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Antropologia Moral


Enviado por   •  28 de Abril de 2015  •  7.148 Palabras (29 Páginas)  •  500 Visitas

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La Moral... una Respuesta de Amor

La Estructura Antropológica de la Moralidad

Enfoque

Vista la realidad de la experiencia moral y su comprensión cristiana como respuesta a una llamada de Dios creador y redentor, conviene que analicemos los elementos estructurales de esa experiencia y de esa realidad que llamamos “moral”.

Ante todo consideraremos al “sujeto de la experiencia moral”, es decir la persona humana. Trataremos de descifrar por qué y cómo la persona experimenta la dimensión de la moralidad [1].

Veremos luego que la realidad moral se refiere a los actos humanos, pero que éstos no deben ser concebidos como unidades aisladas, sino que en ellos se expresa el sujeto personal en su totalidad, según una opción fundamental y de acuerdo con sus diversas y múltiples actitudes. Y veremos que hay también una dimensión moral en aquella y en éstas [2].

Finalmente nos detendremos en la consideración de los llamados “factores de la moralidad”. Estudiaremos la relación que existe entre el objeto, el fin y las circunstancias, en la composición de la moralidad del actuar humano [3].

1. El sujeto de la experiencia moral

a) Diversas explicaciones de la experiencia moral

Sabemos que ha habido y hay muy diversas explicaciones de esa singular experiencia moral que todo ser humano hace en su vida de todos los días. Para unos se trata simplemente de una concatenación de condicionamientos sociales y culturales que imponen al individuo la idea del bien y del mal (Sociologismo). Para otros, la explicación está en la función del Super-Ego sobre el consciente y el subconsciente del individuo (Psicoanálisis). Según otros, se trata de una super-estructura que surge de y expresa la estructura fundamental de toda la realidad humana, que es el juego de relaciones existente entre el trabajo y los medios de producción (Marxismo). Otros reducen toda la experiencia moral a expresiones lingüísticas de reacciones emotivas; “bien” y “mal” son equivalentes a exclamaciones emotivas: “oh!”, “ah!” (Positivismo lingüístico). Y podríamos seguir con un largo etcétera.

No es este el lugar para entrar en un análisis detallado de esas diversas teorías. Digamos simplemente que cada una intenta una explicación unilateral y parcial de un fenómeno demasiado complejo y profundo como para reducirlo a un factor relativo, convirtiéndolo arbitrariamente en absoluto. Ciertamente, no podemos decir que comprendemos cabal y totalmente el fenómeno de la experiencia moral, su por qué, su estructura y su dinamismo. Pero creo que podemos acercanos a su comprensión si nos referimos a la realidad global de la persona humana, sin reducirla a cualquiera de los elementos que componen ese misterioso y complejo ser que habla de sí mismo diciendo: “Yo”.

b) El sujeto humano como sujeto moral

Si se tratara solamente de un ser corporal, reducido al espacio y al tiempo, no se daría en el hombre la experiencia moral, que trasciende esas coordenadas. Pero la persona es también un ser espiritual y trascendente. Cuerpo y espíritu forman en ella una sola realidad. En función de su dimensión espiritual, el hombre está dotado de la capacidad de entender el ser de las cosas, y de sí mismo. Su razón hace también que el hombre sea consciente de sí mismo, autoconsciente. Y en esa autoconsciencia se capta a sí mismo como ser finito, contingente, un ser entre los seres, un ser que tiene ya un modo de ser que le es propio y que no se ha dado él a sí mismo.

Por la misma dimensión espiritual, la persona está dotada también de la capacidad de querer, y de querer con una voluntad que no se encuentra determinada en sus actos, una voluntad libre. Su libertad le hace “autor” de sus propios actos y de las consecuencias queridas de los mismos. Por ello, aunque existe con un modo de ser no elegido, él elige en cierta manera su modo de ser. No se trata de un mero juego de palabras. Por su libre voluntad el hombre se va haciendo a sí mismo con cada una de sus decisiones; sobre todo con aquellas que marcan hondamente su futuro, pero también con las libres decisiones de cada día.

Por otra parte, el hombre es un ser temporal, histórico. Un ser “in fieri”, nunca completamente realizado. El se capta a sí mismo como tarea para sí mismo. Por su libertad es responsable de realizarse a sí mismo en el tiempo. Pero esa realización no se le presenta como un horizonte totalmente arbitrario. Su razón, en cuanto “razón especulativa”, le hace comprender lo que es; y en cuanto “razón práctica” le ayuda a entender lo que debe ser, y en consecuencia, lo que debe hacer. En el fondo, capta que debe hacer libremente aquello que es conforme a su propio ser y evitar aquello que lo contradice.

Este conjunto de elementos, estrechamente y vitalmente relacionados en la subjetividad del individuo humano, le lleva a experimentar el bien y el mal, aquello que es conforme o contrario a su ser de persona humana; y a experimentar la relación de su voluntad libre con ese bien o mal presentado por su propia razón. Ve el bien/mal y puede querer el bien/mal. Es libre de hacer el bien o el mal, pero no es libre de hacer que lo que ve como bueno sea malo, y viceversa.

Pero es necesario recordar, además, que la persona humana es un ser relacional. No está sola, ni se realiza a sí mismo aislada de los demás. De algún modo, la relación a los otros, y al mismo Otro Absoluto, le definen esencialmente en cuanto persona. Por ello, su experiencia del bien y del mal, de la relación de su libertad con lo que le presenta su razón, se refiere también a la realidad de las otras personas y a Dios.

Finalmente, la dimensión espiritual del hombre le constituye como un ser abierto al absoluto. Por su intelecto, la persona es, como dice S. Tomás, “quodammodo omnia”, abierta potencialmente a toda la realidad del ser; ve los seres relativos en el horizonte abierto de lo absoluto, captado en la realidad misma de la existencia de cada ser. Es esta apertura a lo absoluto, esencia del espíritu humano, lo que hace que experimente también el bien y el mal en relación implícita con la absolutez del bien, o con el Bien Absoluto, aún cuando no sepa que ese Absoluto es un Ser Personal a quien llamamos Dios. De ahí ese carácter tan singular de la experiencia moral, vivida especialmente cuando el sujeto quiere hacer algo pero “no puede”, o quiere no hacerlo pero “debe”.

Como decía arriba, no pretendo dilucidar completamente

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