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Enviado por   •  28 de Marzo de 2014  •  19.564 Palabras (79 Páginas)  •  251 Visitas

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CAPÍTULO 17

UN BLOWBACK IDEOLÓGICO

Un desastre muy capitalista

El mundo es un lugar caótico, y alguien tiene que poner orden.

CONDOLEZZA RlCE, septiembre de 2002, sobre la necesidad de invadir Irak

La capacidad de Bush de imaginar un Oriente Medio distinto podría guardar relación con su relativa ignorancia sobre la región.

Si hubiese viajado a Oriente Medio y hubiese visto sus muchos fallos, podría haber acabado desanimado. Libre de tener que ver

las realidades del día a día, Bush mantuvo una visión de cómo podría ser la región.

FAREED ZAKARIA, columnista de Newsweek 2

Y dijo el que estaba sentado en el suelo: «He aquí que renuevo todas las cosas». Y díjome a mí: «Escribe, porque todas estas

palabras son dignísimas de fe y verdaderas».

Apocalipsis 21,5

La guerra en Irak lleva tanto tiempo en modalidad de control de daños que resulta sencillo olvidar la visión original de cómo se suponía que

tenía que funcionar. Pero existió una visión, perfectamente resumida en una conferencia celebrada en Bagdad por el Departamento de Estado

norteamericano en los primeros meses de la ocupación. La reunión incluyó a catorce políticos y burócratas de alto nivel procedentes de Rusia y

Europa del Este: ministros de Economía, directores de bancos centrales y ex viceprimeros ministros. En septiembre de 2003 aterrizaron en el

aeropuerto internacional de Bagdad, equipados con cascos de combate y chalecos de protección. Inmediatamente se dirigieron a la Zona

Verde, la ciudad amurallada dentro de Bagdad, donde se encontraba la sede del gobierno dirigido por Estados Unidos, la Autoridad Provisional

de la Co alición (CPA), y que hoy acoge la embajada estadounidense. En el antiguo centro de conferencias de Sadam, los invitados VIP

impartieron lecciones sobre transformación capitalista a un grupo de iraquíes influyentes.

Uno de los principales oradores fue Marek Belka, antiguo ministro de Economía de Polonia, de derechas, que trabajó en Irak durante varios

meses a las órdenes de Bremer. Según un informe oficial del Departamento de Estado acerca del encuentro, Belka machacó a los iraquíes con el

mensaje de que tenían que aprovechar el momento de caos y ser «contundentes» para imponer políticas que «iban a dejar en el paro a mucha

gente». La primera lección de Polonia, según Belka, era que «las empresas estatales improductivas debían ser vendidas inmediatamente sin

realizar ningún esfuerzo por salvarlas con fondos públicos». (Olvidó mencionar que la presión popular obligó a Solidaridad a abandonar sus

planes de una privatización rápida, con lo que Polonia se libró de una disolución al estilo de Rusia.) Su segunda lección fue todavía más audaz.

Habían pasado cinco meses desde la caída de Bagdad, e Irak se hallaba sumido en una situación de emergencia humanitaria. El desempleo era

del 67 %, la desnutrición iba en aumento y lo único que impedía una hambruna masiva era el hecho de que los hogares iraquíes todavía recibían

alimentos y otros bienes subvencionados por el gobierno, tal como había ocurrido con el programa «petróleo por alimentos» de la ONU durante la

etapa de sanciones. También podían llenar los depósitos de gasolina (cuando había) por un precio muy económico. Belka explicó a los iraquíes

de la conferencia que esas gangas distorsionadoras del mercado tenían que desaparecer de inmediato. «Desarrollen el sector privado,

empezando con la eliminación de las subvenciones.» Insistió en que esas medidas eran «mucho más importantes y controvertidas» que la

privatización.

El siguiente en hablar fue Yegor Gaidar, ex viceprimer ministro de Yeltsin y considerado arquitecto del. programa de terapia de shock de

Rusia. Al invitar a Gaidar a Bagdad, da la impresión de que el Departamento de Estado dio por sentado que los iraquíes no sabrían que en

Moscú le consideraban un indeseable debido a su estrecha relación con los oligarcas y las políticas que habían arruinado a decenas de millones

de rusos.* Si bien es cierto que con Sadam los iraquíes tenían un acceso limitado a las noticias del

exterior, los que participaron en la conferencia de la Zo na Verde eran en su mayoría exiliados que acababan de regresar. En los años

noventa, mientras Rusia se venía abajo, ellos leían The International Herald Tribune.

* Muchos de los protagonistas de la invasión y la ocupación de Irak eran veteranos del equipo original de Washington que exigió la aplicación

de la terapia de shock en Rusia. Dick Cheney era secretario de Defensa cuando George Bush padre desarrolló su política para la Ru sia

postsovíética; Paul Wolfowitz era secretario de Cheney, y Condoleezza Rice ocupaba el cargo de asesora de Bush sobre la transición en Rusia.

Todos estos protagonistas, y muchos de los secundarios, recordaban la experiencia de Rusia en los años noventa (a pesar de los pésimos

resultados para la gente de la calle) como el modelo que Irak debía imitar en su transición.

Fue Mohamad Tofiq, ministro provisional de Industria, quien me habló de esta extraña conferencia (que no se trató en la prensa en su

momento). Meses más tarde, cuando nos reunimos en su oficina provisional de Bagdad (el antiguo ministerio había quedado reducido a un

armazón carbonizado), Tofiq todavía sonreía al pensar en el asunto. Me explicó que los iraquíes acribillaron a los visitantes trajeados con

información sobre el lamentable empeoramiento de un pueblo devastado por la guerra a raíz de la decisión de Paul Bremer de abrir las fronteras

de par en par; si ese pueblo sufriese recortes en las ayudas al suministro de gas y de alimentos, la ocupación tendría que enfrentarse a una

revolución. En cuanto al orador estrella, éstas fueron las palabras de Tofiq: «Les dije a algunos de los organizadores de la conferencia que si yo

tenía que fomentar las privatizaciones en Irak, llevaría a Gaidar y les diría: "Hagan exactamente lo contrario de lo que él hizo"».

Cuando Bremer empezó a emitir decretos legales en Bagdad, Joseph Stiglitz, ex economista jefe del Banco Mundial, advirtió de que en Irak

se estaba aplicando «una terapia de shock más radical que la que se llevó a cabo en el antiguo mundo soviético». Y tenía razón. En el plan

original de Washington, Irak iba a convertirse en una frontera como ocurrió con Rusia a principios de los años noventa. Sin embargo, en esta

ocasión serían empresas estadounidenses —no locales o competidoras europeas, rusas o chinas— las que estarían en primera línea para

llevarse los millones fáciles. Y nada iba a detenerlas, ni siquiera los cambios económicos más dolorosos, porque al contrario que en la antigua

Unión Soviética, o que en Latinoamérica y África, la transformación no implicaría un baile amanerado entre oficiales del FMI y políticos locales

quijotescos mientras que el fisco de Estados Unidos controlaba la situación desde la suite. En Irak, Washington suprimió a los intermediarios: el

FMI y el Banco Mundial quedaron relegados a papeles secundarios, mientras Estados Unidos fue el protagonista absoluto. Paul Bremer era el

gobierno; como explicó un oficial militar estadounidense de alto rango a Associated Press, no servía de nada negociar con el gobierno local

porque «por ahora tenemos que negociar con nosotros mismos».4

En esta dinámica se asentó la transformación económica de Irak (aparte de en los laboratorios anteriores). Todos los esfuerzos realizados

durante los años noventa para presentar el «libre comercio» como algo distinto a un proyecto imperial se dejaron de lado. En otros lugares

continuarían las discusiones ligeras por el libre comercio, con sus negociaciones asfixiantes, pero ahora también iban a ser duras, sin

intermediarios ni marionetas, apoderándose directamente de nuevos mercados para multinacionales occidentales en los campos de batalla de

guerras preventivas.

Los defensores de la «teoría del modelo» afirman ahora que ahí fue donde su guerra se equivocó; como señaló Richard Perle a finales de

2006, «el error originario» fue «traer a Bremer». David Frum se mostró de acuerdo al afirmar que deberían haber contado desde el principio «con

algún rostro iraquí» en la reconstrucción de Irak.1 Y en lugar de eso colocaron a Paul Bremer, protegido en el Palacio Republicano de Sadam, con

su cúpula turquesa, mientras recibía por correo electrónico leyes de comercio e inversión del Departamento de Defensa para después

imprimirlas, firmarlas e imponerlas por decreto al pueblo iraquí. Bremer no fue un americano impasible; él maniobró y manipuló entre bastidores.

Con su aspecto de protagonista de la «película de la semana» y su afición por las cámaras, parecía decidido a hacer ostentación de su poder

absoluto ante los iraquíes. Recorrió el país en un ostentoso helicóptero Blackhawk flanqueado por guardias de seguridad privados tipo G. I. Joe,

contratados por Blackwater, y siempre ataviado con su uniforme marca de la casa: trajes de Brooks Brothers sin una sola arruga y botas

Timberland de color beige (se las había regalado su hijo para ir a Bagdad. «Dale una patada en el culo a alguien, papá», rezaba la nota que las

acompañaba).6

Como él mismo confesó, Bremer sabía muy poco de Irak («He vivido en Afganistán», explicó en una entrevista). Su ignorancia, sin embargo,

importaba bien poco, porque si había algo de lo que Bremer sabía mucho era sobre la misión central en Irak: el capitalismo del desastre.7

El 11 de septiembre de 2001, Bremer trabajaba como director ejecutivo y «asesor político sénior» en el gigante de seguros Marsh &

McLennan. La compañía tenía sus oficinas en la Tor re Norte del World Trade Center, destruida tras los ataques. En los primeros días posteriores

a los atentados se dio por desaparecidos a 700 trabajadores; finalmente se confirmaron 295 fallecidos. Exactamente un mes después, el 11 de

octubre, Paul Bremer puso en marcha Crisis Consulting Practice, una nueva rama de Marsh especializada en ayudar a multinacionales a

prepararse para posibles ataques terroristas y otras crisis. Bremer (que anunciaba su experiencia como embajador itinerante de contraterrorismo

con la administración Reagan) y su empresa ofrecían servicios completos de contraterrorismo, desde seguros de riesgos políticos hasta

relaciones públicas e incluso asesoría sobre acopio de reservas.8

La participación de Bremer en la vanguardia de la industria de seguridad nacional fue una preparación ideal para Irak. Y es que la

administración Bush utilizó para reconstruir el país la misma fórmula que introdujo en la respuesta al 11-S: trató el Irak de posguerra como si fuese

una emocionante oferta pública inicial de acciones, rebosante de potencial descontrolado y de beneficios rápidos. Si Bremer ofendió a más de

uno, lo cierto es que su misión nunca consistió en ganarse a los iraquíes. Más bien se trataba de preparar el país para la puesta en marcha de

Irak Inc. Visto así, sus primeras decisiones, tan criticadas, tienen una coherencia lógica inequívoca.

Después de sustituir al prudente general Jay Garner en el cargo de enviado principal de Estados Unidos, Bremer se pasó los primeros

cuatro meses en Irak centrado casi en exclusiva en la transformación económica. Aprobó varias leyes que en conjunto componen un programa de

terapia del shock clásico de la Es cuela de Chicago. Antes de la invasión, la economía de Irak se cimentaba en la compañía petrolera nacional y

en doscientas empresas de propiedad estatal que producían los componentes básicos de la dieta iraquí y la materia prima de su industria (desde

cemento a papel o aceite para cocinar). Cuando llevaba un mes en su nuevo puesto, Bremer anunció que las empresas iban a ser privatizadas de

inmediato. «Poner las empresas estatales ineficaces en manos privadas», explicó Bremer, «es esencial para la recuperación económica de

Irak».9

A continuación llegó el turno de las leyes económicas. Para incitar a los inversores extranjeros a tomar parte en la subasta de privatización y

construir nuevas fábricas y tiendas en Irak, Bremer promulgó una serie de leyes radicales descritas por The Economist en términos

rimbombantes como «la lista de los deseos con la que sueñan los inversores extranjeros y las fundaciones benéficas para los mercados en

desarrollo».10 Una ley reducía la tasa de impuestos a las empresas de un 45 % a un 15 % (salida directamente de la estrategia de Milton

Friedman). Otra permitía a empresas extranjeras hacerse con el 100 % de los activos iraquíes, para evitar así que se repitiese el caso de Rusia,

donde los premios fueron a parar a los oligarcas locales. Todavía mejor: los inversores podrían llevarse el 100 % de los beneficios que obtuviesen

de Irak fuera del país; no se les exigirían reinversiones ni el pago de impuestos. El decreto también estipulaba que los inversores podrían tramitar

alquileres y contratos de cuarenta años con derecho a renovación, lo que significaba que los futuros gobiernos electos tendrían la carga de

negocios firmados por sus ocupantes. El único campo en el que Washington se contuvo fue en el del petróleo: los asesores iraquíes alertaron de

que cualquier intento de privatizar la compañía petrolera estatal o reclamar las reservas no utilizadas antes de contar con un gobierno iraquí sería

contemplado como un acto de guerra. No obstante, la autoridad de la ocupación tomó posesión de ingresos de la compañía petrolera por valor

de 20.000 millones de dólares para invertir como mejor le pareciese."

La Casa Blanca estaba tan centrada en presentar una nueva y flamante economía iraquí que decidió, en los primeros días de la ocupación,

crear una nueva moneda (una enorme empresa logística). La empresa británica De La Rué hizo el trabajo; los billetes se entregaron a través de

flotas de aviones y se distribuyeron en vehículos blindados que realizaron un mínimo de mil misiones en todo el país (en un momento en que el 50

% de la población seguía sin agua potable, los semáforos no funcionaban y la delincuencia iba en aumento).12

* Alrededor de 8.800 millones de dólares de ese dinero se conocen como «los millones perdidos de Irak» porque desaparecieron en 2004,

casi sin dejar rastro, en ministerios iraquíes controlados por Estados Unidos. Bremer defendió esta negligencia ante un comité del congreso

estadounidense en febrero de 2007: «Nuestra prioridad era poner en marcha la economía de nuevo. El primer paso consistió en poner dinero en

manos del pueblo iraquí con la mayor rapidez posible». Cuando el comité preguntó al asesor económico de Bremer, el almirante en la reserva

David Oliver, sobre los millones perdidos, éste respondió: «Sí, lo entiendo. Estoy diciendo: ¿qué más da?».

