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Desarrollo de la La riqueza de unos pocos nos benefician a todos cap4


Enviado por   •  5 de Diciembre de 2017  •  Tareas  •  2.235 Palabras (9 Páginas)  •  80 Visitas

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4. PALABRAS CONTRA HECHOS: UNA REFLEXIÓN A POSTERIORI… La situación que he descrito es la última consecuencia de sustituir el anhelo humano de una coexistencia basada en la cooperación amistosa, la reciprocidad, la generosidad, la confianza mutua, el reconocimiento y el respeto, por la rivalidad y la competición (el modo de vida basado en la creencia de que el enriquecimiento codicioso de unos pocos constituye la mejor vía para el bienestar de todos). Pero no hay beneficios en la codicia. No hay beneficios para nadie ni en ningún tipo de codicia. Es necesario que todos nosotros lo sepamos, lo comprendamos y lo aceptemos. Nosotros, que somos los que vivimos nuestras vidas en un mundo desregulado e individualizado, obsesionado con el crecimiento, el consumo, la competencia y el sálvese quien pueda. Y muchos ya lo saben. Si preguntáramos a la gente por los valores más importantes para ellos, es muy probable que muchos contesten nombrando la igualdad, el respeto mutuo, la solidaridad y la amistad como los más importantes, Pero si observamos el comportamiento cotidiano de esa misma gente, su estrategia vital en la práctica, con toda seguridad serían otros valores los que destacarían… Resulta asombroso apreciar lo grande que es la distancia entre los ideales y la realidad, entre las palabras y los hechos. Sin embargo, muchos de nosotros no somos hipócritas, y con toda probabilidad no lo somos por decisión propia, al menos si podemos evitarlo. Muy pocas personas, quizás ninguna, elegirían vivir su vida en base a una mentira. La sinceridad también es uno de los valores preferidos por el corazón humano, y la mayoría de nosotros deseamos vivir en un mundo en donde no necesitemos, y menos donde se nos exija, decir y repetir mentiras. Entonces, ¿por qué ese trecho entre los dichos y los hechos? ¿Debemos concluir que las palabras no pueden hacer nada frente a la realidad? O más bien: ¿es posible, establecer una vía de comunicación entre lo dicho y los hechos? Y si es así, ¿cómo se puede construir semejante puente? ¿Con qué tipo de material? Deseamos encontrar la respuesta a esta pregunta porque, si nuestros valores y las palabras que utilizamos para expresarlos no pueden contrarrestar el poder de eso que llamamos «realidad» y por tanto no sirven para este propósito, ¿qué más podemos hacer? De hecho, por algo utilizamos la palabra «realidad» para designar aquellas cosas demasiado poderosas y persistentes como para ignorarlas o discutirlas… En 1975-1976 Elías Canetti recopiló algunos de sus ensayos escritos en los veintiséis años anteriores en un volumen titulado La conciencia de las palabras. Su intención, según su propias palabras, era recordar, reordenar y repensar los escasos (muy escasos) «modelos espirituales» que permanecían entre todos los elaborados y llevados a la práctica en el pasado («antes de entrar en una de las eras más oscuras de la historia, cuya llegada no fueron capaces de prever») que todavía conservaban algún aspecto «útil» (es decir, su potencial para inspirar y su capacidad para dirigir una acción) en un «siglo monstruoso» en el que «los enemigos de la humanidad» casi consiguieron su objetivo último, que era la destrucción del planeta. El libro termina con una conferencia sobre la profesión de escritor que dio Canetti en Múnich en enero de 1976. En ella trata la cuestión de si en la actual situación mundial, «hay algo en lo que los escritores o aquellos que se consideran escritores pudieran resultar útiles». Esta conferencia arranca con una frase escrita por un autor desconocido el 23 de agosto de 1939: «Se acabó. Si hubiera sido un escritor de verdad, hubiera sido capaz de impedir la guerra», una afirmación, que para Canetti, es admirable por dos razones. La primera razón es la aceptación de lo desesperado de la situación: ya no se trataba de evitar la guerra, pues la guerra, en definitiva, «se acabó», dado que ya no había posibilidad de evitar aquella catástrofe, se alcanzó el límite de nuestra capacidad de acción. Pero no por ello debemos asumir que este desastre no se podía haber evitado en algún momento, que no existieron vías para evitarlo o que estas no se mencionaron ni probaron. La derrota no significa que las posibilidades de victoria ante la inminente catástrofe nunca existieron (sólo quiere decir que estas fracasaron, por ignorancia y/o negligencia). La derrota no descalifica necesariamente