado para la consecución de ciertos fines que son los que establecen como reforzadores positivos.
La competencia se muestra como un elemento importante de la conducta antisocial igual que la cooperación lo es de la social (Mackal, 1983: 95).
Proviene de la teoría de Freud, que a partir de 1920, tras los grandes desastres de la I Guerra Mundial, considera que en el hombre luchan dos pulsiones internas: el instinto de vida y el instinto de muerte que funcionan según el principio del placer que consiste en mantener un nivel mínimo de excitación, de tal forma que se convierte en una fuerza que tan solo puede descargarse contra uno mismo o contra los demás.
Los etólogos consideran que la agresión es una reacción impulsiva e innata que no presenta ningún placer asociado a ella. Lorenz, precursor de esta visión, estima que existe una estructura espontánea hacia la agresión y afirma que hay una serie de factores instintivos que subyacen a toda conducta agresiva, de tal forma que se convierte en un impulso biológicamente adaptado, desarrollado por la evolución que sirve para la supervivencia del individuo y de la especie.
En la búsqueda de los precursores de la agresión se indagan los complejos procesos psicofisiológicos del organismo. Los especialistas de esta corriente han explorado el papel del sistema nervioso central y autónomo, las hormonas, fundamentalmente la testosterona y la adrenalina y el papel de la herencia como iniciadores de las respuestas violentas.
El cognitivismo ofrece una nueva visión del sujeto agresivo caracterizada por la elaboración temprana de representaciones cognitivas violentas que predeterminarán ese tipo de conductas.
Los estudios realizados desde esta teoría encuentran en los sujetos agresivos un déficit cognitivo que se caracteriza por atribuir intenciones hostiles a una provocación ambigua que les lleva a respuestas desproporcionadas hacia otros sujetos. A su vez, ellos también son blanco de este tipo de ataques que apoyan la idea de un ciclo vicioso de escalada en espiral (Melero, 1993).
Violencia en los medios de comunicación.
La televisión tiene una potencia comunicativa sin precedentes en la historia, siendo el más poderoso difusor de cultura, costumbres sociales e información mediados (Casado Salinas, 2005).
La investigación sobre la televisión y audiencia infantil pasó de considerar a ésta como un medio perverso, de manipulación, generador de violencia y consumismo a través de estudios basados en la medición: qué se ve, quiénes lo ven, durante cuánto tiempo; perspectiva que entiende a la televisión como “bala mágica” que influye a los niños. A considerarla como “bola de billar” en la que no hay efectos directos sino indirectos que dependen de la existencia de redes, de filtros sociales, culturales y psicológicos que condicionan la experiencia entre mensaje y receptor (Aguaded, 2000).
La violencia emitida por televisión contribuye a la aparición de efectos antisociales en los espectadores
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