Aunque fue Bremer quien puso en práctica estos planes, las prioridades procedían directamente de arriba. En una testificación ante un

comité del Senado, Rumsfeld describió las «reformas generales» de Bremer como la creación de «algunas de las leyes de impuestos e

inversiones más inteligentes —y sugerentes— del mundo libre». Al principio, parece que los inversores apreciaron el esfuerzo. En unos meses se

produjeron conversaciones sobre la instalación de un McDonald's en el centro de Bagdad (el símbolo definitivo de la adhesión de Irak a la

economía global), la financiación para un hotel de lujo de Starwood estaba casi lista, y General Motors tenía planes para construir una planta de

fabricación de coches. En cuanto a la parte financiera, HSBC, el banco internacional con sede en Londres, consiguió un contrato para abrir

sucursales por todo Irak y Citigroup anunció sus planes de ofrecer préstamos sustanciales garantizados contra futuras ventas de crudo iraquí. Los

grandes del petróleo —Shell, BP, ExxonMobil, Chevron y el ruso Lukóil— se arrimaron tímidamente con la firma de acuerdos para formar a los

funcionarios iraquíes en las últimas tecnologías de extracción y modelos de gestión. Confiaban en que su momento no tardaría en llegar.13

Las leyes de Bremer, diseñadas con el fin de crear las condiciones idóneas para un frenesí de inversiones, no eran exactamente originales:

simplemente se trataba de una versión acelerada de lo que se había puesto en práctica en anteriores experimentos de terapia del shock. Pero el

gabinete de capitalismo del desastre de Bush no estaba dispuesto a esperar a que las leyes entrasen en vigor. En Irak, el experimento penetró en

un terreno totalmente nuevo al convertir la invasión, la ocupación y la reconstrucción en un interesante mercado completamente privatizado. Igual

que el complejo de la seguridad nacional, ese mercado se creó con una enorme inyección de dinero público. Sólo para la reconstrucción se

aportaron inicialmente 38.000 millones de dólares por parte del Congreso de Estados Unidos, 15.000 millones de otros países y 20.000 millones

de dinero de Irak procedente del petróleo.M

Cuando se anunciaron esas cantidades iniciales, las comparaciones elogiosas con el Plan Marshall fueron inevitables. Bush fomentó el

paralelismo y declaró que la reconstrucción era «el mayor compromiso económico de este tipo desde el Plan Marshall». En una comparecencia

televisada en los primeros meses de la ocupación explicó que «Estados Unidos ya ha hecho antes este tipo de trabajo. Después de la Se gunda

Guerra Mundial levantamos las naciones derrotadas de Japón y Alemania y permanecimos a su lado mientras formaban gobiernos

representativos».15

Lo que ocurrió con los millones destinados a la reconstrucción de Irak, sin embargo, no guarda relación con la historia mencionada por Bush.

Con el Plan Marshall original, las empresas americanas se lucraron a través del envío de equipamientos y alimentos a Europa, pero el objetivo explícito era ayudar a las economías maltrechas por la guerra a recuperarse como mercados autosuficientes, crear puestos de trabajo y desarrollar impuestos capaces de sostener los servicios sociales. Los resultados son evidentes en las actuales economías mixtas de Alemania y Japón.

El gabinete de Bush promovió, en realidad, un anti-Plan Marshall, su contrario en todos los sentidos posibles. Er^/un plan garantizado desde

el principio para socavar el debilitado sector industrial iraquí y lograr que el desempleo se disparase. Si el plan posterior a la Segunda Guerra Mundial impidió las inversiones de firmas extranjeras para evitar la percepción de que se aprovechaban de países en un estado de debilidad, este esquema hizo todo lo posible por seducir a las empresas norteamericanas (con algunos restos para las firmas con sede en países adheridos a la «coalición de la buena voluntad»). Este robo de los fondos para la reconstrucción de Irak, justificado mediante ideas no discutidas

y racistas sobre la superioridad de Estados Unidos y la inferioridad de Irak (y no sólo con los demonios genéricos de la «corrupción» y la «ineficacia»), fue lo que condenó el proyecto desde el principio.

Ni un solo dólar llegó a las fábricas iraquíes para que pudiesen reabrir y sentar las bases de una economía sostenible, crear puestos de

trabajo y financiar la seguridad social. Simplemente, los iraquíes no participaron en este plan. Los contratos del gobierno federal estadounidense

(emitidos en su mayoría por USAID) encargaron una especie de «país en una caja», diseñado en Virginia y Texas, para ensamblarlo en Irak.

Como afirmaron repetidamente las autoridades de la ocupación, fue «un regalo del pueblo estadounidense al pueblo de Irak». Lo único que

tenían que hacer los iraquíes era abrirlo."' Ni siquiera para el proceso de montaje se recurrió a la mano de obra barata iraquí porque los grandes

contratistas norteamericanos —entre otros, Halliburton, Bechtel y Parsons, el gigante de la ingeniería con sede en California— prefirieron importar

trabajadores extranjeros que pudiesen controlar fácilmente. Una vez más, los iraquíes se quedaron con el papel de espectadores atemorizados:

primero por la tecnología militar de Estados Unidos, y después por sus proezas en ingeniería y gestión.

Como en el caso de la industria de la seguridad nacional, el papel de los empleados del gobierno —inclusive los del gobierno

estadounidense— se redujo al mínimo. El equipo de Bremer consistía en 1.500 trabajadores para gobernar un país con 25 millones de

habitantes. En claro contraste, Halliburton contó con 50.000 trabajadores en la región, muchos de ellos funcionarios de carrera seducidos por los

sueldos más altos del sector privado.17

La escasa presencia pública y la numerosa presencia empresarial reflejaron el hecho de que el gabinete de Bush utilizó la reconstrucción de

Irak (sobre la cual tenía el control absoluto, cosa que no ocurría con la burocracia federal dentro de su propio país) para poner en práctica su

visión de un gobierno hueco basado en las subcontratas. En Irak no hubo ni una sola función gubernamental que se considerase tan decisiva

como para no dejarla en manos de un contratista (a ser posible, uno que aportase dinero o seguidores cristianos al Partido Republicano durante

las campañas electorales). El lema habitual de Bush gobernó todos los aspectos de la participación de las fuerzas extranjeras en Irak: si una

tarea puede ser realizada por una entidad privada, así debe ser.

Así, mientras Bremer firmaba las leyes, los contables privados fueron los que diseñaron y controlaron la economía. BearingPoint, sucursal de

la gran empresa de contabilidad y asesoría KPMG, recibió 240 millones de dólares para crear un «sistema mercantilista» en Irak. El contrato de

107 páginas menciona en 51 ocasiones la palabra «privatización» (gran parte del contrato original fue redactado por BearingPoint). Los think

tanks recibieron dinero para pensar (el británico Instituto Adam Smith fue contratado para colaborar en la privatización de las empresas iraquíes).

Compañías de seguridad privada y contratistas de defensa formaron al nuevo ejército y policía de Irak (DynCorp, Vinnell y USIS, del Carlyle

Group, entre otros). Y varias empresas de educación realizaron el nuevo proyecto curricular e imprimieron los libros correspondientes (Creative

Associates, una consultora de gestión y educación con sede en Washington, D.C., recibió contratos por valor de más de 100 millones de dólares

para desempeñar esas tareas).*18

Mientras tanto, el modelo creado por Cheney para Halliburton en los Balcanes, donde las bases se transformaron en miniciudades de la

empresa, se adoptó en Irak a una escala infinitamente más grande. Además de la construcción y la gestión de las bases militares de todo el país

por parte de Halliburton, la Zo na Verde fue desde el principio una ciudad-Estado gestionada por la compañía: todo estaba en sus manos, desde

el mantenimiento de las carreteras hasta el control de plagas o las noches de cine y discoteca.

La CPA estaba demasiado escasa de personal para controlar a todos los contratistas y, además, la administración Bush consideraba que la

vigilancia no era una función básica para recurrir a subcontratas. La empresa de ingeniería y construcción CH2M Hill, con sede en Colorado,

recibió 28,5 millones de dólares en una sociedad conjunta con Par-sons para supervisar a otros cuatro contratistas. Incluso la tarea de construir la

«democracia local» se privatizó a través de un contrato con el Research Triangle Institute (de Carolina del Norte), que recibió 466 millones de

dólares, aunque no está nada claro qué otorgaba al RTI la capacidad de llevar la democracia a un país musulmán. El liderazgo de la operación de

la empresa en Irak recayó en un grupo de mormones poderosos: gente como James Mayfield, que a su regreso a Houston explicó a su

congregación que pensó que podría convencer a los musulmanes de que acogiesen el Libro de Mormón como lectura compatible con las

enseñanzas de Mahoma. En un correo electrónico que envió a su casa afirmó que imaginaba que los iraquíes erigirían una estatua en su honor

como «fundador de su democracia».'"*19

Mientras todas estas firmas extranjeras se abalanzaban sobre el país, la maquinaria de las 200 empresas estatales de Irak permaneció

inmóvil (una situación agravada por los apagones crónicos). En el pasado, la economía industrial de Irak fue una de las más prósperas de la

región; ahora, sus empresas más grandes ni siquiera podían conseguir una sub-sub-subcontrata para la reconstrucción de su propio país. Para

participar en esa fiebre del oro, las empresas iraquíes habrían necesitado generadores de emergencia y algunos arreglos básicos; algo que no

parecía imposible, teniendo en cuenta la velocidad con la que Halliburton construyó bases militares que parecían barrios del Medio Oeste

americano.

* Ahmed al-Rahim, un estadounidense-iraquí que trabajó con Creative Associates, explicó que «la idea inicial era que redactásemos un

currículo y lo llevásemos a Irak». Los iraquíes protestaron y afirmaron que «algo creado en Estados Unidos no era aceptable, y se descartó».

** De hecho, el RTI fue expulsado del país después de impedir que partidos islámicos locales tomasen el poder democráticamente en varias

ciudades.

Mohamad Tofiq me dijo desde su cargo en el ministerio de Industria que había solicitado generadores en repetidas ocasiones, señalando

que las 17 fábricas estatales de cemento de Irak eran perfectamente capaces de apoyar la reconstrucción con materiales y de poner a trabajar a

decenas de miles de iraquíes. Las fábricas no recibieron nada: ni contratos, ni generadores, ni ayudas. Las compañías americanas prefirieron

importar su cemento, igual que la mano de obra, a un precio diez veces superior. Uno de los decretos de Bremer prohibió específicamente que el

banco central iraquí ofreciese financiación a las empresas estatales (un hecho del que no se supo nada hasta varios años más tarde).20 La razón

de este boicot efectivo contra la industria iraquí no era práctica, me dijo Tofiq, sino ideológica. Entre los que tomaban las decisiones, «nadie creía

en el sector público».

Mientras las empresas privadas iraquíes cerraban por doquier, incapaces de competir con las importaciones que entraban por las fronteras

abiertas, el personal de Bremer no ofreció ninguna palabra de apoyo. Ante un público formado por ejecutivos iraquíes, Michael Flei-scher (uno de

los delegados de Bremer) confirmó que muchos de sus negocios iban a fracasar frente a la competencia extranjera, pero que ahí radicaba la

belleza del libre mercado. «¿Se verán arrollados por las empresas extranjeras?», preguntó retóricamente. «La respuesta depende de ustedes.

Sólo sobrevivirán los mejores». Parecían palabras pronunciadas por Yegor Gaidar, que supuestamente dijo acerca de los pequeños negocios

rusos que se fueron a pique como consecuencia de la terapia de shock: «¿Y qué? El moribundo merece morir».21

Ya todo el mundo sabe que el anti-Plan Marshall de Bush no salió como esperaban. Los iraquíes no vieron la reconstrucción como «un

regalo»: la mayoría lo consideraron una forma modernizada de saqueo, y las empresas estadounidenses no impresionaron a nadie con su

velocidad y su eficacia. Por el contrario, han logrado convertir la palabra «reconstrucción» en un «chiste que no hace gracia a nadie», tal como

dijo un ingeniero iraquí.22 Cada error de cálculo provocó un aumento de la resistencia, respondida a su vez con acciones represivas por parte de

las tropas extranjeras hasta sumir al país en un infierno de violencia. Según el estudio más fiable, en julio de 2006 la guerra en Irak había

provocado 655.000 muertos iraquíes, personas que seguirían vivas de no haber sido por la invasión y la ocupación.25

En noviembre de 2006, Ralph Peters, oficial en la reserva del ejército estadounidense, escribió en USA Today: «Brindamos a los iraquíes

una oportunidad única para desarrollar una democracia de Estado de derecho, pero ellos prefirieron abandonarse a viejos odios, a la violencia

confesional, a la intolerancia étnica y a una cultura de la corrupción. Parece que los cínicos tenían razón: las sociedades árabes no pueden apoyar

la democracia tal como nosotros la conocemos. Y la gente tiene el gobierno que se merece. [...] La violencia que mancha de sangre las calles de

Bagdad no es sólo un síntoma de la incompetencia del gobierno iraquí, sino también de la incapacidad total del mundo árabe de progresar en

cualquier esfera de iniciativa organizada. Estamos asistiendo a la caída de una civilización».24 Aunque Peters fue especialmente duro, muchos

observadores occidentales han llegado a la misma conclusión: la culpa es de los iraquíes.

Sin embargo, las divisiones sectarias y el extremismo religioso que se han apoderado de Irak no se pueden desvincular de la invasión y la

ocupación. Aunque esos factores ya estaban presentes antes de la guerra, se endurecieron considerablemente cuando Irak se convirtió en un

laboratorio del shock de Estados Unidos. Merece la pena recordar que en febrero de 2004, once meses después de la invasión, una encuesta

realizada por Oxford Research International reveló que una mayoría de iraquíes deseaban un gobierno seglar: sólo el 21 % de los encuesta-dos

revelaron que preferían como sistema político un «Estado islámico», y el 14 % situó a los «políticos religiosos» como sus representantes

favoritos. Seis meses más tarde, con la ocupación en una fase nueva y más violenta, otra encuesta reveló que el 70 % de los iraquíes querían que

la ley islámica fuese la base del Estado.25 En cuanto a la violencia sectaria, fue virtualmente inexistente durante el primer año de la ocupación. El

primer incidente grave —el bombardeo de mezquitas chiíes durante la celebración de Ashura— se produjo en marzo de 2004, un año después de

la invasión. No hay duda de que la ocupación intensificó y despertó esos odios.

De hecho, las fuerzas que hoy continúan destrozando Irak —la corrupción desenfrenada, el sectarismo feroz, la oleada de fundamen-talismo

religioso y la tiranía de los escuadrones de la muerte— aumentaron al unísono con la puesta en marcha del anti-Plan Marshall de Bush. Después

del derrocamiento de Sadam Husein, Irak necesitaba y merecía volver a la normalidad, un proceso que sólo los iraquíes podían llevar a cabo. En

su lugar, en aquel preciso momento de precariedad, el país se convirtió en un laboratorio del capitalismo implacable, un sistema que provocó

enfrentamientos entre individuos y comunidades, que destruyó cientos de miles de trabajos y de hogares, y que cambió la búsqueda de^justicia

por la impunidad absoluta de los ocupantes extranjeros.