el potencial de un «modelo espiritual» (en este caso, el modelo del «escritor de verdad»), sino que sólo ha sido descalificada la fuerza y la intensidad de la dedicación de aquellos que afirmaron reivindicar este modelo. La segunda razón es que el autor desconocido de esta frase insiste en que la verdad que ha salido ilesa de esta derrota es que un escritor es un escritor «de verdad» en la medida en que sus palabras distinguen el bienestar de la catástrofe. En esencia, uno es un escritor «de verdad» si cumple, y sólo sí cumple, con la responsabilidad vocacional con el mundo que tienen los escritores. Lo que hace que un escritor sea «de verdad» es el impacto de las palabras en la realidad. En la interpretación de Canetti, el «deseo de asumir la responsabilidad por todo lo que se pueda expresar con palabras, y de hacer penitencia por el fracaso de las palabras». En base a estas dos razones, Canetti defiende su derecho a concluir que «no hay escritores hoy en día, pero debemos desear apasionadamente que los haya». Y actuar de acuerdo con este deseo implica que sigamos intentando ser «realistas», aunque sin minimizar las posibilidades de éxito. «En un mundo que sin duda se puede definir como el más ciego de los mundos, la existencia de personas que insisten en la posibilidad de cambiarlo adquiere una importancia suprema». Sin embargo, atribuirse a uno mismo la responsabilidad por lo que ocurre en el mundo es un acto claramente irracional. La decisión de asumirlo, respondiendo totalmente por esta decisión y sus consecuencias es, no obstante, nuestra última esperanza de salvar al mundo de la ceguera en la que se encuentra y de sus consecuencias homicidas y suicidas. Dicho esto, o más bien una vez leído y considerado todo esto, uno no puede seguir ignorando la premonición, sombría e inquietante, de que el mundo es, lisa y llanamente, un lugar inhóspito para los «escritores de verdad» que describe Canetti. El mundo parece estar bien protegido, no contra las catástrofes, sino contra sus profetas. Y los habitantes de este mundo bien protegido, salvo cuando se les niega de golpe el derecho de residencia, se guardan mucho de unirse a los (cada vez menos numerosos) profetas que gritan y lloran en sus desiertos respectivos. Como nos sigue recordando Arthur Koestler (en vano, por así decirlo), la ceguera voluntaria es hereditaria… En el umbral de una nueva catástrofe, «en 1933 y durante los dos o tres años siguientes, las únicas personas que entendían realmente lo que estaba pasando en el joven Tercer Reich fueron unos cientos de miles de refugiados», una diferencia que les condenó al «papel chillón y siempre impopular de Casandra [45]». Y como apuntó el mismo autor unos años más tarde, en octubre de 1938, «Amos, Oseas, Jeremías, eran propagandistas bastante buenos, y aun así fracasaron en agitar las conciencias de la gente y advertirlos. Se decía que la voz de Casandra podía traspasar paredes, y aun así la guerra de Troya tuvo lugar». Parece que necesitamos que se produzcan catástrofes para reconocer y admitir (desgraciadamente de manera: retrospectiva, sólo retrospectiva…) que podían producirse. Es un pensamiento escalofriante, quizás el que más. ¿Podemos refutarlo? Nunca lo sabremos si no lo intentamos: una y otra vez, y cada vez con más fuerza. ZYGMUNT BAUMAN (Poznan, Polonia, 1925) es un sociólogo, filósofo y ensayista polaco de origen judío. Miembro de una familia de judíos no practicantes, hubo de emigrar con su familia a Rusia cuando los nazis invadieron Polonia. En la contienda, Bauman se enroló en el ejército polaco, controlado por los soviéticos, cumpliendo funciones de instructor político. Participó en las batallas de Kolberg y en algunas operaciones militares en Berlín. En mayo de 1945 le fue otorgada la Cruz Militar al Valor. De 1945 a 1953 desempeñó funciones similares combatiendo a los insurgentes nacionalistas de Ucrania, y como colaborador para la inteligencia militar. Durante sus años de servicio comenzó a estudiar sociología en la Universidad de Varsovia, carrera que hubo de cambiar por la de filosofía, debido a que los estudios de sociología fueron suprimidos por «burgueses». En 1953, habiendo llegado al grado militar de mayor, fue expulsado del cuerpo militar con deshonor, a causa de que su padre se había presentado en la embajada de Israel para pedir visa de emigrante. En 1954 finalizó la carrera e ingresó como profesor en la Universidad de Varsovia, en la que permanecería hasta 1968. En una estancia de estudios en la prestigiosa London School of Economics, preparó un relevante estudio sobre el movimiento socialista inglés que fue publicado en Polonia en 1959, y luego apareció