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El Feminismo Y La Izquierda.


Enviado por   •  9 de Julio de 2013  •  11.701 Palabras (47 Páginas)  •  332 Visitas

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El feminismo y la izquierda: una historia de encuentros y desencuentros en la lucha por la emancipación

Por Andrea D’Atri (*)

Ya en el siglo XIX, el socialismo enarboló, entre sus banderas, la emancipación de la mujer. Aquel apotegma del francés Charles Fourier que señalaba que el progreso social sólo podía medirse en función del progreso en la libertad de las mujeres, impregnó las ideas del socialismo utópico y también, posteriormente, del marxismo. La importancia otorgada a los derechos de la mujer, por parte del socialismo, se transformó pronto en programa y organización, suscitando diversos debates entre marxistas y anarquistas en la Asociación Internacional de los Trabajadores –la I° Internacional. Más tarde, pero desde antes que comenzara el siglo XX, los partidos socialdemócratas de la II° Internacional fueron aliados del movimiento sufragista para la consecución del derecho al voto, aunque en ocasiones se vieran enfrentados a las feministas por su análisis de clase de la opresión y su preocupación centrada en las necesidades y derechos de las mujeres trabajadoras. Además, la socialdemocracia organizó –bajo la dirección de la revolucionaria Clara Zetkin- círculos y ateneos, además de numerosas publicaciones dedicadas a las mujeres trabajadoras, reuniendo a más de ciento setenta y cinco mil mujeres en la sección femenina del Partido Socialdemócrata Alemán.

Más tarde, la Revolución Rusa mostró las enormes posibilidades que se abrían, liquidando la explotación capitalista, para la emancipación de las mujeres, avanzando en la legislación de derechos democráticos inauditos aún en los países más desarrollados de Europa de entonces, como el derecho al divorcio, al aborto, etc. Pero el estalinismo, una década más tarde, con su reacción en toda la línea, también impuso el retroceso en estas conquistas del octubre rojo y, junto con ello, el repudio de las feministas por un régimen que al tiempo que imponía deportaciones y fusilamientos contra la oposición, reproducía la familia tradicional elevada al rango de modelo de Estado. Este falsamente denominado “socialismo real”, donde la liberación de las mujeres ocupaba un lugar secundario en las prioridades fijadas por la burocracia que usurpaba el poder, llevó a muchas mujeres de la izquierda europea a sostener que la opresión de las mujeres era intrínseca a todos los “modelos” económicos y sociales conocidos.

De la lucha de clases a la lucha entre los sexos: el patriarcado que había nacido junto a la propiedad privada y la explotación de una clase mayoritaria por otra minoritaria poseedora de los medios de producción, se reproducía en todas las sociedades existentes, incluyendo aquellas sociedades que podían considerarse “en transición” a otra liberada de este antagonismo. Es así que el feminismo de la segunda ola, que emergió en la década del ’70 del siglo XX, confronta sus postulados con el marxismo y elabora más acabadamente un cuerpo teórico novedoso y distintivo, teniendo al materialismo histórico como interlocutor privilegiado, estableciendo desde entonces un diálogo pleno de encuentros y controversias.

Estos vaivenes internacionales entre los feminismos y las izquierdas también tienen un correlato en nuestro país, donde los encuentros y desencuentros produjeron una fructífera historia de tensiones en la que se obtuvieron numerosas conquistas: derechos democráticos, derechos sindicales y la existencia (y persistencia) de un movimiento de mujeres amplio y diverso. La primera oleada del feminismo también aquí estuvo marcada por este diálogo entre socialistas y sufragistas, mujeres profesionales e independientes que provenían de los sectores ilustrados de las clases medias y altas. Sin embargo, durante la segunda oleada, en la década del ’70, los grupos que emergieron fundamentalmente en Buenos Aires y otros centros urbanos, pronto se vieron envueltos en disputas y fragmentaciones provocadas por la tensión política que imponía la agudización de la lucha de clases en el país y la “doble” militancia de las mujeres que adherían a partidos de izquierda y organizaciones armadas.

Más tarde, la represión y la dictadura militar impusieron el terror, el exilio y la muerte. El símbolo internacional de la resistencia a este sangriento régimen lo constituyeron algunas pocas mujeres que fueron tildadas de “locas”: las Madres de Plaza de Mayo. Su permanencia en la escena política nacional y la experiencia de numerosas militantes de izquierda que regresaban del exilio europeo –donde habían conocido más de cerca las ideas del feminismo, participando del movimiento que para ese entonces desarrollaba una intensa actividad-, posibilitaron una confluencia distintiva en la lucha por los derechos de la mujer. Las viejas demandas, como el derecho al aborto y a una vida libre de violencia, adquirieron una renovada significancia bajo la forma de reclamo por los derechos humanos. Pero este movimiento surgía al tiempo en que se imponía, mundialmente, la institucionalización, mediante lo que algunas han denominado “oenegización”, operación que fragmentó al feminismo, despolitizando también sus acciones. Este fenómeno de institucionalización de los movimientos sociales alejó al feminismo de la izquierda militante, aunque muchas de sus figuras más destacadas provinieran de una experiencia política partidaria anterior.

Hacia fines de los ’90, bajo la ofensiva neoliberal que ensanchó la brecha entre ricos y pobres, aumentando desorbitadamente los índices de desocupación con la privatización de las empresas de servicios públicos y el cierre de fábricas, las mujeres más pobres del país, organizadas en movimientos de trabajadoras y trabajadores desocupados, irrumpieron masivamente en los Encuentros Nacionales de Mujeres que se venían realizando desde 1986. La confluencia de mujeres feministas, estudiantes, trabajadoras organizadas sindicalmente y mujeres pobres y desocupadas de las barriadas populares, con las agrupaciones de izquierda le otorgan una especial característica a estos Encuentros Nacionales que, cada año, se realizan en una ciudad distinta del país. No exentos de fuertes disputas y enfrentamientos entre las distintas tendencias que participan de los mismos, los Encuentros se siguen realizando y soportando el asedio de los sectores más fundamentalistas de la Iglesia que han atentado contra los mismos en numerosas ocasiones.

La crisis que estalló en Argentina, en diciembre de 2001, impulsó también la emergencia de un nuevo movimiento feminista y de mujeres, militante y activo, que buscó acercarse, participar e influenciar en asambleas vecinales, movimientos de trabajadoras y trabajadores desocupados,

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