No podemos reducir el actual estado desastroso de Irak a la incompetencia y el amiguismo de la Ca sa Blanca de Bush o al sectarismo o el

tribalismo de los iraquíes. Se trata de un desastre muy capitalista, una pesadilla de avaricia sin límites a raíz de la guerra. El «fiasco» de Irak ha

sido creado por una aplicación fiel y sin trabas de la ideología de la Escuela de Chicago. Lo que sigue es una descripción inicial (y no exhaustiva)

de las conexiones entre la «guerra civil» y el proyecto corporativista que fue el eje de la invasión. Es un proceso en el que la ideología se vuelve

contra las personas que le dieron rienda suelta: digamos que es un blowback ideológico.

El caso de blowback más conocido es el que provocó Bremer en su primera gran actuación: el despido de aproximadamente 500.000

empleados del Estado, la mayoría de ellos soldados, además de médicos, enfermeras, profesores e ingenieros. Supuestamente, la

«desbaaztificación» (en referencia al partido Baaz) obedeció al deseo de limpiar el gobierno de leales a Sadam. Sin duda, ésa fue una parte de

la motivación, pero no justifica la escalada de despidos o la brutalidad contra el sector público en su conjunto al castigar a trabajadores que no

ocupaban cargos de responsabilidad.

La purga se pareció mucho a los ataques contra el sector público que acompañan a los programas de terapia de shock desde que Milton

Friedman aconsejó a Pinochet que redujese el gasto del gobierno en un 25 %. Bremer no ocultó su antipatía por la «economía estalinista» de Irak,

como él mismo describió las empresas estatales y los ministerios del país. Y tampoco mostró ningún reconocimiento hacia la especialización y

los años de conocimientos acumulados por los ingenieros, médicos, electricistas y obreros de la construcción de Irak.26 Bremer sabía que a la

gente le preocuparía perder su trabajo, pero, como deja claro en sus memorias, no tuvo en cuenta que la amputación repentina de la clase

profesional de Irak haría imposible el funcionamiento del Estado y que ello, a su vez, perjudicaría sus planes. Esta ceguera tenía poco que ver con

el antisadamismo y todo con el fervor por el libre mercado. Sólo alguien muy predispuesto a ver el gobierno como una carga y a los trabajadores

del sector público como personal innecesario podría haber tomado las decisiones que Bremer tomó.

Esta ceguera ideológica tuvo tres consecuencias concretas: perjudicó la posibilidad de la reconstrucción al retirar de sus puestos a gente

preparada, debilitó la voz de los iraquíes seglares, y llenó la resistencia de personas furiosas. Numerosos militares estadounidenses veteranos y

oficiales de inteligencia han reconocido que muchos de los 400.000 soldados que Bremer despidió fueron directos a la resistencia. Como dijo el

coronel Thomas Hammes, «ahora tenemos unas doscientas mil personas armadas —porque se llevaron las armas a casa— que saben utilizar

esas armas, que no tienen futuro y sí una razón para estar furiosas con nosotros».27

Al mismo tiempo, la decisión de Bremer al estilo de la Es cuela de Chicago de abrir las fronteras de par en par a las importaciones sin

trabas, sumada al hecho de que las compañías extranjeras pasaron a ser propietarias del 100 % de los activos iraquíes, enfureció al sector

empresarial del país. Muchos ejecutivos respondieron entregando a la resistencia los pocos ingresos que tenían. Después de cubrir el primer año

de la resistencia iraquí en el triángulo suní, el reportero de investigación Patrick Graham escribió en Harper's que los empresarios iraquíes «se

sienten agraviados por las nuevas leyes de inversión extranjera, que permiten a las compañías de fuera comprar fábricas por muy poco dinero.

Sus ingresos han caído en picado porque el país ha sido invadido de productos extranjeros. [...] Esos hombres se han dado cuenta de que la

violencia es su única ventaja sobre la competencia. Es la pura lógica de la empresa: cuantos más problemas hay en Irak, más difícil resulta a los

extranjeros implicarse».28

Otro blowback ideológico fue el que provocó la decisión de la Ca sa Blanca de evitar que los futuros gobiernos iraquíes cambien las leyes

económicas de Bremer (la iniciativa de «sellar» los cambios realizados tras una crisis está vigente desde el primer programa de «ajustes

estructurales» impuesto por el FMI). Desde la perspectiva de Washington, no tenía sentido contar con las normas de inversión más progresistas

del mundo si un gobierno iraquí soberano podía tomar el poder en unos meses y cambiarlas. Dado que la mayoría de los decretos de Bremer se

inscribían en una zona gris legal, la solución de la administración Bush fue trazar una nueva constitución para Irak, un objetivo que persiguió con

determinación cruel: primero, con una constitución provisional que selló las leyes de Bremer, y después con una permanente que intentó, aunque

sin éxito, hacer lo mismo.

Muchos expertos legales mostraron su desconcierto ante la obsesión constitucional de Washington. En apariencia, no existía una necesidad

imperiosa de redactar un nuevo documento partiendo de cero: la Cons titución iraquí de 1970, ignorada por Sadam, era perfectamente válida y el

país tenía necesidades más urgentes. Y sobre todo, el proceso de redactar una constitución es uno de los más desgarradores para cualquier

,

nación, aunque sea una en paz. Hace que afloren todas las tensiones, rivalidades, prejuicios y reclamos latentes. El hecho de imponer ese

proceso —dos veces— en un país tan dividido y destrozado como Irak después de Sadam empeoró en gran medida la posibilidad de un

enfrenta-miento civil. Las divisiones sociales provocadas por las negociaciones no se han solucionado y podrían acabar desintegrando el país.

Como ocurrió con el levantamiento de todas las restricciones comerciales, muchos iraquíes vieron el plan de Bremer de privatizar doscientas

empresas estatales como otro acto de guerra de Estados Unidos. Los trabajadores se enteraron de que, para que las compañías resultasen

atractivas a los ojos de los inversores extranjeros, dos terceras partes tendrían que perder su empleo. En una de las grandes empresas estatales

de Irak —un complejo de siete fábricas que producían aceite de cocina, jabón, lavavajillas y otros productos básicos— escuché una historia que

me dejó muy claro cuántos enemigos se había creado Estados Unidos con el anuncio de la privatización.

Durante una visita al complejo de fábricas, situado en un barrio de las afueras de Bagdad, conocí a Mahmud, un confiado joven de veinticinco

años con una barba impecable. Me dijo que cuando él y sus compañeros supieron de los planes para vender las instalaciones, seis meses

después de la ocupación, se quedaron «consternados. Si el sector privado compra nuestra empresa, lo primero que harán será reducir la plantilla

para ganar más dinero. Y nos veremos ante un futuro muy duro, porque la fábrica es nuestro único medio de vida». Aterrorizados ante la

perspectiva, 17 trabajadores (entre ellos Mahmud) acudieron a la oficina de uno de los jefes. Y se desató una pelea: un empleado golpeó a un

jefe, y el guardaespaldas disparó a los trabajadores, que a su vez atacaron a éste. Pasó un mes en el hospital. Un par de meses más tarde, el

grado de violencia fue aún mayor. El jefe y su hijo fueron víctimas de varios disparos mientras se dirigían al trabajo. Al final de nuestro encuentro,

pregunté a Mahmud qué pasaría si la planta se vendía a pesar de su oposición. «Hay dos opciones», me respondió con una amable sonrisa. «O

prendemos fuego a la fábrica y dejamos que las llamas la reduzcan a cenizas, o la hacemos volar con nosotros dentro. Pero no será privatizada».

Fue un primer aviso, uno de muchos, de que el equipo de Bush había sobrevalorado su capacidad de lograr la sumisión de los iraquíes.

Existía otro obstáculo más para los sueños de privatización de Washington: el fundamentalismo de libre mercado que dio forma a la

estructura de la propia ocupación. Gracias a su rechazo de todo lo «estatal», la autoridad de la ocupación que salió de la Zo na Verde padeció

escasez de personal y falta de recursos para llevar a cabo sus ambiciosos planes (sobre todo en vista del tipo de resistencia dura expresada por

trabajadores como Mahmud). Como reveló Rajiv Chandrasekaran, del Washington Post, la CPA era una organización tan esquelética que

contaba con sólo tres personas para desempeñar la enorme tarea de privatizar las fábricas de propiedad estatal de Irak. «No se molesten en

empezar», fue el consejo que recibieron los tres empleados solitarios por parte de una delegación de Alemania Oriental (que en su momento

había destinado 8.000 personas a vender sus activos estatales).29 En resumen, la CPA estaba demasiado privatizada para privatizar Irak.

El problema no era sólo la falta de personal de la CPA: además, las personas que la componían carecían de la fe esencial en la esfera

pública que se necesita para la compleja tarea de reconstruir un Estado partiendo de cero. Como afirma el politólogo Michael Wolfe, «los

conservadores no pueden gobernar bien por la misma razón que los vegetarianos no pueden preparar un boeuf bourguignon de primera: si crees

que lo que se te pide que hagas está mal, es poco probable que lo hagas bien». Y añade: «Como forma de gobierno, el conservadurismo es

sinónimo de desastre».30

Sin duda, en Irak ocurrió así. Mucho se ha hablado de la juventud y la inexperiencia de los políticos enviados por Estados Unidos a la CPA,

del hecho de que un puñado de republicanos veinteañeros ocupasen puestos clave relacionados con la gestión de los 13.000 millones de dólares

de presupuesto en Irak.51 Si bien nadie discute que los miembros del llamado brat pack eran alarmantemente jóvenes, ése no fue su mayor

inconveniente. No eran simples amigotes del círculo político, sino combatientes de primera línea de la contrarrevolución americana contra las

reliquias del keynesianismo. Muchos de ellos estaban relacionados con la He ritage Foundation, zona cero del friedmanismo desde su aparición,

en 1973. Por tanto, ya fuesen aprendices de Dick Che-ney de veintidós años o presidentes de universidad de sesenta y algo, todos compartían

una antipatía cultural hacia el gobierno, un gobierno que si bien resultaría de gran valor para el desmantelamiento de la seguridad social y el

sistema de educación pública de su propio país, a su regreso, no servía de mucho cuando el trabajo en realidad consistía en levantar las

instituciones públicas que habían sido destruidas.

De hecho, parecía que muchos de ellos creían que el proceso era innecesario. James Haveman, a cargo de la reconstrucción del sistema

Sanitario de Irak, tenía una ideología tan opuesta a la salud pública y gratuita que en un país donde el 70 % de las muertes infantiles se deben a Enfermedades curables como la diarrea, y donde las incubadoras se mantienen en funcionamiento con cinta adhesiva, decidió que la gran

Prioridad era privatizar el sistema de distribución de medicamentos.32

La escasez de funcionarios con experiencia en la Zo na Verde no fue un descuido, sino la expresión de que la ocupación de Irak fue, desde

el principio, un experimento radical sobre el gobierno hueco. Cuando los think tanks llegaron a Bagdad, los papeles cruciales en la reconstrucción

ya se habían asignado a Halliburton y KPMG. Su tarea como funcionarios iba a consistir simplemente en administrar el dinero para gastos

menores, cosa que en Irak adoptó la forma de fajos de billetes de cien dólares envueltos en plástico y entregados a los contratistas. Una visión

gráfica del papel aceptable del gobierno en un Estado corporativista: actuar como cinta transportadora para poner el dinero público en manos

privadas, un trabajo para el cual el compromiso ideológico es mucho más importante que una amplia experiencia práctica.

Esa cinta sin fin formó parte de lo que irritó tanto a los iraquíes: la insistencia de Estados Unidos en que se adaptasen a un libre mercado

riguroso, sin subvenciones estatales ni proteccionismos. En una de sus muchas conferencias dirigidas a empresarios iraquíes, Michael Flei-scher

explicó que «los negocios protegidos nunca, nunca, llegan a ser competitivos».33 Parecía olvidar la ironía de que Halliburton, Bechtel, Parsons,

KPMG, RTI, Blackwater y el resto de empresas estadounidenses que estaban en Irak para aprovecharse de la reconstrucción formaban parte de

un enorme chanchullo proteccionista y que el gobierno de Estados Unidos había creado sus mercados con una guerra, había impedido toda

posibilidad de participación a los competidores, para pagarles después por hacer el trabajo al tiempo que les garantizaba los beneficios. Y todo

a costa del contribuyente. La cruzada de la Es cuela de Chicago, que surgió con el propósito principal de desmantelar el Estado del bienestar del

New Deal, por fin había alcanzado la cima. Fue una forma de privatización más sencilla y reducida al mínimo: ni siquiera fue necesario transferir

activos muy grandes, sólo dejaron que las empresas se atiborrasen con las arcas del Estado. Ni inversiones, ni responsabilidad: sólo beneficios

astronómicos.

El doble estándar resultó explosivo, igual que la exclusión sistemática de los iraquíes. Después de haber sufrido las sanciones y la invasión,

la mayoría de los iraquíes asumieron de forma natural que tenían derecho a beneficiarse de la reconstrucción de su país, no sólo del producto

final, sino de los trabajos creados durante el proceso. La entrada de decenas miles de trabajadores extranjeros para ocupar empleos con los

contratistas extranjeros se vio como una extensión de la invasión. En lugar de reconstrucción, era destrucción con otra apariencia: la eliminación

total de la industria del país, hasta entonces una poderosa fuente de orgullo nacional que trascendía todas las diferencias sectarias. Sólo se

contrató a 15.000 iraquíes (una cifra excesivamente baja) para trabajar en la reconstrucción con fondos estadounidenses durante el mandato de

Bremer.34 «Cuando el pueblo iraquí vea que todos esos contratos van a parar a extranjeros y que esa gente se trae sus propios guardias de

seguridad y sus ingenieros, mientras se supone que nosotros vamos a limitarnos a mirar, ¿qué esperan?», me dijo Nouri Sitto, un

estadounidense-iraquí, durante nuestro encuentro en la Zo na Verde. Sitto había regresado a Bagdad para colaborar con la CPA en la

reconstrucción, pero estaba harto de ser diplomatico. «La economía es la razón número uno del terrorismo y de la falta de seguridad.»

Gran parte de la violencia se centró en la ocupación por parte de los extranjeros, en sus proyectos y en sus trabajadores. Sin ninguna duda,

algunos de los ataques fueron obra de elementos presentes en Irak, como Al Qaeda, cuya estrategia consiste en provocar el caos. Sin embargo,

si la reconstrucción se hubiese visto como una parte de un proyecto nacional desde el principio, la población iraquí tal vez la habría defendido

como una extensión de sus comunidades. De ese modo, los provocadores lo habrían tenido mucho más difícil.

