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28 de Marzo de 2014

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CAPÍTULO 17

UN BLOWBACK IDEOLÓGICO

Un desastre muy capitalista

El mundo es un lugar caótico, y alguien tiene que poner orden.

CONDOLEZZA RlCE, septiembre de 2002, sobre la necesidad de invadir Irak

La capacidad de Bush de imaginar un Oriente Medio distinto podría guardar relación con su relativa ignorancia sobre la región.

Si hubiese viajado a Oriente Medio y hubiese visto sus muchos fallos, podría haber acabado desanimado. Libre de tener que ver

las realidades del día a día, Bush mantuvo una visión de cómo podría ser la región.

FAREED ZAKARIA, columnista de Newsweek 2

Y dijo el que estaba sentado en el suelo: «He aquí que renuevo todas las cosas». Y díjome a mí: «Escribe, porque todas estas

palabras son dignísimas de fe y verdaderas».

Apocalipsis 21,5

La guerra en Irak lleva tanto tiempo en modalidad de control de daños que resulta sencillo olvidar la visión original de cómo se suponía que

tenía que funcionar. Pero existió una visión, perfectamente resumida en una conferencia celebrada en Bagdad por el Departamento de Estado

norteamericano en los primeros meses de la ocupación. La reunión incluyó a catorce políticos y burócratas de alto nivel procedentes de Rusia y

Europa del Este: ministros de Economía, directores de bancos centrales y ex viceprimeros ministros. En septiembre de 2003 aterrizaron en el

aeropuerto internacional de Bagdad, equipados con cascos de combate y chalecos de protección. Inmediatamente se dirigieron a la Zona

Verde, la ciudad amurallada dentro de Bagdad, donde se encontraba la sede del gobierno dirigido por Estados Unidos, la Autoridad Provisional

de la Co alición (CPA), y que hoy acoge la embajada estadounidense. En el antiguo centro de conferencias de Sadam, los invitados VIP

impartieron lecciones sobre transformación capitalista a un grupo de iraquíes influyentes.

Uno de los principales oradores fue Marek Belka, antiguo ministro de Economía de Polonia, de derechas, que trabajó en Irak durante varios

meses a las órdenes de Bremer. Según un informe oficial del Departamento de Estado acerca del encuentro, Belka machacó a los iraquíes con el

mensaje de que tenían que aprovechar el momento de caos y ser «contundentes» para imponer políticas que «iban a dejar en el paro a mucha

gente». La primera lección de Polonia, según Belka, era que «las empresas estatales improductivas debían ser vendidas inmediatamente sin

realizar ningún esfuerzo por salvarlas con fondos públicos». (Olvidó mencionar que la presión popular obligó a Solidaridad a abandonar sus

planes de una privatización rápida, con lo que Polonia se libró de una disolución al estilo de Rusia.) Su segunda lección fue todavía más audaz.

Habían pasado cinco meses desde la caída de Bagdad, e Irak se hallaba sumido en una situación de emergencia humanitaria. El desempleo era

del 67 %, la desnutrición iba en aumento y lo único que impedía una hambruna masiva era el hecho de que los hogares iraquíes todavía recibían

alimentos y otros bienes subvencionados por el gobierno, tal como había ocurrido con el programa «petróleo por alimentos» de la ONU durante la

etapa de sanciones. También podían llenar los depósitos de gasolina (cuando había) por un precio muy económico. Belka explicó a los iraquíes

de la conferencia que esas gangas distorsionadoras del mercado tenían que desaparecer de inmediato. «Desarrollen el sector privado,

empezando con la eliminación de las subvenciones.» Insistió en que esas medidas eran «mucho más importantes y controvertidas» que la

privatización.

El siguiente en hablar fue Yegor Gaidar, ex viceprimer ministro de Yeltsin y considerado arquitecto del. programa de terapia de shock de

Rusia. Al invitar a Gaidar a Bagdad, da la impresión de que el Departamento de Estado dio por sentado que los iraquíes no sabrían que en

Moscú le consideraban un indeseable debido a su estrecha relación con los oligarcas y las políticas que habían arruinado a decenas de millones

de rusos.* Si bien es cierto que con Sadam los iraquíes tenían un acceso limitado a las noticias del

exterior, los que participaron en la conferencia de la Zo na Verde eran en su mayoría exiliados que acababan de regresar. En los años

noventa, mientras Rusia se venía abajo, ellos leían The International Herald Tribune.

* Muchos de los protagonistas de la invasión y la ocupación de Irak eran veteranos del equipo original de Washington que exigió la aplicación

de la terapia de shock en Rusia. Dick Cheney era secretario de Defensa cuando George Bush padre desarrolló su política para la Ru sia

postsovíética; Paul Wolfowitz era secretario de Cheney, y Condoleezza Rice ocupaba el cargo de asesora de Bush sobre la transición en Rusia.

