DISCURSO POSITIVO Y TEORÍA SOCIAL
RooAltamirandaResumen26 de Mayo de 2017
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FICHA DE CÁTEDRA Nº 3/2012
DISCURSO POSITIVO Y TEORÍA SOCIAL
Autor: Mg. A. Roovers
En esta ficha atenderemos al proceso por el cual la filosofía tiende a convertirse en teoría social. Nos apoyaremos durante el desarrollo de contenidos en algunos acontecimientos históricos acaecidos en Europa durante los siglos XVIII y XIX, epicentros de las posiciones que confrontan durante el proceso de referencia.
Dedicaremos especial atención a dos movimientos sociales: el «iluminismo» y la reacción «romántico-conservadora», dado que son claves al momento de comprender los rasgos de las primeras teorizaciones sociológicas.
Abordaremos luego los rasgos más destacados del pensamiento de Saint-Simon para ingresar a las elaboraciones de A. Comte, quien basándose en aquellos terminará por definir los principios del paradigma positivista en el campo de las ciencias sociales. Expondremos cómo es considerada la educación desde esa perspectiva.
En América Latina se difunde la filosofía positivista, y es ella la que no solo propició interpretaciones sobre las diferentes realidades nacionales de mediados de fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, sino que además hubo de articular las prácticas en instituciones educativas, jurídicas, sanitarias, etc.
En Argentina y en el campo de la educación, si bien la influencia del positivismo fue muy amplia y presentó una gran heterogeneidad y entrecruzamiento de escuelas, los conceptos relativos a la sociedad, el individuo, la educación, así cómo las reglas del método científico del positivismo comtiano impregnan el ámbito académico y de la formación docente propiamente dicha, especialmente en la Escuela Normal de Paraná, a través de figuras como Pedro Scalabrini, Alfredo Ferreira y otros.
a- ILUMINISMO Y REACCIÓN ROMÁNTICO-CONSERVADORA
Coincidimos con la afirmación de Zeitlin para quien en el estudio de los orígenes de la teoría sociológica, el «Iluminismo» se presenta como “el punto de partida menos arbitrario y más apropiado...”[1]
Pretendemos explicar por qué es que este movimiento cultural y filosófico europeo, característico de la segunda mitad del siglo XVIII, constituye un desarrollo crítico para la evolución posterior de la sociología.
Para hacer más comprensible esa explicación necesitamos que usted tome como referencia el texto de LACLAU, “La formación del mundo moderno”, citado en el programa de la asignatura como fuente de lectura obligatoria.
El propósito del autor en ese texto es situar el capitalismo monopólico del siglo XX, plataforma desde donde ese modo de producción transita hacia las formas más avanzadas del capitalismo -que en el momento en que escribe este artículo aun eran incipientes-. Pero en pos de ese propósito, reseña y relaciona acontecimientos y procesos desde que se inicia el tránsito del modo de producción feudal hacia el modo de producción capitalista -que se consolida con la revolución industrial, durante el siglo XVIII, y con las revoluciones políticas del siglo XVII en Inglaterra, del XVIII en Francia-; y las formas sucesivas que luego adquirió hasta ser monopólico. Por otra parte, reseña el desenvolvimiento de los esquemas interpretativos acerca de la sociedad moderna.
En su conjunto, esas reseñas son de mucha utilidad para poner en contexto lo que tratamos de explicar.
En principio intentaremos describir someramente los rasgos del movimiento iluminista.
Los pensadores vinculados a la Ilustración estuvieron influidos por la filosofía moderna de la primera mitad del siglo XVII. Esta filosofía nace escindida en dos corrientes, el empirismo y el racionalismo, separación que se mantendrá hasta el intento de síntesis que procura Immanuel Kant (Alemania, 1724-1804) en el siglo XIII.
Recordemos que desde el empirismo, representado por Francis Bacon (Inglaterra, 1561-1626), el conocimiento científico proviene de la experiencia, observación reiterada de una realidad, y es verdadero si está asegurada por un adecuado proceso inductivo.
Por otra parte, con René Descartes (Francia, 1596-1650) la filosofía asiste a lo que se ha dado en llamar el «giro antropocéntrico»: el hombre es puro pensamiento, es un ser racional. Para esta forma de racionalismo la realidad a conocer queda reducida a lo inteligible, el método para hacerlo será la deducción racional. La realidad se presenta al individuo que conoce como un fenómeno, separado de él, objetivo. La propia actividad de la razón -juzgar, crear conceptos, formarse ideas- crea la realidad, el objeto.
El iluminismo recuperará aspectos de estas dos tendencias para hacerlos extensivos al conocimiento de la realidad social.