La administración Bush podría haber decretado fácilmente que las compañías que recibiesen dinero público de Estados Unidos tendrían que

contar con iraquíes en sus proyectos. También podría haber contratado numerosos puestos directamente con empresas iraquíes. Estas medidas

tan sencillas y de sentido común no se tomaron porque chocaban con la estrategia subyacente de convertir Irak en una emergente burbuja de

economía de mercado, y todo el mundo sabe que las burbujas no se inflan con normas y regulaciones, sino con la ausencia de éstas. Así, en

nombre de la rapidez y la eficacia, los contratistas podían contratar a quien quisieran, importar productos de donde quisieran y subcontratar a la

compañía que quisieran.

Si, a los seis meses de la invasión, los iraquíes hubiesen podido beber agua limpia de las cañerías de Bechtel, si sus casas hubiesen estado

iluminadas con la electricidad de GE, si sus enfermos hubiesen sido tratados en hospitales construidos por Parsons y sus calles controladas por

una policía competente entrenada por DynCorp, muchos ciudadanos (aunque no todos) habrían superado su rabia por verse excluidos del

proceso de reconstrucción. Pero no ocurrió nada de eso, y antes de que las fuerzas de resistencia iraquíes empezasen a atacar

sistemáticamente los lugares en reconstrucción, quedó claro que la aplicación de los principios del laissez-faire a una tarea de gobierno tan

monumental había sido un desastre.

Totalmente libres de regulaciones, protegidas en gran parte de procesos judiciales y con contratos que garantizaban la cobertura de los

costes más un beneficio, muchas empresas extranjeras hicieron algo torilmente previsible: estafar a diestro y siniestro. Conocidos en Irak como

«los principales», los grandes contratistas se embarcaron en elaborados programas de subcontratas. Instalaron oficinas en la Zo na Verde, e

incluso en Kuwait y Aman, para después subcontratar a sau-díes que, a su vez, subcontrataron a empresas iraquíes (muchas de ellas del

Kurdistán, y por muchísimo menos de lo que costaban los contratos) cuando la situación se puso muy tensa desde el punto de vista de la

seguridad. Para describir esta red, el senador demócrata Byron Dorgan utilizó el ejemplo del contrato del aire acondicionado en Bagdad: «El

contrato va a parar a un subcontratista, y de éste a otro, y a un cuarto subcontratista. El pago del aire acondicionado se convierte en pagos a

cuatro contratistas, el cuarto de los cuales instala un ventilador en una sala. Sí, el contribuyente norteamericano paga por un aire acondicionado, y

cuando el dinero ya ha pasado por cuatro manos lo que hay al final es un ventilador instalado en una sala en Irak».55 Más concretamente, durante

todo ese tiempo los iraquíes presenciaron cómo les robaban todo el dinero de las ayudas mientras su país era una olla a presión.

Cuando Bechtel se marchó de Irak, en noviembre de 2006, culpó a la violencia de su incapacidad de terminar sus proyectos. Sin embargo,

los fallos del contratista comenzaron mucho antes de la aparición de la resistencia armada en Irak. Los primeros colegios que reconstruyó Bechtel

recibieron quejas inmediatamente.56 A principios de abril de 2004, antes de la caída de Irak en la espiral de la violencia, visité el hospital infantil

de Bagdad. Supuestamente, lo había reconstruido un contratista norteamericano distinto, pero había aguas negras en los pasillos, ninguno de los

lavabos funcionaba y los hombres que intentaban arreglar aquel caos eran tan pobres que ni siquiera llevaban zapatos: eran sub-subsubcontratistas, como las mujeres que cosían a destajo en sus cocinas para un contratista de un contratista de un contratista de Wal-Mart.

Las estafas continuaron durante tres años y medio, hasta que todos los grandes contratistas de la reconstrucción salieron de Irak con sus

millones pero sin haber terminado gran parte del trabajo. Parsons recibió 186 millones de dólares para construir 142 clínicas. Sólo se terminaron

seis. Incluso los proyectos que se presentan como éxitos de la reconstrucción se han puesto en duda. En abril de 2007, inspectores de Estados

Unidos revisaron en Irak ocho proyectos terminados por contratistas norteamericanos (incluyendo una maternidad y un sistema de purificación de

aguas). El resultado fue que «siete de ellos no funcionaban como se había diseñado» (según el New York Times). La misma publicación también

informó de que la red eléctrica de Irak producía bastante menos electricidad en 2007 que en 2006." En diciembre de 2006, cuando todos los

contratos de reconstrucción más importantes estaban llegando a su fin, la Ofi cina del Inspector General investigaba 87 casos de posible fraude

relacionados con los contratistas estadounidenses en Irak.58 La corrupción durante la ocupación no fue el resultado de una mala gestión, sino de

una decisión política: si Irak iba a ser la siguiente frontera del capitalismo del Salvaje Oeste, tenía que estar libre de leyes.5''

La CPA de Bremer no iba a intentar detener las estafas, los negocios bajo manga y los chanchullos porque la misma CPA era un chanchullo.

Aunque anunciada como la autoridad estadounidense en la ocupación, no está claro si esa distinción se limitó únicamente al nombre. Esta cuestión la planteó un juez con gran convicción en el infame caso de corrupción de Custer Battles.

Dos antiguos empleados de la empresa de seguridad presentaron una demanda contra la compañía, a la que acusaban de haber cometido estafa en los contratos firmados con la CPA relativos a la reconstrucción y de haber defraudado millones de dólares al gobierno estadounidense (en gran parte, por trabajos realizados en el aeropuerto internacional de Bagdad). El caso se basó en documentos de la compañía que demostraban claramente que tenía dos cuentas paralelas: una de carácter interno y otra para facturar a la CPA. Hugh Tant, general de brigada en la reserva, testificó que el fraude era «probablemente el peor que he visto en mis treinta años en el ejército». (Entre las supuestas y numerosas infracciones de Custer Battles, se dice que se apropió de carretillas elevadoras del aeropuerto, las repintó y pasó a la CPA una factura por el coste del alquiler de las máquinas.I40

En marzo de 2006, un jurado federal de Virginia falló en contra de la compañía, que fue hallada culpable de fraude y obligada a pagar 10 millones de dólares por daños. La empresa solicitó la anulación del veredicto con una defensa reveladora: afirmó que la CPA no formaba parte del gobierno Falsas Demandas. Las implicaciones de esta defensa estadounidense y, por tanto, no estaba sujeta a sus leyes, incluida la Ley de fueron enormes. Recordemos que la administración Bush libró a las empresas norteamericanas que trabajaban en Irak de cualquier responsabilidad para con las leyes iraquíes. Si la CPA no estaba sujeta a las leyes, significaba que los contratistas —estadounidenses o iraquíes — tampoco. En esa ocasión, el juez falló a favor de la compañía: dijo que existían numerosas pruebas de que Custer Battles había expedido«facturas falsas e infladas de manera fraudulenta», pero determinó que los demandantes no habían «demostrado que las acusaciones se hubiesen presentado en Estados Unidos».41 En otras palabras, la presencia del gobierno estadounidense en Irak durante el primer año de su experimento económico había sido un espejismo: no había habido gobierno, sólo un embudo para hacer llegar dinero público de Estados Unidos y del petróleo iraquí a empresas extranjeras, completamente al margen de la ley. De este modo, Irak representaba la expresión más extrema de la contrarrevolución anti-estado: un Estado hueco, inexistente, tal como fallaron finalmente los tribunales.

Después de distribuir el dinero entre los contratistas, la CPA desapareció. Los que fueron sus empleados regresaron al sector privado, y cuando llegaron los escándalos ya no quedaba nadie para defender el deprimente récord de la Zona Verde. En Irak, en cambio, se notó mucho la ausencia de los miles de millones de dólares desaparecidos. «La situación es hoy mucho peor, y parece que no mejora a pesar de los enormes contratos firmados con empresas americanas», observó un ingeniero del Ministerio de Electricidad una semana después de que Bechtel anunciase su retirada de Irak. «Es extraño que los miles de millones de dólares invertidos en electricidad no sólo no hayan aportado ninguna mejora, sino que en realidad haya empeorado la situación». Y éstas de un taxista de Mosul: «¿Qué reconstrucción? Hoy fueron las palabras bebemos agua sin tratar de una planta construida hace muchos años y que nunca se ha sometido a un mantenimiento. La electricidad sólo está presente dos horas al día. Vamos hacia atrás. Cocinamos con la leña que recogemos en los bosques porque el gas escasea».42

El fracaso estrepitoso de la reconstrucción también compartió la responsabilidad directa de la forma más letal de blowback: el peligroso aumento del fundamentalismo religioso y los conflictos sectarios. Cuando la ocupación se mostró incapaz de proporcionar los servicios más básicos, incluyendo la seguridad, las mezquitas y las milicias locales llenaron ese vacío. Muqtada al Sader, el joven clérigo chií, demostró una especial habilidad para exponer los fallos de la reconstrucción privatizada de Bremer: dirigió su propia reconstrucción en los barros bajos chiíes desde Bagdad hasta Basora y logró muchos y fieles seguidores. Con las donaciones entregadas a las mezquitas, y quizá con la ayuda de Irán posteriormente, los centros enviaron electricistas para reparar las redes de energía eléctrica y las líneas telefónicas, organizaron la recogida de basuras, instalaron generadores de emergencia, celebraron campañas de donación de sangre y dirigieron el tráfico. «Encontré un vacío, y nadie lo llenó», dijo Al Sader en los primeros días de la ocupación. «Lo que puedo hacer, lo hago.»'4i Además, reclutó a los jóvenes sin trabajo y sin esperanzas en el Irak de Bremer, los vistió de negro y los equipó con Kaláshnikov oxidados. El resultado fue el Ejército del Mahdi, hoy una de las fuerzas más brutales en las luchas sectarias iraquíes. Estas milicias también son un legado del corporativismo: si la reconstrucción hubiese proporcionado puestos de trabajo, seguridad y servicios a los iraquíes, Al Sader no habría tenido misión ni muchos de sus nuevos seguidores.

Los fallos de la Amé rica corporativista sentaron las bases de los éxitos de Al Sader. Irak en manos de Bremer fue la conclusión lógica de la teoría de la Es cuela de Chicago: un sector público reducido al mínimo número de empleados, en su mayoría trabajadores contratados, viviendo en una ciudad-Estado creada por Halliburton y ocupados en firmar leyes benévolas con las empresas (redactadas por KPMG) y en entregar fajos de dinero a contratistas occidentales protegidos por soldados mercenarios (escudados, a su vez, en una inmunidad legal total). A su alrededor, gente furiosa cada vez más volcada en el fundamentalismo religioso porque es la única fuente de poder en un Estado hueco. Como el gangsterismo de Rusia y el amiguismo de Bush, el Irak contemporáneo es una creación de la cruzada que lleva cincuenta años privatizando el mundo. En lugar de ser repudiado por sus creadores, merece ser visto como la encarnación más pura hasta la fecha de la ideología que le ha dado vida.

CAPÍTULO 18

SE CIERRA EL CÍRCULO

De tabla rasa a tierra arrasada

¿ No sería más fácil, en ese caso, que el gobierno disolviera el pueblo y eligiese otro?

BERTOLT Brechi", «La solución», 19531

Irak es la última gran frontera de Oriente Medio. [...] En Irak, el 80 % de los pozos de petróleo perforados son hallazgos.

David Hurgan, Presidente de la petrolera Irlandesa Petrel, enero de 20072

¿Es posible que la administración Bush no fuese consciente de que su programa económico tenía el potencial de desatar una reacción violenta en Irak? Una de las personas que, probablemente, sí tuvo conciencia de las posibles consecuencias negativas fue el hombre que aplicó las políticas: Paul Bremer. En noviembre de 2001, poco después de poner en marcha su nueva empresa de contraterrorismo —Crisis Consulting Practice—, Bremer redactó un documento normativo para sus clientes en el que explicaba por qué las multinacionales se enfrentaban a un aumento del riesgo de ataques terroristas en sus propios países y fuera de éstos. En el escrito, titulado «New Risks in International Business», explica a sus exclusivos clientes que cada vez se enfrentan a más peligros debido al modelo económico que les ha hecho ser tan ricos. El libre comercio, según Bremer, ha llevado a «la creación de una riqueza sin precedentes», pero con «consecuencias negativas inmediatas para muchos»: «Exige despidos. Y abrir mercados al comercio extranjero ejerce una enorme presión en los establecimientos y los monopolios comerciales tradicionales». Todos estos cambios conducen al «aumento de las diferencias salariales y las tensiones sociales», lo que a su vez puede provocar una escalada de ataques (incluyendo actos terroristas) contra las empresas estadounidenses.5

Sin duda, eso es lo que ocurrió en Irak. Si los arquitectos de la guerra se convencieron de que su programa económico no podía tener consecuencias políticas negativas, probablemente no fue porque creyesen que los iraquíes aceptarían de buen grado esas políticas de desposeimiento sistemático. Más bien contaban con otra cosa: la desorientación de los iraquíes, su regresión colectiva, su incapacidad de seguir el ritmo de la transformación. En otras palabras, confiaban en el poder del shock. El supuesto por el que se guiaron los militares y los terapeutas del shock económico de Irak (y cuyo mejor representante fue el ex subsecretario de Estado Richard Armitage) fue que los iraquíes se quedarían tan asombrados ante la potencia de fuego de Estados Unidos, y tan aliviados por librarse de Sadam, «que sería muy fácil dirigirlos desde el punto A al punto B».4 Después, transcurridos unos meses, saldrían del deslumbramiento y se verían gratamente sorprendidos por vivir en un Singapur árabe, un «Tigre en el Tigris» (como bautizaron al país algunos analistas del mercado entusiasmados).

Lo que ocurrió fue que muchos iraquíes exigieron de inmediato su participación en la transformación del país. Y la respuesta de la administración Bush a este giro inesperado de los hechos fue lo que generó el peor blowback.

Desmantelando la democracia

En el verano posterior a la invasión de Irak, las ansias reprimidas de participación política llegaron al punto de que en Bagdad, a pesar de todas las penurias del día a día, se respiraba un ambiente casi festivo. Había ira contra los despidos de Bremer y frustración por los apagones y los contratistas extranjeros, pero durante meses esa ira se expresó principalmente a través de arrebatos de libertad de expresión. Durante todo el verano se produjeron protestas diarias junto a las puertas de la Zona Verde, muchas de ellas protagonizadas por trabajadores despedidos que pedían recuperar sus puestos. Se publicaron cientos de periódicos de nueva tirada repletos de artículos críticos con Bremer y su programa económico. Los clérigos hablaron de política durante los sermones de los viernes, una libertad imposible cuando Sadam gobernaba.

