El precio de un sueño
erwin0509Trabajo28 de Marzo de 2016
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Erwin Rojas Hollweg
EL PRECIO DE UN SUEÑO
Novela Juvenil
Santa Cruz de la Sierra
Bolivia
2012
A MANERA DE INTRODUCCIÓN
La novela que están a punto de leer es la historia de un muchacho que tiene un gran sueño… el ser jugador de futbol. Germán hace hasta lo imposible por cumplirlo y hacerlo realidad. Muchos de nosotros no hacemos lo necesario para cumplir nuestros objetivos y nos quedamos a medio camino como unos fracasados en la vida.
Debemos arriesgar y perseverar para conquistar lo que queremos en esta vida. La perseverancia, la entrega y el ser positivo lo es todo para poder lograr nuestros sueños de esta manera pagamos el PRECIO DE UN SUEÑO .
EL PRECIO DE UN SUEÑO
Germán, un niño de 12 años, miraba a través de su ventana pensando en el futuro. Soñaba con algo que era un imposible para un chico como él. Quería un gran porvenir para él y su familia. Germán, es hijo único de una pareja indígena muy humilde. Su padre, un vaquero de una de las tantas estancias de Guarayos, y su madre una empleada más que tenían en la misma estancia. Germán sabía que el sueño de su vida estaba realmente muy complicado de cumplir ya que el sueño de su vida era ser jugador de futbol y no tenía ni un par de zapatillas para jugar con sus amigos. Miraba por la ventana a sus amigos pateando la pelota y suspiraba con la sola idea de salir a compartir el juego con ellos.
-Dios permite que yo llegue a cumplir mi sueño- Pedía con mucho sentimiento –Te prometo que seré siempre un muchacho ejemplar y no tendrás quejas de mi.
Esta oración se hacia el clamor de cada día, esperando ser escuchado y que nuestro creador le permitiese jugar en un equipo y de este modo cumplir su sueño y al mismo tiempo ayudar a su madre.
-Mamá… puedo salir a jugar pelota con mis amigos?- pregunta, esperando que ella acepte.
-Hijo sabes muy bien que tu padre está por llegar y el odia encontrarte jugando futbol. Mejor otro día- responde la madre.
-Te prometo que no me dejo pillar. Les pido a los chicos que nos vamos a la cancha del pueblo y allí no nos pilla… sí? Insistió.
-Bueno yo creo que puedes ir pero por favor no te ausentes más de una hora.
Y Germán salió como una bala a disfrutar de la hora de permiso. Siente que sus pies tienen alas y convence a los chicos a ir a jugar a la cancha. Ya en el trayecto ve venir a su padre. No sabe qué hacer.
-A dónde vas?- pregunta Pedro.
-Voy a jugar con mis amigos a la cancha- contesta con temor, pero pensando que le irá peor si no dice la verdad.
-Qué?, Cuántas veces te tengo que decir que estás prohibido de los peloteos?, Por qué no haces algo mas productivo? Camba flojo, sinvergüenza. Tenes que ganarte lo que te echas en la boca.- Lo agarra de un brazo y lo lleva hasta su casa. Ya en la casa toma un lazo con el que doma los caballos de la estancia y le da hasta que se cansa.
Son las 7:00 de la mañana, Germán se dispone para salir con rumbo a su escuela. Él va al colegio del pueblo, obviamente fiscal. Después de la paliza recibida se siente adolorido aún. Le quedan las señales del chicote, pero no le importa, sabe que al llegar al colegio podrá sacar su tristeza con la pelota que su amigo, el hijo de un hacendado, seguro que lleva.
Germán juega descalzo al igual que muchos de sus amigos. Él, es el mejor jugador de todo el colegio. Su profesor de deporte se siente orgulloso de su desempeño y de la forma que maneja la pelota. Siempre lo alienta y le dice que puede llegar muy lejos, que no decline en su propósito. Todos sus amigos lo admiran por su forma de jugar y por ser un buen amigo, capaz de darlo todo por cada uno de ellos.
No era la primera vez que a Germán lo castigaba su padre de la manera brutal como la de la tarde anterior. A Pedro no le gustaba nada la idea de que quisiera ser un jugador de futbol. Él consideraba que era una pérdida de tiempo y que el muchacho en vez de jugar al futbol en sus horas libres, debería ayudarlo en los quehaceres que a él le correspondía. De ésta manera iba aprendiendo el oficio.
Su padre nunca lo dejaba salir a jugar a la calle con sus amigos, pero Germán cada vez que podía se escapaba. Lo malo comenzaba cuando su padre lo pillaba, ya que cuando el regresaba a la casa Pedro lo esperaba en la puerta con el cinturón en la mano y le daba una tunda como para que él nunca se olvide de ese día, pero Germán era terco en este sentido. Tanto le gustaba el futbol que cada vez que podía se volvía a escapar sin importar las consecuencias.
