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Ensayo De Emanuel


Enviado por   •  30 de Abril de 2014  •  2.674 Palabras (11 Páginas)  •  234 Visitas

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Séptimo principio

El problema de la institución de una constitución civil perfecta depende, a su vez, del

problema de una legal RELACIÓN EXTERIOR ENTRE LOS ESTADOS, y no puede ser resuelto sin este

último. ¿De qué sirve laborar por una constitución civil legal que abarca a los individuos, es decir,

por el establecimiento de un ser común? La misma insociabilidad que obligó a los hombres a

entrar en esta comunidad es causa, nuevamente, de que cada comunidad, en las relaciones

exteriores, esto es, como Estado en relación con otros Estados, se encuentre en una

desembarazada libertad y, por consiguiente, cada uno de ellos tiene que esperar de los otros ese

mismo mal que impulsó y obligó a los individuos a entrar en una situación civil legal. La naturaleza

ha utilizado de nuevo la

incompatibilidad de los hombres, y de las grandes sociedades y cuerpos

estatales que forman estas criaturas, como un medio para encontrar en su inevitable antagonismo

un estado de tranquilidad y seguridad; es decir, que, a través de la guerra, del rearme incesante,

de la necesidad que, en consecuencia, tiene que padecer en su interior cada Estado aun durante la

paz, la naturaleza nos empuja, primero a ensayos imperfectos, por último, y después de muchas

devastaciones, naufragios y hasta agotamiento interior completo de sus energías, al intento que la

razón les pudo haber inspirado, sin necesidad de tantas y tan tristes experiencias, a saber: a

escapar del estado sin ley de los salvajes y entrar en una unión de naciones; en la que aun el

Estado más pequeño puede esperar su seguridad y su derecho no de su propio poderío o de su

propia decisión jurídica, sino únicamente de esa gran federación de naciones, de una potencia

unida y de la decisión según leyes de la voluntad unida. Aunque esta idea parece una divagación

calenturienta y haya sido tomada a chacota, como tal, en un abate de St. Pierre y en Rousseau

(acaso porque creyeron un poco inocentemente en su inminencia), no por eso deja de ser la única

salida ineludible de la necesidad en que se colocan mutuamente los hombres, y que forzará a los

Estados a tomar la resolución (por muy duro que ello se les haga) que también el individuo adopta

tan a desgana, a saber: a hacer dejación de su brutal libertad y a buscar

tranquilidad y seguridad

en una constitución legal. Todas las guerras en otros tantos intentos (no la intención de los

hombres pero sí en la de la naturaleza) de procurar nuevas relaciones entre los Estados y

mediante la destrucción o, por lo menos, fraccionamiento de todos, formar nuevos cuerpos, los

que, a su vez, tampoco pueden mantenerse en sí mismos o junto a los otros, y tienen que sufrir,

por fuerza, nuevas revoluciones parecidas; hasta que, finalmente, en parte por un ordenamiento

óptimo de la constitución civil interior, en parte por un acuerdo y legislación comunes, se consiga

erigir un Estado que, análogo a un ser común civil, se pueda mantener a sí mismo como autómata.

Y, sea que se tenga la esperanza que, del curso epicúreo de las causas eficientes, los

Estados, como los átomos de la materia, mediante sus choques accidentales, logren toda clase de

formaciones, destruidas de nuevo por nuevos choques, hasta que, finalmente, y por casualidad,

resulte una tal formación que pueda mantenerse en su forma (¡un golpe de suerte que es muy

difícil que se dé nunca!), sea que supongamos, mejor, que la naturaleza persigue en este caso un

curso regular, el de conducir por grados nuestra especie desde el plano de animalidad más bajo

hasta el nivel máximo de la humanidad, y ello, en virtud de un arte, aunque impuesto, propio de

los hombres, desarrollando bajo este aparente desorden aquellas disposiciones primordiales de

modo totalmente regular; o si se prefiere creer que, de

todas estas acciones y reacciones de los

hombres en su conjunto, nada sale en limpio, o nada que valga la pena, y que seguirán siendo

éstos lo que fueron siempre, y no se puede predecir, por tanto, si la disensión, tan connatural a

nuestra especie, no acabará por prepararnos, a pesar de nuestro estado tan civilizado, un tal

infierno de males que en él se aniquilen por una bárbara devastación ese estado y otros progresos

culturales realizados hasta el día (destino al que no se puede hacer frente bajo el gobierno del

ciego azar, que no otra cosa es, de hecho, la libertad sin ley, ¡a no ser que se le enhebre un hilo

conductor de la naturaleza secretamente prendido en sabiduría!); en cualquiera de los casos, la

cuestión planteada es poco más o menos la siguiente: ¿es razonable, acaso, suponer la finalidad

de la naturaleza en sus partes y rechazarla en su conjunto? Lo que el estado salvaje sin finalidad

hizo, a saber, contener el desenvolvimiento de las disposiciones naturales de nuestra especie que

hasta que, por los males que con esto le produjo, obligóla a salir de ese estado y a entrar en una

constitución

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