Lo más interesante es que en las ciudades, pueblos y provincias de todo el país se celebraron elecciones espontáneas. Por fin libres del control férreo de Sadam, los vecinos convocaron reuniones en los ayuntamientos y eligieron a sus representantes para la nueva situación. En ciudades como Samarra, Hilla y Mosul, líderes religiosos, profesionales seglares y miembros de las diferentes tribus trabajaron juntos para establecer las prioridades locales en la reconstrucción, desafiando así las peores predicciones sobre el sectarismo y el fundamentalismo. Los encuentros fueron difíciles, pero también un motivo de alegría: los retos eran enormes, pero la libertad se estaba convirtiendo en una realidad. En muchos casos, las fuerzas estadounidenses —que habían creído a su presidente cuando éste declaró que el ejército había ido a Irak a implantar la democracia— facilitaron el proceso, colaboraron en la organización de las elecciones e incluso fabricaron urnas.

El entusiasmo demócrata, combinado con el claro rechazo del programa económico de Bremer, situaron a la administración Bush en una posición extremadamente difícil. Dicha administración había prometido entregar el poder a un gobierno iraquí elegido en cuestión de meses y contar con los iraquíes en la toma de decisiones desde el primer momento. Sin embargo, aquel primer verano despejó toda duda de que entregar el poder equivalía a renunciar al sueño de convertir Irak en un modelo de economía privatizada salpicada de bases militares estadounidenses. El nacionalismo económico estaba demasiado arraigado en la población, sobre todo en lo que se refería a las reservas de petróleo, el botín por excelencia. Así, Washington dejó a un lado sus promesas democráticas y ordenó aumentar los niveles de shock con la esperanza de que una dosis más alta tendría el resultado esperado. Fue una decisión que recuperó las raíces del círculo completo de la cruzada por el libre mercado, raíces situadas en el Cono Sur de Latinoamérica, donde la terapia del shock económico se impuso mediante la supresión brutal de la democracia y la aniquilación de todos los que se interpusieron en ese proceso. Cuando Paul Bremer llegó a Irak, el plan de Estados Unidos consistía en convocar una gran asamblea constituyente donde estuviesen representados todos los sectores de la sociedad iraquí y donde los delegados votasen para elegir a los miembros de un consejo ejecutivo interino. Cuando llevaba dos semanas en Bagdad, Bremer descartó esa idea y decidió escoger a dedo a los miembros del Consejo de Gobierno iraquí.

En un mensaje enviado al presidente Bush, Bremer describió el proceso de elección de esos miembros como «un cruce entre el farol que se marca un ciego y un tres en raya tridimensional».5

Bremer también dijo al principio que el Consejo tendría poder para gobernar, pero de nuevo volvió a cambiar de idea. «Mi experiencia con el Consejo de Gobierno en aquel punto me sugirió que no sería una buena idea», explicó más tarde. Añadió, además, que los miembros del Consejo eran demasiado lentos y ponderativos, características inadecuadas para sus planes de terapia del shock. «No podrían organizar ni un desfile con dos coches», dijo Bremer. «Simplemente, no eran capaces de tomar decisiones en un tiempo razonable. Además, seguía estando convencido de la importancia de redactar una constitución antes de entregar la soberanía a nadie.»6

El siguiente problema de Bremer fue el movimiento espontáneo de elecciones en todo el país. A finales de junio, cuando sólo llevaba dos meses en Irak, Bremer dio el aviso de que todas las elecciones locales debían terminar de inmediato. El nuevo plan consistía en que la ocupación eligiese a los líderes locales de Irak, tal y como había ocurrido con el Consejo de Gobierno. En Nayaf, la ciudad más santa del chiís-mo (la confesión religiosa más numerosa del país), tuvo lugar un episodio decisivo. Nayaf se encontraba en pleno proceso de organización de elecciones con la ayuda de tropas estadounidenses cuando, a sólo un día de la inscripción, el teniente coronel al mando recibió una llamada del general Jim Mattis. «Hubo que cancelar las elecciones. A Bremer le preocupaba que saliese elegido un candidato islámico hostil. [...] Bremer no iba a permitir que el hombre equivocado ganase las elecciones. Los marines recibieron la sugerencia de seleccionar a un grupo de iraquíes que considerasen inofensivos, y que éstos eligiesen a un alcalde. Así, Estados Unidos controlaría todo el proceso», escribieron Michael Gordon y el general Bernard Trainor, autores de Cobra II (considerada la historia militar definitiva de la invasión). Al final, el ejército estadounidense nombró alcalde de Nayaf a un coronel de la época de Sa-dam, tal como hizo en ciudades y pueblos de todo el país."'

En algunos casos, la prohibición de Bremer llegó después de que los iraquíes hubiesen votado ya para elegir a sus representantes locales. Sin inmutarse por ello, Bremer ordenó la creación de nuevos consejos. En la provincia de Tayi, RTI —contratista en manos de mormones cuya tarea consistía en crear un gobierno local— desmanteló el Consejo que el pueblo había elegido meses antes de su llegada e insistió en partir de cero. «Tenemos la sensación de que vamos hacia atrás», protestó un hombre. Bremer insistió en que no había una «veda» contra la democracia. «No me opongo, pero quiero hacerlo de manera que se tengan en cuenta nuestros intereses. [...] Las elecciones demasiado rápidas pueden ser destructivas. Hay que hacerlo todo con mucho cuidado».s

* Ésta fue una de las razones por las que la desbaaztificación» provocó tanta ira: mientras los soldados rasos perdieron sus puestos de

trabajo, junto con los maestros y médicos, a los que se les exigió que se uniesen al partido para avanzar profesionalmente, los oficiales baaztistas

de alto nivel, muy conocidos por sus abusos contra los derechos humanos, fueron reclutados para imponer el orden en las ciudades y los pueblos.

En este punto, los iraquíes seguían esperando que Washington cumpliese su promesa de organizar unas elecciones generales y entregar el

poder a un gobierno elegido por la mayoría. Sin embargo, en noviembre de 2003, después de cancelar las elecciones locales, Bremer regresó a

Washington para celebrar varias reuniones en la Ca sa Blanca. Cuando volvió a Bagdad anunció que las elecciones generales estaban borradas

del programa. El primer gobierno «soberano» de Irak sería por nombramiento, no por elección.

El cambio radical de postura podría haber tenido algo que ver con un sondeo realizado en ese período por el Instituto Republicano

Internacional, con sede en Washington. En él se preguntó a los iraquíes a qué tipo de políticos votarían si tuviesen ocasión. Los resultados

supusieron una llamada de atención para los corporativistas de la Zo na Verde: el 49 % respondió que votaría a un partido que prometiese crear

«más puestos de trabajo en la administración». A la pregunta de si votarían por un partido que prometiese crear «más trabajos en el sector

privado», sólo el 4,6 % respondió de manera afirmativa. Y la pregunta de si votarían por un partido que prometiese «mantener las fuerzas de

coalición hasta que el nivel de seguridad sea bueno» obtuvo sólo un 4,2 % de respuestas afirmativas.9 En pocas palabras, si los iraquíes

tuviesen la libertad de elegir el próximo gobierno, y si ese gobierno tuviese el poder real, Washington tendría que renunciar a dos de los

principales objetivos de la guerra: el acceso a Irak para sus bases militares y el acceso total al país para las multinacionales estadounidenses.

Algunos críticos del ala neoconservaclora del régimen de Bush culpan al plan de Irak de dar demasiada importancia a la democracia, de

mostrar una fe ingenua en la autodeterminación. El historial del primer año de ocupación desdice por completo esa teoría: Bremer cortó de raíz la

democracia en cada lugar donde asomó su cabeza de hidra. Durante sus primeros seis meses en Irak, canceló una asamblea constituyente,

rechazó la idea de elegir a los redactores de la constitución, anuló y suspendió numerosas elecciones locales y provinciales, y por último derrotó

al monstruo de las elecciones nacionales: no son precisamente los actos de un demócrata idealista. Y ninguno de los neoconservadores

poderosos que hoy culpan de los problemas de Irak a la ausencia de «un rostro iraquí» apoyaron las peticiones de elecciones directas que se

escucharon entonces en las calles de Bagdad y Basora.

Muchos de los destinados en Irak en los primeros meses trazan una relación directa entre las decisiones de retrasar y debilitar la democracia

y el imparable aumento de la resistencia armada. Salim Lone, un diplomático de la ONU que estuvo en Irak después de la invasión, vio el

momento crucial como la primera decisión antidemocrática de Bremer. «Los primeros ataques devastadores contra la presencia extranjera en

Irak, por ejemplo, llegaron poco después de que Estados Unidos eligiese el primer cuerpo de mando iraquí, el Consejo de Gobierno (en julio de

2003): la misión jordana y, poco después, los cuarteles generales de la ONU en Bagdad volaron por los aires. Murieron muchísimos inocentes; [...]

la rabia ante la composición de ese Consejo y el apoyo de la ONU al mismo era palpable en Irak». Lone perdió a muchos amigos y colegas en el

ataque.10

La cancelación de las elecciones nacionales por parte de Bremer supuso una amarga traición para los chiíes iraquíes. Tratándose del grupo

étnico más numeroso, estaban seguros de que dominarían un gobierno elegido después de décadas de sometimiento. Al principio, la resistencia

chií adoptó la forma de manifestaciones multitudinarias pacíficas: 100.000 personas en Bagdad, 30.000 en Basora. Su cántico unificado decía:

«Sí, sí, elecciones. No, no, selecciones». «Nuestra principal demanda en este proceso es que todas las instituciones constitucionales se elijan

mediante elecciones y no por nombramientos», escribió Alí Abdel Hakim al-Safi, el segundo clérigo chií más veterano de Irak, en una carta

dirigida a George Bush y Tony Blair. Además, describió el nuevo plan de Bremer como la mera sustitución «de una dictadura por otra» y avisó de

que si seguían adelante, se encontrarían librando una batalla perdida." Bush y Blair hicieron caso omiso. Elogiaron las manifestaciones como una

muestra de la recién estrenada libertad, pero siguieron adelante con el plan de nombrar el primer gobierno del Irak post-Sadam.

Mientras tanto, Muqtada al Sader se convirtió en una fuerza política a tener en cuenta. Cuando los demás partidos chiíes importantes

decidieron participar en el gobierno nombrado y acatar una constitución provisional redactada en la Zo na Verde, Al Sader rompió filas, denunció

el proceso y la constitución por ilegítimos y comparó abiertamente a Bremer con Sadam Husein. Además, empezó a formar el Ejército del Mahdi

en serio. Después de las protestas pacíficas sin efecto alguno, muchos chiíes se convencieron de que si la democracia mayo-ritaria iba a

convertirse en realidad algún día, tendrían que luchar por ella.

Si la administración Bush hubiese mantenido su promesa de entregar rápidamente el poder a un gobierno iraquí surgido de unas elecciones,

es muy posible que la resistencia hubiese permanecido reducida y contenible en lugar de convertirse en una rebelión extendida por todo el país.

Sin embargo, mantener la promesa habría significado el sacrificio de la agenda económica que había detrás de la guerra, cosa que no iba a

ocurrir nunca. Esta es la razón por la que las violentas repercusiones de la negativa a la democracia en Irak por parte de Estados Unidos también

deben considerarse una forma de blowback ideológico.

Shocks corporales

A medida que la resistencia fue aumentando, las fuerzas de ocupación respondieron con técnicas de shock: por la noche o a primera hora

de la mañana, los soldados entraban por sorpresa en las casas a oscuras, linterna en mano, gritando en inglés (algunas expresiones las

entendían todos: «hijo de puta», «Alí Baba», «Osama bin Laden»). Las mujeres buscaban a toda prisa un pañuelo con el que cubrirse la cabeza

ante los extranjeros intrusos; a los hombres se les tapaba la cabeza con un saco y después se subían a camiones del ejército con destino a una

prisión o un campo de detención. En los primeros tres años y medio de la ocupación, se calcula que 61.500 iraquíes fueron capturados y

encarcelados por las fuerzas estadounidenses, por lo general con métodos diseñados para «maximizar el shock de la captura». Alrededor de

19.000 prisioneros seguían custodiados por el ejército en la primavera de 2007.12 En las cárceles esperaban más shocks: cubos de agua

helada, pastores alemanes gruñendo y enseñando los dientes, puñetazos y patadas, y alguna que otra corriente eléctrica con alambres cargados.

La cruzada neoliberal había comenzado tres décadas antes con tácticas como ésas. Los llamados subversivos y supuestos terroristas eran

sacados de sus casas a la fuerza, con la cabeza tapada, y encerrados en celdas oscuras donde recibían palizas y cosas peores. Ahora, para

defender la esperanza del libre mercado en Irak, el proyecto había completado el círculo.

Un factor que desencadenó la puesta en práctica de las tácticas de tortura fue la determinación de Rumsfeld de dirigir el ejército como una

empresa moderna subcontratada. Planificó el despliegue de tropas no tanto como un secretario de Defensa sino más bien como un

vicepresidente de Wal-Mart intentando recortar algunas horas de la nómina. Después de reducir los 500.000 soldados que solicitaban los

generales a menos de 200.000, todavía seguía viendo material donde cortar: en el último minuto, y para satisfacer al director general que lleva

dentro, recortó en varios centenares el número de soldados presentes en los planes de guerra.13

Aunque los soldados fueron capaces de derrocar a Sadam, no tenían esperanza de poder enfrentarse a lo que habían provocado los edictos

de Bremer en Irak: una población en clara rebelión y un vacío donde antes estaban el ejército y la policía iraquíes. Ante la falta de efectivos para

poner orden en las calles, las fuerzas de ocupación optaron por la mejor alternativa: sacar a la gente de la calle y encerrarla en las prisiones. Los

miles de prisioneros capturados durante las operaciones fueron llevados ante agentes de la CÍA, soldados norteamericanos y contratistas

privados (muchos de ellos sin formación) para someterles a agresivos interrogatorios con la intención de averiguar todo lo que pudiesen sobre la

resistencia.

En los primeros días de la ocupación, la Zo na Verde acogió a terapeutas del shock económico de Polonia y Rusia; ahora se había

convertido en un imán para una raza distinta de expertos en el shock: los especialistas en las artes más oscuras de supresión de los movimientos

de resistencia. Las empresas de seguridad privada llenaron sus filas de veteranos de las guerras sucias de Colombia, Sudáfrica y Nepal. Según

el periodista Jeremy Scahill, Blackwater y otras firmas de seguridad privada contrataron a más de 700 soldados chilenos (muchos de los cuales

eran agentes de fuerzas especiales entrenados y en activo durante el régimen de Pinochet) para el despliegue en Irak.14

Uno de los especialistas en shock de más alto rango era el comandante estadounidense James Steele, que llegó a Irak en mayo de 2003.

