CRISIS 1994
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La crisis de 1994-95 y la actual crisis
Guillermo Ortiz compara la debacle económica actual con la crisis mexicana de la década pasada; el gobernador del Banco de México considera que su prioridad es procurar la estabilidad de precios.
Publicado: Martes, 03 de febrero de 2009 a las 06:00
Por: Guillermo Ortiz*
A mediados de la década de los noventa, México enfrentó una de las crisis económicas más virulentas por las que ha atravesado en su historia. Sin embargo, las medidas instrumentadas en el momento por las autoridades financieras permitieron contener y revertir la crisis en un plazo relativamente corto. En la actualidad, la economía mexicana enfrenta nuevos desafíos, resultado esta vez del contagio de una crisis financiera que tuvo su origen en Estados Unidos y en otras economías avanzadas. De nueva cuenta, las autoridades financieras estamos frente a la tarea de diseñar e instrumentar estrategias para mitigar su impacto sobre nuestro país.
La gestación de la crisis en México en 1994-95
México recibió flujos enormes de capital extranjero durante los años previos a la crisis de 1994-95. Esto obedeció, en parte, a las perspectivas favorables que presentaba la economía mexicana después de varios años de estabilización macroeconómica y de la implementación de importantes reformas estructurales.
Además, el proceso de liberalización financiera que se había iniciado en 1988 y un entorno internacional muy propicio, ya que en los países industriales prevalecía una situación de tasas de interés bajas, dieron un impulso adicional a la entrada de capitales. Así, de 1991 a 1993 esas entradas de capital a México alcanzaron un promedio anual de casi 8% del PIB.
Los acontecimientos descritos tuvieron un fuerte impacto sobre la economía mexicana:
El tamaño del sistema financiero aumentó considerablemente.
Así, de 1988 a 1994 la relación entre M4, el agregado monetario más amplio, y el PIB, se incrementó en 20 puntos porcentuales.
Las entradas de capital coincidieron con un fortalecimiento de las finanzas públicas y una fuerte demanda de crédito. De esta manera, se produjo un muy rápido crecimiento del crédito bancario al sector privado. De 1988 a 1994, el crédito bancario al sector privado medido como proporción del PIB se cuadruplicó.
Al mismo tiempo, la expansión de la demanda impulsada por una amplia disponibilidad de financiamiento condujo a un fuerte aumento del déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos. En consecuencia, para 1994 ese déficit representaba ya el 7% con respecto al PIB.
En resumen, la abundante disponibilidad de financiamiento resultó en un elevado nivel de apalancamiento, tanto de empresas, como de hogares e instituciones financieras.
Desafortunadamente, el proceso descrito estuvo acompañado del surgimiento de varios frentes de vulnerabilidad. El creciente déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos fue uno de ellos.
Una visión muy difundida en aquella época era que el déficit externo no podría ser fuente de problemas graves cuando estaba generado por el sector privado y las finanzas públicas mostraban una situación de fortaleza.1Sin embargo, esta perspectiva no ponía suficiente atención en que el déficit con el exterior era financiado en lo principal con capitales de corto plazo bajo un régimen de tipo de cambio semifijo o predeterminado.
El rápido crecimiento del crédito al sector privado en ausencia de mecanismos adecuados de supervisión y regulación bancaria, dio lugar a otro frente de vulnerabilidad. Como resultado de la nacionalización bancaria de 1982, los bancos habían perdido a su personal con mayor experiencia y capacitación.
Tampoco contaban con experiencia en el otorgamiento de crédito al sector privado ya que durante la década de los ochenta la mayor parte del financiamiento bancario se había canalizado al gobierno federal. De esta manera, la amplia disponibilidad de recursos, una competencia intensa entre los bancos recién privatizados por ampliar su participación de mercado y la falta de experiencia y de controles prudenciales y de riesgos suficientes impidieron que el crédito se otorgara de manera más adecuada.
En los bancos, el esquema de incentivos operó también a manera de premiar la toma de riesgos excesivos. Los nuevos banqueros deseaban recuperar en un periodo corto su inversión sin tomar en cuenta el elevado riesgo que estaban asumiendo.2
Los problemas se acentuaron por la insuficiente transparencia de las estadísticas oficiales y las prácticas contables de los bancos comerciales, lo cual dificultó una evaluación objetiva de la situación. En ese entorno de vulnerabilidad, el comienzo de un ciclo alcista de las tasas de interés internacionales a partir de febrero de 1994, junto con una situación de incertidumbre política creciente, detonaron la crisis. Los inversionistas cambiaron abruptamente su percepción acerca de las perspectivas de la economía mexicana, lo que dio lugar a salidas masivas de capital. Así, la reversión repentina de los flujos de capital y una depreciación pronunciada del peso frente al dólar ocasionó una crisis profunda en el sector financiero mexicano.