Llegó al colegio y espero a que apareciera el dueño del balón. Se desesperaba, pero ya, a lo lejos logra verlo. Se tranquiliza y empieza lo mejor de su vida, sudar la camiseta.
Fue un día muy agitado. Jugaron a la entrada, en el recreo y también a la salida. Sabía que su padre llegaba recién cerca de las 5:00 de la tarde y tenía tiempo suficiente. No le importó no comer siguió jugando hasta esa hora. Sacó su rabia y su resentimiento y quedó tranquilo y feliz. Lastimosamente era el último día de la semana. Mañana no había clases.
Sábado, día de la paga semanal. Pedro se sentía feliz porque como cada uno de los sábados iría a tomar los “culipis” con sus amigotes.
Germán los días sábados acompañaba a sus padres a la estancia y ayudaba a su progenitor en sus quehaceres.
Terminó la jornada de trabajo y María junto con Germán encaminaron a su casa. Pedro no. Él se juntó con los demás hombres y se dirigieron directo a una choza donde se vendía un preparado que no era otra cosa que alcohol con agua (culipi). Allí estuvo hasta la madrugada del domingo. Esto era rutinario. Pedro bebía todos los sábados y en esta ocasión no fue la excepción. Se bebió el dinero de todo el trabajo de la semana.
Al llegar a su casa, como era su costumbre, comienzan los gritos y los golpes de puertas, mesas y todo lo que se pone delante de él. María, guardando el sueño de su hijo, trata de apaciguar a su marido –Pedro, calmate!!, anda dormite tranquilo.
Pero Pedro reacciona con golpes y patadas a María en lo que despierta Germán. Él se levanta y corre en auxilio de su madre.
–Papá!!! No le pegue a mi madre, pégueme a mí. Ella no merece que usted la trate así.
Germán en el intento de defender a su madre se le abalanza por la espalda a su padre. Éste lo tumba al piso dejando a Germán medio inconsciente. Al ver esto María se da cuenta que ya su paciencia está rebasada que Pedro nunca va a cambiar. El es alcohólico. Sabe que debe tomar una importante decisión. La decisión de su vida.
Pedro al ver lo que había pasado con el hijo se calma y le echa la culpa a la madre.
-Por tu culpa, vení a ver lo que le paso, siempre me haces quedar mal con él y quedas como la “Santa María”, eres una imbécil.
María se puso de pie y fue a ver qué había pasado con Germán y temblando de miedo pero también de rabia por su impotencia, veía alejarse a Pedro. Gracias a Dios el niño estaba bien.
Pedro durmió hasta muy altas horas del domingo, faltó a la ordeña. María no hizo ni el intento de despertarlo, ella cumplió con sus obligaciones mientras en sus pensamientos meditaba su vida y la de su hijo. Germán no merecía la vida que estaba llevando. Ella quería que su hijo fuera un gran hombre. No por nada lo había bautizado con el nombre de un buen presidente que tuvo Bolivia Germán Busch. Soñaba a su hijo como un triunfador.
Al llegar a su casa después de enfrentar el cuestionamiento del patrón con respecto a la ausencia de Pedro, al cual había respondido que estaba enfermo, hizo con Pedro como si nada hubiera pasado. En la noche fueron al pueblo como cada domingo lo hacían.
Al día siguiente Pedro salió de la casa y María se hizo la dormida. Ella pasó la noche con los ojos abiertos pensando y pensando. Esperó que Germán se despertara mientras ella preparaba lo poco de ropa que tenían para emprender la “gran decisión de su vida”.
En cuanto Germán despertó María habló con él acerca del viaje de escape a lo cual Germán estuvo de acuerdo salieron de su casa y se dirigieron a las flotas que van hacia Santa Cruz de la Sierra subieron y con lágrimas en los ojos se despidieron del pueblo que los vio nacer.
Ya a kilómetros de recorrido, María se dio cuenta que en la misma flota viajaba su hermana de crianza. Ella había decidido tomar los hábitos en una congregación que tenía un convento en Guarayos. Martha viajaba junto con otras dos monjitas rumbo a la ciudad. Habían sido citadas para capacitarlas en de prevención de enfermedades endémicas.
Cuando se dieron cuenta de que las dos estaban en la misma flota, Martha se acercó a María y se puso a platicar largamente con ella, no sin antes saludar a Germán que muy cariñosamente la nombraba como su “Tía Martha”.
María le confió con lágrimas en los ojos lo que había sucedido para que ella tomara la decisión de escapar.
-María… y dónde vas a llegar en Santa Cruz?. La ciudad no es lo que tú piensas. No es fácil, mas aún si no tienes dinero ni para el hospedaje.
-No lo sé. Dios proveerá- Respondió María. A lo que Martha respondió “Amén”.
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