Steele fue una figura clave en las cruzadas derechistas en América Central, donde sirvió como asesor en jefe a varios batallones del ejército

salvadoreño acusados de ser escuadrones de la muerte. Más recientemente, fue vicepresidente de Enron. En principio fue a Irak como asesor de

energía, pero tras el levantamiento de la resistencia decidió adoptar su antiguo papel y se convirtió en el asesor de seguridad de Bremer. En

última instancia, a Steele se le encomendó la misión de llevar a Irak lo que algunas fuentes anónimas del Pentágono calificaron como «la opción

de El Salvador».15

John Sifton, investigador principal de Human Rights Watch, me explicó que los abusos contra los prisioneros en Irak no siguieron el patrón

habitual. En las zonas en conflicto, lo más normal es que los abusos comiencen enseguida, durante la llamada neblina de guerra, cuando reina el

caos y nadie respeta las normas. Eso es, según Sifton, lo que ocurrió en Afganistán. «Pero en Irak fue distinto; las cosas empezaron de manera

profesional y después fueron a peor, no a mejor.» Sifton sitúa el cambio a finales de agosto de 2003, cuatro meses después de la caída de

Bagdad. En su opinión, fue en aquel momento cuando empezaron a aparecer los relatos sobre abusos.

Según esta cronología, el shock de la cámara de tortura surgió inmediatamente después de los shocks económicos más controvertidos de

Bremer. Con el mes de agosto terminó el largo verano de elaboración de leyes y cancelación de elecciones de Bremer. Mientras estas medidas

provocaron un aumento de alistados en la resistencia, los soldados estadounidenses continuaron derribando puertas e intentando eliminar la

rebeldía de Irak llevándose de uno en uno a los hombres en edad militar.

El proceso de cambio se puede seguir claramente a través de una serie de documentos desclasificados que vieron la luz tras el escándalo

de Abu Ghraib. Las pruebas escritas comienzan el 14 de agosto de 2003, cuando el capitán William Ponce, oficial de inteligencia en Irak, envió

un correo electrónico a sus colegas repartidos por el país. El texto, ya famoso, contenía las siguientes indicaciones: «Se acabaron las

contemplaciones con los detenidos [...] [un coronel] ha dejado claro que tenemos que acabar con ellos. Las bajas están aumentando y tenemos

que empezar a recopilar información para proteger a nuestros soldados de nuevos ataques». Ponce pedía ideas para las técnicas que los

interrogadores podrían utilizar con los prisioneros (la llamada «lista de deseos»). Las sugerencias no tardaron en llenar su bandeja de entrada;

entre ellas figuraba la «electrocución de bajo voltaje».16

Dos semanas más tarde, el 31 de agosto, el general Geoffrey Miller (alcaide de la prisión de Guantánamo) llegó a Irak con la misión de

convertir en otro Guantánamo la prisión de Abu Ghraib.1' Dos semanas después, el 14 de septiembre, el teniente general Ricardo Sánchez

(comandante en jefe en Irak) autorizó un despliegue de nuevos procedimientos de interrogatorio basados en el modelo de Guantánamo: incluían

la humillación deliberada («sofocar el orgullo y el ego»), «explotar el temor de los árabes a los perros», la privación sensorial («control de la luz»),

la sobrecarga sensorial (gritos, música a todo volumen) y el «estrés postural». Poco después de que Sánchez enviase la circular, a principios de

octubre, tuvieron lugar los incidentes documentados en las infames fotografías de Abu Ghraib.18

El equipo de Bush había fracasado en su objetivo de provocar el shock entre los iraquíes para ganarse su obediencia a través del shock y la

conmoción o bien con la terapia del shock económico. Las tácticas del shock se tornaron más personales y se utilizó la inequívoca fórmula del

manual de interrogatorios Kubark para inducir la regresión.

Muchos de los prisioneros más importantes fueron trasladados a una zona de seguridad próxima al aeropuerto internacional de Bagdad,

dirigida por una fuerza de tareas militares y la CÍA. Las instalaciones, a las que sólo se podía acceder con un documento de identidad especial y

que se mantuvieron ocultas a la Cruz Ro ja, eran tan clandestinas que ni siquiera los militares de alto rango tenían permitida la entrada. Para

mantener esta situación cambió de nombre en repetidas ocasiones: de Task Forcé 20 a 121 o 6-26, o Task Forcé 145.19

Los prisioneros ocupaban un pequeño edificio general, diseñado para crear las condiciones que se indican en el manual Kubark (incluyendo

la privación sensorial completa). El edificio estaba dividido en cinco zonas: una sala para las revisiones médicas, una «sala blanda» que parecía

un salón (para los prisioneros cooperantes), una sala roja y la temida sala negra (una pequeña celda completamente negra con altavoces en las

cuatro esquinas).

La existencia de las instalaciones secretas sólo se dio a conocer cuando un sargento que trabajaba allí acudió a Human Rights Watch y

describió el lugar (para ello utilizó el seudónimo de Jeff Perry). En comparación con el caos de Abu Ghraib, con sus guardias sin formación

campando a sus anchas, el edificio del aeropuerto de la CÍA era inquietantemente ordenado y clínico. Según Perry, cuando los interrogadores

deseaban utilizar «tácticas duras» contra los prisioneros en la sala negra, imprimían un documento que era una especie de menú de tortura.

«Estaba todo escrito», recordó Perry; «controles ambientales, calor y frío, luces estroboscópicas, música, perros... Sólo había que marcar lo que

querías utilizar». Una vez rellenado el formulario, los interrogadores lo pasaban a un superior para que diese su autorización. «Nunca vi una hoja

sin firmar», añadió Perry.

Perry y otros interrogadores empezaron a pensar que las técnicas violaban la prohibición de la Con vención de Ginebra contra el «trato

humillante y degradante». Preocupado ante la posibilidad de ser perseguido por la justicia si su trabajo salía a la luz, Perry y tres de sus

compañeros fueron a ver a su coronel para decirle que «no nos gustaba este tipo de abuso». La prisión secreta era tan eficaz que en cuestión de

dos horas llegó un equipo de abogados militares con una presentación de PowerPoint en la que se explicaba por qué los detenidos no estaban

protegidos por la Con vención de Ginebra, y por qué la privación sensorial no era una forma de tortura (a pesar de la propia investigación de la

CÍA alegando lo contrario). «Sí, fue muy rápido», explicó Perry acerca del tiempo de respuesta. «Parecía que estuviesen listos. Quiero decir que

tenían toda esa charla de dos horas preparada».

Repartidas por Irak existían otras instalaciones donde los prisioneros estaban sujetos a las mismas tácticas de privación sensorial de estilo

Kubark (algunas incluso recordaban más a los experimentos de McGill). Otro sargento habló sobre una prisión situada en una base militar

llamada Tiger, cerca de Al Qaim (próxima a la frontera con Siria), que albergaba entre 20 y 40 prisioneros. Llevaban los ojos tapados y grilletes, y

les obligaban a pasar veinticuatro horas en contenedores metálicos «sin dormir, sin comer, sin agua». Después de pasar por el espacio de

privación sensorial, ya más «suaves», se les sometía a luces estroboscópicas y heavy metal.20

En una base de operaciones especiales cercana a Tikrit se utilizaron métodos similares, con la excepción de que se encerraba a los

prisioneros en espacios todavía más reducidos: 122 x 122 centímetros y 50 centímetros de profundidad (demasiado pequeños para que un adulto

pueda permanecer de pie o acostado, lo que recuerda poderosamente las celdas utilizadas en el Cono Sur latinoamericano). Los presos

pasaban una semana en ese estado de aislamiento sensorial extremo. Al menos uno de los prisioneros informó de haber sido electrocutado por

soldados estadounidenses, aunque éstos lo negaron.21 Existen numerosas pruebas de que los soldados de Estados Unidos han utilizado la

electrocución como técnica de tortura en Irak. El 14 de mayo de 2004, en un caso que apenas se dio a conocer, dos marines fueron sentenciados

con pena de cárcel por electrocutar a un prisionero iraquí sólo un mes antes. Según los documentos del gobierno obtenidos por la Uni ón

Americana de Libertades Civiles, un soldado «electrocutó a un detenido iraquí con un transformador eléctrico; [...] sujetó los alambres sobre los

hombros del detenido» hasta que éste «"bailó" mientras era electrocutado».22

Cuando se publicaron las infames fotografías de Abu Ghraib —incluyendo la del prisionero encapuchado de pie sobre una caja y con cables

eléctricos colgando de los brazos—, los militares se enfrentaron a un problema muy raro: «Hemos tenido varios detenidos que han afirmado ser

la persona de la fotografía en cuestión», explicó el portavoz del Comando de Investigación Criminal del Ejército (la agencia encargada de

investigar los abusos contra prisioneros). Uno de los detenidos fue Haj Ali, antiguo alcalde de distrito. Ali dijo que a él también le encapucharon, le

obligaron a permanecer de pie sobre una caja y le sujetaron cables eléctricos en el cuerpo. En contradicción con los guardias de Abu Ghraib que

afirmaron que los cables no estaban cargados, Ali explicó a la PBS: «Cuando me electrocutaron, sentí como si los globos oculares se estuviesen

saliendo de las cavidades».25

Como miles de sus compañeros encarcelados, Ali fue liberado de Abu Ghraib sin cargos. Le hicieron entrar en un camión después de

decirle que había sido arrestado «por error». La Cruz Ro ja afirma que los oficiales militares estadounidenses han admitido que entre un 70 % y

un 90 % de las detenciones en Irak fueron «errores». Según Ali, muchos de esos errores humanos salieron de las cárceles controladas por los

americanos con una gran sed de venganza. «Abu Ghraib es un campo de cultivo de insurgentes. [...] Todos los insultos y las torturas les han

preparado para hacer cualquier cosa. ¿Quién puede culparles?».24

Muchos soldados estadounidenses entienden y temen la respuesta. «Si era un buen chico, ahora es malo por el trato que ha recibido», dijo

un sargento de la 82a División Aerotransportada destinado en una prisión provisional especialmente brutal situada en una base a las afueras de

Faluya (y sede de un batallón orgullosamente conocido como «los maníacos asesinos»).25

La situación es mucho peor en las cárceles dirigidas por iraquíes. Sadam recurrió con frecuencia a la tortura para mantenerse en el poder.

Para que la tortura disminuyese en el Irak post-Sadam habría hecho falta un esfuerzo consciente de repulsa de un nuevo gobierno. En cambio,

Estados Unidos se sirvió de la tortura para sus propios fines e impuso un estándar degradado en el preciso momento en que estaban formando y

supervisando a la nueva policía iraquí.

En enero de 2005, Human Rights Watch descubrió que la tortura en las cárceles y las instalaciones de detención dirigidas por iraquíes (con

la supervisión de Estados Unidos) era «sistemática». Y eso incluía el uso de electroshocks. Un informe interno de la Ia Di visión de Caballería

afirma que la policía y los soldados iraquíes utilizan «el shock eléctrico y el estrangulamiento de forma regular para conseguir confesiones». Los

carceleros iraquíes también utilizaron el omnipresente símbolo de la tortura en Latinoamérica, la picana (aguijón eléctrico para ganado). En

diciembre de 2006, el New York Times informó del caso de Faraj Mahmud, quien fue «desnudado y colgado del techo. Un aguijón eléctrico

aplicado a sus genitales hizo que su cuerpo rebotase contra las paredes».26

En marzo de 2005, Peter Maass —reportero del New York Times Ma-gazine — viajó como reportero con un comando de la policía especial

formado por James Steele. Maass visitó una biblioteca pública de Sama-rra convertida en una prisión macabra. Vio prisioneros con los ojos

tapados y grilletes, algunos con señales visibles de golpes, y una mesa con «manchas de sangre». Escuchó cómo alguien vomitaba y gritos que

describió como «escalofriantes, como los gritos de un loco o de alguien a punto de volverse loco». También oyó claramente el sonido de dos

disparos procedentes «del interior o de detrás del centro de detención».27

En El Salvador, los escuadrones de la muerte fueron conocidos por utilizar el asesinato no sólo para deshacerse de los adversarios políticos,

sino también para enviar mensajes de terror a la población en general. Los cuerpos mutilados que aparecían en las cunetas transmitían a la

comunidad que el individuo que mostrase su disconformidad podría ser el próximo cadáver. Con frecuencia, los cuerpos torturados presentaban

la «firma» del escuadrón: Mano Blanca o Brigada Maximiliano Hernández. En 2005, este tipo de mensajes eran habituales en las cunetas de Irak:

prisioneros que habían sido vistos por última vez en manos de comandos iraquíes (relacionados con el Ministerio del Interior) aparecían con un

solo orificio de bala en la cabeza, las manos todavía esposadas a la espalda, o con orificios de taladro en el cráneo. En noviembre de 2005, Los

Angeles Times informó de que a la morgue de Bagdad «llegan todas las semanas decenas de cuerpos a la vez, incluyendo numerosos

cadáveres con esposas de la policía» (esposas que después son devueltas).2,s

En Irak existen, además, métodos más sofisticados para transmitir mensajes de terror. El terrorismo en las garras de la justicia es un

programa de televisión con una gran audiencia que se emite en la cadena Al Iraqiya, financiada por Estados Unidos... La serie se produce en

colaboración con los comandos iraquíes «salvadorizados». Varios prisioneros liberados han explicado cómo se prepara el contenido del

programa: los participantes, que suelen ser elegidos al azar en redadas por los barrios, reciben palizas y torturas; sus familias son amenazadas

hasta que están listas para confesar algún crimen (algunos de los cuales nunca se han producido, como han demostrado varios abogados). A

continuación, aparecen las cámaras de vídeo para grabar a los prisioneros «confesando» que son insurgentes, además de ladrones,

homosexuales y mentirosos. Cada noche, los iraquíes escuchan estas confesiones y ven los rostros magullados e hinchados de prisioneros

claramente torturados. «El programa ejerce un buen efecto en los civiles», explicó Adnan Thabit, líder de los comandos salvadorizados, a

Maass.29

Diez meses después de que «la opción de El Salvador» se mencionase por primera vez en la prensa quedaron claras sus tremendas

implicaciones. Los comandos iraquíes, entrenados por Steele, trabajaban oficialmente para el ministerio del interior iraquí. Cuando Maass

preguntó acerca de lo que había visto en la biblioteca, desde el ministerio insistieron en que «no se permite ningún abuso de los derechos

humanos de los prisioneros que están en manos de las fuerzas de seguridad del Ministerio del Interior». Sin embargo, en noviembre de 2005 se

localizaron 173 iraquíes en un calabozo del ministerio: algunos habían sido torturados hasta el punto de que se les estaba cayendo la piel, otros

tenían marcas de taladros en el cráneo, o les habían arrancado los dientes y las uñas de los pies. Los prisioneros liberados afirmaron que no

todos habían salido con vida y confeccionaron una lista de 18 personas torturadas hasta la muerte en el calabozo del ministerio: los

desaparecidos de Irak.'"