Todos estos protagonistas, y muchos de los secundarios, recordaban la experiencia de Rusia en los años noventa (a pesar de los pésimos

resultados para la gente de la calle) como el modelo que Irak debía imitar en su transición.

Fue Mohamad Tofiq, ministro provisional de Industria, quien me habló de esta extraña conferencia (que no se trató en la prensa en su

momento). Meses más tarde, cuando nos reunimos en su oficina provisional de Bagdad (el antiguo ministerio había quedado reducido a un

armazón carbonizado), Tofiq todavía sonreía al pensar en el asunto. Me explicó que los iraquíes acribillaron a los visitantes trajeados con

información sobre el lamentable empeoramiento de un pueblo devastado por la guerra a raíz de la decisión de Paul Bremer de abrir las fronteras

de par en par; si ese pueblo sufriese recortes en las ayudas al suministro de gas y de alimentos, la ocupación tendría que enfrentarse a una

revolución. En cuanto al orador estrella, éstas fueron las palabras de Tofiq: «Les dije a algunos de los organizadores de la conferencia que si yo

tenía que fomentar las privatizaciones en Irak, llevaría a Gaidar y les diría: "Hagan exactamente lo contrario de lo que él hizo"».

Cuando Bremer empezó a emitir decretos legales en Bagdad, Joseph Stiglitz, ex economista jefe del Banco Mundial, advirtió de que en Irak

se estaba aplicando «una terapia de shock más radical que la que se llevó a cabo en el antiguo mundo soviético». Y tenía razón. En el plan

original de Washington, Irak iba a convertirse en una frontera como ocurrió con Rusia a principios de los años noventa. Sin embargo, en esta

ocasión serían empresas estadounidenses —no locales o competidoras europeas, rusas o chinas— las que estarían en primera línea para

llevarse los millones fáciles. Y nada iba a detenerlas, ni siquiera los cambios económicos más dolorosos, porque al contrario que en la antigua

Unión Soviética, o que en Latinoamérica y África, la transformación no implicaría un baile amanerado entre oficiales del FMI y políticos locales

quijotescos mientras que el fisco de Estados Unidos controlaba la situación desde la suite. En Irak, Washington suprimió a los intermediarios: el

FMI y el Banco Mundial quedaron relegados a papeles secundarios, mientras Estados Unidos fue el protagonista absoluto. Paul Bremer era el

gobierno; como explicó un oficial militar estadounidense de alto rango a Associated Press, no servía de nada negociar con el gobierno local

porque «por ahora tenemos que negociar con nosotros mismos».4

En esta dinámica se asentó la transformación económica de Irak (aparte de en los laboratorios anteriores). Todos los esfuerzos realizados

durante los años noventa para presentar el «libre comercio» como algo distinto a un proyecto imperial se dejaron de lado. En otros lugares

continuarían las discusiones ligeras por el libre comercio, con sus negociaciones asfixiantes, pero ahora también iban a ser duras, sin

intermediarios ni marionetas, apoderándose directamente de nuevos mercados para multinacionales occidentales en los campos de batalla de

guerras preventivas.

Los defensores de la «teoría del modelo» afirman ahora que ahí fue donde su guerra se equivocó; como señaló Richard Perle a finales de

2006, «el error originario» fue «traer a Bremer». David Frum se mostró de acuerdo al afirmar que deberían haber contado desde el principio «con

algún rostro iraquí» en la reconstrucción de Irak.1 Y en lugar de eso colocaron a Paul Bremer, protegido en el Palacio Republicano de Sadam, con

su cúpula turquesa, mientras recibía por correo electrónico leyes de comercio e inversión del Departamento de Defensa para después

imprimirlas, firmarlas e imponerlas por decreto al pueblo iraquí. Bremer no fue un americano impasible; él maniobró y manipuló entre bastidores.

Con su aspecto de protagonista de la «película de la semana» y su afición por las cámaras, parecía decidido a hacer ostentación de su poder

absoluto ante los iraquíes. Recorrió el país en un ostentoso helicóptero Blackhawk flanqueado por guardias de seguridad privados tipo G. I. Joe,

contratados por Blackwater, y siempre ataviado con su uniforme marca de la casa: trajes de Brooks Brothers sin una sola arruga y botas

Timberland de color beige (se las había regalado su hijo para ir a Bagdad. «Dale una patada en el culo a alguien, papá», rezaba la nota que las

acompañaba).6

Como él mismo confesó,

...

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