Desarrollaron así una original concepción del universo basada en la aplicabilidad universal de las leyes naturales. Sostenían que el mundo social, a semejanza de lo que sucede con el mundo físico, está ordenado por leyes naturales. Y aquí son empiristas, ya que pretenderán descubrir esas leyes tal como lo han hecho ya otros científicos, como Newton (Inglaterra, 1642-1727) por ejemplo, a través de la observación constante de los fenómenos sociales. Ese método permitirá, según sus expectativas, identificar regularidades y sus relaciones, pero además abrirá grandes posibilidades prácticas. Como ya sucedía con los resultados de las ciencias naturales y físicas, los iluministas esperaban conocer los fenómenos sociales para ejercer control y dominio sobre ellos.
Pero también fueron racionalistas. Juzgando racionalmente las instituciones sociales vigentes, el Estado, el Derecho, etc., creando conceptos, teorizando sobre esas realidades sociales, se puede conocer para modificar. En este sentido, entendieron que la razón puede ser el instrumento para subordinar el mundo social a las necesidades de una sociedad moderna, libre de los dogmas teológicos. Por esa original forma de pensamiento, los Iluministas “investigaron todos los aspectos de la vida social; estudiaron y analizaron las instituciones políticas, religiosas, sociales y morales, las sometieron a una critica implacable desde el punto de vista de la razón y reclamaron un cambio en aquellas que las contrariaban. Por lo general descubrían que los valores y las instituciones tradicionales eran irracionales. Esto era otra manera de decir que las instituciones vigentes eran contrarias a la naturaleza del hombre, y por tanto, inhibían su crecimiento y desarrollo: las instituciones irrazonables impedían a los hombres realizar sus potencialidades.”[2]
Pero aun más, de otro filósofo empirista, en este caso John Locke (Inglaterra, 1632-1704), incorporan la idea de pacto o «contrato». Los individuos libres e iguales entre sí, por un acto derivado de la razón, pacto, se ponen de acuerdo para formar una comunidad y darse un gobierno.
La importancia de esa idea en el plano político radica en que transforma la concepción tradicional y absolutista respecto de la soberanía, que sustentaba que ella reside en el rey, para reconocer ahora que es en el pueblo donde reside la soberanía.
Por otra parte, este movimiento considera de modo nominalista la relación entre el individuo y la sociedad. Esto es, la sociedad no es más que el nombre dado a la reunión de los hombres. El individuo es una voluntad libre, trabaja para producir las condiciones que necesita. El individuo es antes que la sociedad, el ciudadano antes que el Estado -que es una creación racional-, el creyente antes que la iglesia -por igual razón-, el individuo económico antes que la economía nacional. La vida de relación se hace entre individualidades autónomas e independientes, de individuo a individuo, la parte es antes que el todo, el individuo antes que la sociedad.
Digamos finalmente que la filosofía dejó de ser entonces un trabajo intelectual separado de la práctica política para pasar a tener una función crítica de la realidad. La crítica que sostuvieron estos filósofos estaba dirigida contra la verdad basada en la revelación o la autoridad de la tradición o el poder político; contra los privilegios de las clases feudales y sus restricciones sobre la clase industrial y comercial; contra la ética religiosa; etc. A la par, exigían el reemplazo de las instituciones que criticaban, la transformación de la realidad social en un sentido más ajustado a los cánones de la razón. Por ello, Marcuse afirma que en el siglo XVIII la tendencia positiva de la filosofía fue “militante y revolucionaria.”[3]
La influencia del pensamiento Iluminista puede reconocerse en muchos de los principios sobre los que se sostiene la Revolución Francesa (1789). Frente a las consecuencias que tuvo en Europa la Revolución, la reacción filosófica contra el Iluminismo no tardó en manifestarse. De donde, los fundamentos de los movimientos intelectuales del siglo XIX habrán de conservar algunas ideas ilustradas, pero en lo sustantivo modificadas por los pensadores románticos y conservadores. Este es el nudo de lo que anteriormente anticipamos sobre el Iluminismo, en el sentido de que éste constituye un desarrollo crítico para la evolución posterior de la sociología.
En general podemos decir que la reacción, que los historiadores citan como «romántico-conservadora», se orientó a reconocer un valor positivo, a propósito de la comprensión de la naturaleza y de la sociedad, a la tradición, la imaginación, el sentimiento, la religión, antes que a la razón tal como la concebían los ilustrados.
Antes que en los intereses de los individuos, reconocen en el grupo, la comunidad y la nación los fundamentos de la organización social.
Particularmente la reacción conservadora de principios del siglo XIX tuvo como interés principalísimo los problemas y conceptos relacionados con el «orden social», y pueden citarse como alguno de sus representantes a L. De Bonald (Francia, 1754-1840), Joseph de Maistre (Francia, 1753-1821) y Edmund Burke (Irlanda, 1729-1797). “El desorden, la anarquía y los cambios radicales que esos pensadores observaron después de la Revolución, los llevaron a elaborar en sus filosofías conceptos que se relacionaban con el orden y la estabilidad: la tradición, la autoridad, el status, la cohesión, el ajuste, la función, la norma, el símbolo, el ritual, etc .”[4]
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