Mientras investigaba los experimentos de Ewen Cameron con el elec-troshock en los años cincuenta descubrí una observación realizada por

uno de sus colegas, un psiquiatra llamado Fred Lowy. «Los freudianos desarrollaron esos métodos sutiles de pelar la cebolla para llegar al centro

del problema», explicaba. «Cameron quería llegar directamente, y al diablo con las capas. Pero, como descubrió más tarde, las capas son todo

lo que hay»/1 Cameron pensó que podría hacer estallar las capas de sus pacientes y empezar de nuevo; soñaba con crear personalidades

totalmente nuevas. Sin embargo, sus pacientes no renacían: quedaban confusos, heridos, rotos.

Los terapeutas del shock en Irak también volaron las capas en busca de la esquiva tabla rasa sobre la que crear su nuevo modelo de país.

Sólo encontraron los montones de escombros que ellos mismos habían creado, además de millones de personas psicológica y físicamente

destrozadas (por Sadam, por la guerra, entre ellas). Los capitalistas del desastre de Bush no limpiaron Irak, sólo lo revolvieron. En lugar de una

tabla rasa, purificada de historia, encontraron odios antiguos que asomaban a la superficie para fundirse con las nuevas venganzas contra cada

ataque (en una mezquita en Karbala, en Samarra, en un mercado, un ministerio, un hospital). Los países, como las personas, no se reinician con

un buen shock: sólo se rompen y continúan rompiéndose.

Y eso, por supuesto, necesita más destrucción: hay que aumentar la dosis, pulsar el botón durante más tiempo, más dolor, más bombas, más

tortura. Richard Armitage, ex subsecretario de Estado que predijo que los iraquíes serían muy fáciles de guiar de A a B, ha llegado a la conclusión

de que el verdadero problema es que Estados Unidos ha sido demasiado blando. «La forma humana de conducir la guerra por parte de la

coalición ha llevado a una situación en la que es más difícil, no menos, reunir a las personas. En Alemania y Japón [después de la Se gunda

Guerra Mundial], la población quedó exhausta y profundamente impresionada a raíz de lo ocurrido, pero en Irak ha pasado lo contrario. Una

victoria muy rápida frente a las fuerzas enemigas ha impedido que la gente se sienta atemorizada como en Japón y Alemania. [...] Estados

Unidos se enfrenta a una población iraquí a la que el shock y la conmoción no han hecho efecto».52 En enero de 2007, Bush y sus asesores

seguían convencidos de que podían hacerse con el control de Irak con un «incremento» que hiciera desaparecer a Muqtada al Sader («un cáncer

que socava» el gobierno de Irak). El informe sobre el que se basa la estrategia del aumento pretendía «la limpieza total del centro de Bagdad» y,

cuando las fuerzas de Al Sader se trasladasen a Ciudad Sader, «limpiar ese bastión chií por la fuerza».35

En los años setenta, cuando comenzó la cruzada corporatista, se emplearon tácticas que los tribunales calificaron de abiertamente

genocidas: la eliminación deliberada de un segmento de la población. En Irak ha ocurrido algo todavía más monstruoso: la eliminación no de un

segmento de la población, sino de todo un país. Irak está desapareciendo, se desintegra. Como suele ocurrir, todo empezó con la desaparición

de las mujeres detrás de los velos y las puertas; después, de los niños de los colegios (en 2006, dos tercios de los escolares se quedaron en sus

casas). A continuación llegó el turno de los profesionales: médicos, profesores, empresarios, científicos, farmacéuticos, jueces, abogados... Se

calcula que 3.000 profesores universitarios iraquíes han sido asesinados por escuadrones de la muerte desde la invasión de Estados Unidos

(incluyendo varios decanos de departamento), y varios miles más han huido. Los médicos lo han tenido todavía peor: en febrero de 2007 se

calculó que unos 2.000 habían sido asesinados y 12.000 habían huido. En noviembre de 2006, el Alto Comisionado para los Refugiados de

Naciones Unidas calculó que 3.000 iraquíes huían del país cada día. En abril de 2007, la organización informó de que cuatro millones de

personas se han visto obligadas a abandonar sus casas (aproximadamente uno de cada siete iraquíes). Sólo unos centenares de esos

refugiados han sido acogidos en Estados Unidos.34

Con la industria iraquí hundida, uno de los únicos negocios locales que prospera es el de los secuestros. Sólo en tres meses y medio, a

principios de 2006, se secuestró en Irak a casi 20.000 personas. Los medios internacionales sólo prestan atención cuando los secuestrados son

occidentales, pero la inmensa mayoría de las víctimas son profesionales iraquíes apresados cuando van o vuelven del trabajo. Sus familias tienen

dos opciones: pagar un rescate de decenas de miles de dólares americanos o identificar sus cadáveres en la morgue. La tortura también

prospera. Grupos de derechos humanos han documentado numerosos casos de policías iraquíes que exigen miles de dólares a familiares de

prisioneros a cambio de cesar las torturas.35 Es la versión doméstica del capitalismo del desastre de Irak.

Esto no es lo que la administración Bush había pensado para Irak cuando lo eligió como nación modelo para el resto del mundo árabe. La

ocupación comenzó con joviales conversaciones sobre tablas rasas y comienzos desde cero. Sin embargo, la búsqueda de limpieza no tardó en

convertirse en conversaciones para «arrancar el islamismo de raíz» en Ciudad Sader o Nayaf y eliminar «el cáncer del islamismo radical» de

Faluya y Ramadi; lo que no estuviese limpio se eliminaría por la fuerza.

Esto es lo que ocurre con los proyectos de crear sociedades modelo en países que no son los propios. Las campañas de limpieza rara vez

son premeditadas. Sólo cuando las personas que viven en el país en cuestión se niegan a abandonar su pasado, el sueño de la tabla rasa se

desdobla en su otro yo, la tierra arrasada; sólo entonces, el sueño de creación total se convierte en una campaña de destrucción total.

La violencia no prevista que hoy azota Irak es creación del optimismo letal de los arquitectos de la guerra. Se predeterminó con esta frase

aparentemente inofensiva, incluso idealista: «un modelo para un nuevo Oriente Medio». La desintegración de Irak tiene sus raíces en la ideología

que exigió una tabla rasa sobre la que escribir la nueva historia. Cuando esa tabla inmaculada no apareció, el defensor de esa ideología

procedió a destruir con la esperanza de hacerse con esa tierra prometida.

Fracaso: el nuevo rostro del éxito

En el vuelo con el que me marché de Bagdad, todos los asientos estaban ocupados por contratistas extranjeros que huían de la violencia.

Era abril de 2004, y tanto Faluya como Nayaf se encontraban asediadas. Sólo en aquella semana, 150 contratistas abandonaron Irak. Y les

seguirían muchos más. En aquel momento estaba convencida de que nos encontrábamos ante la primera gran derrota de la cruzada corporativista. Irak había sido bombardeado con todas las armas del shock, a excepción de la bomba nuclear, pero seguía siendo imposible someter al

país. Sin lugar a dudas, el experimento había fracasado.

Ahora ya no estoy tan segura. Por un lado, resulta evidente que algunos puntos del proyecto fueron un desastre. Bremer fue enviado a Irak

para crear una utopía empresarial, pero Irak se convirtió en una macabra distopía en la que acudir a una simple reunión de empresa podía

suponer acabar linchado, quemado vivo o decapitado. En mayo de 2007, más de 900 contratistas habían sido asesinados y «más de 12.000 han

sufrido daños por los enfrentamientos o en el trabajo», según un análisis del New York Times. Los inversores a los que Bremer intentó atraer por

todos los medios nunca han dado la cara: ni HSBC, ni Procter & Gamble, que pospuso su empresa conjunta, igual que General Motors. New

Bridge Strategies, la compañía que describía efusivamente cómo «un Wal-Mart se haría cargo de todo el país», reconoció que McDonald's no

tenía previsto abrir en breve.56 Los contratos de Bechtel para la reconstrucción no evolucionaron de forma cómoda en contratos a largo plazo

para explotar los sistemas de agua y electricidad. A finales de 2006, los esfuerzos para la reconstrucción privatizada que suponían la razón de ser

del anti-Plan Marshall se habían abandonado casi por completo, y en algunos casos se sustituyeron por soluciones políticas dramáticas.

Stuart Bowen, inspector general especial de Estados Unidos para la reconstrucción de Irak, informó de que en los pocos casos en los que

los contratos habían ido a parar a empresas iraquíes, el resultado era «más eficaz y más barato. Y ha vigorizado la economía porque pone a los

iraquíes a trabajar». Resulta que dotar de fondos a los iraquíes para reconstruir su propio país es más eficaz que contratar a multinacionales que

no conocen el país o el idioma, que se rodean de mercenarios que cobran 900 dólares al día y que destinan el 55 % de sus presupuestos a

gastos de funcionamiento.57 Jon C. Bowersox, que trabajó como asesor de sanidad en la embajada estadounidense en Bagdad, ofreció esta

radical observación: el problema con la reconstrucción de Irak fue, según su opinión, el deseo de construir todo partiendo de cero. «Podríamos

haber recurrido a las rehabilitaciones de bajo presupuesto y no intentar transformar el sistema sanitario en dos años.»38

Un cambio radical todavía más dramático procedió del Pentágono. En diciembre de 2006 anunció un nuevo proyecto para hacerse con las

fábricas estatales de Irak y continuar con su funcionamiento (las mismas que Bremer se negó a equipar con generadores de emergencia porque

eran reliquias estalinistas). El Pentágono se dio cuenta de que en lugar de comprar cemento y piezas de máquinas a Jordania y Kuwait, podía

recurrir a las moribundas fábricas iraquíes, poner a trabajar a decenas de miles de hombres y enviar los beneficios a las comunidades cercanas.

Paul Brinkley, subsecretario de Defensa para la transformación de las empresas en Irak, dijo: «Hemos examinado algunas de estas fábricas más

de cerca y hemos comprobado que no son las empresas casi destartaladas de la era soviética que habíamos pensado», aunque admitió que

algunos de sus colegas habían empezado a llamarle esta-linista.39

Peter W. Chiarelli, teniente general del ejército estadounidense y principal comandante de campo en Irak, explicó: «Necesitamos poner a

trabajar a los jóvenes furiosos. [...] Un pequeño descenso del desempleo tendría un gran efecto en el número de asesinatos sectarios». Y no pudo

evitar añadir: «Después de cuatro años, me parece increíble que no nos hayamos dado cuenta de eso. [...] Para mí es muy importante, casi tanto

como cualquier otro punto del plan de campaña».40

¿Señalan estos cambios el fin del capitalismo del desastre? Lo dudo. Cuando los oficiales estadounidenses se dieron cuenta de que no

necesitaban construir un nuevo país a partir de cero, de que era más importante proporcionar trabajo a los iraquíes y compartir con su industria

los millones reunidos para la reconstrucción, el dinero ya se había gastado.

Mientras tanto, en medio de la oleada de epifanías neokeynesianas, Irak fue golpeado con el peor atentado desde el estallido de la crisis. En

diciembre de 2006, el Grupo de Estudio sobre Irak encabezado por James Baker publicó su esperado informe. En él se solicitaba a Estados

Unidos que ayudase «a los líderes iraquíes a reorganizar la industria petrolera nacional como una empresa comercial» y que fomentase «las

inversiones en el sector del petróleo en Irak por parte de la comunidad internacional y de las grandes empresas de energía».41

La Ca sa Blanca ignoró gran parte de las recomendaciones del informe, pero no ésta: la administración Bush se puso manos a la obra para

colaborar en la redacción de una ley del petróleo totalmente nueva para Irak, y según la cual compañías como Shell y BP podrían firmar contratos

por treinta y cinco años. Esos contratos les permitirían beneficiarse de una gran parte de los beneficios que diese el petróleo iraquí: decenas o

incluso centenas de miles de millones de dólares, algo inaudito en países como Irak, con el petróleo tan asequible, y una sentencia de pobreza

perpetua en un país donde el 95 % de los ingresos del gobierno proceden del petróleo."42 Fue una propuesta tan impopular que ni siquiera Paul

Bremer se atrevió a ponerla en práctica en el primer año de la ocupación. Y aparecía ahora gracias al aumento del caos. Al explicar por qué sería

justificable salir de Irak ante un porcentaje de beneficios tan elevados, las empresas petrolíferas mencionaron los riesgos de seguridad. En otras

palabras, el desastre fue lo que hizo posible la aplicación de una ley tan radical.

El sentido de la oportunidad de Washington fue extremadamente revelador. En el momento en que la ley se abría paso, Irak se enfrentaba a

su crisis más profunda hasta el momento: el país se estaba dividiendo a raíz de los conflictos sectarios (con una media de 1.000 iraquíes muertos

a la semana). Sadam Husein acababa de ser ejecutado después de un episodio depravado y provocativo. Simultáneamente, Bush llevaba a

cabo un nuevo despliegue de tropas en Irak con una normativa de combate «menos restringida». En este período, Irak resultaba demasiado

inestable para que los gigantes del petróleo hiciesen grandes inversiones, de manera que no existía una necesidad imperiosa de una nueva ley

(con la excepción de utilizar el caos para desviar la atención pública de los temas más polémicos a los que se enfrentaba el país). Numerosos

legisladores iraquíes elegidos afirmaron que no tenían ni idea de que ni siquiera se hubiese redactado una nueva ley, y que ellos no habían sido

incluidos en su creación. Greg Muttitt, investigador del grupo Platform de vigilancia de la industria petrolera, explicó: «Hace poco asistí a una

reunión de parlamentarios iraquíes y les pregunté cuántos habían visto la ley. De veinte, sólo uno la había visto». Según Muttitt, si se promulgase la

ley los iraquíes «saldrían perdiendo porque en este momento no tienen la capacidad de hacer un buen negocio»."

Los principales sindicatos de Irak declararon que «la privatización del petróleo es una línea roja que no debe cruzarse». En una declaración

conjunta condenaron la ley como un intento de apoderarse de «los recursos energéticos de Irak en un momento en que el pueblo iraquí está

intentando decidir su propio futuro bajo las condiciones de la ocupación».44 La ley que finalmente adoptó el gabinete iraquí en febrero de 2007

fue todavía peor de lo que se pensaba: no imponía límites en la cantidad de beneficios que las compañías extranjeras podrían obtener del país y

no exigía unos requerimientos específicos sobre asociaciones de los inversores con las empresas iraquíes o contratación de iraquíes para

trabajar en los campos petrolíferos. La mayor desfachatez es que excluía a los parlamentarios iraquíes elegidos de cualquier participación en las

condiciones de los futuros contratos. En cambio, creó un nuevo organismo, el Consejo Federal del Petróleo y el Gas, que, según informaba el

New York Times, sería asesorado por «un grupo de expertos en petróleo de Irak y de fuera de Irak». Este cuerpo no elegido, asesorado por

extranjeros no especificados, tendría la última palabra en todas las cuestiones relacionadas con el petróleo y plena autoridad para decidir qué

contratos firmaba Irak y cuáles no. En realidad, la ley exigía que las reservas de petróleo de Irak, de propiedad pública y principal fuente de

ingresos, estuviesen exentas del control democrático y en manos de una dictadura petrolífera poderosa y rica, paralela al gobierno roto e ineficaz

de Irak."45

Resulta difícil exagerar lo escandaloso de este intento de apoderarse de los recursos. Los beneficios del petróleo de Irak suponen la única

esperanza de financiar su propia reconstrucción cuando regrese algo parecido a la paz. Reclamar esa riqueza futura en un momento de

desintegración nacional es capitalismo del desastre en su versión más vergonzosa.

