Agua De Junio
murataya10 de Junio de 2014
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EL mes de junio, que ahora comienza, suele ser complicado, no sólo porque es el mes central de cada año, sino que por extrañas razones algunos acontecimientos inusuales de la vida social y natural coinciden con esta época. O bien arrecian los calores propios de las estaciones secas que ponen en precario el abastecimiento de agua en algunas ciudades; o menguan un poco los calores por causa de las lluvias que de vez en cuando se desprenden de las nubes, facilitando las primeras o segundas siembras de maíz y de otros productos. En todo caso los ánimos de la gente urbana tienden a caldearse según aumente el calor tropical.
Lo cierto es que, según el interés predominante de los campesinos y de los agricultores en general, junio se convierte en toda una expectativa, en que se mezclan las esperanzas y las carestías. Hay que recordar la vieja frase de los abuelos: “Ya vienen los junios y los julios”. Todo porque nuestro sistema agrícola depende, todavía, de un sistema de subsistencia, en que los monocultivos subregionales azarosos, y las zacateras amarillentas para las vacas flacas, se imponen como forma agropecuaria de vida, jugándose el destino entre la ausencia o presencia de las aguas-lluvias.
Pero viniéndonos más al centro del país, conviene repensar la situación de la carestía de agua potable en la misma Tegucigalpa. A veces la represa de Los Laureles pareciera sacada de una de esas revistas especializadas en escatologías asiáticas y subsaharianas porque nunca pudimos resolver los problemas inmediatos del agua potable ni siquiera en la capital de Honduras, mucho menos en otros municipios del interior, porque los temas centrales de la nación en materia de sistemas de riego y de manejos de agua dulce, los olvidamos una vez que comienza a llover. También olvidamos los incendios deliberados en los bosques y zacateras hasta que el fenómeno reaparece entre los meses de enero y abril de cada año. No hay visión estratégica para resolver estas limitaciones nacionales.
Siguiendo la lógica anterior podríamos imaginar –Dios no lo permita– que las lluvias bienhechoras dejaran de caer entre junio y septiembre de cualquier año, y la situación del país se tornara catastrófica ya que seríamos flagelados por hambrunas extremas y por el azote, nada descartable, de las sequías anuales, como de hecho ocurre en algunas aldeas del sur de Francisco Morazán, del departamento de Valle y de otras partes del país. En una visión integral del problema es justo que la gente se dé por enterada que muchas de las desgracias que padecemos los países periféricos son ocasionadas por la polución atmosférica de algunas sociedades altamente industrializadas. Pero que, el agravante mayor se deriva de una falencia individual y colectiva creciente en que los catrachos realizamos acciones sólo pensando en las exigencias inmediatas del día de hoy. Los grandes desafíos estratégicos los postergamos constantemente.
Sin perder el hilo analítico conviene establecer que en este fenómeno de escasez de agua potable en Tegucigalpa, la responsabilidad central la tenemos aquellos que vivimos en la capital; pero sobre todo los individuos que han tenido la capacidad decisoria de enfrentar y resolver visionariamente el problema gigantesco de la colectividad, pero que nunca lo han hecho porque cada vez que se ha formulado una denuncia sobre la precariedad de las represas, se recurre a la antigua práctica de los racionamientos del precioso líquido, perdiendo de vista que algunos habitantes de la clase media, desde hace más de veinticinco años, reciben agua potable sólo dos veces por semana
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