Respuesta de las autoridades ante la crisis
En esa coyuntura, el reto principal para las autoridades fue evitar el colapso del sistema financiero y productivo, y restablecer la confianza de los inversionistas en el país. Debido a la naturaleza de la crisis, la respuesta de política se concentró en dos frentes. En primer lugar, se instrumentaron políticas fiscales y monetarias restrictivas y se adoptó un tipo de cambio flexible; en segundo lugar, se negoció un cuantioso paquete internacional de apoyo que permitió fortalecer la confianza en la capacidad del país para cumplir con sus obligaciones financieras.
El deterioro del empleo y el alza de las tasas de interés provocaron un fuerte aumento de la cartera vencida en las instituciones de crédito y, por ende, un descenso marcado en los niveles de capitalización de la banca. En respuesta, se ejecutaron diversas medidas para apoyar tanto a los deudores como a los bancos. La finalidad fue prevenir una quiebra generalizada de las instituciones financieras.
Se adoptó a tal fin un enfoque integral, ya que se enfrentaban problemas de liquidez y solvencia con repercusiones sistémicas. Entre las medidas que se adoptaron destacan las siguientes:
• El suministro de liquidez en moneda extranjera a los bancos comerciales para impedir presiones adicionales sobre el tipo de cambio.
• Un acuerdo de apoyo para deudores de la banca.
• La compra de cartera en problemas con el fin de fortalecer el capital bancario.
• La activación de un programa de capitalización temporal para los bancos.
• Reformas legales para facilitar una recapitalización efectiva de la banca. Con ese fin se reforzaron las reglas de capitalización y se permitió una mayor participación de los inversionistas extranjeros en la banca mexicana.
• La intervención de varias instituciones de crédito.
Las autoridades estaban conscientes de los riesgos que implicaba la estrategia instrumentada. Sin embargo, también había conciencia de que el escenario alternativo de un posible colapso del sistema financiero y una profunda y prolongada recesión conllevaba costos mucho más elevados.
La crisis financiera en Estados Unidos
Desde principios de los años 2000, la situación macroeconómica en Estados Unidos se caracterizó por un déficit elevado en la cuenta corriente. Como proporción del PIB, ese déficit llegó a 6% en 2006. Un entorno internacional de tasas de interés reducidas y abundante liquidez permitió que dichos déficit se financiaran fácilmente con entradas masivas de capital. Lo anterior, combinado entre otros factores, con un proceso de rápida innovación financiera, alimentó una bonanza del crédito.
Las autoridades estadounidenses consideraban que el déficit en cuenta corriente no debería ser fuente de problemas, dado que el rápido crecimiento de la productividad en Estados Unidos y las elevadas utilidades de las empresas hacían de ese país un sitio muy atractivo para la inversión. Asimismo, se pensaba que la gran dimensión de los mercados de capital podría acomodar sin dificultades los llamados desequilibrios globales y que su corrección sería gradual.
Como en el caso de México, el entorno macroeconómico estuvo acompañado de una serie de vulnerabilidades.
Para comenzar, las instituciones financieras en Estados Unidos han operado en un ambiente de excesiva fragmentación en su regulación y supervisión.
La situación se complicó, además, por el hecho de que muchos inversionistas no examinaron a fondo los riesgos implícitos en los activos subyacentes de los productos estructurados en los que estaban invirtiendo. A ello contribuyó también en parte la opacidad en la información financiera y la existencia de criterios contables demasiado laxos.
Las instituciones financieras en Estados Unidos operaron sin el debido cuidado algunos aspectos vitales de sus operaciones crediticias. Sus sistemas de control de riesgos mostraron debilidades importantes y no existía transparencia suficiente respecto a su exposición a productos financieros de alto riesgo.
El llamado modelo de originar y distribuir propició una distorsión importante en los incentivos. Esto último, toda vez que mediante la bursatilización de los préstamos, sus originadores se deshacían del riesgo crediticio, por lo que no compartían las posibles pérdidas futuras. En consecuencia, la motivación principal fue
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