El caos en Irak trajo otra consecuencia de la que se ha hablado poco: cuanto más tiempo transcurría, más se privatizaba la presencia

extranjera hasta el punto de llegar a crear un nuevo paradigma de guerra y de respuesta a las catástrofes humanas.

En este punto surtió pleno efecto la ideología de la privatización radical que centraba el anti-Plan Marshall. La inquebrantable negativa de la

administración Bush a dotar de personal a la guerra en Irak (con tropas o con empleados civiles bajo su control) tuvo unos beneficios claros para

su otra guerra: la de subcontratar el gobierno de Estados Unidos. Esta cruzada, que dejó de ser el tema central de la retórica pública de la

administración, ha seguido siendo una obsesión permanente entre bastidores y ha tenido mucho más éxito que todas las batallas más públicas

juntas.

Dado que Rumsfeld diseñó la guerra como una invasión justo a tiempo, con soldados para desempeñar únicamente funciones de combate

básicas, y que eliminó 35.000 puestos de trabajo en los departamentos de Defensa y de Asuntos de Veteranos en el primer año del despliegue

en Irak, el sector privado se quedó para rellenar los huecos en todos los niveles.46 En la práctica, el significado de esta configuración fue que

mientras Irak se sumía en el caos, una industria de guerra pri-vatizada todavía más elaborada tomó forma para apoyar al ejército (tanto en el

terreno, en Irak, como en Estados Unidos, en el Walter Reed Medical Center).

Ante la negativa constante de Rumsfeld a todas las soluciones que requerían aumentar el ejército, los militares tuvieron que encontrar el

modo de conseguir más soldados para puestos de combate. Las empresas de seguridad privada llegaron en tropel a Irak para realizar funciones

que anteriormente estaban en manos de los soldados: proporcionar seguridad a los oficiales de alto rango, vigilar las bases, escoltar a otros

contratistas... Una vez en Irak, sus atribuciones aumentaron como respuesta al caos. El contrato original de Blackwater en Irak consistía en

proporcionar seguridad privada a Bremer, pero un año después de la ocupación la empresa participaba en todos los combates callejeros.

Durante el levantamiento de Muqtada al Sader en Nayaf, en abril de 2004, Blackwater asumió el mando de los marines estadounidenses en una

batalla de un día contra el Ejército del Mahdi en la que murieron decenas de iraquíes.47

Al principio de la ocupación se calcula que había en Irak 10.000 soldados privados (muchos más que en la primera guerra del Golfo). Tres

años más tarde, un informe de la Ofi cina de Contabilidad del gobierno de Estados Unidos reveló que en Irak había desplegados 48.000

soldados privados de todas las procedencias. Los mercenarios representaban el contingente más numeroso después del ejército

estadounidense (más que todos los miembros de la «coalición de la buena voluntad» juntos). El «boom de Bagdad», como se llamó en la prensa

económica, tomó un sector oscuro y mal considerado y lo incorporó plenamente a las maquinarias de guerra de Estados Unidos y el Reino Unido.

Blackwater contrató a agresivos lobistas para borrar la palabra «mercenario» del vocabulario público y convertir su empresa en una marca

típicamente americana. Según su director general, Erik Prince, así recuperaban «su mantra de empresa: estamos intentando hacer por el aparato

de seguridad nacional lo que FedEx hizo por el servicio postal».48

Cuando la guerra se trasladó al interior de las cárceles, el ejército andaba tan escaso de interrogadores formados e intérpretes de árabe que

no podía obtener información de los nuevos prisioneros. Desesperado ante esa falta de personal, recurrió al contratista de defensa CACI

International Inc. En el contrato original, el papel de CACI en Irak consistía en proporcionar servicios de tecnología de la información a los

militares, pero la formulación de la orden de trabajo era tan ambigua que «tecnología de la información» podía llegar a significar

«interrogatorio».^ Esa flexibilidad era intencionada: CACI forma parte de una nueva corriente de contratistas que actúan como agencia temporal

para el gobierno federal. Los contratos, de palabra, se suceden de manera continuada, y dispone de numerosos trabajadores potenciales listos

para ocupar cualquier puesto. Llamar a CACI, cuyos trabajadores no tenían que superar la rigurosa formación y los controles de seguridad que se

exigen a los empleados del gobierno, era tan sencillo como pedir material para la oficina; en un momento llegaban numerosos interrogadores

nuevos."'

La empresa que más se benefició del caos fue Halliburton. Antes de la invasión recibió un contrato para sofocar los incendios provocados

por los ejércitos en retirada de Sadam. Cuando los fuegos no llegaron a materializarse, el contrato de Halliburton se amplió para incluir una nueva

función: proporcionar combustible a toda la nación, un trabajo de tal envergadura que «compró todos los camiones cisterna de Kuwait e importó

varios centenares más».50 Con la excusa de liberar de cargas a los soldados para la batalla, Halliburton se encargó de funciones tradicionales

del ejército, incluyendo el mantenimiento de vehículos y radios.

Incluso el reclutamiento, una tarea considerada propia de los soldados, se convirtió en un negocio lucrativo. En 2006 se reclutaron nuevos

soldados, un trabajo en manos de empresas privadas de cazatalentos como Serco, o es una sección del gigante fabricante de armas L-3

Communications. Los reclutadores privados, muchos de los cuales nunca habían servido en el ejército, recibían una gratificación cada vez que

alistaban a un soldado. Un portavoz de la empresa presumía así: «Si quieres comer bistec, tienes que colocar gente en el ejército».'5' El reinado

de Rumsfeld también provocó un auge del entrenamiento subcontratado: compañías como Cubic Defense Applications y Blackwater formaron

soldados en técnicas de combate; para ello disponían de instalaciones privadas en las que practicaban el combate puerta por puerta en

decorados a modo de pueblos.

* El inconveniente era que los contratistas trabajan sin apenas supervisión. Cuando concluyó la propia investigación del ejército

estadounidense sobre el escándalo de Abu Ghraib, los oficiales del gobierno encargados de supervisar a los interrogadores no estaban en Irak

(y, por supuesto, tampoco en Abu Ghraib), lo que hizo «muy difícil, si no imposible, administrar un contrato de manera afectiva». El general

Georgc Fay, autor del informe, llegó a la conclusión de que «los interrogadores, analistas y líderes» del gobierno «no estaban preparados para la

llegada de interrogadores contratados y no tenían formación para gestionar, controlar y disciplinar a ese nuevo personal. [...] Parece que no se

realizó un ejercicio creíble de supervisión del cumplimiento del contrato en Abu Ghraib».

Gracias a la obsesión privatizadora de Rumsfeld, tal como sugirió por primera vez en su discurso del 10 de septiembre de 2001, cuando los

soldados llegaban a casa enfermos o afectados por estrés postrau-mático, se trataban en empresas sanitarias privadas para las que la guerra en

Irak generó unos beneficios inesperados. Una de esas compañías, Health Net, se convirtió en la séptima más productiva en el Fortune 500 de

2005 (debido en gran parte a los soldados heridos que regresaron de Irak). Otra fue IAP Worldwide Services Inc., que obtuvo el contrato para

encargarse de muchos de los servicios del hospital militar Walter Reed. Supuestamente, la privatización del centro médico contribuyó a un

espectacular deterioro en el mantenimiento, ya que más de cien empleados federales expertos dejaron las instalaciones.52

El enorme aumento de competencias de las empresas privadas nunca se debatió abiertamente como una cuestión política (de un modo muy

similar a la materialización repentina de la proposición de ley sobre el petróleo). Rumsfeld no tuvo que enzarzarse en batallas campales con los

sindicatos de los trabajadores federales o con los militares de alto rango. Todo ocurrió sobre la marcha en lo que los militares denominan

«ampliación de la misión». Cuanto más durase la guerra, más se prívatizaría. Muy pronto, ésa fue la nueva forma de hacer las guerras. La crisis

facilitaba el planteamiento de la situación, tal como ya había ocurrido en numerosas ocasiones.

Las cifras explican la dramática historia de la «ampliación de la misión» de las empresas. Durante la primera guerra del Golfo, en 1991,

hubo un contratista por cada cien soldados. Al principio de la invasión de Irak, en 2003, la proporción había aumentado a un contratista por cada

diez soldados. Tres años después de la ocupación norteamericana, un nuevo aumento: uno por cada tres. Menos de un año más tarde, con la

ocupación próxima a cumplir su cuarto año, había un contratista por cada 1,4 soldados norteamericanos. Esta cifra incluye sólo a los contratistas

que trabajaron directamente para el gobierno de Estados Unidos, no para los otros socios de la coalición ni para el gobierno iraquí, y tampoco

tiene en cuenta a los contratistas instalados en Kuwait y Jordania que encomendaron sus tareas a subcontratistas.53

Los soldados británicos en Irak ya son ampliamente superados por sus paisanos que trabajan para empresas privadas de seguridad en una

proporción de tres a uno. Cuando Tony Blair anunció que iba a sacar a 1.600 soldados de Irak, en febrero de 2007, la prensa informó de

inmediato: «Los trabajadores civiles esperan que los "mercenarios" contribuyan a llenar ese hueco». El gobierno británico pagaría directamente a

las empresas. Al mismo tiempo, la As sociated Press cifró el número de contratistas en Irak en 120.000, casi el equivalente al número de

soldados estadounidenses.54 En escala, este tipo de guerra privatizada ya supera a Naciones Unidas. El presupuesto de la ONU para mantener

la paz en 2006-2007 fue de 5.250 millones de dólares, menos de un cuarto de los 20.000 millones que se embolsó Halliburton en contratos en

Irak. Según las últimas estimaciones, sólo la industria mercenaria se lleva 4.000 millones de dólares."

Así, mientras la reconstrucción de Irak fue todo un fracaso para los iraquíes y los contribuyentes norteamericanos, no podemos decir lo

mismo sobre el complejo del capitalismo del desastre. La guerra en Irak, que se hizo posible a raíz de los ataques del 11 de septiembre,

representa nada menos que el nacimiento violento de una nueva economía. Aquí radicaba la genialidad del plan de «transformación» de

Rumsfeld: dado que todos los aspectos de la destrucción y la reconstrucción se han subcontratado y privatizado, se produce un auge económico

cuando las bombas empiezan a caer, cuando ya no caen y cuando vuelven a caer de nuevo (un lucrativo círculo cerrado de destrucción y

reconstrucción, de arrasar y volver a edificar). Para las empresas avispadas y con visión de futuro, como Halliburton y el Carlyle Group, los

destructores y los reconstructores son visiones distintas de las mismas corporaciones.*56

* Lockheed Martin ha dado un paso más allá en esta dirección. A principios de 2007 comenzó a «comprar empresas del multimillonario

mercado de la sanidad», según Financial Times. Además, adquirió en el acto el gigante de la ingeniería Pacific Architects and Engineers. La

oleada de adquisiciones dio pie a una nueva era de insana integración vertical en el complejo del capitalismo del desastre: en conflictos futuros,

Lockheed estará en situación de beneficiarse no sólo de la fabricación de lo que ellos mismos destruyan y de los cuidados de las personas a las

que hieran con sus armas.

La administración Bush tomó algunas medidas importantes y apenas revisadas para institucionalizar el modelo de guerra privatizada que se

forjó en Irak, un elemento ya fijo de la política exterior. En julio de 2006, Bowen —inspector general para la reconstrucción de Irak— publicó un

informe sobre «lecciones aprendidas» de las diversas debacles con los contratistas. Llegó a la conclusión de que los problemas tenían su raíz en

la falta de planificación y exigió la creación de «un cuerpo de reserva desplegable compuesto por personal contratado que esté formado para

ejecutar operaciones rápidas de ayuda y reconstrucción durante operaciones de contingencia» y «precualificar un consorcio diverso de

contratistas con experiencia en zonas en reconstrucción». En otras palabras, un ejército contratado permanente. En su discurso sobre el estado

de la nación, en 2007, Bush defendió la idea y anunció la creación de un cuerpo de reserva civil. «El cuerpo funcionaría de manera muy parecida

a nuestra reserva militar. Aliviaría la carga de las fuerzas armadas al permitirnos contratar civiles con conocimientos muy específicos para servir

en misiones en el extranjero cuando Estado Unidos les necesite», explicó. «Gente de todo Estados Unidos sin uniforme tendrá la oportunidad de

servir en la batalla definitiva de nuestro tiempo.»57

Un año y medio después de la ocupación de Irak, el Departamento de Estado norteamericano creó una nueva delegación: la Ofi cina de

Reconstrucción y Estabilización. Un buen día, la oficina paga a contratistas privados para que tracen un plan detallado de reconstrucción de 25

países —desde Venezuela hasta Irán— que, por una razón u otra, son objetivos de la destrucción patrocinada por Estados Unidos. Las

corporaciones y los asesores están preparados con «contratos prefirma-dos», de manera que pueden pasar a la acción en cuanto se

desencadene el desastre.^ Para la administración Bush era la evolución natural: después de afirmar que tenía derecho a provocar una

destrucción preventiva sin límites, encabezaba la reconstrucción preventiva: reconstruir lugares que todavía no han sido destruidos.

Así, la guerra en Irak sirvió finalmente para crear un modelo de economía, y no precisamente el Tigre en el Tigris del que hablaron los

neoconservadores. Se trata de un modelo de guerra y reconstrucción privatizadas, y que no tardó mucho en ser exportado. Hasta Irak, las

fronteras de la cruzada de Chicago las imponía la geografía: Rusia, Argentina, Corea del Sur. Ahora ya se puede abrir una nueva frontera en

cualquier lugar donde suceda el siguiente desastre.

Séptima parte

LA ZONA DE SEGURIDAD MÓVIL

ZONAS DE SEPARACIÓN Y MUROS DE PROTECCIÓN

Debido a que puedes empezar de nuevo, puedes hacerlo, fundamentalmente, por lo más avanzado, algo que es positivo. Es un

privilegio para ti tener esta oportunidad porque existen otros lugares que no han tenido tales sistemas o soportan sistemas que

tienen cien o doscientos años de antigüedad. En cierto modo, es una ventaja para Afganistán empezar de nuevo con nuevas ideas

y mejores conocimientos técnicos.

Paul O'Neill, secretario del Tesoro, noviembre de 2002, en Kabul, después de la invasión.

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