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Capacidad Política De La Clase Obrera

DianiMontes6 de Marzo de 2013

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CAPACIDAD POLÍTICA DE LA CLASE OBRERA

Si el pueblo está maduro para ejercer la soberanía, ¿de qué nace que se oculte constantemente detrás de sus ex tutores, que no lo protegen ya ni lo representan?, ¿por qué se humilla ante los que le dan un salario y puesto en el trance de manifestar su opinión y dar muestras de voluntad, no acierta sino a seguir la huella de sus antiguos patronos y repetir sus máximas?

La clase trabajadora ha vivido, desde el origen de las sociedades, bajo la dependencia de los poderosos en un estado de inferioridad intelectual y moral del que conserva todavía una profunda conciencia.

Observemos ante todo que, tratándose del ciudadano, se toma la palabra capacidad bajo dos puntos de vista diferentes: existe la capacidad legal y la capacidad real.

Para que en un sujeto, individuo, corporación o colectividad haya capacidad política, se requieren tres condiciones fundamentales:

1. Que el sujeto tenga conciencia de sí mismo, de su dignidad, de su valor, del puesto que ocupa en la sociedad, del papel que desempeña, de las funciones a que tiene derecho a aspirar, de los intereses que representa o personifica.

2. Que, como resultado de esa conciencia plena de sí mismo, afirme su idea, es decir, que conozca la ley de su ser, sepa expresarla por la palabra y explicarla por la razón, no sólo en su principio sino también en todas sus consecuencias.

3. Que de esta idea -sentada como profesión de fe- pueda, según lo exijan las circunstancias, sacar siempre conclusiones prácticas.

Poseer la capacidad política es tener conciencia de sí mismo como individuo de una colectividad, afirmar la idea que de ella resulta y procurar su realización. Es capaz todo el que reúne estas tres condiciones.

El problema de la capacidad política en la clase obrera -del mismo modo que en la burguesía y en otras épocas en la nobleza- se reduce, por lo tanto, a lo siguiente:

a) Si la clase obrera, bajo el punto de vista de sus relaciones con la sociedad y el estado, ha adquirido conciencia de sí misma; si como ser colectivo, moral y libre, se distingue de la clase burguesa; si separa de sus intereses los suyos, si aspira a no confundirse con ella;

b) Si posee una idea, es decir, si se la ha formado de su constitución propia; si conoce las leyes, condiciones y fórmulas de su existencia; si prevé su destino, su fin; si se comprende a sí misma en sus relaciones con el estado, la nación y el orden humano;

c) Si de esta idea se halla en condiciones de deducir, para la organización de la sociedad, conclusiones prácticas que le sean propias, y si, en el caso que el poder viniera a dar en sus manos, porque cayera o se retirara la burguesía, podría crear y desarrollar un nuevo orden político.

En esto consiste la capacidad política, no en otra cosa. Hablamos aquí, bien entendido, de esa capacidad real, colectiva, que es obra de la naturaleza y de la sociedad y que resulta del conocimiento del espíritu humano; de esa capacidad que, salvadas las desigualdades del talento y la conciencia, es la misma en todos los individuos y no puede llegar a ser el privilegio de nadie; de esa capacidad que vemos en todas las comunidades religiosas, sectas, corporaciones, castas, partidos, estados, nacionalidades; capacidad que el legislador no puede crear, pero que está obligado a buscar y no puede menos de suponer en todos los casos.

Las clases obreras no han hecho hasta aquí sino nacer a la vida política; que si por la iniciativa que han comenzado a tomar y por su fuerza numérica, han podido modificar el orden político y agitar la economía social, en cambio, por el caos intelectual de que son presa -y sobre todo por el romanticismo gubernativo que han recibido de una clase burguesa in extremis- lejos de haber logrado su preponderancia, han retardado su emancipación y han comprometido,

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