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El Autoritarismo De Los Hijos


Enviado por   •  3 de Febrero de 2014  •  1.341 Palabras (6 Páginas)  •  290 Visitas

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El autoritarismo de los hijos

Miguel Espeche

Para LA NACION

Viernes 17 de diciembre de 2010 | Publicado en edición impresa

La reflexión acerca de lo que es la autoridad de los padres a la hora de criar parecería un campo minado. Su abordaje no es un ejercicio fácil, dadas las reacciones virulentas que el tema despierta y las susceptibilidades que surgen al hablarse de sus alcances.

De hecho, es habitual que al hacer alguna mención de la autoridad y sobre la necesidad de su ejercicio a la hora de criar y educar se aclare primero, antes que nada, que no se es autoritario. En esos casos se debe decir una y mil veces, por las dudas, que se está lejos de querer replicar aquellas viejas épocas en las que muchos (no todos) abusaban al ejercer su rol de conducción en el campo de la familia, la docencia o la organización política de un país. Hoy, para hablar de autoridad, convengamos, casi hay que pedir perdón.

De tanto custodiar a padres y docentes para que no ejercieran su función desde el autoritarismo, ha habido una superlativa distracción por parte de los "vigiladores" de turno, y eso ha permitido que ese autoritarismo, lejos de desaparecer, sencillamente cambiara de lugar.

Hoy, los autoritarios son los chicos, mal que les pese a ellos mismos. En las casas y en los establecimientos educativos, los hijos y los alumnos tienen pocos referentes que den matiz y cauce a sus deseos, a los que han transformado en derechos. Es decir: el autoritarismo ha cambiado de lado, pero no ha sido erradicado del paisaje, algo que saben bien los padres que sucumben a los deseos e impulsos de sus hijos sin saber cómo ejercer la conducción que les compete. Se trata de padres llenos de culpas y conceptos confusos alrededor de un estilo de crianza más preocupado en no repetir viejos errores que en generar aciertos, sean estos antiguos o novedosos.

Los docentes también saben del peculiar derrotero del autoritarismo actual, ya que ven día tras día mermada su capacidad de gestión al diluirse su rol de conductores de la experiencia educativa. Quedan, así, a merced de chicos que, sin duda, añoran, allá en su inconsciente, los tiempos en que los de su edad eran eso: chicos, y no seres que han tomado el poder (o, mejor dicho, se les ha dado ese poder, aunque no lo hayan pedido), sin saber ni remotamente qué hacer con él.

Una vez más, se ha confundido la función con su mal uso. Nadie prohibiría el abecedario porque a veces con las letras que lo integran se escriben mentiras o agravios. Nadie tampoco eliminaría las rayas de cal que delimitan una cancha de fútbol porque "reprimen" la creatividad de los jugadores. Nadie, tampoco, agrandaría el arco (o, más aún, lo suprimiría) por el hecho de que algunos chicos son pataduras y se frustrarán al no conducir la pelota, patada mediante, a la red. Muerta la autoridad de la línea de cal o de los postes; muertos el deporte y la intensidad vital que surge de los obstáculos que posibilitan el despliegue de las habilidades y la toma de conciencia acerca de la fortaleza de los propósitos.

La forma de ejercer la autoridad es materia de opinión, sin duda, y ha sido objeto de grandes transformaciones a lo largo del tiempo. Pero lo que se percibe hoy no es tanto una discusión en ese sentido, sino que se tiende a su supresión como categoría existente: es la existencia misma de la autoridad lo que está puesto en tela de juicio. Y cuando se pretende suprimir autoritariamente la noción de orden y la diferenciación de funciones para emparentarlos a conceptos negativos, lo que se produce es una gran confusión.

La autoridad permite a los hijos crecer. Esa es la primera y esencial distinción que se puede hacer respecto del autoritarismo. Mucha autoridad no se transforma en autoritarismo, ya que ambas palabras se refieren a cosas muy distintas. La autoridad es como un tutor que apuntala el crecimiento de la planta; es como

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