editado en inglés en 1972. Entre sus obras posteriores destaca Sociología para la vida cotidiana (1964), que resultó muy popular en Polonia y formaría luego la estructura principal de Pensando sociológicamente (1990). Fiel en sus inicios a la doctrina marxista, con el tiempo fue modificando su pensamiento, cada vez más crítico con el proceder del gobierno polaco. Por razones políticas se le vedó el acceso a una plaza regular de profesor, y cuando su mentor Julian Hochfeld fue nombrado por la UNESCO en París, Bauman se hizo cargo de su puesto sin reconocimiento oficial. Debido a fuertes presiones políticas en aumento, Bauman renunció en enero de 1968 al partido, y en marzo fue obligado a renunciar a su nacionalidad y a emigrar. Ejerció la docencia primero en la Universidad de Tel Aviv y luego en la de Leeds, con el cargo de jefe de departamento. Desde entonces Bauman escribió y publicó solamente en inglés, su tercer idioma, y su reputación en el campo de la sociología creció exponencialmente a medida que iba dando a conocer sus trabajos. En 1992 recibió el premio Amalfi de Sociología y Ciencias Sociales, y en 1998 el premio Theodor W. Adorno otorgado por la ciudad de Frankfurt. La obra de Bauman comprende 57 libros y más de 100 ensayos. Desde su primer trabajo acerca de el movimiento obrero inglés, los movimientos sociales y sus conflictos han mantenido su interés, si bien su abanico de intereses es mucho más amplio. Muy influido por Gramsci, nunca ha llegado a renegar completamente de los postulados marxistas. Sus obras de finales de los 80 y principios de los 90 analizan las relaciones entre la modernidad, la burocracia, la racionalidad imperante y la exclusión social. Siguiendo a Sigmund Freud, concibe la modernidad europea como el producto de una transacción entre la cesión de libertades y la comodidad para disfrutar de un nivel de beneficios y de seguridad. Según Bauman, la modernidad en su forma más consolidada requiere la abolición de interrogantes e incertidumbres. Necesita de un control sobre la naturaleza, de una jerarquía burocrática y de más reglas y regulaciones para hacer aparecer los aspectos caóticos de la vida humana como organizados y familiares. Sin embargo, estos esfuerzos no terminan de lograr el efecto deseado, y cuando la vida parece que comienza a circular por carriles predeterminados, habrá siempre algún grupo social que no encaje en los planes previstos y que no pueda ser controlado. Bauman acudía al personaje de la novela El extranjero de Albert Camus para ejemplificarlo. Abrevando en la sociología de Georg Simmel y en Jacques Derrida, Bauman describió al «extranjero» como aquel que está presente pero que no nos es familiar, y que por ello es socialmente impredecible. En Modernidad y ambivalencia, Bauman describe cómo la sociedad es ambivalente con estos elementos extraños en su seno, ya que por un lado los acoge y admite cierto grado de extrañeza, de diferencia en los modos y pautas de comportamiento, pero por dentro subyace el temor a los personajes marginales, no totalmente adaptados, que viven al margen de las normas comunes. En su obra más conocida, Modernidad y holocausto, sostiene que el holocausto no debe ser considerado como un hecho aislado en la historia del pueblo judío, sino que debería verse como precursor de los intentos de la modernidad de generar el orden imperante. La racionalidad como procedimiento, la división del trabajo en tareas más diminutas y especializadas, la tendencia a considerar la obediencia a las reglas como moral e intrínsecamente bueno, tuvieron en el holocausto su grado de incidencia para que este pudiera llevarse a cabo. Los judíos se convirtieron en los «extranjeros» por excelencia, y Bauman, al igual que el filósofo Giorgio Agamben, afirma que los procesos de exclusión y de descalificación de lo no catalogable y controlable siguen aún vigentes. Al miedo difuso, indeterminado, que no tiene en la realidad un referente determinado, lo denominó «Miedo líquido». Tal miedo es omnipresente en la «Modernidad líquida» actual, donde las incertidumbres cruciales subyacen en las motivaciones del consumismo. Las instituciones y organismos sociales no tienen tiempo de solidificarse, no pueden ser fuentes de referencia para las acciones humanas y para planificar a largo plazo. Los individuos se ven por ello llevados a realizar proyectos inmediatos, a corto plazo, dando lugar a episodios donde los conceptos de carrera o de progreso puedan ser adecuadamente aplicados, siempre dispuestos a cambiar de estrategias y a olvidar compromisos y lealtades en pos de oportunidades fugaces

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